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miércoles, 2 de enero de 2019

Nosotros y ellos


   Todos estábamos alrededor de la hoguera, caminando y pensando, cerca del fuego que nos hacía sentir algo de calor. Podíamos estar en nuestra casa, en nuestras camas descansando. Pero no, estábamos en ese rincón perdido del bosque haciendo nada, o mejor dicho lo que parecía no ser nada. Había sido una reunión de improvisto, una muy tarde en la noche para que nadie más se enterara de lo que estábamos haciendo o de lo que estábamos hablando. Se podía decir que era solo para nuestros ojos y oídos.

 La hoguera ya había ardido en ese mismo punto muchas veces antes. No era la primera reunión que habíamos hecho, pero esta parecía ser mucho más urgente que las anteriores. Al fin y al cabo uno de nuestros compañeros más cercanos era el que nos había llamado. Gritaba como loco, casi no le pudimos entender al comienzo nada de lo que decía. Cuando por fin se calmó, entendimos que era urgente reunirnos en el lugar de siempre para hablar y entender mejor lo que había ocurrido y discutir lo que había que hacer.

 Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que nos habíamos reunido o, mejor dicho, desde la vez que habíamos formado el grupo y tomado la decisión de vernos de manera periódica. Esto se explicaba por nuestros llamados poderes, aquellas cosas que podíamos hacer que nadie más podía. Cada uno habíamos descubierto poco a poco que éramos diferentes a todas las demás personas y habíamos decidido que no era lo mejor que todos supieran, pues éramos una minoría y la historia no era amable con estas.

 Algunos querían revelarse al mundo, usar lo que podían hacer para ayudar a otros o incluso para reinar entre los demás. Era cierto que no todos los “especiales” como nosotros habían querido quedarse en el grupo, muchos habían decidido que no era lo suyo estar reuniéndose para hablar cosas de la gente como nosotros. Sin embargo, habían estado de acuerdo en registrarse en una especie de lista que teníamos para llevar la cuenta de cuantos éramos y lo que podíamos hacer. Era información clasificada, claro.

 La reunión extraordinaria, sin embargo, quebraba para siempre lo que habíamos hecho. Según él, alguien había descubierto a uno de nosotros. Decía que había manifestado sus poderes sin intención, a causa de un gran dolor. Recordamos haber visto la noticia de una explosión grave en una zona residencial, pero no habíamos pensado demasiado en ello. Ahora resultaba que era una joven mujer que se había revelado a si misma a causa de un malestar causado por una grave gripe. Era muy joven y no tenía idea de cómo controlar sus poderes, no sabía lo que debía de hacer.

 Ella no estaba listada y por eso no conectamos una cosa con la otra. Pero eso no era lo peor. Lo más grave de todo era que la chica había sido tomada de su hogar y lo mismo había ocurrido con el resto de su familia, que hasta donde nuestro informante sabía no eran personas especiales. Habían desaparecido de un momento a otro y ahora era como si nunca hubieran existido. El informante no sabía más y era claramente el más nervioso de todos. Cuando terminó su historia, solo se sentó y susurraba por lo bajo.

 Por eso nos quedamos todos un poco asustados porque lo que significaba para nosotros era grave. No solo la gente ya sabía que existíamos, sino que ahora parecía que nos querían ocultar y hacer quien sabe que cosas con nosotros. No teníamos idea si el gobierno tenía algo que ver con ello o si era algún grupo externo el que se proponía exterminarnos o hacer algo con nuestros poderes. No era raro escuchar que la gente tal vez nos tuviera envidia si supieran las cosas que podíamos hacer.

 Éramos gente especial, diferente, y lo que único que podíamos hacer era ocultarnos lo mejor posible y simplemente vivir nuestras vidas lo mejor que pudiéramos. Era ilusorio creer que todo el mundo iba a aceptarnos así como así. Incluso habíamos escuchado los comentarios que otros decían que se habían hecho después de la explosión causada por la chica y no eran nada buenos. Eso fue lo que nos quedamos hablando toda la noche alrededor de la hoguera, sintiendo frío y calor al mismo tiempo.

