El hotel era enorme, con varios pisos de
habitaciones, numerosos espacios de ocio y una vista hermosa sobra la bahía.
Incluso tenía playa privada, algo poco común para la zona. La gente solo tenía
que tomar sus cosas y bajar al lobby y a dos pasos tenía todo lo que podía
ofrecer esta región. Porque monumentos históricos, museos y demás, la verdad no
había. Todo eso estaba en ciudades o pueblos a unas horas de distancia en
automóvil. Donde estaba el hotel era un balneario que había nacido precisamente
por el bien del turismo y por ninguna otra razón. Quien iba allí, solo se
quedaba en su hotel y rara vez salía de allí, a menos que fuese a visitar
alguno de los enormes centro comerciales disponibles para que la gente se diere
una vuelta y comprara lo que fuera.
En la noche, era de las pocas ciudades de la
región que no descansaba. Dedicada al ocio, la ciudad tenía cientos de
discotecas de todo tipo y para todo público, así que siempre estaban llenas de
gente, en especial si era fin de año o mitad de año. Esas temporadas eran las
de mayor agitación. Ya en otros meses el movimiento bajaba pero todo seguía
abierto y partes de la ciudad se convertían en un pueblo fantasma. Calles
peatonales hermosas y playas adecuadas al menor detalle eran terrenos para que
el viento jugara con alguna bolsa de papel o de plástico, pero nada más que
eso. En eso meses bajos la gente se quedaba más en sus hoteles y eran pocos los
turistas interesados en una ciudad tan artificial y sin ningún interés fuera
del comercio.
Era bastante especial imaginar, en una de esas
noches locas de fin de año, todo lo que pasaba en el mismo momento en esa
ciudad. En un solo hotel, sucedían cosas que nadie se imaginaba, desde orgías
en uno de los pisos más altos hasta fiestas de cumpleaños para bebés en una de
las pequeñas salas de conferencias. Si en una habitación había alguien
predicando la palabra como si estuviese frente a miles de feligreses, en la
siguiente algún adolescente se masturbaba con alguna de las decenas de canales
pornográficos disponibles. Si alguien estaba comiendo solo en la cama, dos
pasos más allá había alguien muriendo, tal vez por su propia mano o tal vez
asesinado por alguien con envidia.
El caso era que este balneario había sido
construido sobre la premisa de permitir y posibilitarlo todo para los turistas,
no dejar nada de lado y no juzgar a nadie por nada. La idea era ofrecer y que
hubiera quién comprara. Había cosas ilegales, claro, pero se conseguían y era
increíblemente fácil. Los trabajadores
de hoteles, casinos, parques temáticos, centros comerciales, restaurantes,
discotecas y demás, habían aprendido a no juzgar a nadie y a aceptarlo todo con
tal de que viniera atado a un precio en metálico y ese concepto había hecho de
la ciudad en la bahía, una de las urbes más ricas de este lado del mundo.
Claro, había muchos en la lejanía, que la
condenaban como un lugar de perdición y de libertinaje. Pero la realidad era
que había sitio para todos allí. Como podían reunirse miles de doctores para
conferencias médicas relacionadas a mil y una enfermedades, también había
retiros espirituales en hoteles situados a las afueras, había adolescente
enloqueciéndose en grupo en verano o parejas de ancianos que venían a disfrutar
de sus años dorados en las blancas playas de la zona. Todo podían venir y nadie
podía condenar pues tenían espacios particulares para cada uno. Nada se
transformaba ni cambiaba sino que estaba muy bien dividido y repartido. Por eso
en temporada baja había zonas solitarias que en otras épocas del año estaban
vibrantes de alegría.
Eso sí, había policía y demás fuerzas del
orden. No era un paraíso por completo y si hacía alguien algo reprobable, como
matar, se le condenaba de la manera más dura y rápida posible. Esto era así
porque no querían tampoco mostrar que era un lugar que lo perdonaba todo porque
incluso en el cielo existen los limites. La policía era la más eficiente de la
región, con los mejores equipos y la mejor gente trabajando para que las
personas se pasaran su tiempo divirtiéndose y no preocupándose por cosas que
ellos podían manejar a la perfección. Eran muy bien seleccionados para sus
puestos y estaban listos siempre para reaccionar incluso antes que los mismos
criminales.
