El mercado estaba lleno de gente. Era lo
normal para un día entre semana, aunque no tanto por el clima tan horrible que
se había apoderado por la ciudad. Decían que era por estar ubicado en un valle,
pero el frío que hacía en las noches era de lo peor que se había sentido en los
últimos días. Jaime se había puesto bufanda, guantes y el abrigo más grueso que
había encontrado en su armario. No quería arriesgarse con una gripa o algo
parecido, era mejor cuidarse que estar luego estornudando por todos lados.
Lo primero que quería ver era la zona de las
verduras. Tenía sus puestos favoritos donde vendían los vegetales más hermosos
y frescos. Habiendo estudiando alta cocina, sabía muy bien como aprovechar todo
lo que compraba. No ejercía su profesión, puesto que su matrimonio le había
exigido concentrarse en casa, cuidar del hijo que tenían y administrar un
pequeño negocio que los dos se habían inventado años antes de tener una
relación seria. Simplemente no había tiempo.
La Navidad se acercaba deprisa, en solo pocas
semanas, por lo que quería lucirse con una cena por todo lo alto. Solo vendrían
algunos de sus amigos y parientes de su pareja. Su familia no podría asistir
porque vivían demasiado lejos y era ya demasiado tarde para que compraran
pasajes de avión para venir solo unos pocos días. Habían quedado que lo mejor
sería verse en la semana de descanso que había en marzo. Además podrían hacer
del viaje algo más orientado a la playa, a una relajación verdadera.
Lo primero que tomó de su puesto favorito fueron
unas ocho alcachofas frescas. Había aprendido hace poco una deliciosa manera de
cocinarlas y una salsa que sería la envidia de cualquiera que viniera a su
casa. Lo siguiente fueron algunos pepinos para hacer cocteles como los que
ahora vendían en todos lados. Cuanto escogía las berenjenas se dio cuenta de
que lo estaban mirando. Fue apenas levantar la mirada y echar dos pasos hacia
atrás, porque quién lo miraba estaba más cerca de lo que pensaba.
Era un hombre más bien delgado, de barba. Si
no fuera por esa mata de pelo que tenía pegada a la cara, le hubiera parecido
alguien con mucha hambre o al menos de muy malos hábitos alimenticios. Su cara,
tal vez por el frío, estaba casi azul. Sostenía una sandía redonda y tenía la
boca ligeramente abierta, revelando unos dientes algo amarillentos. El paquete
rectangular en uno de los bolsillos del pantalón indicaban que el culpable era
el tabaco. Pero Jaime no tenía ni idea de quién era ese hombre pero parecía que
él si sabía quién era Jaime.
El tipo sonrió, dejando ver más de su
dentadura. Se acercó y extendió una mano, sin decir nada por unos segundos.
Después se presentó, diciendo que su nombre era Fernando Mora y que conocía a
Jaime de internet. Lo primero que se le vino a la mente a Jaime fue un video de
índole sexual, pero eso nunca lo había hecho en la vida entonces era obvio que
esa no era la razón. Se quedó pensando un momento pero no se le ocurría a que
se refería el hombre, que seguía con la mano extendida.
Entonces Fernando soltó una carcajada algo
exagerada, que atrajo la atención de la vendedora del puesto, y explicó que
conocía a Jaime de algunos videos culinarios que este había subido a internet
hacía muchos años. Él ni se acordaba que esos videos existían. Habían sido
parte de un proyecto de la escuela, en el que los profesores buscaban que
los alumnos crearan algo que le diera más reconocimiento a recetas típicas del
país, que no tuvieran nada que ver con la gastronomía extranjera.
Los videos habían sido hechos con una muy
buena calidad gracias a Dora, compañera de Jaime que tenía un novio que había
estudiado cine. El tipo tenía una cámara de última generación, así como luces
básicas, micrófonos y todo lo necesario para editar los video. Hicieron unos
diez, lo necesario para pasar el curso en un semestre, y lo dejaron ahí para
siempre. Al terminar, nadie había pensado en eliminar los vídeos puesto que los
profesores los habían alabado por su trabajo.
