miércoles, 4 de abril de 2018

Naranja


   Como en todas las situaciones, el primer día fue el peor. No solo por la pérdida de mi libertad como ser humano, sino porque con cada paso que daba, parecía reafirmarse el hecho de que no vería el mundo exterior en muchos años. A la entrada me hicieron varias preguntas, mi abogado entregó los documentos pertinentes y ahí nos despedimos. Obviamente había venido por hacerme una cortesía pero estaba claro que ya no era necesario. Había confiado en él pero todo había salido mal.

 Se fue mientras revisaban todo y cuando terminaron, me hicieron pasar a un cuarto pequeño. Me pidieron que me quitara toda la ropa y la pusiera en una bolsa como de la basura. Me sentí muy mal en ese momento pero respiré profundo e hice lo que me pedían. La vida iba a ser así por un largo tiempo para mí y la verdad era que no quería tener más problemas de los necesarios. Así que allí, frente a dos guardias de seguridad, me quité la ropa y me puse el uniforme de prisionero que me habían entregado.

 Todo lo que tenía, lo poco que tenía, se fue en esa bolsa de la basura. En mi mente, me despedí de esa ropa. No era nada especial pero era mía y eso tenía un significado enorme ahora que entraba en un lugar en el que nada sería mío. Al poco rato me asignaron una cama en una celda, que debía de compartir con otros dos reclusos. En total tendríamos que ser cuatro, pero una de las camas todavía estaba vacante y no por falta de reclusos sino de colchones. Cuando vi el lugar, quise gritar o llorar.

 Pero no hice nada de eso. Solo entré en silencio a la celda y me senté en la cama asignada. Los guardias se fueron, hablando entre sí de algo que no supe que era. En la celda no había nada pues era la hora de comer. Me la había perdido, al parecer. No importaba, mi cuerpo no parecía ser muy capaz de aguantar nada sin regresarlo al exterior casi al instante. Me recosté en la cama y cometí mi primer error en la cárcel: me quedé profundamente dormido. Creo que por la tristeza, pero la razón poco importa.

 Me desperté al sentir que oprimían mi pecho. Los que supuse que eran mis dos compañeros me tenía agarrado de los brazos y las piernas para que no me moviera, uno además cubría mi boca con sus enormes manos. No podía verlos bien porque ya estaba oscuro, seguro era la madrugada. Podía olerlos, su sudor, así como escuchar sus voces susurrar cada cierto tiempo. Fue entonces que sentí que el que me tomaba las piernas me bajó el pantalón. Traté de luchar pero el que me tenía bloqueado por arriba saco algo, una droga probablemente, y la puso bajo mi nariz. Eso es lo último que recuerdo.

 Todo eso se lo dije al tipo encargado al día siguiente, después de que uno de los guardias hubiese venido a despertarme para los ejercicios matutinos. Yo no le había respondido y ahí el tipo había dado la alarma, pues mi colchón estaba manchado de sangre. En la enfermería fue donde les conté todo lo que había pasado. No me importaban las razones por estar en ese lugar, no me importaba nada. Pedí que me cambiaran de celda, a cualquier lugar excepto de vuelta adonde estaba antes.

 Eso hicieron y creo que fue la última vez que las autoridades hicieron algo por mí. Tardé en darme cuenta que esa única gracia me fue concedida porque mi nombre seguía en los medios y para la cárcel hubiese sido un gran problema que el condenado más reciente hubiese sido violado en su primera noche en el sistema penitenciario. Querían que mi nombre y mi historia murieran pronto para poder hacer conmigo lo mismo que hacían con todos los demás: nada. Solo observar y nada más.

 En mi nueva celda sí había otras tres personas pero ninguno parecía muy interesado en los demás, algo que para mí era preferible. Esta vez me tocó en la parte superior de un camarote. Cuando subí, me di cuenta de que el colchón era el mismo en el que había sangrado la noche anterior, todavía estaba la mancha de sangre seca ahí. Estaba claro que no iba a desperdiciar un colchón nada más por un poco de sangre.  Me incomodó un poco pero al menos podía descansar en paz, sin que nadie me jodiera la vida.

