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viernes, 2 de noviembre de 2018

Sentir me salvó


   La boca me sabía a hierro. No podía abrir los ojos ni mover los brazos o las piernas. Solo sentía ese sabor en mi boca y un olor un tanto amargo en mi nariz. Algo cercano olía muy mal pero no podía saber qué. Quería llorar, quería gritar o pararme y salir corriendo. Pero mi cuerpo no me respondía. Escuchaba un sonido familiar en la cercanía. No sabía lo que era pero parecía querer calmarme en ese momento,  precisamente cuando menos necesitaba ayuda para mantener mi cabeza abajo.

 Mis sentidos se fueron despertando poco a poco. El tacto se hizo cada vez más sensible y pude entender en poco tiempo que mi cuerpo estaba boca abajo sobre madera. Mi mentón y mi mejilla me indicaban que era madera pulida y que el sonido extraño que había escuchado estaba justo por debajo. Lastimosamente, mi oídos parecía haber sufrido un gran trauma, pues todo lo escuchaba como si tuviera los oídos tapados pero mis manos no estaban haciéndolo, ya que las sentía juntas detrás de mi espalda, amarradas.

 Cuando sentí la gruesa soga de fibra plástica, me asusté. Supe que algo malo, muy malo, había pasado. Obviamente todo el resto de cosas indicaban lo mismo pero, por alguna razón, no había querido hacer caso de mi entorno. Más terrorífico aún fue cuando pude mover un poco las manos y sentí algo como liquido, algo espeso, por el lado bajo de mi espalda. Como si el cuerpo entendiera de manera consciente, sentí un dolor enorme que me recorrió todo el cuerpo, dejándome aún más cansado que antes.

 Mis ojos todavía no querían abrir. Entendí que no era que no tuviera las fuerzas para abrirlos, sino que estaban hinchados y dolía mucho tratar de levantar los parpados. En cambio, si me quedaba quieto, el dolor era casi inexistente. Por eso dejé mi sentido de la vista de lado y me dediqué a percibir mi entorno con los demás. Lo único que podía concluir era que estaba tirado en el suelo, boca abajo, y que seguramente no había nadie más a mi alrededor. No podía sentir pasos ni voces, ni nada por el estilo.

 El tiempo pasaba, estaba seguro. Por mi estado, estaba tan concentrado en partes de mi cuerpo que a veces olvidaba que el mundo seguía girando a mi alrededor. En algún momento, recuerdo vívidamente querer reír o llorar, quería sentir más de lo que estaba sintiendo y eso que estaba percibiendo mucho más de lo que jamás había sentido en la vida. Era extraño estar ahí, acariciado por el viento o tocado brevemente por el sol.  Era como estar acurrucado por la naturaleza, que me dejaba a un lado a veces y otros parecía estar muy pendiente de mi evolución, de mi cambio.

 No sé cuanto tiempo pasó, pero por fin sentí pasos. Fue muy extraño porque había estado durmiendo y, tengo que decirlo, fue un sueño muy tranquilo en el que vi a mi familia y a mis amigos. Creo que soñé con un cumpleaños, incluso sintiendo el sabor del pastel de frutas en mi boca. Pude oler el humo que sueltan las velitas cuando las soplas e incluso el perfume de mi madre, ese que siempre ha usado desde que tengo uso de razón. Me sentí con ellos y los pasos quebraron todo y me trajeron de vuelta a la realidad.

 Al comienzo los sentí lejos pero sabía que caminaban por la misma madera en la que yo estaba acostado. Quise alertarlos de mi presencia pero no hubo necesidad. Uno de ellos, un hombre alto y con unos ojos inusualmente grandes, entró al sitio donde estaba amarrado y se me acercó. Sí, me forcé a abrir los ojos para poder ver lo que ocurría. La hinchazón había bajado, por lo que el esfuerzo fue menor al anterior. Por eso pude ver sus ojos, de manera calma, de verdad detallando el color y la profundidad.

