Se sentía extraño. Normalmente, cuando
despertaba, daba media vuelta en la cama y trataba de conciliar el sueño otra
vez. O cuando era entre semana, trataba de desactivar la alarma dándole golpes
suaves al celular, que casi nunca servían para nada. Supongo que era
precisamente la idea que no fuese algo tan fácil de desactivar. El caso es que
mis mañanas nunca eran así y por eso esa mañana fue tan especial, tan diferente
y particular. Al abrir los ojos, quedé congelado en el lugar donde estaba.
Por un momento, pensaba que no tenía ropa pero
sí tenía puesto mis boxers o al menos pensé que eran los míos. No quería
moverme demasiado mirando por debajo de las cobijas. Se sentía un calor inusual
para una hora tan temprana. Y eso era porque él estaba allí acostado,
profundamente dormido y con su cara directamente hacia mi lado de la cama.
Podía sentir su aliento muy cerca pero no lo suficiente como para que fuera
insoportable. Además, no olía nada mal. Tal vez había masticado un chicle antes
o una menta.
Su nombre era
Ramón y lo había conocido hacía un par de meses en una galería de arte, un
lugar al que jamás hubiese ido si no fuera porque una de las fotos que vi desde
afuera del lugar me había llamado la atención. No porque fuese buenísima ni
única ni nada por el estilo, sino porque creía saber quién era el artista. Era
un chico con el que había hablado alguna vez por una de esas redes sociales que
se tienen en el teléfono para conocer gente. Había visto algunas fotos de él
con su arte y esa fotografía estaba por algún lado.
Entré casualmente una tarde y tuve como excusa
la tormenta que se había formado de un momento a otro. Caían perros y gatos y
no pensaba mojarme porque sí. Entré a la galería tratando de no hacerme notar
demasiado, pero fracasé por completo porque una mujer de falda y saco gruesos y
lentos aún más gruesos se me acercó y empezó a preguntar por mis gustos
artísticos y las razones que me habían traído allí. No sé mentir muy bien así
que confesé que la lluvia había sido el factor más importante.
Ella argumentó que los dioses vivían en la
lluvia y que no había sido casualidad mi entrada allí. Me habló de todo un poco
en unos cinco minutos, tanto que me dio algo de mareo tantas palabras que
salían de su boca. Yo solo había entrada por una foto y, en un momento, me
había mostrado decenas de otras obras de arte y me había contado incluso
chismes de algunos de los artistas. Menos mal el timbre de la puerta al
abrirse, algo que yo no había notado al entrar, le avisó que había más gente en
el lugar y corrió sin explicación a recibirlos, dejándome algo confundido en la
mitad del lugar.
Aproveché para ver la fotografía que me había
llevado a entrar y, en efecto, era la que yo conocía. Uno de los modelos era el
novio del chico con el que yo había hablado. Creía recordar que tenían una
relación abierta o algo así. Es algo que no entiendo mucho pero cada uno con
sus cosas. Me quedé viendo la fotografía un rato largo. Pero la verdad era que
no la estaba detallando sino que pensaba en las razones por las cuales yo no
tenía un novio a quién fotografiar ni razones para tener una de esas relaciones
“modernas”.
Fue entonces cuando sentí el aliento que
sentía de nuevo esa mañana en la cama. Era Ramón pero yo aún no sabía su
nombre. Alcancé a ver en su mano la pequeña caja metálica de mentas que,
hábilmente, metió en su mochila de estudiante. Sí, era obvio que era más joven
que yo pero se veía mayor, tal vez por su vello facial y su altura. No dijo
nada, sino que miró la fotografía un buen rato hasta que volteó el rostro hacia
mi y me preguntó porqué miraba esa foto con tanta pasión. Por un momento, no
supe que decir.
Me siento estúpido diciéndolo, pero sus ojos
eran increíbles. No era el color lo que era especial sino su brillo o algo por
el estilo. Aún ahora no entiendo muy bien qué es lo que veo en ellos que me
deja sin habla. Recuperé ese don en instantes y le respondí, como a la mujer de
la galería, con toda la verdad. Le conté del chico de la red social, de sus
fotos, de la lluvia y de cómo había quedado confundido más de una vez en tan
poco tiempo. Lo único que no le dije fue mi opinión sobre sus ojos.
