Laura llevaba el mantel y los cubiertos en una mano y Miguel el cesto de
la comida. Subieron una pequeña colina del parque y se sentaron en la parte más
alta para tener una mejor vista de la situación. Era raro estar en el parque
tan tarde en la noche pero no estaban solos: por aquí y por allá había más
gente, parejas y familia que se habían reunido a ver el mismo espectáculo de la
naturaleza. Al fin y al cabo, una lluvia de meteoritos no era muy común en la
región y a la gente le encantaba tener alguna razón para armar un plan con
amigos o con quien fuera.
Laura y Miguel se habían conocido hacía
relativamente poco, en un fiesta, a través de amigos mutuos. Al comienzo las
cosas habían sido un poco frías. Luego se habían visto más, en otras fiestas y
ocasiones, y habían empezado a hablar más. Esta era la primera vez que se veían
a solas, sin la compañía de ninguno de sus amigos y se notaba en el aire un
nerviosismo que mantenía la tensión al máximo.
Por eso sería que en el camino del carro a la
colina del parque, no hablaron una sola palabra. Laura extendió el mantel en el
suelo y se sentó en una esquina y Miguel en la otra, con el cesto entre los
dos. Contemplaron el parque en silencio y era evidente que los dos querían
decir algo pero no había manera de decir nada. Era como si fuera la primera vez
que salieran con alguien y eso no era verdad. Cada uno tenía su experiencia
pero por alguna razón se estaban comportando como tontos.
Unas risas cercanas, de un grupo de chicos
adolescentes, los hicieron salir de su ensimismamiento. Miguel abrió el cesto y
le ofreció a Laura algo de beber. Solo habían traído bebidas no alcohólicas
porque estaba prohibido tomar cervezas y demás en el parque pero Miguel le
mostró a Laura que no había podido resistir y había traído un par. Esa fue la
manera perfecta para poder empezar a hablar.
-
No
debiste. ¿Que tal si viene la policía?
-
Confío
en que tengan mejores cosas que hacer.
Rieron y a partir de ese momento la
conversación fue fluyendo poco a poco. Como no se habían visto nunca a solas,
decidieron hacer como si no se conocieran. Se preguntaron, con más detalles,
que hacían en la vida, como eran sus familias y que les gustaba o no en la
vida. Como eran preguntas amplias, estuvieron bastante tiempo respondiendo, uno
interrumpiendo al otro y comiendo algunos de los sándwiches que habían hecho
para la ocasión. Incluso hubo tiempo de compartir una cerveza.
Alguien gritó, a lo lejos, que la lluvia
empezaría en solo diez minutos. Laura y Miguel se alegraron. Jamás habían visto
nada parecido y les urgía saber cómo era eso. A Laura todo el tema le parecía
muy romántico, como algo salido de una de esas películas en las que uno sabe
que las cosas, por mucho que terminen mal, de hecho terminan bien pues hay una
enseñanza o algo así.
Para
Miguel, el interés venía de otro lado. A él le encantaba todo lo que
tuviese que ver con el espacio y la ciencia. Al fin y al cabo había estudiado
física en la universidad. Laura ni siquiera fingió tener interés cuando Miguel
se puso a relatarle cómo era que sucedían esas lluvias de meteoritos y cuantos
asteroides enormes pasaban de un lado a otro, cerca de la Tierra. No eran cosas
por las que ella se interesara. Era la primera vez que se notaba que algo no
funcionaba entre los dos.
Se
podría decir que Miguel era muy cerebral y Laura no tanto pero no era
exactamente eso. No tenía que ver nada con el intelecto sino con la manera de
ver la vida y los puros intereses. Miguel, en todo caso, se dio cuenta y
terminó de golpe su relato y por un momento solo observaron el cielo como si
estuviesen esperando a que llegara la lluvia de meteoritos para poder irse cada
uno a su casa.