 Para algunos, la siguiente acción debía ser la de ubicar a la chica para saber si estaba bien o si había sido asesinada por quienes se la habían llevado. Otros decían que lo mejor era que las cosas siguieran como antes, sin que nadie hiciese nada por averiguar nada. Ellos argumentaban que buscar e investigar demasiado podía ser contraproducente y, al final del día, revelar nuestra existencia de manera inequívoca. Y había otros, pocos, que creían que esa era la mejor idea de  todas.

 Para ellos seguir ocultos era ridículo. Querían que nos presentáramos frente a la sociedad como una opción diferente para poder crecer y ser cada vez mejores, como seres humanos que éramos todos. Sabían que habría personas que estarían contra nosotros, pero pensaban que nuestros poderes serían la clave para que siempre estuviéramos encima de todo y todos. Sí, era una idea que se oía muy bien pero todos sabíamos que también podría ser el fin de todo lo que habíamos tratado de salvar. Cualquiera de las decisiones resultaba en algo que no era agradable, que no iba contentar a todo el mundo.

 La reunión terminó cuando el sol empezaba a lanzar sus rayos sobre las copas de los árboles. Apagamos la hoguera con cuidado, uno de nosotros teniendo poderes para absorber el oxigeno y así absorber todo sin que nadie se diera cuenta. Al final no pudimos acordar nada y cada uno siguió pensando exactamente lo que ya pensaba antes. Nos ayudamos de mis poderes para que cada uno llegara a su casa de la manera más rápida y segura. Los últimos fuimos mi pareja y yo, que habíamos llegado al bosque en automóvil.

 Debíamos conducir por una hora para regresar a casa y eso ayudó a que nuestras mentes se calmaran un poco. No hablábamos porque ya lo habíamos hecho demasiado, pero era obvio que todavía teníamos mucho en la cabeza. Prendí la radio para tratar de dejar de pensar pero resultó ser la peor de las decisiones. Estaban anunciando una noticia de última hora y era lo peor que podía escuchar en ese momento. Al parecer, alguien estaba atacando un distrito de oficinas en Japón, y por lo que parecía, la persona tenía poderes.

 La policía ya había disparado contra el agresor y no había resultado. También los bomberos y el ejercito trataban de hacer lo propio, pero les resultaba casi imposible. Mi pareja empezó a utilizar el portátil para acceder a la lista que teníamos y ver quien podría ajustarse al perfil de la persona que estaba atacando en las noticias. No teníamos muchos registrados de esa parte del mundo pero había que pensar que alguna otra persona podría tener mis poderes o algunos muy parecidos, para moverse de manera rápida.

 Ambos escuchamos la descripción de lo que ocurría y de lo que hacía el atacante. Eso nos ayudó para descubrir que el atacante era precisamente la persona que había estado minutos antes en la reunión, aquel que nos había alentado a usar nuestros poderes para imponernos ante los demás y revelar de una vez por todas quienes éramos y que existíamos. No tengo ni idea como llegó allí tan rápido, pues no fui yo quién lo envió a ese lugar del planeta. Tal vez incluso me había engañado de alguna manera.

 Detuve el coche frente a nuestra casa, una pequeña estructura de un solo nivel en los suburbios de la ciudad. Sin embargo, no nos bajamos del vehículo sino que seguimos escuchando las noticias. De repente, supimos que las cosas habían cambiado para siempre, de manera irremediable.

