Mostrando las entradas con la etiqueta distracción. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta distracción. Mostrar todas las entradas

viernes, 10 de febrero de 2017

Gritos en la noche

   Al terminar de comer, siempre he tenido la costumbre de salir al pequeño estanque de atrás de la casa, sentarme en una orilla y tal vez meter los pies durante algunos minutos. No los dejo allí por mucho tiempo pues los peces empiezan a chupar de ellos si lo hago pero es algo muy relajante, que necesito hacer casi como un ceremonia. Es mi momento del día en el que pienso en todo lo que ha pasado y en lo que puede que pase en el futuro. No es mi momento más alegre.

 La casa es modesta. Está lejos de la ciudad pero lo suficientemente cerca de un pueblo mediano para poder comprar los víveres que necesito para sobrevivir. Trabajo de vez en cuando ayudando con la construcción de alguna cosa, con arreglos aquí y allá, en las otras granjas. No puedo decir que sea un oficio queme guste o que me llene de alegría. Pero sí puedo decir que lo hago para sentirme útil y porque me volvería completamente loco si me quedara quieto todo el día.

 Esos trabajos los hago en la mañana. Desde que me mudé a la casa me despierto muy temprano y eso que me sigo durmiendo a veces tan tarde como cuando lo hacía en mi apartamento de la ciudad. Esos recuerdos se sienten ahora remotos, como si fueran de otra persona o como si yo me los estuviera inventando y ya no supiera cual es la verdad y que es mentira. Pero lo que hago es no poner atención y seguir estando aquí y ahora, pues nada más importa ahora mismo.

 No tengo televisión porque no me gusta el escándalo que hace. Tampoco me gustaría tener una para informarme porque los noticieros solo exhiben noticias escandalosas de una cosa u otra. Y todo es malo: si no es que mataron a uno, es entonces que violaron a otro, o que robaron un dinero o algo por el estilo. Nunca hay nada bueno y de cosas malas está llena mi cabeza así que es algo que ciertamente no necesito. Cuando voy a casas ajenas, pido que lo apaguen si es posible.

El internet funciona solo dos veces por semana porque en un lugar tan lejano como este las cosas son así. La red proviene de mis vecinos, a los que les pago con favores por ese servicio. La verdad solo lo uso para mantener en contacto con mis familiares, para que sepan que estoy vivo. A pesar de todo lo ocurrido, ellos se preocupan por mi y tal vez me quieran. Pero la verdad es que eso último me tiene muy sin cuidado. Suena duro pero las cosas son como son y no como uno quisiera que fueran. Teléfono no tengo pues el solo repicar me pone los nervios de punta.

 De vez en cuando veo su cara en el agua del estanque, después de comer algo. Otras veces lo oigo en el viento, mientras ayudo con las labores de campo de otras granjas. Casi siempre lo ignoro porque no puede ser nada bueno estar oyendo voces de gente muerta en el viento. Además, es alguien de mi pasado, importante sí, pero mi pasado al fin y al cabo. Prefiero pensar que no le debo nada pero sé que eso es mentirme de la manera más descarada. Es difícil hacerlo.

 La casa la tengo por él. Me la dejó en su testamento, un papel endemoniado que yo no sabía que existía y que me causó muchos más problemas que nada. A causa de ese papel, y de la casa, me fui de la ciudad. No podía seguir sintiendo que todos los ojos estaban encima mío. Todos esos ojos asquerosos de personas que no sabían nada , no quería tener más contacto con ellos. Honré esa parte de su legado y me vine para acá, donde no hay nada que disturbe mi paz, que por lo visto es la de menos.

 Su familia me odió por su culpa. Y sí, le echo la culpa porque yo nunca quise que me dejara nada, ni siquiera quise casarme con él. Esa fue una de sus brillantes idea de cuando estábamos algo tomados y queríamos hacer algo estúpido. Pero el se aprovechó de eso, de mi inocencia o estupidez o como le quieran llamar, y ahora estoy atrapado en una vida que nunca quise para mi mismo pero que, debo admitir, me salvo de estar en un lugar donde ya hubiese perdido la cordura.