La
verdad era que, a pesar de haber hablado tanto, no habían hablado de lo que
habían venido a decirse. Cada uno de ellos quería comunicar algo al otro y por
eso habían acordado la salida. Es increíble pero ninguno de ellos tuvo la
iniciativa real de salir a ver la lluvia de meteoritos. Fue más bien un acuerdo
en un momento puntual para verse y hablar. No se podía decir que algo acordado
de manera tan fría pudiese ser una cita y mucho menos romántica.
-
Debimos
traer binoculares.
Lo
dijo Miguel, señalando a una familia que incluso tenía un telescopio. La más
pequeña de entre ellos, una niña de unos ocho años, miraba por el aparato y se
quejaba de que no veía nada de estrellas. Eso reinició, a marcha forzada, la
conversación entre Laura y Miguel. Comentaron la última fiesta en la que habían
estado y, como es común, hablaron mal de un par de personas que les caían mal.
Eso siempre ayudaba a crear una conexión entre las personas. No era lo óptimo
pero peor es nada.
Entonces, la misma persona que había gritado
antes gritó de nuevo. La lluvia de meteoritos había empezado y todo el mundo
quedó en completo silencio.
Era hermoso ver como parecía que estrellas de
verdad se desparramaran encima del mundo, bañando toda la Tierra como polvo de
hadas o algo parecido. Era algo extrañamente mágico pero también muy real y por
eso todavía más fantástico y fascinante. No hubo persona en el parque que no
inclina la cabeza o se echara de espalda en el pasto para contemplar la escena
de la mejor manera posible. Eso fue lo que hicieron Laura y Miguel sobre la
suave colina en la que estaban. Se acostaron lentamente y observaron el
espectáculo.
Obviamente, fue el momento elegido por todas
las parejas en el parque para irse tomando de la mano, juguetear con los dedos
un rato y de pronto, si estaban muy atrevidos, robarle un beso a la persona con
la que habían venido. Había incluso algunos que se emocionaban más de la cuenta
y la policía seguro los pillaría más tarde. Pero el común denominador era ver
gente tomándose de las manos, besándose con suavidad y luego tomándose fotos
así, como para cerrar el circulo de ideas románticas.
Pero entre Laura y Miguel no pasó
absolutamente nada. Ella mantuvo sus dos manos sobre el vientre, dedos
entrelazados. Él puso una mano detrás de la cabeza y con la otra arrancaba un
poquito de pasto y lo deshacía lentamente. Se notaba que no había el mínimo
interés en cogerle la mano a nadie. Ni siquiera se sentía ya la tensión
inicial. No había nada entre los dos.
Fue entonces que, de golpe y sin acabarse el
espectáculo todavía, Laura se sentó y se sacudió el pasto del pelo.
-
¿Porqué
viniste?
Miguel sabía bien qué era lo que estaba
preguntando y no iba a ser tan tonto de hacerse el idiota, así que respondió
con toda sinceridad: quería que fuesen amigos para así poder acercarse a uno de
los amigos de Laura, que le gustaba bastante. Pero como era una persona muy
privada y, aparentemente, fría, había optado por conocer primero a alguien que
lo conociese bien para saber si valía la pena acercarse.
Laura soltó una carcajada. Le contó a Miguel
que a ella le gustaba ese amigo de él con el que había bailado la primera vez
que se habían conocido. Pero qué le parecía un poco distraído y por eso también
había pensado en hacer la conexión por uno de sus amigos. Rieron un rato por la
coincidencia y ni cuenta se dieron que las estrellas habían dejado de caer y
que incluso algunas personas ya se iban.
El
camino de vuelta al coche fue diametralmente distinto: hablaron bastante de los
chicos que les gustaban y se contaron pequeñas anécdotas graciosas y no tan
graciosas. La conversación se extendió durante todo el recorrido hasta la casa
de Laura y allí hablaron más rato. Al fin y al cabo iba a ser de día dentro de
poco así que decidieron conversar hasta el amanecer, compartiendo la comida que
no habían terminado del cesto y café caliente.
Se
hicieron amigos, sin haber sido esa la intención, y se ayudaron mutuamente con
sus respectivos prospectos amorosos. Pero su éxito o fracaso con ellos es cosa
de otra historia.