 Se oyeron gritos y más tiros y, en un momento, la señal de la radio pareció irse. Sin embargo, un anunciador explicó lo que había ocurrido: el atacante había sido abatido pero no sin antes asesinar a tres rehenes que tenía contra una pared. La gente estaba asustada y nosotros lo estábamos aún más.

miércoles, 13 de junio de 2018

Habilidades especiales


   Volé sobre el mar por varias horas, hasta que sentí que había llegado al lugar correcto. Dando una voltereta un poco tonta, aterricé cerca de un acantilado hermoso. La luz de la tarde acariciaba a esa hora toda la costa y las sinuosas grietas de toda la zona se veían todavía mejor con esa luz color ámbar que lo bañaba todo. Los animales, más que todo aves, parecían haberse calmado solo por la presencia de semejante fenómeno natural tan apacible. Era un lugar perfecto para alejarse del mundo y poder pensar un poco.

 Al menos eso era lo que yo había ido a hacer allí. Después de tanta cosa, de peleas con personas de un lado y de otro y de batallas reales con consecuencias abrumadoras, había decidido que tenía derecho de irme lejos para poder pensar un poco. Sabía que mi decisión no sería bienvenida con todos pero la verdad eso era lo de menos. No podía agobiarme a mi mismo tratando de complacer a los demás, no en ese momento. Necesitaba pensar en mi mismo por un tiempo, saber qué era lo que necesitaba como ser humano.

 Ser humano… Que gracioso suena decir eso e incluso pensarlo. Ser un humano… Y yo vuelo y vine aquí después de viajar una larga distancia. Y la gente que conozco, con la que trabajo, tiene las mismas características, aunque no todos vuelan. Por ejemplo, Loretta sabe gritar de una manera que a nadie le gustaría escuchar jamás. Es gracioso porque suele ser muy callada, tal vez por eso mismo. Y Antonio puede manipular la forma de su cuerpo a voluntad. Se puede meter por donde quiera, no hay nada que lo detenga.

 Y Javier… Mierda, olvidaba lo mucho que me duele pensar en él. Solo hemos podido hablar solos un par de veces, y en ambas ocasiones ha pasado algo que no nos ha dejado decir mucho más que algunas frases sin sentido. Él anda para arriba y para abajo con Marta, esa chica rubia que básicamente es la secretaria de nuestro jefe. Ella no es especial como nosotros pero se comporta muchas veces como si viniera de otro planeta. Desde que trabajamos todos juntos me ha caído bastante mal y ahora es cada vez peor. No la soporto.

 Su mirada es siempre condescendiente y habla como si le estuviera explicando todo a un montón de niños de preescolar. Creo que no soy el único que no aprecia su presencia en el equipo, pero ciertamente sí soy el único que se ha ido a discusiones verbales con ella. Jamás he sido muy bueno que digamos en eso de callarme y seguir adelante. No puedo. Tengo que decir lo que pienso, así sepa que voy a herir a alguien con mis palabras. Pero ella parece estar hecha de teflón o algo por el estilo porque parece que nada le hiciera daño. Las cosas, sin embargo no son peores y eso es por Javier.

 Al comienzo, tengo que confesar, que no lo había detallado mucho. Pasaron seis meses hasta que nos hablamos por fin. Fue un breve intercambio en un ascensor. Hablamos de nuestras habilidades especiales y de nuestra vida justo antes de empezar a trabajar en el equipo. No dijimos nada demasiado profundo ni demasiado personal. Fue un simple intercambio de palabras entre personas que trabajan en un mismo lugar. Fue cordial y amable, ni más ni menos. Y sin embargo, debo confesar que sentí algo entonces.

 Mientras camino por el borde del acantilado, mirando como el mar crea cada vez más espuma sobre las rocas, recuerdo como empecé a pensar en él cada vez más. Era como obsesión que había nacido y se apoderaba cada vez más de mi mente e incluso de mi cuerpo. La segunda vez que hablamos fue mucho después, cuando ya habíamos trabajado de manera activa juntos. Debo decir que cuando mencioné antes que habíamos hablado solo dos veces, me refería a después del incidente. El muy desafortunado incidente.