 Aquí recorro los campos, siembro y recojo las cosechas, arreglo redes eléctricas, corto madera, quemo lo que sobra,… En fin, son demasiadas cosas y no saben cuanto le agradezco a la gente de este lugar por dejarme entrar así en sus vidas. Creo que en parte lo hacen porque les toca, ya que la población de esta región es muy escasa. Todas las manos que estén dispuestas a trabajar están más que bienvenidas y por eso no les importa lo que se dijo de mi, tal vez ni lo sepan.

 Ellos saben, además, que es mejor mantenerse alejado de mi. Solo unos pocos me han cogido confianza y me llaman por mi nombre. El resto me dice “chico”, aunque yo de eso ya no tengo nada. Supongo que es porque, cuando me afeito, me sigo viendo joven, tanto que me asusto a mi mismo al mirarme al espejo y ver en él a un niño que ya no existe, un niño que no hace parte ya de mi vida pero que por alguna razón sigue existiendo. Ellos me dan trabajo, a veces gracias a él, entonces es una relación más que extraña pero casi todo en mi vida es así.

 El día que murió, desplomándose en el baño, golpeándose la cabeza contra el lavamanos y sangrando como una fuente maquiavélica, ese día fue cuando todo se me vino abajo. No tuve tiempo de despedirme de él. Solo recuerdo su mano tratando de apretar la mía en la ambulancia. Luego se lo llevaron y no vi su rostro nunca más. Para entonces yo ya usaba el anillo que me había regalado y lo hacía más que todo por mantenerlo contento pero no porque de verdad me creyera tan cercano.

 Él sabía bien que yo siempre he estado demasiado mal para corresponderle a nadie. A él varias veces los mandé a la mierda por cualquier cosa, se me daba la gana de estar solo y de no verlo ni hablarle y él respetaba eso y esperaba hasta cuando yo volvía, porque volvía siempre a sus brazos. Me conoció riendo y llorando y gritando. Nunca supe que opinaba de todo eso puesto que nunca quise conocerlo tanto y sin embargo creo que él me conoció mucho más a mi que yo a él.

 Cuando aparecí en el testamento, su familia alegó que era un documento redactado por un hombre enfermo. Me culpaban a mi de su muerte pero a la vez decían que tenía una enfermedad que lo hacía comportarse así, como un ser humano decente y con sentimientos. Yo nunca supe si eso era verdad. El caso es que quería que todo terminara pronto puesto que él era conocido y ahora la gente empezaba a odiarme sin razón alguna. Me lanzaban cosas en la calle o me insultaban sin razón.

 Tan mal se puso todo que un día me atacaron un grupo de hombres y lo que sucedió esa noche fue la gota que me hizo proponerle un negocio a la familia de mi supuesto marido. Les dije que podían quedarse con todo el dinero, con todas sus posesiones, con lo que se les diera la gana, pero que me dejaran quedarme con esa casa, de la que él mismo me había hablado un par de veces, durante momentos breces de alegría. Solo quería ese lugar y nada más. Ellos se quedarían con más de lo esperaban y por eso aceptaron.


 Cuando firmé esos papeles todavía tenía una pierna enyesada y varios morados y rasguños. No seguí con las curaciones porque apenas firmé recogí todo lo que tenía y me vine a vivir a esta casita de campo. Deje el ruido allí pero me sigue persiguiendo y no entiendo porqué. Lo di todo, lo físico y lo no tan físico y sin embargo no estoy en paz. Pienso en él todos los días, en como sería todo si siguiera vivo pero me doy cuenta al cabo de un rato que pensar en eso es una tontería. Mi vida es ahora así, como está, y nada la puede cambiar, nada puede deshacer las voces, los gritos que me despiertan cada noche.

miércoles, 6 de julio de 2016

Quemados

   Había ventiladores en todas las habitaciones del hospital y en cada pasillo e intersección de los mismos. En parte era por el calor pero también, según decía, era para disipar los olores que pudiera haber en el ambiente. El sitio donde había más aparatos funcionando era el ala norte, donde estaba la unidad de quemados. Era un lugar que todos los trabajadores del hospital evitaban a menos que tuvieran algo que hacer allí. Los deprimía tener que ver las caras y escuchar las voces de aquellos perjudicados por el fuego.

