viernes, 8 de diciembre de 2017

De sangre y arena

   Limpiar sangre es bastante fácil, si se hace de inmediato. Solo hay que tomar un trapo untado de un excelente agente limpiador, de esos que se usan para quitar manchas en la ropa, y restregarlo con fuerza donde sea que haya caído la sangre. Eso sí, no funciona en grandes cantidades puesto que en ese caso las manchas tienden a crecer y la sangre empieza a extenderse por todas partes, como negándose a irse. Puede ser muy difícil en ese caso y ser de gran impacto visual. No es para todos.

 Pero las manchitas que había sangrado Rebeca sobre la almohada eran solo unos puntos que cayeron con facilidad ante la potencia de los químicos en el agente limpiador. Después de un rato ya no había nada que apuntara a la sangre, excepto tal vez la mancha que había en su nariz. Rebeca la vio cuando limpió el trapo en el baño. Se limpió la cara por completo y fue entonces cuando se dio cuenta del dolor de cabeza que le aquejaba. Podría haber sido el causante del sangrado.

 Se sentó un momento en el borde de la cama y respiro lentamente. Volteó a mirar a su teléfono, que estaba cargándose sobre la mesita de noche, y se estiró para tomarlo y ver la hora. Casi se cae de la cama por no ponerse  de pie e ir hasta él pero valía la pena por el dolor. Quedó allí, recostada sobre las sabanas revolcadas, pues el dolor hacía que sus ojos se cerraran. No hacía ruido pero la mano que sostenía el celular empezó a apretar más de la cuenta, tanto que el cable salió volando de la pared.

 Afortunadamente, no hubo ningún daño. Pero de eso se dio cuenta mucho tiempo después. En ese preciso instante lo único que podía hacer era concentrarse en el dolor y esperar a que pasara. Pero no parecía querer irse, era persistente y claramente invasivo. Trató entonces de concentrarse y de que su voluntad fuese la que hiciera desaparecer el dolor. Pero no funcionó pues era más fuerte que ella misma, más que nada que hubiese sentido jamás. Poco a poco, se volvió un malestar general.

 Como pudo, se incorporó y caminó hacia la ducha. Sin quitarse la ropa que tenía puesta, giró la llave del agua, que empezó a caer con fuerza sobre ella. Sus rodillas cedieron al peso de su cuerpo y ahí quedó la pobre Rebeca, pidiendo a quien fuera, Dios o lo que exista, que le quitara el dolor que tenía, proveniente del cráneo pero ahora expandiéndose como liquido derramado por todo su cuerpo. Poco después empezaron los espasmos y no duró mucho tiempo consciente después de eso. No había manera de resistir semejante embestida generalizada.

 Cuando despertó, estaba en una cama de hospital. El dolor seguía y no podía decir nada porque tenía una máscara para respirar en la cara y la garganta la tenía seca, como si hubiese caminado por un desierto por varios días. Pasaron un par de semanas hasta que estuvo bien o al menos tan bien como podía estar después de semejante experiencia. Quería volver a casa pero el doctor le aclaró que debía volver dos veces a la semana para más exámenes y terapias, pues la verdad era que no sabían que le había ocurrido.

 Primero creyeron que era algún caso extraño de epilepsia pero eso fue descartado con los primeros exámenes. Todo lo básico, lo obvio si se quiere, fue descartado en ese mismo momento o poco después. Era obvio que para todos esos médicos Rebeca era un interesante conejillo de indias pues tenía algo en su interior que ellos jamás habían visto. Daba algo de asco verlos casi emocionados por revisarla, por sacarle sangre y ponerla bajo aparatos que parecían salidos de una película de terror.

 Ella resistió lo que pudo, incluso nuevos ataques que fueron mucho más suaves que el primero. Pero con el tiempo se cansó de ir tanto al hospital. No se sentía bien que las enfermeras supieran ya su nombre como si fueran amigas, algo en su cabeza le decía que las cosas no debían de ser así. Un día le preguntó a su medico de cabecera si podían suspender las terapias y pruebas por un tiempo y él se negó rotundamente. Tal vez esa fue la gota que rebasó el vaso o tal vez ella ya estaba decidida.

