Sabé era su nombre. Era esbelta pero no
delgada, un cuerpo hermoso del color de las olivas que venían de una de las
regiones de su reino. Tenía los ojos negros, grandes y era ágil en todo el
sentido de la palabra. Inteligente y bella pero también perceptiva y rápida. La
reina del desierto, le decían. Su reino no era el más prospero ni el más grande
y mucho menos el más poderoso. Pero sí era el más orgulloso y el que más quería
a su gobernante. La reina Sabé era sin duda la mujer más amada del reino y de
toda esta región del mundo. Con frecuencia venían hombres de distantes lugares
del mundo, nada más para cortejarla y pedirle su mano. Pero Sabé jamás aceptó
ninguna de aquellas propuestas. Le encantaba complacer a los hombres,
distraerlos y disfrutar con ellos, pero su reino merecía una reina, no un rey.
La reina del desierto no era tonta. Sabía que
la mayoría de hombres, con cuerpos formados por la batalla, venían a cortejarla
solo para anexar Xaji a sus respectivos reinos. Pero ella nunca claudicó y sus
súbditos jamás la hubiesen terminado si ella se hubiese rendido antes los pies
de un extranjero. Pero la verdad era que nadie pensaba en ello porque conocían
a su reina y sabían que ella jamás haría algo así.
La mayoría del tiempo, ella se paseaba por las
regiones del reino y hablaba con los habitantes de cada: zona. El reino de Xaji
se dividía en cuatro cuadrantes: el mar, el desierto (que ocupaba el mayor
espacio posible), la selva y el valle interior por el que corría el único río
del reino. Recorrerlos todas las regiones tomaba normalmente todo un mes del
año. La reina dedicaba una semana a cada uno de sus regiones y, un mes del año,
se quedaba por completo en el palacio del desierto. Ese sí que era un lugar
único: altas torres para los vigías, una ciudad fortificada coronada por el
palacio de estilo egipcio de la reina, que decían que contenía unas quinientas
habitaciones, baños turcos, salas de reunión y fiestas, la biblioteca más
grande del reino así como un museo dedicado al pasado de la nación.
Todo el mundo podía entrar al palacio. Todo
mundo que fuese de Xaji, por supuesto. Los extranjeros tenían terminantemente
prohibido el ingreso al palacio y por eso se quedaban en una estructura más
pequeña a la que llamaban Salón de los Reyes, donde la reina se reunía con
ellos y hacía lo que tuviese que hacer para mantener en orden a los estados que
tenían frontera con su reino. Mucha gente vivía dentro de la ciudad fortificada
pero la capital se expandía alrededor de ella, sumando unas cinco mil almas,
que trabajaban en oficios artesanales como la confección de vestimenta, la
venta de telas, la venta de víveres que provenían del campo y muchos otros
trabajos que mantenían a la ciudad.
Alrededor, así como en todas las regiones del
reino, había extensos campos de varios cereales y frutas, así como otros
productos que los habitantes vendían dentro y fuera de la nación. La reina
viajaba por todos lados, asistiendo a por lo menos quince festivales de la
cosecha a lo largo del año, cada fiesta en honor a alguno de los muchos
productos. Esta era una costumbre ancestral, que la reina diera su bendición a
todo los campos y a la gente que trabajaba en ellos. Era para todos un símbolo
de buena suerte y, hay que decirlo, la mayoría de veces servía bastante bien.
Pero no todo era siempre ideal en Xaji. Había
años en la que la naturaleza, a quien veneraban en pequeños santuarios ubicados
por todo el reino, parecía estar enojada con ellos por algo. Muchos se culpaban
y buscaban explicaciones y era la reina la que debía mantener el orden y
ordenar que se hiciesen las obras de infraestructura necesarias para que, por
ejemplo, las inundaciones dejaran de afectar a tantos campesinos. Tal fue su
habilidad como creativa y su imaginación, que personas de otros reinos solo
podían alabarla cuando veían las canalizaciones que había mandado construir en
varias regiones del reino. Había salvado a su pueblo y eso la hacía importante
para quien volteara a mirar a esta parte del mundo.