 Él, en cambio, parecía querer calmarme pero a la vez estaba apurado, gritando para que sus compañeros vinieran conmigo y ayudaran a soltarme las cuerdas. Todo esto es lo que creo que decían porque mis oídos todavía no funcionaban. De hecho, creo que había dado por sentado que nunca más funcionarían. Los había dejado ir de mi ser sin una sola queja, porque no podía quedarme pensando en lo que ya no era. Los miré tranquilamente, mientras cortaban todas las cuerdas que me amarraban.

 Vi que algunos me miraban asustados, un hombre incluso lloró y una mujer, creo que la única del grupo, tuvo que escoltarlo afuera para que se calmara. No sé cuanto tiempo duró todo el asunto porque yo me quedé dormido sin razón aparente. Creo que mi cuerpo se cansó por el esfuerzo de mantener los ojos abiertos, de estar pendiente de todo lo que estaba pasando a mi alrededor. La fuerza que me había mantenido vivo durante esos días se estaba agotando y no podía hacer que durara más.

 Caí de nuevo en un sueño profundo. Esta vez, no vi a mi familia ni a nadie conocido. Recuerdo un perro muy lindo, de pelaje suave y amarillo, con una cola retorcida. Parecía ser mi guía por entre un bosque denso y húmedo. Yo llevaba puesta ropa para el frío y caminaba evadiendo ramas y troncos. Ya no sentía las cosas como en el sueño anterior, sino que todo parecía lo mismo, con el mismo olor incluso. El perrito me esperaba cuando me demoraba y luego seguía, como si de verdad quisiera llevarme a alguna parte pero yo nunca había estado en ese bosque. No sabía que ocurría.

 Abrí los ojos de golpe. Era de día y la luz del sol me hizo cerrar los ojos casi al instante. Giré la cabeza, mientras respiraba apurado del susto. No sé porqué me había despertado así pero me sentía extraño y confundido. Todavía me dolía el cuerpo pero no tanto como antes. Sentí una almohada en mi espalda baja y otra en la parte superior. Algo de dolor, de ese que parece dar punzadas, recorrió toda mi espalda. Sentí de nuevo algo de sabor a hierro y hasta ese momento me di cuenta de que era mi propia sangre.

 Me recosté y me di cuenta que ya podía escuchar mejor. No como una persona normal pero ya no parecía que me estuvieran tapando los ojos con fuerza. Por ejemplo, podía percibir los pasos que daban las personas fuera de la habitación. Creo que fue en ese momento que caí en cuenta que era un hospital. No era una sorpresa pero al menos sabía que me estaban cuidando. Estaba seguro de no tener el dinero para pagar nada de eso pero ya vería después que hacer. Fue entonces cuando todo me cayó encima.

 Pude recordar toda mi vida anterior, quién era y qué hacía. Antes todo lo demás en mi vida parecía haberse ido a un segundo plano oculto en mi cabeza pero ahora ya no era así. Ese muro que lo había ocultado todo había desaparecido y yo podía volver a ser un ser humano más completo, aunque todavía con pedazos ausentes. Porque, aunque lo intenté, no pude recordar qué era lo que había ocurrido conmigo y porqué había terminado en ese muelle, amarrado y ultrajado de varias maneras.

 Momentos más tarde, vino el jefe de policía, con el hombre de ojos grandes y el doctor que me tenía a su cuidado. Él explicó todo lo que había encontrado en mi cuerpo y, aunque ellos estaban impactados por lo que oyeron, yo no lo estaba. De alguna manera, mi cuerpo ya me lo había informado y yo había decidido ponerlo todo en un segundo plano, pues lo primero era sobrevivir. Pero ahora que era consciente de lo que había vivido, derramé algunas lágrimas y solté una carcajada que los asustó.

 Les expliqué que lo hacía porque estaba con vida. Estaba allí, con ellos, con mi cuerpo completo a pesar  de todo. No importaba lo que me habían hecho puesto que todavía estaba en el mundo de los vivos y planeaba aprovechar cada momento que me otorgaran de vida porque entendía lo preciosa que era.