 El caso es que cuando llegó a casa, verificó sus ahorros en su cuenta personal y luego empacó una sola maleta en la que trató de poner todo lo que podría necesitar para un viaje corto pero no demasiado corto. No le dijo nada a nadie más, ni a sus padres ni a su novio ni a sus amigas. Se fue al aeropuerto sin que nadie supiera nada y allí compró el primer boleto que vio en oferta. No era un destino lejano pero sí muy diferente a la ciudad donde estaba. Eso bastaría por un tiempo, después ya se vería.

 En el avión, viendo las nubes pasar bajo el sol que bajaba tras su recorrido del día, Rebeca respiró profundo y en ese momento supo porqué hacía lo que hacía. Estaba ahora claro para ella y aunque no era algo que quisiera aceptar, era la realidad y no había nada que hacer contra ella. Por eso empezó a cambiar su manera de ser en ese mismo instante, pero no su personalidad sino la manera como hacía las cosas. Ya no sería la preocupada y apurada de siempre. Ahora  trataría de disfrutar un poco la vida y dejar de lado todo lo que la había llevado hasta ese punto en su vida.

 Ya en su destino, usó sus ahorros para comprar un bikini muy lindo y un sombrero de playa apropiado. Llegó a un hotel promedio, ni bueno ni malo, y decidió quedarse allí algunos días. Después de recibir las llaves de su habitación y de ver la hermosa cama que la esperaría todas las noches, salió del cuarto directo a la playa, con su hermoso traje de baño nuevo puesto y el sombrero como remate del atuendo. Normalmente le hubiese importado si los demás se quedaban viendo. No más.

 No hizo como la mayoría, que se matan buscando un sitio donde sentarse para mirar al mar. Lo que hizo Rebeca fue caminar por la orilla de la playa, sin sandalias, disfrutar del agua y del viento y mojar su bikini saltando cada vez que venía una ola. Cuando se dio cuenta, estaba riendo y soltando carcajada como una niña pequeña. Jugó un buen rato sola hasta que decidió que tenía hambre. Compró un raspado de limón y ahí sí se sentó en la orilla, a mirar lo hermoso que era el mundo.

 Sus días en el hotel estuvieron llenos de pequeñas aventuras pero también de cosas de todos los días que hacía mucho tiempo Rebeca ya no disfrutaba. Cosas tontas como hacerse el desayuno o de verdad saborear lo que iba en una comida. Había aprendido a ver de verdad. Lo hacía con el mar y las diferentes personas que iban y venían, cada una cargando un mundo entero a cuestas, sin de verdad pensárselo mucho. Algunas cosas que vio las anotó en una pequeña libreta, otras solo las guardó en su memoria.

 Cuando llegó el momento de volver, tuvo muchas dudas. Al fin y al cabo, si lo que ella sentía era la verdad, no tenía mucho sentido en ir a casa. Pero allí estaban aquellos seres queridos que tal vez estuviese preocupados por ella. Sería injusto desaparecer para siempre, sin que supieran que había sido de ella. No que tuviese que vivir por otros o algo así, pero eran piezas demasiado importantes de su vida para ignorarlos en un momento tan crucial como ese. Entro al avión y no miró atrás.

 Ya en casa, los abrazó a todos y les contó todo lo que había hecho. En ese momento rieron y luego lloraron cuando Rebeca misma les dijo la razón de su regreso. Ellos no querían aceptarlo, no tan rápido como ella al menos, pero a la realidad  no le importa lo que opinen los seres humanos.


