Esta es la historia de un hombrecito pequeño
en un mundo gigante. No, no es una metáfora, es simplemente la realidad de la
situación. Medía, a lo mucho, unos tres centímetros de altura y vivía entre las
paredes o de un edificio de apartamentos. Antes, en la época que vivía con sus
padres, vivía en una linda casita en un parque pero ese parque ya no existía y
cada persona pequeña había tenido que hacer lo necesario para sobrevivir.
Su nombre era Drax y ese había sido un nombre
elegido por sus padres al vero escrito en una de las muchas botellas que los
humanos tiraban en el parque. Drax vivía entre las paredes con su esposa
Dasani. No tenían hijos y pensar en ello los ponía tristes. Pero los dos
formaban un equipo formidable: tomando comida de los humanos, yendo y viniendo,
mejorando su hogar y explorando nuevas posibilidades en el mundo.
Era peligrosa la vida para unos seres tan
pequeños. Podían ser pisados por cualquiera o destruidos por las mil y un
máquinas que los seres humanos inventaban para hacer todo por ellos. Un día
casi mueren molidos por una podadora pero un perro, esas criaturas peludas y
babosas, los salvó justo a tiempo. Normalmente no interactuaban mucho con
animales tan grandes pero en esa ocasión le agradecieron al cachorro con una galleta
del supermercado.
Ese era el lugar preferido de Dasani: había de
todo para coger y llevar a casa y hacer nuevos tipos de alimentos para su
esposo. Esa era otra de sus pasiones, sobre todo cuando no estaba explorando
con su marido por el mundo. Si algo hacían bien los seres humanos, era cocinar,
o eso pensaba ella. Eran creativos y a veces los olores penetraban tanto en el
muro que vivían que era imposible no percibirlos. Y eso que los humanos con los
que convivían no eran especialmente hábiles o no lo parecían al menos.
La pareja no era nada de envidiar: un hombre y
una mujer que parecían estar amargados todos los días de su existencia. Iban y
venían todos los días pero no pareciera que hiciesen nada fuera de casa porque
no traían nada ni comentaban nada nuevo. Drax y Dasani los “acompañaban” de vez
en cuando, sobre todo para ver las noticias del mundo humano y una que otra
película en la televisión.. Lastimosamente, la gente pequeña no había inventado
esos mismos mecanismos para su tamaño por lo que era más sencillo así.
Al menos una noche por semana, la pareja de
seres pequeños se sentaban en la oscuridad de la cocina, adyacente a la sala de
estar, y desde allí veían lo que los humanos estuvieran viendo en la
televisión. Era entretenido estar sobre la caja de galletas, abrazados, viendo
alguna película romántica. Comían algo de queso o algo dulce mientras pasaban
las imágenes y luego se iban a dormir. Era para ellos la cita perfecta.
Lo malo era cuando aparecían los humanos
menores, o niños. Tenían dos y eran de los más fastidiosos que hubiesen visto
nunca. En la calle, en el mundo exterior, habían visto otros. Incluso habían
interactuado con bebés, que no podían decir nada e su existencia, por lo que
siempre era entretenido. Además, a Dasani le encantaban los bebés y suponía que
un bebé de su tamaño sería aún más hermoso.
Y lo habían intentado.
Por mucho tiempo pero nada pasaba. Dasani terminó por creer que algo estaba mal
con su cuerpo y simplemente dejaron de pensar en ello. Ayudaba el hecho de que
los dos se amaran tanto y que el tener hijos no fuese un requisito fundamental
para ser felices o para considerarse una familia. Igual, de vez en cuando,
hablaban del tema, como si fuera algo muy lejano, una simple fantasía que
supieran que jamás iba a ser realidad.
Los niños humanos, los de la familia del
apartamento cuyo muro habitaban, eran detestables. Eran lo que llaman
adolescentes y eran sucios, mal hablados y sorprendentemente tercos. De vez en
cuando alguno de los dos iba a las habitaciones de los niños humanos, a tomar
prestada una media vieja para usar para fabricar diferentes cosas con su tela o
para tomar cosas que solo estaban allí. Era una pesadilla por el desorden, el
ruido, los olores,… Y ni la niña se diferenciaba del niño. Eran los dos igual
de repulsivos para ellos.