 Al tercer día fue cuando empecé a ver la realidad de la vida en la cárcel, tanto las comidas en el comedor como el patio de ejercicio y los salones para talleres varios. A la mayoría de los reclusos poco o nada les interesaba estudiar o avanzar en cualquier manera dentro de esos muros. Muchos de ellos iban a estar allí para toda la vida, así que no veían el punto de aprender o de congraciarse con la justicia. Ella ya había dado su sentencia y los había arrojado a ese hoyo oscuro del que no saldrían nunca.

 En la primera semana, aprendí que todos allí éramos culpables. Sí, puede que hubiese algún inocente del crimen del que lo habían condenado, pero de todas maneras nos convertíamos en seres culpables y criminales allí dentro. Empezábamos a manejarnos en turbios negocios o en actitudes que solo personas con una moral dudosa podrían tener. La verdad es que lo noté en mí y jamás me importó. Mi sentencia no era para siempre pero era larga y no podía vivir todo ese tiempo con miedo, no podía esperar a que me pasara lo mismo que el primer día de nuevo. Algo tenía que hacer.

 Al comienzo fui a clases de carpintería, pero me aburrí bastante. Así que pasé a ser uno de los ratones del gimnasio, como decían los otros. Me dediqué a mejorar mi físico y, para mi sorpresa, hice buenos amigos allí. Sí, eran personas que habían hecho cosas horribles, y otros cosas reprobables, pero fueron mis amigos en ese lugar. Tuve un grupo con el cual consumir las tres comidas del día, con los que hablaba seguido de nuestras vidas afuera y nuestras expectativas para el futuro.

 Claro que mi violación salía siempre a relucir. Fueron rápido en hacerme saber que lo mío no había sido nada especial, era algo que pasaba con bastante frecuencia y sobre todo a personas como yo. Los tipos esos sabían desde antes cuando alguien nueva iba a llegar y, si ellos lo creían necesario, los castigaban durante su primera noche. Mis nuevos amigos dijeron que yo no era el primero y ciertamente no sería el último. Era verdad. Vi a muchos vivir lo mismo durante mi estadía allí e hice lo posible por ayudarlos.

 Algo extraño fue que uno de mis compañeros me confesó con el tiempo que yo le había gustado desde siempre, pero que en un lugar así la discriminación podía ser muy severa, a pesar de que todo tipo de hombres tenían que convivir con todo tipo de hombres. Con el tiempo tuvimos algo que se podía llamar una relación. Estaba seguro que de haber estado afuera, nunca nos hubiésemos conocido. Pero la vida es así y aprendí que no soy nadie para refutar nada ni dudar de la sabiduría del destino.

 Creo que el punto más alto de nuestra relación fue cuando supe que había habido un altercado en las duchas y alguien había terminado muerto. Nos metieron en un nuestras jaulas y no dijeron nada por horas hasta que al otro día algunos sacaron conclusiones: habían sacado a un muerto del lugar y ese había sido uno de mis violadores. El otro estaba en la enfermería, muy malherido. Del atacante no se sabía nada, pues el agua había limpiado el arma homicida. Pero yo no necesite evidencia para saber.

 En el patio hablamos todos de lo sucedido y me di cuenta de que mi seguidor número uno tenía moretones en la zona abdominal y un corte pequeño en la cara. Él era un tipo grande, que había ido al gimnasio mucho antes de entrar en la cárcel. Él me miró en ese momento, directo a los ojos.