 Fue al doctor una última vez para decirle que no volvería nunca. Le agradecía de todo corazón lo que había hecho pero no era necesario seguir con ello. El hombre no dijo nada. Ella salió con una sonrisa en la cara y con espíritu en paz, por fin un mar en calma durante una tormenta que debía de terminar pronto.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Sound, lights, action.

  There seemed to be no change in the weather. The wind continued to howl all night, not stopping for a moment. Luckily, there was a very large trunk filled with various blankets and pillows that helped pass the night without freezing on the spot. Being give people inside a tiny cabin was not something very comfortable but it was the only place they had found to spend some time away from the horrible storm outside. They didn’t say a word all night, trying to preserve their energy.

 The next day, the storm was still on full swing but they just couldn’t stay there the whole weekend. They had to leave right then in order to get home as soon as possible. They were there, on the mountain, for only a weekend and they had already wasted a whole day on that cabin in the middle of nowhere. However, some stated that maybe it would have been a better idea to just stay put, because sooner or late the rest of their friends would come for them, or maybe their families or someone that had seen them near the lake.

 The point made sense so they tried to discuss it but it only generated a silly argument related to food and heat, so nothing was really solved. After an entire hour of not deciding anything, Richard who was the oldest, decided he would go out and try to reach the lake. If he failed, he would come back to the cabin. But he thought they had to do something instead of staying there. No one said a word but the other four members of the party left behind him, covering their body as much as they could.

 The storm seemed to get stronger about five minutes after they had put one foot outside. With signs and screams, they decided to tie a rope around everyone, in order no to get lost. Richard was the first one in line and Theresa, the youngest, was the last one. She kept looking back but it was impossible to see anything. It was the middle of the day, they were sure of that, but no sunlight managed to get to the forest floor. The wind and snow made it impossible to open one’s eyes for very long.

 However, they kept on walking. Words couldn’t be heard anymore, even if the person yelled with all their might. So they just kept walking and walking, hoping they would soon get to the lake. After maybe forty minutes of traversing the storm, with legs and arms tired, they finally reached some sort of housing. The lights inside were off. Richard found the door and he soon discovered what Theresa had realized just seconds before going in. That building was the very same cabin they had just came out of, hours earlier. They had been moving in a circle.

 Of course, going back out was not really an option. Not only because it was extremely dangerous weather but also because the same thing would happen again. The snow and the wind would blind them once more into heading back to their departing point. There was no way to go through that again. Besides, their watches clearly stated night had fallen a short while ago and going out in the darkness, on a stormy night, seemed to be even a worse idea than the one they had before.

 They took out the blankets again and covered themselves with them. Mark and Daniel looked for food everywhere but the only thing they were able to find was a stale pack of cookies and some sour milk in a small crate, possibly some kind of refrigerator. Theresa was shaking violently. So much so that Caroline had to check her pulse and blood pressure by hand. She was clearly not well, as her skin had slowly turned blue and her lips seemed to have been covered in a thin layer of blackness.

 Everyone then gathered around Theresa and tried different things they knew, in order to get her blood pressure higher. They covered her with all the blankets and pillows, sat around her on the bed and gave her soft massages in arms and legs. However, the young woman started to shake violently. It was a very scary sight, as she seemed to be behaving in a way they had never seen. She would yell, scream profanities and then shake violently again. It was a very disturbing scene, in such a small cabin.

 She convulses some more and then stopped moving. Caroline checked on her again. Theresa had just died, in front of them all, for causes that were impossible to determine at the time. Caroline tried to explain it by blaming the cold temperatures and lack of food, but no one really paid attention to her. The men thought, without speaking to each other, that what just happened to Theresa had something to do with them going out of the cabin only to come back because of the storm.

 Mark had a few tears on his face when he said they should cover her body well or do something, because human bodies tend to decompose pretty fast. He said he had seen some documentary when it was stated it was best to bury a body as soon as it died for fear of certain diseases. Richard interrupted him, saying it was pretty obvious they couldn’t do that. The freezing temperatures could affect them too if they stayed outside for too long. Everyone looked at Theresa and hoped to be out of that place soon. Something they felt made them uneasy about the whole thing.