 Sin decir nada, me incorporé mejor y aproveché que tenía al de los ojos grandes cerca. Con la fuerza que tenía, le planté un beso en la mejilla y le dije “Gracias”, antes de caer de vuelta en la cama. Al rato se fueron y pensé en mi vida, en mi cuerpo. No podía dormir. Tenía hambre de comida y de mucho más.

lunes, 29 de octubre de 2018

Allá


   Escondido debajo del vehículo, Juan trataba de controlar su respiración. Era una tarea casi imposible, un reto demasiado grande en semejante situación. Seguía escuchando disparos a un lado y al otro, los gritos se habían apagado hacía tiempo. Parecía que todos se alejaban, pero él no podía moverse de allí. No porque no quisiera, sino porque sus piernas y sus brazos no parecían querer responder. Era el miedo que lo tenía allí, contra el suelo, temblando ligeramente, con sudor frío mojando su ropa.

 Estuvo allí durante varios minutos más, hasta que de verdad se sintió lo suficientemente a salvo como para luchar contra su cuerpo y moverse. No fue fácil, el dolor parecía querer romperle el alma. Sus huesos y cada uno de los ligamentos que los unía lo hacían gemir de dolor. Pero se tragó ese trago amargo y se arrastró de donde estaba hacia la débil luz de la tarde.  No se había dado cuenta de que pronto caería la noche y con ella regresarían los peligros. En ese lugar no era saludable pasear a la luz de la Luna.

 Se recostó un momento en el carro e iba a empezar a alejarse cuando recordó que tenía su chaqueta adentro y, en ella, su billetera con todos los papeles para identificarse. Se volteó a abrir y a coger la chaqueta. Cuando la tuvo en la mano giró la cabeza a un lado y el instinto de vomitar lo asaltó sin que tuviese tiempo de pensar. Lo hizo allí en el coche y luego afuera. Su conductor, con el que había hablado durante un buen tramo del viaje, yacía muerto en su asiento, parte de su cabeza esparcida por el asiento del copiloto.

 No era una imagen fácil de quitarse de la mente y tal vez por eso Juan se alejó con más rapidez de la que hubiese pensado. Sabía que había más cuerpos por allí, de pronto los de las otras personas que habían estado a su lado durante el viaje desde la capital del departamentos hasta el sector donde iban a tener unas charlas de convivencia. Es raro, pero sonrió al pensar en esa palabra porque parecía ser la más inconveniente después de lo sucedido. Solo caminó, sin mirar atrás o a sus pies sino solo de frente.

 Pronto le dolieron los pies. A pesar de tener un calzado apropiado para caminar sobre una carretera sin pavimentar, el estrés durante el tiroteo lo había dejado demasiado cansado. Quiso descansar pero sabía que debía caminar hasta llegar a un lugar seguro. No podía dejarse liquidar tanto tiempo después, de una manera tan estúpida. Caminó como pudo, dando traspiés, con sudor marcado por todas partes y con lágrimas secas en su rostro. Olía el vómito y sabía que probablemente estaba también manchado de sangre. Pero todo eso podía esperar hasta que llegara a alguna parte.

 Tal vez fue dos horas después, o tal vez más, cuando dio una vuelta la carretera y pudo divisar algunas luces a lo lejos. Era un pueblo pequeño, un caserío, pero eso era mejor que nada. Incluso si estaba bajo control de quienes los habían atacado, podría tener tiempo de llamar por teléfono o contactar con su oficina de alguna manera. El celular no lo tenía, pues se lo había dado a una de sus compañeros justo antes del ataque. Ella quería ver si en realidad no había señal y él le había dado el aparato para que se diera cuenta por ella misma.

 Fueron otros quince minutos hasta que se acercó a las casas más cercanas. Pero no golpeó en ninguna de ellas. Tenía que saber elegir, no podía simplemente tocar en cualquier parte pues de pronto podía caer de vuelta en las garras de quienes habían querido matarlo o llevárselo al monte. Caminó hasta escuchar el sonido de gente, en la plaza principal. Era un pueblo horrible, de esos que aparecen de la nada sin razón aparente. Allí no llegaba la civilización y tampoco parecía que les hiciera mucha falta.