 Nuestra versión oficial era que no había pasado nada y que todo lo que la gente decían eran puros chismes que buscaban crear algo donde no lo había. Pero nosotros tres, Javier, Marta y yo, sabíamos muy bien que todo lo que se decía por ahí era completamente cierto. Era muy complicado parecer indiferente ante algo que todos parecían interés en discutir. Además cada uno lo asumía de manera diferente: unos de verdad querían saber y preguntaban detalles y otros se hacían los indiferentes pero obviamente querían saber más también.

 Al fin y al cabo, lo único que habíamos hecho era darnos un beso. Aunque eso sonaba demasiado romántico. No había sido tanto un beso como una acción de extrema urgencia que habíamos tenido que tomar en el frente de batalla. Javier había sido herido gravemente y su respiración parecía haberse detenido. Por radio, nos dijeron que lo mejor era ayudarlo a respirar. Eso solo podía hacer con un masaje cardiaco, imposible en nuestra situación, o con respiración de boca a boca y masajes en el área abdominal.

 El problema recaía en que Javier tenía una habilidad bastante peculiar y es que absorbía la energía de cualquier ser humano que lo tocara. Al parecer era algo que podía manejar pero solo cuando estaba consciente y en buen estado de salud. Así, desmayado como estaba, no se sabía. Fue Marta quién sugirió que yo lo hiciera. Pensaba que la habilidad de Javier podría matarla a ella pero yo, por mis poderes, podría sobrevivir. Tengo que admitir que ella no tuvo que insistir mucho. Lo hice sin pensar en nada, lanzándome al vacío como lo había hecho antes en tantas ocasiones. El eterno irresponsable.

   Al comienzo, no sentí nada. Pero luego empezó un cosquilleo en mi boca que se hizo cada vez más notable con cada intento para que Javier pudiese respirar de nuevo. Mis labios y mi cuerpo entero hacían lo que podían, bombeando aire dentro de Javier para que este pudiese vivir. Pero por alguna razón, no funcionaba. Fue como al décimo intento cuando vimos signos de vida en él: tosió y se movió un poco. Yo estaba feliz. Detuve mis intentos y lo miré a los ojos. Fue entonces cuando sentí arder mi alma.

 Esa es la mejor manera que tengo para describirlo. Mientras veo como el sol cae en el mar para ocultarse durante otra noche más, recordé como ese ardor indescriptible recorría mi cuerpo y parecía hacerme querer ver el infierno. No recuerdo gritar pero Marta dice que lo hice. Incluso, la única vez que hablamos de ello, en presencia del jefe, dijo haber visto como mis ojos se ponían de un color rojo brillante. Dijo estar muy asustada y no querer hablar nunca más del tema. Y no lo hicimos, con nadie.

 La gente solo sospechaba que yo había besado a a Javier para salvarlo, eso era todo. Se burlaban a besos, haciendo chistes idiotas acerca del momento. Ellos no estaban allí, así que no tenían idea de cómo había sucedido todo. No sabían del afán que tuvimos de salvarle la vida a Javier y no tenían ni idea, ni podían imaginarse, que algo dentro de mi cuerpo se había despertado con esos “besos”. En vez de quitarme energía, parecía que Javier me había dado algo que yo no había poseído antes. Desde entonces, tengo miedo.

 Por eso vine aquí, a un lugar que solo había visto en documentales y películas. Es una isla sin habitantes en las costas escocesas. Gente ha venido aquí en muchas ocasiones pero nunca se quedan mucho tiempo. El mar y el viento no dejan que la gente se acostumbre al clima tan severo. Hay tormentas con frecuencia, por lo que no es raro que la lluvia cubra toda la superficie del lugar por varias horas. No es un sitio al que alguien vendría a buscarme y precisamente por eso me vine volando hasta aquí.

 La luz ya se había ido. El sol ya no estaba pero entonces la Luna apareció tras unas espesas nubes oscuras e iluminó el extenso mar que había abajo. Me senté al borde del acantilado, sin miedo de caerme. Había perdido el temor a muchas cosas con el paso del tiempo, una de ellas las alturas.