 Pero había gente a la que eso no le importaba. A Juan, por ejemplo, le gustaba pasarse sus ratos libres leyéndoles a los enfermos. Eran gente callada, ya que hablar requería a veces mucho esfuerzo. Incluso quienes estaban curando por completo y todavía estaban allí, preferían quedarse a ser pasados a otra habitación o a salir del hospital. Al menos allí se sentían como seres humanos y todo era por el trabajo que hacían Juan y algunos médicos.

 Les había leído algunas de las obras de Shakespeare y también cuento infantiles y libros de ciencia. Incluso a veces traía su libreta electrónica y les leía noticias o cualquier cosa que quisieran. Ellos no tenían permiso para tener ningún aparato electrónico mientras estuvieran en el hospital, así que a muchos les venía bien cuando Juan tenía algún rato libre y les venía a leer, sin hacer preguntas incomodas ni revisiones trabajosas. Eso lo dejaban para otros momentos.

 Juan lo hacía porque le gustaba pero también porque, desde que había presenciado él mismo un incendio, había quedado algo traumatizado con el evento y juró ayudar a cualquier persona que sufriera de algo tan horrible. Algunos en el pabellón eran niños, otros adultos e incuso había un par de reclusos. Estaban amarrados a la cama con esposas y siempre hacían bromas bastante oscuras, que el resto de los pacientes trataban de ignorar.

 Uno de ellos, Reinaldo, se había quemado el cincuenta por ciento del cuerpo al tratar de prenderle fuego a la bodega de su primo, al que le había empezado a ir muy bien importando revista de baja circulación y especializadas. Tuvo la idea de quemarlo todo para que su primo no pudiera recuperarse jamás y dejara de echarle en cara su éxito.

 Pero no calculó bien y se asustó en un momento, en el que se echó algo de gasolina encima y ni cuenta se dio. Cuando prendió el fuego y empezó a reírse como un maniático, ni se había dado cuenta que su pierna ya ardía. Pasados unos segundo empezó a gritar del dolor y se echó al suelo a rodar. Los bomberos que acudieron a apagar el incendio lo ayudaron y fue durante su recuperación que se supo, por videos de vigilancia, que él había sido el culpable.

 Ahora se la pasaba haciendo chistes horribles y asustando a los niños. Desafortunadamente, a pesar de pedirlo mil y una veces, los directivos del hospital no había aprobado pasar a los niños a otra habitación solo para ellos. No tenía sentido alguno que compartieran espacio con asesinos y con gente mayor que manejaba todo lo sucedido de una manera muy diferente.

 Los niños, por ejemplo, casi nunca lloraban ni se quejaban de una manera explicita. Solo cuando estaban siendo revisados de cerca por los doctores era que confesaban su dolor y su tristeza. Era porque les daba pena decir como se sentían y también algo de miedo porque estaban solos, sin sus padres como apoyo todos los días. Lo peor era que un par de ellos habían sido abandonados por sus padres, que jamás se habían molestado en volver a para saber que pasaba con sus hijos.

 Juan trataba de distraerlos, dándoles libros para colorear y haciéndoles jugar para que olvidaran donde estaban y porqué estaban allí. Él sabía que, al final del día, esas distracciones se desvanecían y la realidad se asentaba de nuevo en las cabezas de los niños. Pero trataba que su día a día fuera más llevadero para poder superar sus dificultades. Los niños eran mucho más fáciles de comprender que los adultos, eran muchos más tranquilos, honestos y, en cierta medida, serios. No había que hacer gran esfuerzo por convencerlos.

 El resto del pabellón de quemados era difícil, por decir lo menos. Eran amas de casa quemadas por sus maridos o por accidente. Eran hombres que habían tenido accidentes en sus trabajos y ahora no podían esperar para volver a su hogar y empezar a trabajar de nuevo. Eran personas que estaban apuradas, que querían salir de allí lo más pronto posible y no escuchaban recomendaciones pues creían que su edad les daba mayor autonomía en lo que no entendían.