 Supe que mi conclusión era cierta y entonces me le acerqué y le sonreí. No sé porqué lo hice, no sé si lo quise de verdad o que fue lo que me pasó. Tal vez era solo agradecimiento. Pero debo confesar que sin su amistad, su extraña versión del amor, yo nunca hubiese podido sobrevivir ese infierno.

lunes, 2 de abril de 2018

Movie lights


   Alex walked by Roman, who was helping with the lights. They had to grab the wires and put them neatly into a circular position, in order for the metal parts not to get damages. But the lights were too hot still to put away. So he asked his boss what he should do next and he was sent to the changing room of the actors, which happened to be one of the big bathrooms in the house. Apparently, the director had found the property online and just new it was the perfect setting for many of his movies.

 As Roman entered the bathroom, Alex was there. He was still naked and talking to his co-star Yuri. The young assistant asked where the boxes with their costumes were and it was Yuri who pointed at three boxes stacked up in a corner. For a moment though, Roman was able to notice that Yuri had been crying as his eyes were very red and he was trying to hide them as much as possible from anyone else. As Roman fixed the boxes to be able to lift them all at the same time, he heard part of the actors’ conversation.

Apparently. Yuri’s family was in desperate need of money. However, the month was not over yet so he had no money he could send to them. He sent almost everything he earned to them back in Belarus, only keeping enough to pay for a room in a shared apartment in a very crappy neighborhood of Los Angeles. The director intended him to be the next big star in the business, but that was in its early stages and Yuri’s family couldn’t wait that long. He feared they would be evicted if the money wasn’t paid.

 The assistant did not hear much more after that. He decided to get out of there as soon as he could, as he didn’t want the actors to notice he was overhearing on purpose. He was just very interested on the different kinds of people that worked on such a business. It had been his mother who had asked her brother to get her son a job. Her brother happened to be part of a production company that worked with various people, including those who provided entertainment for the adult video industry.

 She didn’t mind. Her mother was very liberal in that sense. For her, the most important thing was for her son to understand the value of money, of effort and perseverance. He was still young, actually underage. But she wanted him to get a job in the summer in order not to have the same problems he had every single summer in the past. He had even been in the police station once, after he had decided making graffiti in the neighborhood’s park was a great idea. She wanted him to stay away from trouble and a job, any job, would probably make all that messy stuff go away.

 Of course, her brother explained to her the kinds of places her son would work in and she didn’t mind. She told him that her son knew very well what sex was and that people that worked in that business were just that, workers. Whether they were actors or the lighting crew, they were all doing a job and they were all getting paid for it. Her son would get paid to, but not as much as an official worker. Her brother had to pass him for a “personal helper” of sorts, because of his sixteen years of age.

 The good thing was that, as most kids in the United States; Roman had developed early in his life and by age sixteen he was already sporting facial hair and very tall and lean figure. According to his mother, he was the spitting image of his father, a man that had been known to be very handsome in his early years. Sadly, he had been killed in a bank robbery a couple of years before. That was also the reason why the family could actually make good use of another salary, no matter how miserable it could be.

 So Roman understood Yuri’s dilemma. As he crossed the hallways of the big house with the boxes, he thought about part of his salary going to his mother and how he thought that was unfair at first, but then realized that it was necessary to pay the bills that kept his house going. He came to appreciate his work because of that and his mother too, for having the good sense to send him out into the world and make him work to feel how things work in life. He left the boxes in the truck, still thinking.

 When he came back into the house for the lights, both Alex and Yuri were already dressed and coming out of the bathroom. They looked both like the type of guys someone would see on the beach, parading around with clothes that made their bodies look even better. They were very beautiful and Roman often had a lot to think after seeing them perform. He wasn’t sure if he was gay or straight or what. But he knew that they were very attractive and he had a certain respect for them because of it.

 As he put one of the lights on the respective crate, he saw Yuri walk out of the house with a tissue on his hand and his eyes still red, but Alex stayed in and actually walked towards him. He sat down on a sofa nearby and just looked at the kid as he did his work. Once the light was on its crate, Roman started the same process with another one. Alex then spoke, asking Roman how old he was. The question made Roman very nervous because both his mother and uncle had told him several times not to reveal the information to anyone. It could mean the end of his job and his uncle’s too.

