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lunes, 12 de septiembre de 2016

Dos hombres se casan

   Ese día de septiembre quedó para siempre marcado como el día en el que nos dimos cuenta que las cosas nunca volverían a ser como siempre. No solo era el hecho de casarnos, sino que todo pareciera ser una serie de saltos de vallas en una carrera que no sabíamos cuando iba a terminar. Al fin y al cabo, éramos dos hombres haciendo algo que todavía muchas personas consideraban anormal o incorrecto. Fue increíble ver, cuando llegué a la notaría, como había personas que nunca había conocido, con pancartas y letreros con letras grandes y coloridas insultándonos. Al comienzo fue como que no quería darme cuenta de lo que pasaba. Estaba muy estresado por todo y no quería agregar algo más a la carga pero fue imposible evitar mirarlos.

 Tenían tanto odio en sus ojos. Era como si de verdad les hubiésemos hecho algo imperdonable, como si nos hubiésemos metido de verdad con ellos, con sus familias o algo por el estilo. No quisiera repetir lo que leí en esas pancartas porque eran más que todo palabras de odio y resentimiento pero lo que sí recuerdo es que todos los músculos del cuerpo se me tensaron de una manera tremenda. Sentí además que la sangre que me recorría el cuerpo empezaba a ser bombeada con mayor celeridad, tanto así que el sonido en mis oídos era abrumador. Todo eso pasó en apenas segundos pero yo sentí que fue eterno, el recorrido entre bajarme del carro y entrar en la pequeña notaría donde la calma que reinaba era tan grande que chocaba de gran manera con lo que ocurría afuera.

 Esperé con mi familia y la suya por unos minutos hasta que llegó. Se disculpó conmigo y estuvo a punto de darme un beso pero se detuvo al darse cuenta de que sería un poco extraño besarnos antes de hacer todo el protocolo. Algo de tradicional había que haber, así a nosotros la tradición no nos respetase mucho. Era por hacerlo más divertido, incluso ignorando el hecho de que habíamos vivido juntos por los últimos dos años y ya no había mucho que el uno no conociera del otro. No me avergüenzo al decir que seguramente éramos una pareja mucho más establecida que las de los protestantes afuera.

 Él no mencionó nada al respecto y yo tampoco. La firma de los papeles y todo el asunto no se demoró nada. Eso era lo malo de tener un matrimonio civil, que no había mucho de romántico en su ejecución. Igual no queríamos nada muy inclinado hacia lo tradicional y preferíamos celebrar nuestra unión con nuestros amigos y familiares, más que nada. Cuando salimos del lugar no había nadie, ninguna pancarta ni nada por el estilo. Nos fuimos subiendo a los carros para dirigirnos al salón que habíamos alquilado para la fiesta. No era nada grande pero quedaba en un lugar muy bonito, en un piso alto para que la gente disfrutara la vista. Menos mal habíamos podido gastar algo de dinero en ello para que no solo nosotros lo pasáramos bien. Era como un regalo por el apoyo recibido.

 Otra valla que saltamos fue el hecho de tener que manejar todo lo referente a nuestras posesiones y los seguros y todas esas cosas de las que a nadie le gustaba hablar. Estuvimos de acuerdo que cada uno se quedara con lo suyo, como siempre. No tenía sentido ponernos a combinarlo todo. Sin embargo, abrimos una cuenta juntos para lo que llamamos “gastos del hogar” pues nuestra idea era poder, antes que nada, mudarnos a un apartamento propio. Y después, amoblarlo a nuestro gusto y con el dinero que hubiese en esa cuenta ir pagando los servicios para ese espacio y todo lo demás. Creo que nos demoramos más de un año solo para tener dinero suficiente para lo primero.

 El nuevo espacio, aunque no fue un cambio inmediato, sí que fue un cambio importante. Antes habíamos vivido en el apartamento en el que yo había vivido en alquiler desde hacía varios años. Era un sitio más bien pequeño, diseñado para ser el solitario hogar de un estudiante o soltero empedernido. Como pareja, resultaba un espacio mucho más pequeño y era complicado compartir los espacios que había para guardar cosas como la ropa y diferentes artículos que va uno acumulando a lo largo de la vida. Y como él había sido el que había llegado allí, siempre sentí que lo ponía triste tener que poner sus cosas en un rincón y no poder tener un espacio verdadero. Por eso trabajé tanto por el nuevo apartamento, por todo en ese momento: por él.