 Time passed and soon it was past midnight. The wind didn’t seem to be stopping soon, as it howled like a dying wolf outside the window. Caroline tried to look outside. She would have wanted to see some miraculous sign outside like a light or the face of someone she knew. Maybe rescue workers or even a helicopter. But the night was pitch black and the only source of light came from the lantern that Richard had brought in his bad. No one else had thought of it.

 Some time later, everyone was sleeping. Mark still had traces of tears on his face and Caroline had fallen asleep by the window, maybe the coldest place in the whole cabin. Richard was sleeping by the door, in a weird crouching position that seemed to be very uncomfortable. Daniel was the only one that had properly sat down and covered himself with one of the blankets. After all, Theresa wouldn’t need them anymore. And curiously enough, he was the one to wake up by the sound.

 A very powerful noise coming from the outside. At first, it was as if a gigantic creature was roaring wildly, but by the time Daniel woke up, the sound didn’t seemed to be that natural anymore. It was now something out of some horrible machine, causing an uproar that made the window shake and the body of their deceased companion fall from the bed. Daniel was close to the window when all the glasses broke and they got stuck on his face, making him bleed and scream to his death.

 It was him who woke up the others from their deep sleep. Caroline screamed when she saw Daniel bleeding on the floor. She had been close to the same faith but luckily she had leaned back in her sleep. Richard took her by the hand and raised Mark from the floor. He kicked the door open and started running, with the other two by his side. The forest was not in darkness anymore. It was now bright because of some very powerful lights that seemed to flood everything on sight.

 They ran away from the light as fast as they could but the snow was very difficult to go through. After a while, they grew tired and the lights finally disappeared, leaving in the air a scent that reminded them of their worst fears, of every single thing they hated.


 When they stopped, the light turned on again, more powerful than ever. They didn’t get to know if that was a weapon or some other kind of technology. The last thing they knew was that their fate was sealed and that they had not been in their very own world for a long time.

lunes, 4 de diciembre de 2017

No hay mal que por bien no venga

   El ruido en la calle era ensordecedor. No se podía pensar correctamente con tantos sonidos alrededor. No solo era la interminable fila de automóviles, cada uno usando el claxon en un momento diferente, sino también las voces de las personas, los motores de las motocicletas, los timbres de la bicicletas y el bramido de todos los vehículos combinados. Además, y como no era poco frecuente en aquella ciudad, se escuchaban también los sonidos de percutores de alta potencia, usados por obreros en la calle.

 El taxi hacía mucho tiempo que no se movía ni un milímetro y Susana empezaba a desesperarse. Normalmente no le importaban mucho los trancones puesto que estaba acostumbrada a ellos. Su solución había sido siempre salir muy temprano y simplemente usar el tiempo en el transporte público haciendo algo más. Pero ya habían pasado quince minutos desde que había terminado su única tarea pendiente y eso la hacía poner atención a su entorno, cosa que no era muy buena.

 Susana era de esa clase de personas que debe vivir en constante movimiento, haciendo algo con la mente o las manos. Si de pronto dejan de moverse o de pensar, simplemente se vuelven locos. No locos en el sentido tradicional sino que pierden el sentido de todo, parecen no saber donde están y se desesperan por cualquier detalle. Por eso no tener nada más que hacer en un lugar como ese era lo peor que le podía pasar a Susana y ella lo sabía muy bien, pues ya le había ocurrido antes.

 Sacó el celular del bolso y empezó a mirar si tenía mensajes o llamadas perdidas. Pero no había nada de eso, lo cual era sorprendentemente inusual. Pensó en llamar a su secretaria para saber que pasaba en la empresa pero recordó que era la hora del almuerzo y seguramente no habría nadie cerca del teléfono que le pudiese ayudar. Su comida ya la había consumido, así que eso era algo menos que podía hacer. Solo había sido una ensalada ya lista de supermercado y una limonada demasiado agria.