 So he just said he was old enough to be there. Alex smiled, still watching Roman do his job. Then, he started telling him how the whole industry can be quite the monster. Of course, he said, being beautiful and appreciated feels great, but the best thing of it all is when someone tells you that what you did can only be accomplished by you and no one else. That sense of power and being special really makes the difference in any job. Or at least that was what Alex thought after working in many different things.

 He told Roman he was twenty-six years old and he had started doing movies seven years ago, when money for college was low and his family had threatened to stop funding his studies. He wanted to become a veterinarian. He told Roman he had two dogs now and a small rat named Stevie. That made Roman smile and Alex did so too, because he knew he was listening. He told the kid how he was able to finish school because of his work doing movies and how he even got to pay for a place of his own.

 Then, there was silence. As Roman put the last light crate away, Alex told him that Yuri was in a similar but worse position. Roman stayed to hear the story. According to Alex, Yuri had arrived to the United States only two years ago. He was an illegal immigrant who had come to the country with a legal tourist visa but had just overstayed his welcome. Apparently, Belarus was not the best country for gay people. And it seemed it wasn’t a great place to fin work either, so he decided to basically flee.

 He had a mother and two sisters there; their father had left them for another woman years ago. None of them had any idea what he was doing in Los Angeles. But he sent them almost all of their money and now they needed more or they would loose their house. Alex stopped talking and then looked at Roman straight in the eye. He asked the young man if he had a good family, if he knew how difficult life could be. He told him that even if it all looks nice and easy from the outside, people always have shit under the rug.

 Roman told Alex he had a mother that was crazy but that loved him endlessly. He also said his uncle was a very good person. Finally, he told Alex he knew not everything is what it seems but that it was precisely that which fascinated him from the world of adult entertainment.

 He lifted two of the crates and carried them to the truck. When he came back for the other one, Alex was gone. Roman told his uncle about Yuri’s problems and the man promised he would talk to the director. People don’t imagine it, but in such a small community, people tend to help one another, no strings attached.

viernes, 30 de marzo de 2018

Santa semana


   Nunca hacemos nada en vacaciones. La respuesta simple es que no tenemos dinero para gastar aquí y allá. Escasamente compramos ropa, obviamente no vamos a tener muchos ahorros para viajar, así sea una distancia corta. De todas maneras, no tenemos coche y eso ayudaría bastante para un viaje de fin de semana o de al menos un día. Pero tampoco tenemos el dinero para estar yendo a una gasolinera una vez por semana. Somos una pareja que gana poco por cada lado y lo que juntamos apenas alcanza.

 Por fortuna, estamos juntos. En un país frío de clima y corazón como este, es bueno que al menos podamos sentarnos juntos en un parque y tomarnos de la mano sin que nadie se atreva a decir nada. Claro que lo piensan y nos lanzan miradas que dicen mucho más de lo que sus bocas jamás podrían decir, pero creo que la mayoría de las veces ignoramos todo eso. Lo llamamos ruido de fondo, así no sea en realidad ruido. Son solo partículas que habitan el mundo con nosotros o eso tratamos de pensar.

 En una semana como esta, en la que media ciudad sale de ella para ir a inundar otros lugares con gritos y alcohol, nosotros nos quedamos aquí y disfrutamos de los pocos ahorros que tenemos. Hace unos días fuimos al supermercado y compramos pescado para comer al menos tres días. Esto puede no sonar muy especial, pero la cosa es que nunca comemos nada que provenga del mar. Y no es por convicciones ambientales ni nada de eso sino porque no lo podemos pagar. Los precios a veces son exorbitantes.

 Pero esta es la semana perfecta para comprar frutos del mar y aprovechamos tanto como podemos. Martín, mi esposo, trabaja como ayudante de cocina en un restaurante peruano, así que ha hecho bastante cosas con comida de mar. Siempre le pone mucha atención al chef para imitar sus técnicas en casa. Claro que no siempre puede comprar los ingredientes que sí tienen en el restaurante, como azafrán o ají rocoto, pero los reemplaza por otros no tan caros y por eso sé que esta semana tendrá comida perfecta.

