Siempre ha habido alguien al borde de todo.
Alguien que no estaba con el grupo, que tenía que quedarse al margen para no
comprometer a otros y a sí mismo. Eso es lo que hace el odio y la ignorancia y
no podemos decir que sea cosa del pasado. Se ha avanzado bastante en todo lo
relacionado con la igualdad y la aceptación pero eso no quiere decir que ya
todos seamos iguales para todo el mundo. Las cosas no funcionan así porque
siempre habrá quién no entienda, no acepte o simplemente no quiera pensar de la
misma manera que los demás y, si se pone uno a pensar, tienen todo el derecho
de no estar de acuerdo. No podemos imponerle ideas a nadie, así sepamos o
creamos que son las correctas.
Una vez, todo fue porque Iris y Jorge se
tomaron de la mano. Era una ciudad pequeña, no hace mucho tiempo, así que
cualquiera se hubiera podido imaginar la reacción de la gente. Iris era una
mujer negra y no hay porqué decirlo de otra manera. La gente se ofende con
palabras que dicen la verdad porque tienen miedo de que lo que es sea tomado
como insulto, cuando solo son palabras. Iris era muy hermosa y había trabajado
en la compañía de telefonía de la ciudad por varios años. Cuando llegó Jorge,
hacía poco que ella había terminado una relación de varios años. Jorge era
blanco y, para ser sinceros, nada muy especial. Es decir, no era un hombre feo
pero no era ningún galán de cine. Eso nunca le impidió, sin embargo, conseguir
mujeres con frecuencia.
Jorge era un mujeriego y con Iris se
conocieron una noche y tuvieron relaciones horas después. Todo fue
relativamente rápido pero con la debida protección y entre dos personas que no
tenían compromisos con más nadie. Los dos pensaron que nunca más se verían pero
resulto que Jorge no podía dejar de pensar en ella ni Iris en Jorge. Cada vez
que podían, durante los seis meses que Jorge vivió en el pueblo. Lo hicieron
sin pensar y cuando se dieron cuenta una tarde, todo el mundo los miraba como
si tuvieran la peste. Por gente chismosa se entero la familia de Iris quienes
le prohibieron verse con Jorge pero lo peor fue que se enteró el tipo con el
que ella había estado saliendo.
El tipo era enorme y un día, cuando estaban
comiendo algo los dos, llegó al lugar y los interrumpió golpeando a Jorge en la
cara y reclamando que Iris era de su propiedad y que él solo la había dejado ir
por unos días para que ella se diera cuenta de que era a él a quién ella
necesitaba. El tipo estaba más que loco y Jorge, aunque peleó, no pudo con él.
Lo otro fue que nadie ayudó a nada, nadie lo detuve e incluso la policía del
lugar no hizo nada. Jorge resultó con cuatro costillas rotas y otras fracturas
menores. Lamentablemente el amor no fue tan fuerte y él simplemente nunca
volvió. Se dio cuenta que nada valía la pena si había que morir para
conseguirlo. Así que Iris quedó sola y nunca más tuvo nada con nadie.
Algo parecido pasó con Ricardo y Gabriel. Se
conocieron en una discoteca y también tuvieron relaciones, estas sin
protección, esa misma noche. Esto fue en una ciudad grande y con dos personas
ya de la edad suficiente para decidir sobre sus asuntos. Ricardo era algo nuevo
en todo el concepto de salir a discotecas y la verdad era que, con excepción de
haber conocido a Gabriel, el asunto no le había gustado nada. Gabriel en cambio
salía con frecuencia y conocía todos los sitios y a casi todos los gays de una
ciudad tan grande como en la que vivían. Ricardo se reía de sus apuntes porque
en verdad parecía conocer a todos y cada uno de los que allí bailaban o tomaban
algo.
A diferencia de Iris y Jorge, Ricardo se quedó
esa noche en la casa de Gabriel y empezaron ahí mismo una relación que tenía
más de una lado que de otro. Estaba claro que Ricardo era más inocente y por lo
tanto sus sentimientos eran más verdaderos. Para Gabriel tomó más tiempo, pues
él estaba acostumbrado a vagar por el mundo sin tomar en cuenta cosas en las
que no creía como el amor. El caso fue que tan solo seis meses después de
conocerse, los dos no podían dejar de verse por mucho tiempo. Para Ricardo era
casi como respirar estar con Gabriel y para este era lo mejor estar con Ricardo
en casa y solo hablar y compartir cosas que le gustaran fuera de la fiesta y el
alcohol. De hecho, todo eso lo fue dejando.