Entonces allí se habían quedado, recibiendo
miles de visitas diarias sin que nadie se diera cuenta. Fue el mismo Fernando
el que le contó a Jaime que uno de los vídeos más largos, con una receta
excesivamente complicada, había pasado hace poco el millón de visitas y los mil
comentarios. A la gran mayoría de gente le encantaban, o eso decía Fernando
mientras Jaime pagaba las verduras y las metía en una gran bolsa de tela.
Escuchó entre interesado e inquieto por el evidente interés de Fernando.
Caminaron juntos hasta la zona de frutas,
donde Fernando se rió de nuevo de manera nerviosa y le explicó a Jaime que él
era un cocinero aficionado y había encontrado los vídeos de pura casualidad. Le
habían parecido muy interesantes, no solo porque los cocineros eran muy
jóvenes, sino por el ambiente general en los vídeos. Jaime le dijo, con un tono
algo sombrío, que él ya no era esa persona que salía en los videos. Fernando se
puso serio por un momento pero luego rió de nuevo y señaló los vegetales.
Apuntó que Jaime no debía haber cambiado demasiado.
Ese comentario, tan inocente pero a la vez tan
personal e incluso invasivo, le hizo pensar a Jaime que tal vez Fernando tenía
razón. Mejor dicho, su vida había tomado una senda completamente distinta a la
que había planeado en esa época pero eso no quería decir que se hubiese alejado
demasiado de uno de los grandes amores de la vida: la cocina. Todavía lo
disfrutaba y se sentía en su mundo cuando hacía el desayuno para todos en la
casa o cuando reunían gente, para cenas como la que estaba preparando.
Fernando le ayudó a elegir algunas frutas para
hacer jugos y postres. Se la pasaron hablando de comida y cocina todo el rato,
unas dos horas. Cuando llegó el momento de despedirse, Fernando le pidió
permiso a Jaime de tomarle una foto junto a un puesto del mercado. Dijo que
sería divertido ponerlo en alguna red social con un enlace a los videos de
Jaime. A este le pareció que era lo menos que podía hacer después de compartir
tanto tiempo con él. Posó un rato, rió también y luego enfiló a su casa.
Cuando llegó no había nadie. Era temprano para
que el resto de los habitantes de la casa estuviese por allí. Recordando las
palabras de Fernando, decidió no pedir algo de comer a domicilio como había
pensado, sino hacer algo para él, algo así como una cena elegante para uno.
Sacó una de las alcachofas y muchos otros vegetales. Alistó el horno y empezó a
cortar todo en cubos, a usar las especias y a disfrutar de los olores que
inundaban la cocina. Lo único que faltaba era música.
No tardó en encender la radio. Bailaba un poco
mientras mezclaba la salsa holandesa para alcachofa y cantó todo el rato en el
que estuvo cortando un pedazo de sandía para poder hacer un delicioso jugo
refrescante. Lo último fue sazonar un pedazo pequeño de carne de cerdo que
tenía guardada del día anterior. La sazonó a su gusto y, tan solo una hora
después, tenía todo dispuesto a la mesa para disfrutar. Se sirvió una copa de
vino y empezó a comer despacio y luego más deprisa.
Todo le había quedado delicioso. Era extraño,
pero a veces no sentía tanto los sabores como en otras ocasiones. Algunos días
solo cocinaba porque había que hacerlo y muchas veces no se disfruta ni un
poquito lo que hay que hacer por obligación.
Cuando terminó, por alguna razón, recordó a
Fernando y su risa extraña. Pero también pensó en los vídeos que había en
internet, en sus compañeros de la escuela de cocina y en la pasión que tenía adentro
en esa época. Entonces se dio cuenta de que hacía poco habían comprado una
cámara de video. Sin terminar de comer, se levantó y fue a buscarla. Era el
inicio de un nuevo capitulo.