 Es gracioso, pero yo conocí a Martín un día que fui al restaurante. No, no iba a comer. En ese entonces era apenas un mensajero en una compañía de renombre que me pagaba cualquier porquería por hacer vueltas por toda la ciudad. Iba y venía en buses y taxis, gastando la plata que no tenía para conservar un trabajo que quería mandar a la mierda. Pero no lo hacía porque sabía que necesitaba al menos ese miserable pago para ayudar en casa y para poder comprar un par de pantalones en diciembre. Yendo a entregar un sobre urgente para un pez gordo, fue como llegué a ese restaurante.

 Me sentí como pez fuera del agua y creo que el tipo que estaba en la entrada lo notó enseguida porque me hizo seguir por la puerta trasera, que en ese momento estaba casi bloqueada por cajas y cajas de pescado congelado que estaban metiendo lentamente en un refrigerador del tamaño de mi casa. Fue allí cuando vi sus ojos claros, de un color miel muy hermoso, por primera vez. Me sonrió y creo que en ese momento perdí el sentido de donde estaba y porqué estaba allí. Alguien me codeó sin querer y volví en mí.

 Entre en el restaurante y le pedí al jefe de meseros que entregara el sobre, que era de vida o muerto o al menos eso me habían dicho. Pero el tipo no me hacía caso. Fue Martín el que tomó el sobre de mis manos, se quitó el delantal y el sombrero, y fue directo a la mesa correcta y entregó el sobre en segundos. Cuando volvió a la cocina, el jefe de meseros amenazó con echarlo por su insolencia pero esta vez fui yo el que hice algo: le dije para que empresa trabajaba y quién era el tipo de la mesa.

 El jefe de meseros no dijo una palabra más, solo desapareció y nos dejó casi solos. Otra vez Martín me sonrió y esta vez yo hice lo mismo. Hablamos un par de segundos, no recuerdo de qué. Supongo que fui mucho más atrevido de lo normal porque esa noche llamé al restaurante y pregunté por él. Sabía su nombre porque lo tenía cosido en el delantal. No pudimos hablar mucho pero me dio su número de celular y allí fue que todo esto empezó. Dos años después, vivimos juntos, pobres pero felices.

 De estos días en los que no hay trabajo me encanta despertar todos los días tarde y acostado junto a él. A veces yo me despierto sobre su pecho, otras veces es al revés. Algunas veces estoy yo abrazándolo por detrás y otras veces cambiamos de posición. Obviamente también pasa que amanecemos separados, porque nuestra vida no es una película cursi en la que nos necesitemos cada segundo. Pero tengo que decir que todo es más fácil cuando él está cerca, hace mi vida un poco más soportable.

 Algo que jamás nos ha gustado es que nuestras familias nos inviten a algún tipo de comida o evento familiar por estas fechas. No somos precisamente religiosos pero a ellos eso poco les importa. Ambas familias son de esas en las que la cantidad es algo primordial. Para ellos, entre más personas estén en su casa y más comida puedan proporcionar, querrá decir que han tenido éxito como anfitriones y como familia. Por eso jamás podemos decir que no. Un día toca con unos y el otro día con otros y siempre hay cosas buenas y siempre hay cosas malas, como con todas las familias.

 Con la mía, el principal problema es el rechazo. No lo hacen ya pero ha quedado el rastro de esa actitud y es algo difícil de borrar. Por mucho tiempo quisieron negar que yo era homosexual, e incluso cuando tuve el valor de presentarles a mi primer novio, ellos lo negaron por completo y me prohibieron traer a nadie más a la casa. Tampoco tenía permitido hablar del tema y todo se cerró bajo un velo de censura que permaneció por mucho tiempo, casi hasta que decidí salir de allí para vivir con Martín.