 Entonces sentí de nuevo ese ardor en el pecho. Por un momento pensé que me iba a partir el cuerpo en dos. Pero entonces lo logré dominar, o eso creo. Fue entonces cuando entendí que no debía quedarme allí mucho tiempo. Tenía que volver. Tenía que hablar con Javier de todo esto y de más aún. Era necesario.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Rebeldes (Parte 1)


   Todo el lugar era un caos. Había explosiones sin cesar y gritos que trataban de romper el muro de ruido que la batalla había armado en ese otrora hermoso campo. Era increíble pensar que hasta hacía muy poco, pasto de un verde intenso crecía allí. Un pasto que los granjeros veían apropiado para sus rebaños, pues era una tierra de todos y la naturaleza se había encargado de que el lugar fuera casi como un santuario para la vida silvestre. Lamentablemente, el paraíso no duró para siempre.

 La mayoría de los combatientes portaban un uniforme blanco que, por alguna extraña razón, no se manchaba con nada. Algunos decían que tenía propiedades mágicas, producto de las alianzas formadas durante la guerra. Muchos seres oscuros y peligrosos habían surgido de las entrañas del mundo y algunos de ellos estaban allí, en la mitad del campo de batalla. Algunos eran monstruos horribles que podían quebrar un cuerpo en dos con sus mandíbulas y otros eran seres que se veían más normales pero que tenían habilidades particulares.

 Escondidos detrás de una duna de tierra negra, Al y Chris esperaban el momento justo para su ataque. Ellos estaban del lado contrarios de las tropas de blanco. Vestían ropa común y corriente pero también tenían sus haces bajo la manga. Sin embargo, sus superiores les habían recordado que no podían usar nada de lo que sabían antes de tiempo, para evitar que el enemigo los tomara pronto como objetivo de sus ataques. La idea era pasar desapercibidos hasta el momento adecuado.

 Habían estado escuchando las explosiones por un buen rato, habiendo aparecido en el lugar justo antes de que las tropas blancas decidieran atacar, aunque los rebeldes vestidos de ropa común estaban listos para la embestida. Eran menos numerosos pero más difícil de atrapar por su gran agilidad, una cualidad que habían obtenido tras años de correr por entre las calles de las ciudades dominadas por los Blancos. Tenían que aprender a robar para sobrevivir en el mundo.

 Chris miró a Al y asintió. Al hizo lo mismo y desapareció de golpe. No corriendo ni volando ni haciendo nada de lo que haría una persona común y corriente. Al tan solo había desaparecido y aparecido de pronto un kilometro al norte, desde donde tendría una perspectiva diferente de la batalla. Era un terreno algo escarpado, por lo que su visión sería perfecta. Los Blancos habían tomado la posición ventajosa. Con un golpe fuerte, podrían vencer a los rebeldes empujándolos al mar. Y por muy recursivos que fueran, no todos sobrevivirían la caída al agua.

 Al de nuevo desapareció desde donde estaba y apareció al lado de Chris. Con una mirada, Chris supo que Al había confirmado lo que ya sabían. No solo que los Blancos tenían la clara ventaja en la batalla, sino que habían ignorado proteger uno de sus flancos por la soberbia misma que los sostenía en el mundo. Ese era el sitio para atacar y ellos dos eran el arma secreta de los rebeldes para cambiar el rumbo de las cosas en el mundo y por fin poder respirar en paz.

 Al y Chris se tomaron de la mano y esta vez los dos desaparecieron. Aparecieron casi al mismo tiempo detrás de unos arbustos. Cuando miraron por entre las hojas, los últimos soldados Blancos pasaban casi corriendo para unirse a la batalla. Para ellos habría grandes riquezas y recompensas si se unían a las peleas que su gobierno armaba contra minorías que no tenían como defenderse. Al menos no hasta ahora. Puesto que los rebeldes habían sacrificado muchas vidas por una victoria.