Él asintió y me preguntó si me gustaba el arte
y le dije que sí aunque no sabía demasiado acerca de ello. Fue entonces que, de
la nada, tomó mi mano y me llevó a la fotografía que había al lado de la del
chico que yo conocía. Sin soltarme, me preguntó que me parecía. Yo no podía
pensar claramente porque un desconocido me tenía tomada la mano. Pero me di
cuenta pronto que no la apretaba sino que la tomaba con cierto cariño. Era un
sentimiento muy extraño, por lo que me dejé llevar por completo.
Estuve un total de tres horas en la galería de
arte, yendo de la mano a cada fotografía, cuadro, escultura u otra obra de arte
que hubiese en el lugar. Lo dijimos todo sobre todo y en ese espacio hablamos
del uno y del otro. Nos conocimos bien en esas horas y para cuando nos
separamos, tuve que admitir que la mujer de la galería podía tener algo de
razón en eso de que los dioses me habían llevado a ese lugar para conocer a
Ramón. No creía mucho en el misticismo de la idea pero tampoco me cerraba a que
cosas tan extrañas como esa pudiesen pasarle a la gente.
Después de eso, nos vimos al menos una vez por
semana. A veces era solo para tomar un café, otras veces caminábamos juntos por
ahí, apreciando el entorno o hablando de todo un poco. La primera vez que fui a
su casa, tomamos vino y miramos varios videos y páginas de internet. Hablamos
de tantos temas que a veces ya ni me acuerdo de cuales fueron o que fue lo que
dije, pero él si lo recuerda y es entonces cuando sé que dijo y que dije y me
sorprendo a mi mismo. Es algo que no esperaba para nada.
Esa noche nos dimos un beso, un beso como esos
que damos a nuestras parejas del colegio, unos besos que por muy apasionados
que puedan ser, terminan siendo unos besitos de niños tímidos que no saben
donde poner las manos o qué hacer después de terminar la unión de los labios.
Eso sí, fueron bastantes besos y mucha charla, y mucho vino. Obviamente estuve
tentado a pasar la noche con él pero terminé negándome a esa posibilidad porque
algo me decía que esa no era la mejor opción para mí.
Y tenía razón. Debía ir con más calma, sin
acelerar el paso sin necesidad. Antes en mi vida había acelerado en
innumerables ocasiones sin pensarlo ni siquiera un segundo y todo había
terminado mal. Esta era la oportunidad perfecta para ver cual era mi ritmo
óptimo, algo no muy pausado ni muy acelerado. Seguramente podía lograr algo
mejor que lo que había hecho ya en mi vida, que ciertamente no era mucho para
alardear. Así que seguimos viéndonos y solo siendo nosotros mismos.
La mañana que sentí su aliento cerca de mi
cuerpo, fue el día siguiente a nuestra primera relación sexual. No hubo alcohol
ni nada parecido. Lo único que hubo fue una buena película más temprano y una
excitante conversación acerca de un montón de temas que nunca había podido
discutir con nadie. Yo no tenía muchas personas con quien hablar y era muy
emocionante tener una persona para conversar y poder intercambiar opiniones
sobre ciertas cosas en las que yo solo podía pensar en silencio.
Cuando abrió los ojos, le sonreí. Su respuesta
fue abrazarme y darme un beso en la mejilla. Obviamente seguía medio dormido
pero no me importó en lo más mínimo. Lo besé en sus mejillas y en la frente y
pronto se quedó dormido en mis brazos, respirando suavemente de nuevo.
Más tarde, comimos juntos y nos paseamos por
ahí, a veces sin decir mucho sino compartiendo pequeños momentos. Si eso era el
amor, estaba dispuesto a probarlo, así fuera una vez en la vida. No sabía que
era lo que podía pasar después pero eso no importaba. El presente es lo único
que existe.