 Trató de pasar desapercibido pero la gente de pueblo siempre se fija en los que no pertenecen al lugar. Lo vieron moverse como fantasma y adentrarse en la tienda del lugar. Por suerte, tenía algunas monedas en la billetera y tenían allí un teléfono, de esos viejos, que podía usar para contactarse con su gente. Las monedas apenas alcanzaron para que su secretaria contestara. La había llamado a su casa, porque sabría que no estaría ya en la oficina. Acababa de llegar del trabajo y se mostró asustada de oír la voz de su jefe.

 Sin embargo, puso atención a lo que él pudo decirle en el par de minutos que duró la llamada antes de cortarse. Le preguntó a la mujer de la tienda el nombre del pueblo y ella se lo dio: Pueblo Nuevo. Típico nombre de un moridero. La secretaria tuvo todo anotado y la llamada terminó justo cuando tenía que terminarse. El hombre agradeció a la mujer de la tienda y preguntó que si tenía un baño para que él usara. La mujer lo miró raro pero lo hizo pasar a la trastienda. Al fondo de un largo pasillo había un baño sucio y brillante

   Juan se lavó la cara y tomó un poco de agua. Seguramente no era potable pero eso no podía importar en semejante momento. Enfrentar un mal de estomago parecía algo mínimo después de todo lo que había vivido. Se revisó el cuerpo, mirando si estaba herido de alguna manera, pero no tenía más que raspones y morados por todos lados. La ropa olía horrible pero no tenía con que cambiársela, así que la dejó como estaba, después de tratar de limpiar las manchas más grandes con un poco de agua de la llave. Era inútil pero hacerlo lo hacía sentirse menos mal.

 Como tendría que esperar, salió de la tienda, no sin antes agradecerle a la mujer. Cuando él estuvo en el marco de la puerta, la mujer le ofreció una cerveza, sin costo alguno, para que pudiera recuperar algo de energía. Él sonrió y agradeció el gesto. Se sentó frente a una mesita de metal barato y tomó más de la mitad de su cerveza de un solo golpe. No se había dado cuenta de cuanta sed tenía. Una bebida fría se sentía como un pequeño pedazo de salvación convertido en liquido. Era maravilloso.

 Miró a la gente en el parque, hablando casi a oscuras, a los niños que corrían por un lado y otro, y a la señora de la tienda que limpiaba una y otra vez el mostrador al lado de la caja registradora. Era uno de esos pueblos, en los que la vida parece enfrascada en un eterno repetir, en un rito rutinario que solo se ve interrumpido cuando se les recuerda en qué parte del mundo viven. Porque seguramente muchas de esas personas conocían a los bandidos que habían matado a unos y secuestrado a otros, unas horas antes.

 De pronto eran sus esposos e hijos, sobrinos y tíos. De pronto eran madres o abuelas, o incluso huérfanos. El caso es que todos se conocían o se habían conocido en algún momento de sus vidas. Y ahora vivían en ese mundo que no era sostenible, un mundo en el que no existe la ley y el orden sino que se confía en que las cosas estén bien solo por el hecho de que deben de estarlo. Sí, es gente simple pero eso no significa que sus vidas lo sean. Solo significa que es su manera de enfrentar sus circunstancias.

 Ellos sabían, en el fondo, que vivían en un pueblo condenado con personas que serían su fin. Pero pensar en eso en cada momento de sus días sería un desperdicio de tiempo y de energía. En sus mentes, no había nada que pudiesen hacer para remediar el caos en el que vivían y por eso era que preferían esa existencia pausada, como suspendida en el aire, casi como si quisieran que el tiempo se moviera de una manera distinta. Eran gente extraordinaria pues eran simples y esa era su fortaleza.

 El sonido de un helicóptero se empezó a escuchar a lo lejos y luego se sintió sobre las cabezas de todos. Juan tomó la botella de cerveza y tomó lo último que había en ella de un sorbo. Se puso de pie y salió al parque, viendo como el aparato sacudía los arbolitos que había por todos lados.