 Había una mujer incluso que había sido quemada por su esposo una vez. Él le había acercado la mano a la llama de la cocina porque había quemado su cena. La quemadura, menos mal, no era grave. Pero Juan la atendió y la volvió a ver un mes después, con algo parecido por en la cara. Ya a la tercera vez fue que vino en ambulancia y supo que toda la casita donde vivía se había quemado.

Y aún así, a la mujer le urgía correr hacia su marido, quería saber como estaba y si su casa estaba funcionando bien sin ella. No escuchaba a los doctores ni a nadie que le dijera cosas diferentes de lo que quería oír. Juan pensaba que era casi seguro que volviera de nuevo si era dada de alta y tal vez incluso directamente al sótano del hospital.

 Cuando no lo soportaba más, se iba a los jardines del hospital y se echaba en el pasto. Se le subían algunos insectos y el sol lo golpeaba en la cara con fuerza, pero prefería eso a tener que soportar más tantas cosas. Era difícil tener que manejar tantas personalidades, sobre todo de aquellos que se rehusaban a entender lo que les pasaba y querían seguir haciendo con su vida exactamente lo mismo que antes.

 Incluso los niños lo cansaban después de un rato. Cuando ya había mucha confianza, algunos empezaban a hablarle como si fuera su padre o algo parecido y eso no le gustaba nada. Tenía que cortarlos con palabras duras y se sentía fatal al hacerlo pero un hospital no era un centro de rehabilitación para el alma sino para el cuerpo. No se las podía pasar de psicólogo por todos lados, tratando de salvar a la gente de si misma. Ya tenía su vida para tener que manejar las de los demás.

 Cuando alguien, otro miembro del personal, lo encontraba en el jardín, sabían que el día había sido difícil. La mayoría no le decía nada pues cada doctor en el mundo tiene su manera de distanciarse de lo que ve todos los días. Incluso los que tienen consultorios y atienden gente por cosas rutinarias, deben hacer algo para sacar de su mente tantas cosas malas y difíciles de procesar. Algunos fuman, otros comen, otros hacen ejercicio, o gritan o algo hacen para sacar de su cuerpo todo eso que consumen al ser especialistas de la salud.

 Pero Juan siempre volvía al pabellón de quemados. Era lo suyo, no importaba lo que pasara y trataba siempre de hacer el mejor trabajo posible. Cuando tenía un par de días libres, los pasaba haciendo cosas mus distintas, divirtiéndose y tratando de no olvidar que todavía era un hombre joven y que la vida era muy corta para tener que envejecer mucho más rápido por culpa de las responsabilidades y demás obligaciones.

 Cocinaba, tenía relaciones sexuales, subía a montañas rusas, hacia senderismo, tomaba fotos,… En fin, tenía más de una afición para equilibrar su mente y no perderse a si mismo en su trabajo. Esos poquísimos días libres en lo que podía ser él mismo o, al menos, otra versión de Juan, eran muy divertidos y siempre los aprovechaba al máximo.


 Pero cuando volvía al hospital lo hacía con ganas renovadas pues creía que podía hacer alguna diferencia y no se cansaba de intentarlo. De pronto la mujer no volvería más si le hablaba con franqueza, de pronto el pirómano se calmaría con sus palabras y tal vez los niños no resentirían al mundo por lo que les había pasado. Juan se esforzaba todos los días por dejar una marca, la que fuera. Esa era su meta.

lunes, 2 de marzo de 2015

No importa nada

   No recuerdo nada y sin embargo sé que hay o hubo algo allí, m de mi propia vista y tal vez incluo de mi entendimiento.ás allá de mi propia vista y tal vez incluso de mi entendimiento. Pero de todas maneras ya no importa. Fue un sueño y nada más que eso. Me suele pasar que me obsesiono, me vuelvo loco queriendo saber que significaba una cosa o la otra pero la verdad es que, al final de cuentas, no importa. Que influencia tiene en mi vida si un sueño fue de significa sexual, o de mis secretos más oscuros o tuvo su base en algún miedo paralizante? Da igual.