 Fue mucho después que nos invitaron, para una cena similar a la de esta semana santa. Y la verdad fue que todos se comportaron bastante bien. Lo único que molestaba eran los comentarios “sueltos” que a veces hacían, como chistes malos sobre dos hombres viviendo juntos o el hecho de que aunque me querían a mi, seguían rechazando a los demás como yo. Ese tono se acentuaba con personas de mayor edad y creo que por eso evitamos casi siempre quedarnos demasiado. No queremos darles cuerda.

 Con su familia, el problema es diferente. Su madre dice, y lo repite varias veces si uno le pone atención, que desde que era pequeñito supo que Martín era homosexual. Y como su padre, ella lo aceptó desde el comienzo. Debo decir que sentí envidia cuando me contaban del primer novio de Martín, que era casi como un hijo para ellos. En los viejos álbumes de fotos había varias tomas de él y, debo decir, que era un chico bastante guapo. Me hacía dudar un poco de mí y por eso siempre tenía excusas para no volver a ver las dichosas fotos.

 El caso es que la madre de Martín siempre que vamos insiste en que formemos una familia. Nos cuenta como ha averiguado por internet acerca de las adopciones y de las formas en las que se le puede hablar de los niños acerca de tener dos papás. Desde que la conozco ha sido su tema de conversación principal. De pronto es porque Martín es el mayor y quiere tener nietos pronto, pero la verdad es que puede llegar a cansar ese tipo de presión. Pero tengo que aceptar que prefiero eso a mi familia.

 Supongo que así somos todos en estas épocas y en la vida en general. Como dicen por ahí, el pasto siempre se ve más verde del otro lado de la cerca y por eso no me niego nunca a ir casa de su familia, si él quiere, pero ir a mi casa de infancia siempre es un viaje a muchos niveles.

 El caso es que mi momento favorito nunca es fuera de casa, sino adentro de nuestro pequeño apartamento, en nuestra cama al lado de la ventana en la que nos acostamos juntos y nos besamos y nos abrazamos sin tener que decir nada. Esos son los mejores momentos para mí, en esta o en cualquier semana.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Life is strange


   His body felt warm and I liked that. I hugged him, tightening the grip with my arms, because I was actually afraid he might leave at any moment. But, for some reason I never asked, he stayed that night with me. We made love again and he told me he loved me as he kissed my neck and I caressed his thigh. It was so much, maybe too much, for just one night. But I decided not to ask anything, not to think about it all too much. I didn’t want to ruin the moment with a question that could be answered another time.

 Nowadays, our relationship has evolved greatly. That was three years ago. We are now married and his son lives with us. He had him with a woman he thought he loved, right out of high school but it wasn’t what he thought it was. However, from that weak union came a strong bond in the form of Nicholas, a bright kid that has made me rethink my role as a man. I’m not his father, not biologically and I haven’t adopted him yet, but he calls me Dad anyway, without thinking about it too much.

 We live in a house we were able to buy with both our salaries. The cost was high but we knew exactly what we wanted. It has a large main bedroom and two spar bedrooms for visitors. Thomas, my husband, decorated Nicholas’ room personally, putting on the walls every single thing the kid liked and making it removable in order to be adjusted as the years go by. He dedicated long hours to that project and refused my help, as he wanted to do something special for his kid after years of a difficult relationship.

 Thomas and the kid’s mother had been fighting for their rights for a long time until it was agreed she would have the kid for one month and then Thomas would get the kid for the following month and so on. I thought it was cruel to use a kid like that, as a thing to put on or off the counter. But I never said a word because that’s something for Thomas to fix and tend to. We even fought several times because he seemed too focused on his kid and his former girlfriend than in our life together.

 I have to confess I got to be a lot meaner than I ever was. For starters, I never liked the kid before he came in to live with us. I resented him in a way, seeing how Thomas loved to spend every waking moment with him and I just got some weekends and not even that. Our relationship had passed from one with a lot of romance and sex, to one where there was only a random kiss a week and some conversation that never went anywhere. Even after we got married, I felt he wasn’t mine yet and maybe he would never be. I neglected to see he was a father first, my husband later.