 Se posó como si nada en un sitio sin cables ni plantas. Juan se acercó y lo identificaron al instante. Sin cruzar más palabras, el hombre se subió y pronto el aparato volvió al oscuro cielo del fin del mundo, para encaminarse de vuelta a una realidad que estaba tan lejos, que parecía imposible entenderla.

lunes, 15 de octubre de 2018

Más que un equipo


   Mientras él estuviese detrás de mí, no habría problema. Éramos un equipo y nos comportábamos como tal en todo momento. En la base, comíamos juntos y pedíamos hacer guardia juntos cuando era necesario. Claro que todos los demás sabían que éramos más que un equipo pero sabían que no debían meterse con eso. Alguno de ellos, un recluta nuevo, lo hizo una vez y casi no vive para contarlo. Ambos le caímos encima, al mismo tiempo. Solo el general fue capaz de separarnos de nuestro objetivo. Por eso éramos los mejores.

 La misión más peligrosa a la que fuimos enviados tuvo que desarrollarse en secreto, y por eso tuvimos que dejar el uniforme y vestirnos a diario como civiles. Hacía mucho tiempo que ninguno de nosotros hacía eso. Estábamos dedicados al trabajo, a la vida como soldados defendiendo las causas de nuestro país. El orgullo que nos llenaba cuando vestíamos el uniforme era algo que no se podía explicar y creo que por eso nos enamoramos apenas nos conocimos. Sabíamos desde el primer momento que compartíamos mucho.

 En la misión estaba claro que no se nos podía ver como una pareja sino como comerciantes en un viaje de negocios. Por eso tuvimos que alquilar habitaciones de hotel separadas en nuestro destino. Comunicarnos era complicado, pues teníamos que suponer que cualquier comportamiento podría elevar sospechas. Afortunadamente no éramos primerizos en el tema y habíamos elaborado un lenguaje entre líneas que solo los dos entendíamos. Ni siquiera nuestros superiores sabrían de qué estábamos hablando.

 Debíamos esperar en el hotel por un hombre, un vendedor de armas que viajaba por el planeta haciendo negocios con municiones y metralletas ilegales, de las que usan los grupos terroristas con frecuencia. La misión era la de seguirlo y, si era posible, detenerlo bajo custodia militar para interrogarlo. Era un objetivo valioso pero todo debía hacerse en el mayor secreto puesto que la ausencia de nuestro objetivo podía hacer que los demás traficantes se dieran cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo.

 El tiempo estimado para hacerlo todo era de un mes, pero los específicos estaban a nuestra discreción. Desde el momento en el que habíamos dejado el país hasta nuestro retorno, no tendríamos ningún contacto con nuestro gobierno ni con nadie que nos pudiera ayudar si algo salía mal. En otras palabras, la misión era una prueba de alto riesgo para nosotros, ya que si todo salía bien quedaríamos como grandes héroes de nuestra patria pero si las cosas salían mal, lo más seguro es que terminaríamos muertos o tal vez peor. Había muchos riesgos que correr pero al menos estábamos juntos.

 O casi. Él dormía en un habitación del noveno piso y yo en una del quinto. Nos reuníamos para desayunar, después cada uno volvía a su habitación desde donde hacíamos lo posible por rastrear a nuestro traficante y luego salíamos a fingir que vendíamos muchos calentadores de agua, cuando en realidad hacíamos seguimiento a varios objetivos potenciales. No demoramos mucho en dar con el traficante que buscábamos y menos aún tomó darnos cuenta de que sus asociados no eran pocos y que eran mortales, por decir lo menos.

 El tipo le vendía armas a todo el mundo y estaba claro que los compradores venían de todo el planeta hasta esa ciudad para cerrar los tratos que ya habían concertado con anterioridad. Tuvimos que hacer mucha vigilancia y tuvimos también que gastar miles de dólares en nuestra fachada. Al gobierno no le importaba, pues para eso nos habían dado una gran cantidad de dinero, pero había que usarlo bien pues un pequeño error en una situación parecida, podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.

 A la tercera semana, me di cuenta de que no dormía casi por las noches. Tal vez cerraba los ojos por una hora y luego me despertaba y luego dormía otra hora y así. Pasados unos días, ya ni intentaba dormir. Solo lo hacía cuando mi cuerpo no daba más y normalmente lo que pasaba entonces era que prácticamente caía desmayado en la cama, con la ropa puesta, y así amanecía al otro día. Eso sí, nunca me sentía descansado ni tranquilo, muy al contrario. La tensión estaba muy cerca de romperme la espalda.