 Se inclinó sobre la división de los asientos delanteros y le preguntó al conductor si tenía alguna idea de porqué nada se estaba moviendo en la avenida. El tipo tenía los audífonos puestos y se los quitó al notar a Susana, que tuvo que repetir su pregunta. El hombre se encogió de hombros, y sin más, se puso los audífonos de nuevo. Susana entornó los ojos, hastiada de la gente que no tenía ni idea de cómo hacer su trabajo, y se echó para atrás, recostándose contra la silla. Su cita era en media hora pero quería llegar antes para causar una mejor impresión. Era su manera de hacer las cosas.

 Pasaron otros cinco minutos y Susana sacó de nuevo el celular de su bolso. Lo había guardado cuidadosamente y no sabía porqué, ya que era el único objeto con la capacidad de tranquilizarla un poco, aunque en ese momento no estaba funcionando mucho. Verificó la dirección a la cual se dirigía y luego abrió la aplicación de mapas que venía con el aparato. Su ojos se abrieron al darse cuenta que estaba a solo unas diez calles del sitio. Podía caminar tranquilamente para llegar.

 La mujer abrió el bolso de nuevo y guardó el celular de nuevo pero esta vez sacó su billetera y estiró una mano para tocarle el hombro al conductor. Este se quitó los audífonos y se dio la vuelta. Tenía cara de haber estado durmiendo. Susana ignoró esto y le dije que se bajaba y que le diera la tarifa. El hombre no dijo nada, solo tomó una tabla de plástico con números y le indicó a la mujer cuanto debía pagar. Ella sacó el dinero justo, se lo dio en la mano al hombre y salió del taxi con una sonrisa.

 Ya en la acera, respiró profundamente. Era muy distinto poder respirar un aire algo más puro que el de un automóvil, así la avenida se estuviese llenado lentamente de los gases de los coches. Pensó en que lo mejor sería tomar una calle perpendicular, en pendiente, para llegar adonde necesitaba ir. Llegó a un semáforo y cruzó y fue entonces que escuchó un estruendo más en la vía. Por un momento pensó que había sido alguna especie de máquina pero resultó ser un trueno lejano.

 No se había alejado mucho de la avenida cuando empezó a llover con fuerza. El viento se arreció de repente y Susana empezó a correr sin mucho sentido, pues no se fijaba para donde estaba yendo. Lo importante en ese momento era buscar un lugar para cubrirse. Lamentablemente para ella, la calle era más que todo residencial y tuvo que correr dos cuadras más para llegar a una zona de pastelerías y tiendas de artículos para el hogar. Entró por la primera puerta que vio, asustada por otro trueno, más cercano.

 Cuando se dio la vuelta, se dio cuenta que había entrado en una especie de casa de té. Estaba un poco oscuro por la tormenta en el exterior pero varias velas alumbraban el entorno. Varias personas comían postre, la mayoría eran personas mayores pero había también otros que parecían estar en alguna reunión de negocios o simplemente comiendo algo con un amigo. Susana caminó al mostrador, con el pelo escurriendo agua. Miraba lo que había disponible para comer aunque en verdad no tenía nada de hambre. La mujer que atendía, más joven que ella, la miraba con curiosidad.

 Susana fue a abrir la boca pero la cerró de nuevo. La verdad no sabía si quería quedarse mucho tiempo en el lugar. Pero al mirar la ventana que daba a la calle, se dio cuenta que ir caminando ya no era una opción. Era increíble la cantidad de agua que caía del cielo. Parecía como si no hubiese llovido nunca. El cielo se había puesto de un color muy oscuro y no se veía ya nada de gente en la calle. Sin embargo, las personas que había en la casa de té no parecían interesadas en el exterior.