Ahora bien, hay algo que no se ha contado de
esta historia: Drax y Dasani, desde la separación con sus respectivas familias,
jamás habían vuelto a ver a ningún otro ser pequeño. Ni uno; ni en los muros,
ni en el exterior, ni en los varios lugares que visitaban ocasionalmente para
proporcionarse alimento, herramientas y demás. Simplemente no había ninguno o
eso era lo que parecía. Era cierto, eso sí, que el mundo parecía crecer sin
límites y tal vez por eso no encontraban a nadie. Pero después de tantos años,
pensaban que era muy posible que fueran los últimos de sus especie, al menos
por esos lados del mundo.
Por eso exploraban cuanto podían, con cuidado
y sin dejarse ver de los seres humanos. Formaban un equipo formidable
encontrando nuevos lugares de donde podían proporcionarse comida y demás pero
también encontrando aquellos lugares que los humanos no veían pero que seres
como ellos podían considerar habitables.
No fue una sino varias veces las que se
salvaron por nada de ser asesinados, sea por animales salvajes o por
estructuras viejas o simplemente porque por todos lados había seres humanos y
eso siempre iba a ser un problema para gente tan pequeña.
En un solo año, revisaron todos los muros del
edificio de diez pisos en el que convivían con seres humanos. Su muro en
especial, solo colindaba con una de las viviendas pero seguido pasaban por
otros, fuera para explorar y salir del edificio y jamás habían visto nada más
allá de las variadas subespecies de seres humanos que podía haber: gordos,
flacos, feos, guapos, de varios tonos de piel, jóvenes, viejos, … Eran tan
variados como ellos, o bueno, eso suponían porque ya habían empezado a olvidar
como se veían los demás.
Revisaron todo el edificio y no encontraron ni
el más mínimo rastro de la existencia de nadie más en todo el lugar. Era cierto
que su especie era muy buena en eso, en no dejar rastros de su particular vida
pero incluso los más organizados olvidaban algún articulo o dejaban algún tipo
de rastro que para un humano no sería importante pero para ellos sería más que
evidente. Pero nunca encontraron nada y, como con lo del bebé, simplemente
dejaron de buscar aunque la esperanza de ver más gente como ellos jamás
moriría.
Todo estuvo en calma, como siempre, hasta el
día que robaron una cantidad especialmente grande de chocolate negro, cuyo
sabor era para ellos lo mejor de este mundo. Casi nunca podían robarlo porque
venía en cajas cerradas y hasta los humanos más tontos se darían cuenta con
facilidad que algo extraño pasaba con ello. Pero ese día alguno humano tonto
dejó caer una caja que se abrió al estrellarse al cielo, volando chocolate por
todos lados. Un pedazo grande cayó cerca de donde ellos pasaban y, sin dudarlo,
lo tomaron.
Tenían que cruzar campo abierto para volver a
su muro pero cuando lo hicieron se dieron cuenta que, cerca, había alguien que
no lo estaba pasando muy bien que digamos. Se oían como gritos, pero no tan
fuertes, como si la persona que gritaba ya no tuviera fuerzas para hacerlo.
Aunque era un riesgo grande, Drax y Dasani corrieron hacia la voz porque hacía
mucho no escuchaban nada así. Y no se trataba de un humano.
Era un ser pequeño como ellos, una mujer
joven. Y en su espalda llevaba un bulto que identificaron rápidamente como un
bebe. Estaba siendo atacada por tres gusanos tijera, unas criaturas repulsivas
que vivían entre el pasto. Afortunadamente, la pareja ya los conocía bien y
sabían que hacer cuando los encontraban. Mientras Dasani protegía a la mujer,
Drax atacaba a los bichos con piedras y bombas de olor. Después de un rato, los
bichos se retiraron y los cuatro pequeños seres pudieron escapar.
Ya en el muro, dieron de comer a la mujer y a
su bebé, quien les contó su historia: su marido había desaparecido en su viaje
en busca de un hogar y ella había quedado sola con el niño. Siguió los caminos
humanos hasta ese parque y la habían atacado los bichos.
Drax y Dasani le ofrecieron refugio y le
prometieron encontrar a su marido. La mujer les agradeció pero le pareció
extraño que, todo el tiempo, la pareja sonriera. De pronto no sabía que ellos
eran la prueba de que ya no estaban solos y eso los hizo hasta llorar de la
alegría.