Trepado como estaba en el árbol, no podía
tomar fotografías y al mismo tiempo contestar su celular. Cuando intentó hacer
las dos cosas a la vez, la cámara fotográfica se le resbaló de la mano
precipitándose al suelo. No se rompió en varios pedazos ni nada parecido. Pero
la altura había sido suficiente para romper el lente por dentro. La cámara
había quedado inservible. Además, no había podido contestar la llamada que no
era nada más ni nada menos que una publicidad.
Cuando llegó a casa, revisó la cámara por
todos lados. A primera visa parecía solo raspada pero el daño interno era
severo. Consultó con sus compañeros de trabajo y le dijeron que así ya no podía
trabajar y que ojalá tuviese algo de dinero ahorrado para una emergencia de ese
estilo. Lastimosamente, Mateo no había tenido mucho éxito con sus últimas
fotografías. Por alguna razón siempre llegaba tarde a los lugares donde había
famosos o sus fotos no eran elegidas por los tabloides.
Así es: Mateo era un paparazzi, un cazador de
las estrellas. Se dedicaba, todos los días de su vida, a perseguir a los
famosos y a los que tenían algo que perder. Su cámara era como su brazo
derecho: sin ella no había nada. Se había quedado sin su principal fuente de
dinero y eso que siempre tenía problemas para pagar sus deudas. Además no era
barato mantener una cámara como esa o tener que ir a todas partes persiguiendo
gente. Parecía un trabajo fácil pero no lo era.
Y eso era descontando el hecho de que había
que pelear para que las publicaciones compraran las fotos. No era solo oprimir
el obturador sino saber llegarles a ellos con fotos perfectas para utilizar en
sus páginas diarias. El pedido que tenían era de locura y por eso el negocio
había crecido tanto. Ahora con la cámaras de los celulares y cámaras casi profesionales
que se podía cargar con facilidad, el mercado de las fotografías de los famosos
estaba cada vez más abarrotado.
Mateo verificó en su cuenta y todo estaba como
ya lo sabía: no tenía dinero suficiente para un nuevo lente, mucho menos para
toda una cámara nueva. Además había estado ahorrando para pagar por el préstamo
de unos equipos especiales que había alquilado con la esperanza de así poder
tomar mejores fotos, sobre todo en la noche y sobre las vallas de las casas de
los famosos pero todo eso no había servido de nada.
Ahora tenía que pagar esa deuda y ni siquiera
tenía como utilizar nada de lo que le habían prestado. Desesperado, acudió a
otros fotógrafos del medio pero ellos no estaban en una mucho mejor posición.
No tenían cámaras para prestar y era obvio que si hubieran tenido igual no le
hubieran dado nada. Él era competencia y era mejor si ya no estaba en el
negocio.
La cámara rota se quedó por varios días en su
mesa de noche. La miraba todos los días, casi como una sesión de tortura para
forzarse a encontrar una solución satisfactoria a sus problemas de dinero.
Estaba tan desesperado que había decidido pedirle a varios conocidos que lo
conectaran para hacer trabajos con equipos prestados o en cualquier otro
trabajo que pudiese hacer mientras solucionaba la situación de la cámara.
Tuvo que trabajar lavando platos en un
restaurante elegante y eso le ayudó para terminar de pagar su deuda. Cada
cierto rato debía salir a la calle a fumar para resistir las ganas de mandar
todo a la mierda. Para Mateo era un trabajo que había dejado de hacer hace años
y además ya se consideraba muy viejo para estar usando esa estúpida manguera
para limpiar los platos y la esponja con mucho jabón. Era humillante pero era
lo único que había para hacer.
Mateo nunca había tenido la oportunidad de
estudiar. Terminó la secundaria porque el colegio era gratis pero sus padres no
tuvieron dinero para darle una carrera. Él trató de estudiar, pagándose todo él
mismo, pero solo logró entrar un semestre y ni siquiera pudo terminarlo pues
sus obligaciones y las clases se cruzaban con frecuencia y tenía que tener sus
prioridades. Había querido estudiar fotografía para ser un artista pero le tocó
usar su talento para tomar fotos de gente que muchas veces ni sabía quién era.