 En cambio él parecía estar perfecto. Siempre que nos veíamos en el restaurante del hotel para desayunar, se veía como si durmiera diez horas cada noche, cosa que era casi imposible por el trabajo. Además, venía siempre muy bien vestido y perfumado. Creo que un par de veces me le quedé viendo ya no como su compañero de lucha, sino como su amante. Me di cuenta de cosas que me gustaban de él que jamás había notado y fue entonces que empecé a dudar de que él sintiera lo mismo que yo.

 En mi habitación, trataba de enfocarlo todo en el trabajo pero no era tan fácil como parece. Él se me cruzaba en la mente a cada rato y tenía que confesar que pensarlo tanto me estaba llevando, empujando mejor dicho, a un lugar cada vez más oscuro. Sí, es cierto que extrañaba su olor y su cuerpo por las noches, cerca de mi. Es cierto que me daba un cierto sentido de la seguridad y que me hacía sentir mucho más que un simple soldado, que era lo que éramos al final del día. Creo que me di cuenta cuanto le debo a él, porqué es gracias a su presencia que soy la persona que existe hoy aquí.

 Llegó, unas cinco semanas después, el momento esperado. Teníamos que arrestarlo y llevarlo a una base militar aliada para una extracción nocturna. La verdad es que todo parecía más fácil que la vigilancia, tal vez porque ya podíamos ver la luz al final del túnel y sabíamos que todo acabaría pronto. Volveríamos a casa y yo dejaría de dudar de él a cada rato. La soledad y tener que estar callado tanto tiempo me estaba enloqueciendo y me sacaba de quicio que él no pareciera afectado ni remotamente.

 Ya sabíamos su habitación, así que decidimos dirigirnos hacia allí en la mitad de la noche. Para nuestra sorpresa, no había nadie. O eso pensamos al comienzo. Varios hombres empezaron a disparar y pudimos darnos cuenta con facilidad que uno de los compradores del traficante, había decidido ayudarle para salir con vida de allí. Al parecer nuestro trabajo no había sido muy bueno, puesto que ellos se habían dado cuenta de lo que planeábamos hacer. Pero eso era el pasado y el presente apremiaba.

 Nosotros también disparamos y todos en el hotel se despertaron y gritaron. Tendríamos poco tiempo hasta que llegase la policía y era mejor evitar interactuar con ellos. Entre los dos dimos de baja a todos los hombres del traficante y lo encontramos a él a punto de lanzarse por la ventana, con un paracaídas en la espalda. Quise reírme, pero solo lo tomamos con fuerza y lo obligamos a seguirnos. Llegamos al sótano, donde había un coche para nosotros que nos llevó hasta la base militar.

 La misión, al final, había sido un éxito. Y nosotros habíamos salido ilesos, o casi porque una bala lo había rozado a él en el hombro. Me sorprendió que resistiera el dolor y cuando se sentó a mi lado en el avión de vuelta a casa me miró por un momento y luego recostó su cabeza sobre mi hombro. Me sentí mal de haber dudado de él, me sentí traicionero al darme cuenta de que nada podría cambiar lo nuestro, sin importar lo que pasara adentro o afuera de nuestras vidas comunes y corrientes.

 Una vez en casa, nos felicitaron por nuestro trabajo y nos sorprendieron con un apartamento completamente amoblado en la base militar. Solo se los daban a oficiales con familias y era la primera vez que dos hombres vivirían en uno de ellos. Y no podíamos estar más felices, imposible.