 El lugar es hermoso. Es al menos el doble de grande que nuestro apartamento de soltero anterior y está ubicado en un barrio mucho mejor. Incluso está a media distancia entre mi trabajo y el de él, así que todo queda perfecto. Lo mejor es que hay cajones y armarios casi por todos lados, así que antes de mudarnos ya lo teníamos todo repartido, meticulosamente pensado. Él era mucho más caótico que yo pero siempre le gustó que yo tuviera esa vena del orden, una obsesión que hubiese no podido ser muy sana pero que para casos como una mudanza era algo ideal. No nos pasó como a otros que se mudan por días. Para las dos de la mañana siguiente al día de mudarnos, ya todo estaba en su lugar.

 La cantidad de recuerdos que tiene el apartamento es increíble. En el otro creamos una buena cantidad también pero aquí están todos esos que tenemos juntos, de verdad juntos, y creo que eso es muy importante. Uno de esos recuerdos fue  el hecho de construir, poco a poco, una relación más estable con las familias del otro. La verdad era que él a mi familia la conocía muy bien, pues solíamos pasar el domingo con ellos. No todos los domingos pero al menos dos de cada mes. En cambio con su familia casi no hacíamos nada y la verdad yo me sentía culpable. Eso al menos hasta que él me dijo que si así era, por algo sería.

 Esa fue otra prueba larga a superar. Su familia había asistido a la firma del acta matrimonial y habían comido y bebido en la fiesta, pero eso no quería decir mucho más que habían cumplido con las formalidades de rigor. La verdad era, y yo lo sabía bien, que su familia nunca me había querido mucho que digamos. Sobre todo su madre, una mujer que siempre había ideado las vidas de sus ojos de cierta manera, era reacia a crear un lazo conmigo más allá de los formalismos de siempre. Al comienzo yo nunca le puse mucho cuidado al tema, no hasta que nos pasamos al apartamento nuevo y él mismo me dijo que quería arreglar su relación son sus padres. Sentía que ellos habían hecho algo importante al participar nuestro matrimonio y quería corresponderles.

 Por eso los invitamos varias veces. Nunca pensé que siempre nos rechazarían, dando siempre una excusa diferente. En un momento, pensé que de verdad eran excusas reales y le pedí a él que dejara de insistir con el tema. Le dije que seguramente ellos mismos vendrían un día sin avisar y ya, así nos visitarían. Pero él me dijo que ellos nunca harían eso, no con lo rígidos que eran sobre todo. Al fin de todo su madre colaboraba con los eventos de la iglesia del barrio y su padre era tan clásico que cumplía casi todos los estereotipos relacionados con los hombres nacidos en los años anteriores a la revolución sexual.

 Al fin, un día, vinieron. Cabe decir que fue porque nosotros organizamos el cumpleaños del único nieto que ellos tenían, hijo del hermano mayor de la familia. Sin duda fue todo mucho más tenso que el día del matrimonio. A pesar de que yo mismo había cocinado y horneado y arreglado la casa como un lunático, ellos no agradecieron nada de la comida y parecieron más bien apáticos cuando, al despedirse, dijeron que todo había estado muy rico. En otras palabras, no les creí nada. No todo puede ser perfecto y eso le dije a él después, cuando se fueron y yo lavé y limpié todo. No podía esperar que cambiaran de la noche a la mañana.


 La verdad es que ellos siguen siendo iguales. Los que se han acercado han sido sus hermanos y mi familia nos sorprende con visitas cada tanto, aunque no lo suficiente como para él se ponga nervioso. No le gustan las visitas sin anunciarse y sé que no dice nada porque son mis familiares. Pero así son ellos. El caso es que, al final del día, podemos quitarnos la ropa de batalla y meternos a la cama. Y allí nos abrazamos y nos besamos y dormimos juntos como nunca habíamos dormido antes. A pesar de las dificultades, de los tropiezos y de los baches en el camino, sabemos que nos tenemos el uno al otro. Y no pensamos jamás en cuando alguno falte porque eso no es algo que nuestras mentes puedan procesar. Preferimos disfrutar de nuestra felicidad, que es sorprendente y hermosa.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Elefante de circo

   Todos los animales del circo escaparon tras el incendio. Excepto Binky. Binky era el elefante y en ningún momento se movió de su jaula durante todo el acontecimiento. De hecho, algunas personas que vinieron de los barrios cercanos para ayudar, aseguraron haber visto a Binky sentado mirando el fuego, como si se tratase de algún espectáculo muy interesante. No solo estas afirmaciones sonaban ridículas por el simple hecho de que los elefantes normalmente no se sentaban, a menos que fuera por entrenamiento y en una rutina, todos los animales instintivamente le tenían miedo al fuego, no se quedaban mirándolo como si fuera lo más divertido de la vida. Y sin embargo, ahí estaba Binky, que se había quedado con el circo a pesar de ahora no ser nada más sino ruinas.