 Después de unos minutos, los dos hombres salieron de entre los arbustos. Se miraron una vez más y supieron que ese era el último momento que estarían juntos. Habían sido pareja en el grupo de infiltraciones por meses, reuniendo información de las tácticas militares de los Blancos y de ese preciso lugar alejado, a propósito, de grandes zonas habitadas que podrían haber sido afectadas con una batalla de semejantes proporciones. Eran jóvenes pero su conocimiento era vasto.

 Sus ojos se quedaron entrelazados unos segundos más. Entonces, Chris miró hacia la batalla y, sin dudarlo, corrió gritando con todas sus fuerzas. De repente, su cuerpo empezó a quemarse. Llamas cubrieron su cuerpo de un momento a otro e incluso fue capaz de elevarse del suelo y volar por encima del campo negro.  Y sus poderes no terminaban allí: desde la retaguardia, lanzó llamas de un intenso color amarillo hacia los Blancos. Los fue encerrando con cercas de llamas de dos metros.

 Los soldados Blancos estaban aterrorizados. Nunca habían sido testigos de algo semejante. Sabían que había gente con poderes extraños, ellos mismo habiendo negociado con algunos de ellos para aprovechar sus poderes en el campo de batalla y en la vida diaria para intimidar al que necesitaran hacer pensar dos veces sobre sus acciones. Pero ese hombre en llamas era algo completamente distinto. No solo su poder era intenso en todo el sentido de la palabra, su sola silueta en el cielo nublado era suficiente para hacer correr a cualquiera, antes de morir calcinado.

 Al también se había unido a la batalla, tratando de ayudar a los rebeldes empujados hacia el mar a retomar terreno. Usando su poder de transportación instantánea, podía golpear a varios soldados separados por varios metros, casi al mismo tiempo. Su velocidad y la ferocidad de Chris habían sido las armas secretas de los rebeldes. Y parecía que la estrategia estaba funcionando a las mil maravillas, puesto que los Blancos parecían querer retirarse pero no podían por los muros de llamas.

 Los dos jóvenes estaban seguros de haber hecho lo correcto al proponer semejante ataque. Sus superiores habrían preferido esperar un poco más de tiempo para irse de cabeza contra los Blancos, pero Al y Chris los convencieron de que un ataque frontal y definitivo era la mejor idea, sobre todo porque evitaría la muerte de muchos otros que estaban siendo masacrados o torturados en las ciudades, solo por haber robado una pieza de pan o por querer evitar el servicio militar obligatorio.

 Los rebeldes tenían ganado el día. O casi. De la nada, más soldados Blancos y más bestias salidas del infierno mismo aparecieron para enfrentar a los rebeldes. Una de ellas tenía un aspecto parecido a un murciélago gigante. Fue ella quién atacó con magia negra al hombre en llamas y lo tumbó del suelo, cayendo a tierra con un golpe seco. Allí, se enfrentó a soldados Blancos a puño limpio. Mantuvo su posición un rato pero ellos eran muchos más y sus llamas se habían apagado por el esfuerzo.

 La murciélago bajó de los cielos y lo golpeó una y otra vez. Chris quiso usar su poder pero no podía, estaba exhausto. La criatura lo apretó contra el suelo y rió, de la manera más espeluznante posible. Dijo algo en un idioma extraño y uno de los soldados le pasó una delgada espada. La criatura blandió la espada y, por un segundo, todo parecía terminar. Sin embargo, Al había visto a Chris caer del cielo y había corrido hacia su compañero. Como pudo, se movió como bólido entre el enemigo.

 Apenas estuvo detrás de la criatura, se agachó de golpe y tomó a Chris por uno de sus tobillos. La espalda cayó con fuerza pero en el suelo no había nadie a quien matar. La criatura había perdido a su presa pero tenía muchos otros rebeldes que aplastar. Los Blancos ganaban, de nuevo.