 La primera noche juntos después de la misión, nos abrazamos, hicimos el amor y nos dimos tantos besos que perdí la cuenta muy pronto. Lo mejor de todo, y tengo que ser sincero, fue el hecho de poder dormir de verdad y saber que la persona que estaba a mi lado, era mi compañero hasta la muerte.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Siempre estás conmigo


   Nunca creí poder verte a los ojos. Toco tu cara y me fascino al sentir el calor proveniente de tu interior. Me gusta como no sonríes y actúas como si fuera algo a lo que estás acostumbrado, cuando sé muy bien que no es así. Me gusta poner toda la palma de mi mano sobre una de tus mejillas y tan solo sentirte allí conmigo. Resistes cuanto puedes pero terminas siempre por cerrar los ojos o solo moverte un poco. Eso me indica que existes, que de verdad estás allí conmigo y que no te he imaginado como sí lo hice antes.

 Cuando era pequeño, tan solo un niño, supe muy bien que me gustaban los chicos. Me gustaba jugar con ellos, fuese un deporte o a los videojuegos. Me gustaba escucharlos hablar y reír. Creo que fue en ese momento cuando supe que la sonrisa de un hombre era para mí una cura para el alma. Sí, era solo un niño pequeño que no sabía nada de la vida, y sin embargo entendí muchas cosas de mi mismo sin en verdad enfrentarlas. Porque a esa edad no todo es un problema ni causa un drama existencial irreparable.

 Mi curiosidad sexual también se despertó y creo que hice lo que muchos hicimos en ese tiempo: orinar con otros amigos y compararnos unos con otros, como si estuviésemos hablando de carritos de juguete o algo así. No le poníamos mucha atención a nada y creo que por eso todos olvidamos todo tan rápido, sobre todo cuando ha pasado tanto tiempo. Juzgamos duro a los más jóvenes porque olvidamos lo que hacíamos cuando lo éramos. Y eso, estoy seguro, lo hacemos a propósito la mayoría de las veces.

 Ya cuando la pubertad entró a mi vida como un tornado, empecé a soñarte. Es verdad que no siempre tuviste el mismo aspecto pero creo que fue a los doce años cuando supe que quería tenerte en mi vida. En ese momento todo era muy romántico, pues yo solo sabía del amor por las películas y los personajes de los dibujos animados. Lo que yo imaginaba era básicamente un príncipe azul que era perfecto, tal vez con la cara de alguno de mis actores favoritos de la época, que venía y me rescataba de mi triste vida solitaria.

 Ser homosexual es difícil, sobre todo cuando sé es niño o adolescente. De pronto hoy en día las personas sean más comprensivas o abiertas a las cosas pero en mi época no era así y tuve que callar muchas cosas. No podía estar contándoles a mis compañeros y amigos y amigas y demás personas, sobre lo que pasaba por mi cabeza. No podía explicarles que cuando me tocaba por las noches no veía mujeres hermosas o modelos de calendarios sino a hombres que veía todas las tardes en la televisión. Ni siquiera comprendía mucho del sexo y sin embargo los imaginaba allí conmigo.

Mi primera relación sexual fue años después y no fue ni lo más increíble de mi vida ni tampoco decepcionante. Fue solo algo que debía de pasar, no le puse más atención de la que debía pero sí pensé que si hubiese sido contigo, las cosas hubiesen sido muy distintas. Seguro me habría emocionado más verte allí, y mis labios habrían sabido besar de una manera más hábil y segura. Creo que te habría abrazado y jamás te hubiese dejado ir, sin importar las palabras de nadie ni lo que pudiese estar pasando en el mundo.

 Sin embargo, seguías sin aparecer y ya para cuando tuve mi primer novio real, estuve casi seguro de que simplemente no ibas a aparecer jamás. Al terminar esa relación de manera tonta y adolescente, me sentí tonto al creer que el amor era esta cosa que parecía salir de una ridícula película romántica. Decidí dejar de ser el idiota que piensa en el príncipe azul y me dediqué a pensar en mi mismo, decidí ser solo yo y tratar de mejorar lo que eso era, porque todavía no tenía muy claro cual era mi rol en este mundo.

 Y me tomó tiempo. No puedo dejar de pensar lo diferente que hubiese sido todo si hubieses estado allí conmigo. Veía a unos y a otros juntarse y separarse y tengo que admitir que me daba envidia. Es increíble lo rápido que las personajes aceptan a otros pero no se enteran por un solo segundo lo que es vivir bajo su piel. Seguía con los mismos secretos de antes, teniendo que embotellar todo lo que pensaba en mi mente, sin poder ser sincero con nadie excepto con pocas personas, por cortos periodos de tiempo.