Eso sí, juzgados no había. Todo el que iba a
ser procesado debía ser enviado a otra ciudad donde estaban los juzgados para
la ciudad en la bahía. Era una situación muy particular que las cortes de una
ciudad quedaran en otra pero esto era resultado, claro como el agua, del poder
que tenía el dinero. Básicamente, los gobernantes del balneario controlaban la
región y hacer que otras ciudades hicieran lo que ellos querían era bastante
fácil pues cualquier interacción beneficiaba a ambas partes. No había nadie que
se quejara, al menos no en voz alta, de estas transacciones. Menos aún con los
millones que iban al bolsillo de todos un poco cada año. No parecía lo óptimo,
pero lo era.
Así era con varias cosas como la basura o el
tratamiento de aguas residuales. Todo eso se hacía lejos, en poblaciones
satélite que los turistas jamás veían. El aeropuerto había sido construido de
camino a ningún lado, por lo que quién llegaba por aire solo veía una carretera
perfecta muy bien decorada. Desde el aire posiblemente viesen un poco más pero
incluso los planes de vuelo estaban hechos para dar vista al increíble
balneario y no dar mucha cancha a que la gente viese lo que había más allá. Si
querían visitar otras ciudades, habían buses pero no eran muy utilizados. Para
que ir a otro lado cuando todo estaba allí.
Claro, había gente que llegaba y se quería ir
ahí mismo. Todos aquellos disque artistas que se peinan su imaginaria barba y
creen que todo lo que sale de sus bocas y cerebros es oro, todos ellos odiaban
o al menos fingían odiar al pobre balneario. Había escritores que informaban de
sus oscura realidad e incluso poetas que condenaban a la pobre ciudad a ser
algo menos que Sodoma y Gomorra, solo que con niños y parques acuáticos. Los
músicos, siempre los más eclécticos, amaban en cambio el choque y el desastre
que era la ciudad para sus sentidos. Y los cineastas trataban siempre de
recrearla, en todo sentido, pues rodar en la ciudad era algo que no muchos
directores se podían costear. Incluso para todos ellos había lugar, así no lo
quisieran.
Era gracioso ver la evolución de alguien que
se quedara por más de una semana: los primeros días con su uniforme. Esto
quiere decir con lo que usa siempre en casa. Se veían los sombreros anticuados
de los “hipster”, los pantalones anchos de los “skaters”, las ropas negras de
los góticos y demás atuendos particulares. Pasada solo la primera semana, todo
eso ya estaba en una maleta y el uniforme cambiaba diametralmente: chancletas,
bermudas y camisetas de tela delgada. Eso sin contar los vestidos de baño que
existían en todas formas y colores en el balneario y se podían ver en las
playas con facilidad. Incluso habían una playa nudista por si el cambio de
vestuario había sido extremo.
Sin duda, era un lugar muy particular de este
mundo. La gente se convertía en alguien más allí. La mayoría de las veces se
puede decir que eran mejores versiones de si mismos pues, como la ciudad no
juzgaba, a ellos eso se les pegaba y empezaban a no juzgar. En esos momentos
era cuando se veía en la calle conversaciones entre personas que en otros
contextos jamás se reconocerían una a la otra e incluso relaciones amorosas y
sexuales entre gente que jamás cruzaría caminos en ningún otro lado del mundo.
Eso sí, todas esas relaciones amistosas casi siempre morían allí mismo, fuese
en el hotel o en el aeropuerto. Pocas sobrevivían el vuelo a casa, pero es que
no estaban hechas para ello.
Cuando las personas volvían a casa y se les
preguntaba que tal era todo, siempre eran reacios. Era como si les diera
vergüenza confesar que era el mejor lugar de la Tierra. No les gustaba confesar
que la diversión pudiese tener tantas vías y que las cosas podían ser mucho más
simples que en la mayoría de sus vidas. Se daban cuenta que era un lugar donde
estaban felices. Tal vez demasiado cerca de un consumismo desenfrenado, pero auténticamente
felices. Desde los que iban a comprar todos los días hasta los que iban a
quedarse al campo nudista que quedaba en la periferia. Todos sonrían más allí.
Debe ser por eso que la gente sigue
promocionando al sitio a pesar de que nadie lo hace con argumentos de peso.
Suele ser una recomendación simple que cada persona debe tomar como mejor le
parezca. Y como la curiosidad mató al gato, la gente termina yendo simplemente
por saber cual es el misterio del balneario de la bahía. Y el misterio es, al fin
de cuentas, que no existe nada detrás de la cortina pues todo está a la vista y
solo hay que decidirse a tomarlo.
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