 En un lugar lejano, sin caminos ni gente, aparecieron los dos rebeldes apenas respirando. Chris estaba todavía de espaldas, esperando sentir la espada penetrando su cuerpo. Pero entonces sintió algo en un pie y vio que era Al, herido de gravedad justo antes de transportarlo a un sitio seguro.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Cucharada de realidad, la mía al menos

   Nada. Nada por ningún lado. No hay opciones, no hay alternativas, no hay absolutamente nada que hacer. Claro que más de uno culpa a la persona, en este caso a mí, y dicen que no buscamos con suficiente ahínco o que simplemente no queremos trabajar y los ocultamos con numerosas excusas. No les voy a hablar de excusas porque no las tengo ni las quiero tener. Les voy a hablar de la realidad de las cosas, de lo que es estar sin trabajo en un mundo donde un desempleado es peor que un ladrón.

 Un ladrón entra a las casas y roba lo que haya de valor, o al menos que para él o ella tenga valor. Y agrego el “ella” porque en esta época del mundo no se puede ser sexista en ningún caso. Todos y todas podemos ser ladrones, viciosos, groseros, irresponsables y ejemplos de lo peor de la humanidad. Tener pene o vagina no cambia nada de eso. La humanidad está podrida y la fisionomía de los cuerpos poco o nada cambia nuestro potencial para ser todavía peores.

 Pero ese no era el punto del que hablaba. Lo que decía es que los ladrones tienen un trabajo. Es ilegal pero lo tienen. Igual pasa con los cartoneros que se la pasan recogiendo papel y cajas por las calles o los que piden dinero en las esquinas sin dar nada a cambio. La gente no lo dice a viva voz pero a esas actividades se les considera trabajo a la vez que son maneras de no morir en las grandes ciudades. No importa quién sea o para qué necesite el dinero, el punto es que algo hacen y la gente los ve.

 Y ese es un gran punto. ¿Porqué creen que a estas alturas de la historia humana la gente todavía se viste de traje y corbata, con zapatos bien brillantes y todo muy en su lugar? La gente dice que se trata de etiqueta, de estar presentable y de lucir pulcro y bien presentado. Pero hay algo más. Esos elementos son visibles a casi todo el mundo y le grita en la cara a cualquier transeúnte: “Tengo trabajo y todo esto que llevo encima es prueba de ello. Aporto a la sociedad”, así no sepamos que carajos hacen.

 Porque no hay trabajo malo. Al menos no a los ojos de sociedades que han vivido desde siempre en un estado de necesidad perpetua. En estos países del llamado “tercer mundo”, nunca hemos sabido como se siente vivir sin necesidades, hasta las personas con más dinero las tienen de una manera o de otra. Por eso hacer cualquier cosa es bueno, no importa si fritas papas en un restaurante o saludas a la gente al entrar en un edificio o si pretendes hacer respetar la ley. Los seres humanos respetamos el hecho de que alguien más haya decidido que una persona es lo mejor para cierto puesto.

 La convención humana dice que cada uno tiene su lugar. Ese cuento chino (más bien europeo o gringo) de que todos valemos lo mismo es una mentira enorme. Ni a los ojos de la sociedad ni a los ojos de la ley somos iguales. Hay poderes mucho más fuertes que impulsan por debajo todo lo que vemos. Uno de esos poderes es el dinero pero otro, que subestimamos seguido, es nuestra propia manera de hacer las cosas, nuestras costumbres arraigados en los más hondo del cerebro.

 Culpamos a los poderosos o a los pobres de todo y de nada pero la verdad es que cada uno de nosotros aportamos a que las cosas empeoren o mejoren o, en el caso actual, a que todo siga como ha sido durante el último siglo. Miles de avances tecnológicos no cambian nuestra manera de ser en lo más hondo. Seguimos teniendo costumbres tontas, como ignorar las mejores porque creemos que tiempos peores fueron mejor, solo porque no aceptamos nuestro presente.