 Sí, hubo gente que pasó por mi vida, pero no te he mentido cuando te he dicho que nada significaron pues en un momento clave, cuando alguien decidió que la mentira era la mejor opción, decidí que iba a dejar de buscar el amor a propósito. Decidí que el amor tenía que ganarme a mi como si yo fuese el premio y no el amor en sí. Me dediqué entonces a dejarme llevar y a crecer como persona y ese crecimiento vino con una rica vida sexual de la que ahora tu eres el receptor de sus beneficios.

 Hice de todo con muchos y, como bien sabes, no voy a pedir perdón por nada de lo que he hecho. Sería una tontería pues en cada momento disfruté de lo que hacía, lo hice feliz y sin remordimientos y sin lastimar a nadie. Muy al contrario, hacía a otros igual de felices que a mi. Dejé de pensar en el príncipe azul y te dejé a ti casi en el olvido, en un pequeño rincón de mi cerebro que se fue llenando con polvo y telarañas. El tiempo pasa y no perdona jamás. Te fui dejando a un lado porque simplemente eras una de las ilusiones de un niño solitario y no podía seguir siendo él toda mi vida.

 Sin embargo, soy de aquellos que creen que jamás dejamos de ser nosotros mismos. Podemos ir y venir, hacer y deshacer, y siempre seguimos siendo exactamente los mismo en lo más profundo de nuestro ser. La gente dice que cambia y que aprende y que evoluciona y la verdad no sé que tanta verdad haya en eso. De pronto es verdad pero sí creo que en nuestro corazón somos la misma persona desde el momento en el que nacemos hasta que nuestro cuerpo deja de funcionar y alimenta de nuevo a la Tierra.

 El caso es que me concentré en otras partes de mi vida y el amor, o como se llame ese sentimiento, dejó de existir para mí o al menos su importancia fue tan insignificante para mí, que simplemente parecía no tener ni siquiera validez. Me dediqué a ser una persona en otros aspectos, a trabajar y a aprender e incluso quise tratar de establecer relaciones con otras personas, relaciones basadas en la amistad, en gustos similares y en trabajo. Lo intenté por un buen tiempo, con la mejor actitud que me fuese posible.

 Pero mi mejor actitud no fue suficiente. Me di cuenta de que soy una de esas personas que a nadie le interesa conocer. Creo que esa realización ya la había tenido pero la diferencia entonces fue que acepté lo que quería decir. De pronto a los quince años me habría sentido mal y hubiese incluso querido acabar con mi vida, pero ya mayor, con más de treinta años de edad, decidí que eso no importaba. Si no soy interesante, ni llamo la atención y a nadie le interesa conocerme, debo y quiero entenderlo como problema de ellos y no mío.

 Algunos me acosarán de negativo y de culpar a otros por mis problemas pero así es como me siento y jamás me voy a disculpar por ser yo mismo. No tendría sentido alguno serlo. Y creo que fue en ese momento, cuando por fin me di cuenta quien era y lo que quería en mi vida, que pude correr las cortinas que nublaban mi vista para por fin ver tu rostro detrás de ellas. Tengo que decir, y ya lo sabes, que creí que eras una ilusión. Eres más hermoso de lo que nunca te imaginé, y eso me hizo sonreír, como en esa primera vez que nos conocimos.

 Supe desde el comienzo que eras diferente y por eso insistí en conocerte mejor. Entendí tu actitud y por eso tuve paciencia y ahora sabemos que todo funcionó, como yo siempre pensé que lo haría. Cuando hicimos el amor por primera vez, entendí que todo estaba pasando tal y como debía pasar, ni más ni menos.

 Y ahora toco tu cara y tu tocas la mía, te abrazo y tu me besas. Estamos solos tu y yo y creo que las cosas nunca podrían ser mejores. Tengo miedo pero al mismo tiempo me siento irremediablemente feliz. Por fin sé lo que eso se siente y te lo debo todo a ti y a nunca haberte dejado de soñar.