 Por fin se decidió por un café y un pastelito pequeño que parecía no saber a nada. La mujer le cobró y Susana le pagó sin mirarla. No era algo consciente, sino algo que siempre hacía cuando interactuaba con la gente en lugares así. Su mirada fija estaba reservada para reuniones como la que pensaba tener en poco tiempo. Apenas pudo, tomó una pequeña mesa en un rincón y trató de arreglarse un poco el cabello. La misma cajera le trajo el café y el pastelito, que Susana dejó sin tocar por un momento.

 Lo primero era ver la hora. Faltaban ahora solo cinco minutos para la cita y el lugar, aunque no era lejos, era ahora inaccesible por la tormenta. Decidió llamar y preguntar por el hombre con el que tenía la cita, para disculparse, pero nadie respondió. La línea funcionaba pero nadie contestaba, ni siquiera el conmutador automático. Colgó y tomó algo de café. Su mirada estaba perdida, puesto que el negocio que iba a concretar hubiese significado algo muy importante para su empresa.

 Suspiró rendida y tomó el pastelito para darle un mordisco. La decepción de repente le había abierto el apetito. Era un pequeño bizcocho blanco con relleno verde y Susana se sorprendió con el sabor. Sonrió por primera vez en mucho tiempo, puesto que el bocado le había provocado un cierto calor en el corazón, o en el pecho. Donde fuera,  había sentido como si se hubiese tragado una barra energética de gran potencia, que no solo daba ganas de moverse sin una alegría bastante particular.

 Era como un optimismo extraño que la invadía y sabía que tenía que hacer algo con ello. Pensó en salir del lugar y enfrentar la tormenta o llamar de nuevo para ver si podía arreglar otra cita con el hombre. Pero la respuesta estaba mucho más cerca de lo que pensaba.


 A su lado, un hombre vestido de traje y corbata la miró, puesto que Susana se había  levantado de la silla y se había quedado quieta. Ella lo miró y soltó una carcajada. Era él con quién tenía la cita y resultaba que estaba allí, tomando algo con otra persona. Se saludaron de mano y empezaron a hablar.

viernes, 1 de diciembre de 2017

His scent

   I loved to be the one hugging him, tightly, beneath the covers when it was raining outside or above them, naked, during the summer. Waking up was always one of the best parts of my day because I would notice his scent so very close to me. It didn’t matter how much we had moved during our sleep, it was always a please to feel him close to me. And I think, even if I would never dare to speak on his behalf, that he thought exactly the same thing. I think he loved me back, maybe even more.

 During the week, we would wake up at the same, even if the other had nothing to do that day. Sometimes it was me who kissed him before leaving for work, some other days it was me staying there, organizing my space and feeding the dog we had adopted together. Its name was Bumper, because he loved to bump into everything. Maybe the thing was that our dog was not very brilliant but we loved to imagine he had some traits of both of us. Maybe he was clumsy like me and distracted like him.

 Our favorite days, or at least mine, were Saturdays and Sundays. We would wake up earlier and I would make love to him for the longest time. I loved to explore his body slowly, even to the point that I would turn off my cellphone in order not to be interrupted from that beautiful task. I got to know every single centimeter of his body and I was proud to know every single corner of him. After a mutual orgasm, we would stay silent and then talk about our lives, fun little snippets every day.

 That’s how I think I know him. I think feeling his heart while sleeping, his breathing while we made love and his warmth when we kissed goodbye, it all made me understand him and really know who he was and what he wanted out of life. It didn’t take a long time for us to hold hands in public after we had decided to properly date each other. Same happened with our “sudden” decision to live together. We just knew we had to, it was meant to be and only we could understand the feeling.

 So, it’s pretty understandable that the worst day of my life was the one when a policeman, a man with a stupid face, came to our home and told me they had found him, the love of my life, dead on the street. It happened one night, when he was coming from work during one of those horrible thunderstorms that are becoming more and more common in these parts. According to the policeman, he had been assaulted by a group of men. They had taken his money, his belongings and had then proceeded to kick him and punch him until one of them decided to pull out a gun.