 En la vida diaria eso no interesa o al menos no si no es algo de todos los días. Y ese sueño no lo fue. Fue solo una vez y me frustra solo recordar un fragmento de todo. De pronto es por eso que estoy obsesionado con ello, solo porque no puedo recordar cada detalle y lo que estaba haciendo o no. Solo recuerdo bajar unas escaleras, algo oscuras, vistiendo solo unas chancletas y una bermuda, con mi camiseta al hombro. Sé que el sitio era en clima cálido pero no recuerdo como era todo al salir de esas escaleras. No recuerdo más que eso.

 Y sin embargo sé que hay mucho más que eso puesto que cuando me desperté, sentí que había corrido miles de kilómetros. Me sentí cansado y mi espalda dolía, cuando siempre he dormido cómodamente en mi cama. Algo que no recordaba, seguramente, era el causante de semejante dolor, que después de unos minutos fue simplemente ridículo y me avergoncé de mi mismo: cansado por correr en un sueño cuando en la vida real no corro ni aunque mi vida dependa de ello.

 Lo mejor es despejar la mente y salir a caminar pero eso, después de un par de minutos, no parece ayudar en nada. En vez de observar la vida urbana desarrollarse ante mis ojos, lo único que veo esa maldita escalera, casi en espiral, y mi pecho bronceado, cuando en la realidad está lejos de ser así. No me fijé en ninguna de las personas que casi golpea caminando, pensando en cosas que de nada sirven.

 Y luego me invade, de nuevo, ese otro gran miedo: el de ser un fracaso enorme, una de esas personas que no son útiles en este mundo, porque si algo hay que ser en este mundo es útil, hágase lo que se haga. Ese miedo no necesita de mis sueños para alimentarse ni de situaciones sin sentido para seguir perforándome el cerebro. No, ese miedo que es hoy en día una presencia casi corpórea no necesita de ayuda alguna para acosarme y empujarme de un lado a otro, cansándome pero cuidando que no me rinda definitivamente muy pronto.

 No lo hago. Para que rendirme? Para que cualquier cosa? Hacer y hacer y hacer y después de todo eso nada. Para que? Es posible que por eso me obsesione con mi sueños: no tengo nada mejor que hacer ni que pensar y, pensándolo bien, los sueños son mucho más generosos conmigo que la realidad de la vida. Cambiaría esos mundos sin sentido cualquier día por esta realidad que no me sirve de nada, por este mundo que solo me quita energía y se niega a dejarme pelear de pie, prefiriendo que me arrastre y me sienta cada vez peor, por una razón u otra.

 Siendo justos, es posible que yo sea así de nacimiento. Susceptible a todo alrededor, seguramente más débil que el promedio entre los seres humanos. Es posible que sea una de aquellas personas que simplemente se van agotando hasta extinguirse por ellas mismas, cosa que me da más miedo que nada porque si algo sé y de algo estoy seguro es que soy un cobarde. No me gusta enfrentar nada y no soy alguien que combata ni pelee por nada, así lo aparente. Soy ese perro que ladra demasiado pero muerde poco.

 Auto compasión? Otro concepto inútil que no me sirve de nada en este momento ni nunca, para ser claro. Para que lamentarme de mi vida, de mi situación o del agujero negro en el que me siento caer cada día más? Para que ponerme a llorar o a rasgarme las vestiduras cuando sé que ese ser, esa presencia asquerosa no va irse nunca, me sienta mal conmigo mismo o no. Tengo que aprender a vivir con ella y, por algún tiempo, lo he hecho de maravilla. Sí, ella molesta de vez en cuando pero siempre cuando la dejo, es decir, cuando estoy susceptible a su amargada y retorcida voz que solo quiere mi perdición.

 Mi perdición… No sé exactamente que es eso pero sé que cualquier cosa que tenga que vivir tendrá que asumirse en el momento, ni antes ni después. Y si resulta en mi destrucción pues que así sea. Quien soy yo, al fin al cabo, para decir que debe pasar o no en mi vida o a mi alrededor? No soy nadie. Y no, no se trata de una de esas frases de “pobrecito yo” sino una realidad humana que es dura pero cierta desde hace eones: no somos nada más que polvo y recuerdos inútiles que, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada ni tienen la más mínima consecuencia.