 El payaso Bobo, cuyo verdadero nombre era Alfredo Ramos, era el dueño del circo desde hacía apenas cinco años y había trabajado en él desde el comienzo. Sabía todo lo que había que saber de los animales y lso artistas pero nunca había previsto semejante desastre. Bobo estaba tan devastado que no pudo hablar por unos días, paralizado por ver como el legado de su padre y de otra tanta gente del medio, se había esfumado en una sola noche. Se supone que la responsabilidad recaía en una falla eléctrica pero eso a él le daba un poco lo mismo. Todo estaba tan mal que no tuvo más opción que decirles a todos que buscaran otro circo o que se buscaran otro trabajo pues el Circo de Bobo oficialmente tenía que cerrar y posiblemente lo haría para siempre.

 Mireya, la mujer barbuda, fue la primera que puso el grito en el cielo, esto porque su padre había sido el dueño del circo antes que Bobo. Él no era su hija ni nada parecido pero le había dejado el circo porque decía que ese payaso tenía la visión y las ganas para sacar adelante este proyecto que había empezado hacía tantos años. Mireya nunca estuvo de acuerdo con dejarle el circo a Bobo y siempre resintió la decisión de su padre de pasar sobre ella, como si no existiera. A ella eso le dolió mucho y simplemente nunca lo pudo perdonar. Y ahora que el circo se había esfumado tras el incendio, tenía todo en su poder para no creer en lo que su padre había hecho.

 Con su esposo, el hombre fuerte, fueron los primeros en irse, no sin antes dejarle claro a Bobo que nunca habían confiado en él y que ojalá disfrutase sus últimas horas como dueño de algo. Bobo no respondió pues los músculos del esposo de Mireya siempre habían sido muy convincentes pero también porque no había nada que contestar. Él, a pesar de su amor por el sitio y por todo en el circo, nunca había tenido éxito absolutamente nada. La verdad era que, incluso como payaso, Bobo era simplemente patético. Cuando vio como todos se iban, uno a uno, se dio cuenta que todos lo miraban de la misma manera, como si no les sorprendiera nada.

 El único que se quedó con Bobo fue Binky. Los de un zoológico cercano lo quisieron llevar pagando una buena suma, pero fue dinero que Bobo nunca recibió pues Binky simplemente no quería irse de su lado. Nadie se atrevía a forzar al elefante así que, no habiendo más posibilidades, Bobo solicitó un permiso formal para tener a Binky como mascota. El permiso hizo titulares en todas partes pues al comienzo la gente pensaba que un viejo loco quería quedarse como mascota a un elefante y no era eso. Bobo sabía que Binky nunca podría sobrevivir a un zoológico o a algún tipo de lugar así.  Era triste pensarlo pero ese pobre elefante ya no estaba preparado para vivir fuera de del circo, no sabía vivir en la naturaleza y jamás sería capaz de readaptarse. No había más salida.

 Viendo el contexto de las cosas, el permiso le fue dado a Bobo que, con el dinero que pudo obtener del seguro, se compró una casa en el campo donde podía vivir tranquilo por el resto de sus días. Bobo siempre había sido soltero y ahora lo sería para siempre con un elefante de mascota. Solo pensar en la cantidad de comida por comprar lo hacía sentir un mareo ligero pero las cosas eran de ese tamaño, extra grande, y había que afrontarlas. Consiguió hacer un trato con un granjero vecino, quién prometió traer todas las frutas que plantaba que estuviesen algo estropeadas para que Binky las comiera. Él no le ponía peros a la comida y sí la recibía feliz, algo que hacía sonreír, así fuera poco, a Bobo.

 Pero no pueden ver a un pobre feliz, como dicen por ahí. Uno de esos grupos que protestaban contra todo ahora la había emprendido contra él y contra Binky. Con tanto titular a razón del permiso que había recibido, muchas personas se habían unido y querían forzar al gobierno a que le quitasen el permiso a Bobo para poder enviar al elefante a un santuario en África. Lo más cómico del cuento era que ellos querían que fuera el mismo Bobo el que pagase por todos los gastos, citando “daños y prejuicios al animal y estrés emocional relacionado a una vida de tormentos y daños materiales y personales a raíz de la cultura circense”. Para Bobo, era todo una idiotez.