 My first question was simple: “Where is he?” The idiot policeman repeated that he was dead and I didn’t ask again. He offered to take me to the police station, so I grabbed a jacket and went along. It was so very late; I was already in my pajamas. It was very awkward, but I started crying in the police car, en route to my lover. I couldn’t stop crying for a second, only when I had to step out of the car in order to enter the police station. He never asked me if I was fine or needed something.

 The doctor running the morgue was a woman and I was thankful for that. She seemed to care for every single one of those corpses, of those dead people that for some reason were there, lying on their back inside a gigantic freezer. I started shaking the moment I entered the room and I lost any attempt to seem calm when she unveiled his body to me. He was naked, of course, and very white and blue. It’s a silly thing, but the first thing I thought was the fact that he hated both those colors.

 I took one of his hands and caressed it; I kissed his cheek and his forehead and held on to him. I could hear the dumbass policeman asking me if that was my “partner” but I didn’t care at all. I wanted to stay there forever, whit him, even if I had to die too. The doctor was very silent and it was obvious she would have preferred for me not to touch her patient but I couldn’t stop holding on to him. If I had let go, he would have died forever and I just couldn’t afford that to happen.

 However, all the crying and the memories and the deep pain got to me. I had been waiting for him to come with food, so my stomach was empty. The doctor, hours later, told me that could have been one of the reasons for me to faint right there on the morgue. They carried me to the police station’s infirmary and gave me some ramen soup, the kind you can make in the microwave. I ate that hot cup in silence, still crying. A massive headache began to brew.

 His family came in some hours later, after I had signed every single paper that had to be signed. Between those, I had to ask a friend to go to my house and bring me our marriage certificate, which only a few people knew about. It was hard for me to tell his family that we had been married for a couple of months and that it had been his decision not to tell them because he wanted it all to be a big reveal. He was planning it all as if it was the marriage of two famous people. And know, it had been me telling them all of it, with his cold body not too far away.

 They were shocked to hear it all, of course, but I honestly think I was the most affected by the tragedy. I kissed him several times once more, before I had to leave in order to go home. They promised they would arrange it all for his body to be prepared for whatever I would decide to do. I took the doctor to the side, and told her we had talked about being cremated together in a huge pyre, holding hands. She gave me a nice smile and told me to get back to her the next day.

 Sure enough, they sent his body to a cemetery where he would be cremated and given to me. I called his family to tell them all about it and they didn’t say much about it all. They seemed to be still in quite a shock. They did show up to the place and we even held each other for a moment, in silence. We saw his coffin, a very modest one; enter the oven and the metal door close afterwards. Tears rolled down my face but I didn’t cried loudly like before, I was under too much pain to do that again.

 They gave me his ashes and the doctor was there to pay her respects. I hugged her tight and cried some more. She offered to take me home and I accepted. His family didn’t say another word to me, even when I saw them looking at the urn with his ashes when they were handed to me. I wanted to make peace; I wanted them to understand what we had together. But it was too little too late, so I just went home with the doctor. She kindly stayed for a while but I have to say it was better when she left.

 That’s because I spoke to him for a while, as frankly as we had always been when he was alive. I told him he was the best thing to ever happen in my life and that I was proud that I got to meet such a wonderful person in such a shitty world. I thanked him for being my lover and husband, for making me enjoy life and people even more and for always been there for me. I hoped him the best for his afterlife, if there was one. If there wasn’t, I wanted him to know I would always be his.

 Another storm was brewing when I opened my bedroom window. The wind was beginning to howl. One strong current was enough to take the love of my life away from me. I saw him float away and then disappeared into the dark clouds floating not so far away.


 I left the urn right there and then dropped on the bed. His smell was still there. I closed my eyes to feel him one more time and it did work. It was the most beautiful thing I’ve ever felt. However, when I opened my eyes everything was real and raw. He wasn’t there anymore.