 Y después de todo esto me doy cuenta que estoy un lugar muy lejano a mi casa. Lo conozco pero no tanto como para sentirme cómodo, la tarde ya cayendo sobre los tejados y ocultando entre las sombras más de una sorpresa indeseable para cualquier ser humano decente. Lo que hago es sacar la salvadora tarjeta de transporte público para tomar un bus que me acerque a mi hogar. Dejo pasar uno que otro ya que o no se dirigen a mi casa o simplemente los dejo pasar, sin más.

 Cuando por fin llego a mi hogar, lo único que puedo hacer es tratar de distraerme, tratar de sacar todo lo que estaba en mi mente hasta hace algún rato porque lo único que puedo tratar de hacer es acelerar el tiempo, hacerlo lo más llevadero y así esperar a que todo pase rápido y o me muera o ocurra algo que me haga sentir menos vacío. Vivo mi vida en lo que se podría llamar piloto automático, yendo sin destino alguno por el cosmos, sin que me importe nada más. Sí, hago cosas como los demás pero no puedo decir que eso me llene de alegría o de nada. Lo que hago lo hago sin sentimiento alguno.

 He pensado que los sentimientos puros me dan alergia, me cansan, me aburren y simplemente no los entiendo. El amor, por ejemplo, es un animal en el que no creo, casi como un unicornio. No creo que exista y me da risa quienes creen que lo han sentido, como si se tratase de una presencia cósmica masiva que simplemente no se puede entender ni nadie puede pelear con ella. Yo creo que es pura mierda pero no voy por el mundo destruyendo lo que creen los demás. Por mi que cada uno crea lo que quiera.

 Como dije antes, no importa, a nadie le importa de verdad. Por eso la gente más patética es aquella que se mete en los asuntos de los demás. Muchos de ellos son personas que se han dado cuenta que la vida en sí no tiene ninguna importancia, que nuestros actos no tienen en realidad consecuencias trascendentales en nuestro mundo y que simplemente somos poco más que polvo. Esos que critican lo saben y se meten en lo que no les importa porque necesitan buscar significado en algo pero saben que jamás lo van a encontrar.

 Por supuesto que es triste, pero que se le hace. Así son las cosas. La idea, de todas maneras, es que cada uno viva sus días como mejor le parezca, sin tantas cosas en la mente. Sin tantas escaleras y camisetas rojas que les impidan ver más allá de sus narices. Que cada uno haga lo que se de la gana, eso sí, sin perjudicar de gravedad a nadie más.

 Sí, la camiseta era roja y hasta ahora lo recuerdo. Combinaba con el tono de mi piel y con el de la luz que entraba por algún lado, pero no sé exactamente por donde.  Pero no recuerdo más que eso y seguramente olvidaré esos detalles rápidamente, cuando la noche empiece a abrazarme hoy. Olvidaré cada una de las cosas que vi en ese sueño pero nada de ello importa porque lo que siento, lo que vivo, la presencia que carcome mi vida, no me dejan pensar por mucho tiempo en nada más.

 Lo más seguro es que todos tengamos algo similar que nos vigila, que nos persigue y nos acosa. Lo diferente es que yo ya me di por vencido hace mucho tiempo. Admiro, en cierta manera, a aquellos que con los ojos cerrados siguen desafiando lo que la realidad les dice. Aquellos que viven y forman su propio mundo e incluso sus propias reglas. Los admiro porque son seres tremendamente estúpidos pero a la vez, demuestra una inteligencia más allá de nada que yo conozca. Son seres especiales y por eso merecen cierto perdón, ciertas concesiones en cuanto a su existencia.


 Mientras tanto, yo y seguramente muchos otros, estamos del otro lado de la carretera. Estamos aquí, dejándonos abatir lentamente, como árboles muy viejos que no tienen más opción sino dejarse morir lentamente, olvidados en un bosque lejano, sin nadie que los escuche crujir y caer. Sin nadie que huela su podredumbre ni nadie que se aproveche de su madera para sobrevivir. Así estamos y lo estaremos por mucho tiempo. Hasta que todo termine.