 The kid would come in some weekends, from time to time, but it would often be a very tense time for Thomas and for me as well. Not only because he would spend every single second with the kid but because he would spend the rest of his time talking about his former girlfriend and how he thought she should run his life. I heard so much about her for so long. The few chances I got to meet her; I avoided the opportunity at every turn. I didn’t want to feel even more threatened and unsure of myself.

 I even decided to attend a shrink once a week. I’ve never believed in those people but I thought it would be much better than just staying at home on the edge of screaming at Thomas or, God forbid, striking the kid. So I excused myself telling them I was going to meet my parents but I really spent an hour with Dr. Mendelsohn, who was as useless as I had thought before attending our appointments. The only good thing was that I wasn’t at home anymore. As I’m not made of money, I stopped going after one month.

 After that, I decided to really spend my days with my parents. After I had moved out of the house, I didn’t really got to speak with them that much, only over the cellphone or something. So I began cooking with my mom again and talking politics with dad. It was like back when I was younger and I found myself yearning for those years. It was hard because I was depressed often but at least I had them back then. They were always there for me to talk or at least just be there, to be present.

 Eventually, Thomas confronted me about going to my parents practically every single weekend. I confronted him too, telling him I had no interest in meddling into his affairs, into his life before I entered into it. He said he wanted me to be in his present fully, involving myself with his child and even with the woman that had brought him to life. But I told him the truth: I couldn’t make myself want something I didn’t. I had never wanted children or the past to come knocking on my door. I just wanted him.

 That was the moment our relationship took a deep dive. We didn’t yell or anything like that after that argument. We just fell silent and suddenly I knew exactly what I had to do. I grabbed a suitcase and started putting some of my clothes there. I told him it was temporary, because it was clear we needed space to think about what was happening. I reminded him he was my husband right before heading out. He grabbed me by the wrist and told me I was his husband too. I won’t lie: fear ran through my spine right then and there. I have no idea why but that’s what happened.

 I moved in with my parents and I asked them not to say a word about the whole thing. I would just continue to go to work and fulfill my responsibilities without any delay or doubt. I would just go on with my life because stop it altogether would be fatal. Of course, I cried every night thinking about him and how the man I used to know was no longer there. I trusted him to think about it all and come back to me with a proper response. He never did, at least not in the way I had always thought.

 He came to my place almost a year later. I had decided to rent a small apartment downtown, as I realized my parents already had a life between the two and me being there was not the life they had envisioned in their golden years. So I decided to move on, never minding anything else in my life. I even got a promotion, which was celebrated with a big party where I almost kissed another man but didn’t. I felt like shit after that but at least I stopped myself, despite the large amounts of alcohol in my blood.

 The day Thomas came, I was cleaning my place up. I stopped everything and we sat down in the living room, which consisted on a sofa against he wall, facing a flat screen TV. There was a moment of silence and then I told him I hated when silence feel between us. It seemed unnatural. He finally spoke, saying he had come to me to tell me the years of litigation were done and that he had finally gained a good amount of time with his son. I was happy for him, because he was finally ecstatic with the news.

 I thought that was it. He didn’t seem to have anything else to say, so I stood up and told him I needed to finish cleaning soon, as I had to leave later. It was a lie; I just wanted him out of my sight. But then he came close to me and hugged me as I had hugged me so many years ago. He told me he loved me and that he missed me every single day. He even kneeled and asked me to marry him, which was nice because I had been to one to do that the first time. I said yes, because I do love him.

 We then had the best sex I have ever had. It’s strange how you take some things for granted, like how much better it is when your partner is someone that knows your body thoroughly and has a very good idea about what you like, what it is that makes you feel in heaven.

 I have no idea how, but he transferred that knowledge to the other parts of our lives. That’s how I got to understand him better and to love his son, maybe as much as he did. Now I found myself packing lunches and preparing camping weekends. Life is so strange… But it’s life.