 Ese estado de negación perpetua es el que ayuda a que el mercado laboral sea, en esencia, el mismo que hace unos cincuenta años. Sí, por supuesto que han aparecido nuevos empleos y se han abierto caminos antes inexplorados. Pero siguen siendo trabajos y a la gente se le sigue seleccionando de la misma manera. Así sea un robot el que analice las hojas de vida, el resultado será el mismo pues los datos que se consideran no han cambiado y, seguramente, jamás lo hagan.

 La edad es un factor clave. Alguien joven es, a los ojos del mundo laboral, alguien con vigor y energía, capaz de traer ideas nuevas que ayuden al progreso general de la empresa. Sin embargo, también son mulas de carga, pues tienen mayor resistencia y se les puede pedir lo que sea y lo harán porque, en estos países de los que hablamos, no pueden darse el lujo de negarse a hacer una u otra cosa. Así sea algo que no tiene nada que ver con su cargo, lo harán porque se arriesgan a perder su miserable sueldo.

 Y es que los sueldos siguen siendo miserables porque la humanidad avanza, nunca para. Así lo suban hoy y pasado mañana, el sueldo seguirá sin ser suficiente para poder vivir una vida realmente agradable. Ese lujo está reservado para los ricos y para las personas que esperan cuarenta años o más para poder reunir lo suficiente para hacer de su vida algo de provecho. Esas historias son contadas y hoy en día pareciera que son más numerosas. Pero es una ilusión del mundo interconectado que hoy. Sigue siendo igual de idílico que hace décadas.

 Lo otro es la educación. La pobre educación que ha pasado de ser un pilar de la humanidad a un negocio que se vende como salchichas a la salida de un estadio. Ya no hay calidad sino nombres y precios, como quien va a comprar ropa a un centro comercial. Lo que la gente busca es comprar la marca más cara que pueda comprar y ojalá esa le sirva para lo que quiere hacer. A veces el solo nombre es suficiente y otras veces hay que apoyarlo con más inversión, dinero y dinero.

 La calidad es algo que pasa a tercer plano, ni siquiera a segundo. Son esos árboles que pintábamos cuando éramos pequeños, al fondo de todos nuestros dibujos. Hacíamos el tronco, grueso o delgado, de color marrón y luego una suerte de nube verde que iba encima. De vez en cuando le dibujábamos algunos frutos pero los colores se confundían y lo que se suponía eran manzanas se convertían en bolas negras. Así es la educación, nosotros la hacemos para bien o para mal.

 Esos que hablan de un profesor u otro, que ese sabe más o que esa clase es más satisfactoria, solo está tratando de justificar el dinero gastado. Porque, de nuevo, somos nosotros, cada alumno, el que hace que toda la educación tenga sentido. Y no hablo solo de la universidad sino también de la secundaria, la primaria y hasta el jardín de infantes, que hoy cuesta una millonada y no sirve para nada, excepto como peldaño a un colegio caro que es tan vacío como una caja sin contenido.

 En los trabajos existentes no quieren personas creativas. Eso, en una palabra práctica, es pura mierda. Muchos trabajos dan la ilusión de ser una aventura o, peor aún, de dar el control al trabajador. Pero eso no existe o sino todos serían sus propios jefes y ni siquiera la gente que de verdad lo es puede hacer lo que se le da la gana. Hay fuerzas de todas partes, que quieren algo o que solo lo toman. La mente que piensa ya no es una cualidad sino un problema, si acaso un estorbo.

 Esas son mis justificaciones o como sea que les de la gana de llamarlas. Así explico yo el hecho de tener más estudios que la mayoría y, sin embargo, a los casi treinta años de edad, ser un fracaso completo a los ojos de toda la sociedad, sin excepción.


 Y lo peor, o la sola realidad, es que no me arrepiento de los pasos que he dado. Si tuviera una máquina del tiempo, no la usaría. Porque sería este mismo mundo de mierda el que estaría del otro lado del umbral. Y ya está visto que a mi eso no me sirve para nada.