Era una novia la que le había dado la idea un
día en el que estaban en su casa y ella tenía una de esas revistas. Mateo
supuso que a esos fotógrafos les tenían que pagar bien pues no eran fotografías
permitidas y se exponían incluso a ciertos riesgos al tomar las fotos así que
se puso a averiguar y pronto encontró varios fotógrafos que le aconsejaron que
hacer. Fue cuando sus últimos ahorros se fueron a la cámara que hacía poco se
había estampado contra el suelo.
Lo otro que era frustrante del trabajo en el
restaurante, era que mucha gente supuestamente famosa iba allí a que la vieran
o a fingir que no querían que los vieran. Desde políticos de dudosa reputación
hasta estrellas temporales del canto, muchas veces estaban allí y no faltaba el
tonto que iba y les pedía el autógrafo. Mateo no entendía eso de la fama por no
hacer nada pero sabía que era algo bueno para gente como él.
Cuando pensó eso, se dio cuenta de que ya no
era fotógrafo y se sintió bastante mal. Para compensarlo, trató de diseñar una
manera de tomarles fotos a los artistas sin que se dieran cuenta. Tenía que ser
con el celular. O al menos podría grabar sus voces y venderlo a alguno de esos
portales en internet que seguro estarían interesados en algo así.
Pero no hizo nada parecido. Estaba demasiado
ocupado tratando de ganar dinero para pagar sus deudas y todavía pensaba que
podía arreglar su cámara. Todas las noches la miraba y revisaba el lente y los
espejos internos. Siempre terminaba frustrado porque sabía que el daño era
demasiado grande y que no tenía como reemplazar nada de ello. Esa cámara le
había proporcionado una buena vida. Tal vez no excelente pero había puesto
comida en la mesa y le había proporcionado algunas emociones fuertes, lo que
siempre era divertido.
Con ella había tenido que correr detrás de
automóviles en movimiento y detrás de parejas que fingían que no sabían que les
tomaban fotos. No solo se había subido a los árboles sino también sobre muros e
incluso se había disfrazado con barba postiza y toda la cosa para infiltrarse
en lugares de los que lo habían echado pero siempre con las fotos a salvo en la
tarjeta de memoria que nunca olvidaba de sacar antes de que nadie tuviese la
oportunidad de borrarle las fotos.
Fue entonces cuando cayó en cuenta de que no
había revisado si la tarjeta de memoria también se había dañado o si al menos
la podía conservar. No sabía que utilidad podría sacarle sin tener un cámara
pero de seguro podría hacer algo con ella. Tal vez venderla o esperar a que en algunos
meses pudiese tener una cámara más barata o algo por el estilo.
Sacó la memoria de la cámara y la insertó en
su portátil. La tarjeta no podía ser leída por el computador. Se pasó toda una
noche, en la que debía descansar para estar alerta en su trabajo en la cocina,
tratando de que su portátil leyera la memoria. Parecía que se había dañado de
alguna manera porque antes siempre había funcionado a la perfección sin ninguna
situación rara.
Muy tarde en la noche, por fin, el portátil
pudo leer la tarjeta por unos segundos. Mateo aprovechó para copiar las pocas
imágenes guardadas a su computador antes de que la tarjeta de memoria fallara
de nuevo. La mayoría eran fotos desenfocadas o borrosas. Definitivamente nada
especial. Era unas cien que había tomado en apenas un par de minutos. Las
revisó una a una, con una esperanza que rayaba en lo tonto.
Y sin embargo, encontró lo que buscaba: una
foto limpia, con una definición lo suficientemente buena. Era de la actriz que
había estado vigilando y algo interesante se veía en la imagen: otra persona. Y
su cara era inconfundible. En una milésima de segundo, había tomado una foto
que le podría generar mucho dinero. Sin dudarlo, hizo copias y decidió no ir a
trabajar a la mañana siguiente. Tenía algo que vender, la solución a sus
problemas.