Cumplieron el primer año juntos y se dieron
cuenta que jamás se habían tomado la mano en la calle y, una noche que salieron
a comprar víveres, decidieron hacerlo pues el camino no era muy largo y quería
ver que se sentía pasearse con total libertad. Lo que nunca consideraron fue
que el barrio donde vivían era uno de muchas vertientes tanto políticas como
sociales y siempre había alguien mirando a los demás. A solo dos calles de su
casa, cinco hombres se les atravesaron y empezaron a insultarlos, diciéndoles
nombres ofensivos y escupiéndoles a sus pies. En ningún momento Gabriel soltó a
Ricardo y confiaron que alguien los ayudaría pero nunca llegó nadie. Incluso
vieron una patrulla a lo lejos pero no se acercó.
Los tipos los golpearon, primero con puños en
el estomago y luego con patadas en ese mismo lugar. Y con el pasar de los
minutos se volvieron más violentos y sus insultos más fuertes y más hirientes.
Cuando se dieron cuenta que ya habían hecho demasiado, tomaron de los brazos a
Ricardo y lo apartaron. Otros dos hicieron que Gabriel se arrodillara y
empezaron a pegarle, primero con puños y patadas, luego con un tubo que había
por ahí. Cuando terminaron, los dejaron allí tirados. Ricardo, como pudo, gritó
varias veces pero nadie vino. Llamó a una ambulancia y llegaron tarde, cuando
ya Gabriel había dejado de respirar y todo se había terminado. Ricardo se fue
de la ciudad y nunca volvió.
Aunque no todo termina mal. Hay historias que
aunque empiezan con obstáculos, terminan mejor de lo que uno espera. Así fue la
historia de Pedro que siempre quiso que lo llamaran Samantha. Resulta que desde
pequeño, Pedro siempre tuvo un gusto claro por lo femenino. Sus padres nunca le
vieron nada de malo, tal vez por que sus padres habían sido hippies. El caso es
que Pedro tuvo muñecas y jugaba con maquillaje y demás utensilios femeninos de
juguete. También le gustaban, a veces, los carritos y cosas así pero nada se
asemejaba a cuando recibía una muñeca nueva o cuando podía ponerse un vestido
en Halloween. Y los vecinos y demás tampoco decían nada porque para ellos era
probablemente una fase así que no tenían nada que decir al respecto, con tal de
que no fuera algo permanente y no se lo “pegara” a sus hijos.
Pero no fue una fase. Cuando llegó la
adolescencia, Pedro se dio cuenta de que él no se sentía bien con su apariencia
ni con su situación como ser humano. Sus padres lo enviaron al psicólogo quién
no supo que decirle a los padres y les aconsejó tratar de forzar a Pedro a que
tuviera gustos más definidos. Desde ese momento se sintieron decepcionados de
la psicología y buscaron ayuda en otras partes. La madre de Pedro era la más
preocupada, tratando de entender lo que pasaba. Y él se sumía cada vez más en
la depresión, sintiéndose sin salida y sin posibilidad alguna de entender que
era lo que estaba pasando. Un día decidió suicidarse pero afortunadamente no lo
logró.
Su madre entonces habló con él y descubrieron
que era lo que ocurría: Pedro no se sentía bien siendo hombre y siempre había
querido ser mujer aunque no era consciente de ello. Cuando pequeño, había sido
muy joven para entenderlo pero ahora lo entendía. Pedro nunca se había sentido
como Pedro sino como alguien más. Fue así, durante un proceso largo y bastante
difícil, que Pedro fue transformándose en Samantha. Fue duro para sus padres
pues nadie los apoyó y todos pensaban que estaban apoyando a su hijo de la
manera equivocada, que debieron ser más duros en su juventud para imponer “lo
que era correcto”.
Pero Samantha surgió y vivió la vida que
siempre quiso. Totalmente mujer, por fin sintió que la vida era tan hermosa
como siempre había escuchado que podía ser. Y con el tiempo conoció un hombre
que la aceptó por quién era y no por lo que otros creían que debía haber sido.
Además Samantha era una guerrera y se había enfrentado, incluso a los puños,
con quienes la trataban de engendro o de demonio. Al graduarse de la escuela,
se quedó en su ciudad y se casó. La gente nunca cambió y de vez en cuanto oía
comentarios o insultos pero lo gracioso era que ella ahora era inmune a todo
eso. No le importaba pues su vida había sido lo que ella quería y sabía que
toda esa rabia también era por envidia. Porque ella sí sabía quién era.
La ignorancia puede ser brutal, puede acabar
con vidas y destruirlas sin siquiera terminarlas. Pero cuando la gente que está
en el borde pelea y aguanta, se vuelven más fuertes y son quienes en verdad se
dan cuenta del valor de la vida y de quienes son y porque son, cosas que la
mayoría de las personas no saben. En el borde las cosas tienen mayor
perspectiva y por eso es posible que nunca estemos con los demás, porque para
qué perder esa vista de las cosas que nos hace ver el potencial que tenemos?