 A diario los tenía allí, frente a la casa, protestando con pancartas de varios colores y tratando de que Binky les pusiera atención. Pero ese elefante solo tenía ojos y trompa para Bobo. El granjero que le traía fruta un día trajo a sus nietos y ellos pudieron tocar y jugar con Binky pero la verdad era que él eso le daba igual. Él era feliz si Bobo era feliz y no era muy difícil saber cuando ese pobre hombre era feliz pues jamás sonreía y sentía a diario que su vida era una recolección de errores que habían comenzado el día que había decidido convertirse en payaso. El adoraba su profesión pero ahora sabía lo que había conllevado para él.

 Los protestantes se salieron con la suya  y el gobierno cita a una audiencia para determinar si el permiso debía ser revocado. En los días anteriores a esa vista, algunos expertos vinieron a ver a Binky, revisando cada centímetro de su cuerpo. Esto ofendió a Bobo, que jamás había lastimado a ninguno de los animales del circo. No que eso sirviera de nada pues muchos de ellos los había matado la policía después del incendio, pero al menos él tenía la conciencia tranquila respecto  a como había tratado al elefante durante su época de dueño del circo. Le tomaron fotos de los colmillos, así como de la boca, la trompa, las patas, la cola,… No hubo centímetro que no revisaran y prueba extraña que no hicieran. Pero al final, Binky los sorprendió despidiéndose de ellos con una pata.

 El día del audiencia, Bobo tuvo que dejar a Binky con el granjero vecino, quién prometió cuidarlo con la vida si era necesario. Bobo temblaba como un papel al viento y estaba del mismo color, solo al pensar que le podrían quitar lo único que lo unía a un pasado que lo había hecho tan feliz. De hecho, esa fue la historia que contó. Les habló de cómo  su padre y su madre habían trabajado toda su vida en el circo. Ambos eran trapecistas y de los mejores que hubiesen existido en el mundo. Mostró una foto y le dijo al jurado que por ellos tenía tanto amor por el circo y todas sus criaturas. Les contó que desde esa época había querido ser payaso y que ahora entendía el porqué de sus decisiones.

 Bobo había nacido para hacer reír a la gente, para que todos estuviesen felices por un momento de sus vidas. Era tan apasionado en sus primeros años, que por eso llamó la atención del dueño del circo, que siempre fue machista y por eso no creía que su hija fuese capaz de mantener el circo en pie, una vez él hubiese muerto. Confesó en la audiencia que ese fue un error pero en el momento pareció un bonito gesto: dejarle todo a él. Mientras tanto, había mejorado su relación con todos en el circo, incluido Binky que en ese entonces era más joven y gracioso. Los dos se la pasaban juntos con frecuencia y fue Bobo quién le enseñó algunos de los trucos que sabía. Fueron amigos al instante.

 Después presentaron los resultados de los exámenes que le habían hecho a Binky y parecía que todo estaba perfecto con el elefante. Lo único que notaban era que su alimentación no era ahora tan buena como antes. Bobo no pudo responder al porqué de esto pero la razón era obvia. Esto fue usado por la parte demandante, argumentado que un hombre no tenía los medios para cuidar con propiedad de un animal tan grande. Dudaban de la capacidad de Bobo para mantener a Binky en condiciones correctas y alegaban que un animal no pertenecía al espectáculo, así Binky hubiese nacido en cautiverio.

 Al día siguiente, la ley les dio la razón a los otros. El juez dictó sentencia diciendo que Binky se merecía una vida tranquila después de todo y Bobo no pudo argumentar que la vida que tenía con él era la mejor que pudo tener. Binky casi no se deja llevar y cuando por fin pudieron hacerlo, se volvió violento. Lo confinaron a un zoológico lejano que había pedido el derecho de tenerlo pero todo fue para nada pues apenas una semana después Binky murió en cautiverio, sin haber visto nunca a Bobo una vez más. Bobo, por su parte, comenzó a beber todos los días, hasta que no sabía quién era o donde estaba. Curiosamente, el pobre payaso también moriría poco después por un fallo hepático grave. A su funeral fueron algunos viejos amigos pero Bobo igual murió como vivió, solo