El gobierno era matriarcal. Siempre, desde que
recordaban, habían tenido reinas y no reyes. Según la leyenda, esto era porque
la naturaleza había hecho a los hombres demasiado salvajes y avaros. En cambio
las mujeres no tenían esa obsesión por el poder tan marcada. Eso sí, debían
tener cierta hambre de control y sabiduría para poder controlar el poder que
pudiesen tener en cierto momento. Por su madre, la reina Sabé aprendió todo lo
que le fue posible desde muy pequeña. Como fue la única hija de sus padres, nunca
tuve la opción de ser nadie más sino la reina de Xaji. Y ella se había dedicado
en cuerpo y alma a ser la mejor reina posible. Su madre había sido una reina
algo alejada de su gente y muchos lo decían todavía. Por eso Sabé decidió
acercarse más y hacer sentir a sus súbditos que ella era una mujer más. Eso sí,
siempre era bueno recordarles que también era ella quien mandaba porque algo
que no se podía perdonar era la insurrección.
Porque existió. Hubo hombres, porque las
mujeres estaban casi siempre de parte de la reina, que pensaban que el reino
estaría mejor en manos de un hombre e, incluso, en las de un extranjero. Muchos
habían oído historias de los reinos que había cruzando el desierto o la selva.
Se hablaba de calles de piedras preciosas y metales brillantes. Se decía que
todo el mundo vestía las mejores sedas y que todos los niños crecían para ser
altos y robustos y dispuestos a luchar, fuesen hombres o mujeres. En resumen,
que las oportunidades eran mejores. Y por eso, un pequeño grupo, planeó derrocar
a la reina haciéndola casar con un extranjero poderoso.
Pero se les olvidó el detalle de que la reina
tenía oídos y ojos en todos los rincones del reino. El hecho de que confiara en
su pueblo no quería decir que dejara la seguridad de todos solo en manos de
algunos soldados que iban y venían por todas partes. No, ella tenía su fuerza
secreta y cuando llegó el gobernante extranjero, supo exactamente como
tratarlo. Le dio a probar todas las delicias de Xaji, le regaló de las mejores
telas que confeccionaban en la capital y un gran cargamento de frutas de todos
los rincones del reino. Organizó una fiesta en su honor e invitó a todo el
reino a unírseles. Los primeros que llegaron, curiosos por la actitud de la
reina, fueron aquellos quienes habían orquestado todo el asunto.
Cuando la velada llegó a su punto más alto,
los traicioneros desearon jamás haber ido. La reina reveló, antes la mirada
atónita de los asistentes, que desde hacía mucho sabía que todo esta visita
había sido planeada por sus enemigos. Los calmó diciéndoles que no los iba a
arrestar ni nada por el estilo. Pero que debían irse con la caravana del rey
extranjero apenas terminara la fiesta. Les dijo que podían llevarse todos los
regalos y que podían incluso llevarse a su familias. Pero las familias estaban
allí también y se negaron a dejar el reino con los hombres de sus familiar. Y
así, sin una gota de sangre derramada, expulsó a quienes querían derrocarla y
someterla a las decisiones de un hombre extranjero.
Pero la verdad era que Sabé si debía casarse
en algún momento. Pero quería hacerlo con un hombre que la respetara y que
fuese de Xaji. Esto lo recordó mientras los hombres expulsados salían del
palacio y entonces detuvo a uno de ellos, poniendo su mano en el brazo del
hombre. Se llamaba Mer y tenía los ojos del color de la selva, la región de
donde venía. La reina le propuso matrimonio frente a todos los asistentes, dejándolos
por segunda vez sin aliento. El hombre, confundido, dijo que no sabía que
decir, como responder. Ella le dijo que sería su invitado de honor hasta que
supiera la respuesta. A los otros los dejó ir y desde ese momento vivió con el
hombre que había elegido ella misma.
Mer la odiaba. Por algo le había hecho
oposición. Pero la propuesta de la reina lo cambiaba todo. Ya no pensaba en controlarla o
confundirla porque sabía que era demasiado inteligente para eso. El asunto era
que se sentía confundido ya que era la mujer más bella y poderosa del reino.
Siendo de la realeza, podría ayudar a la gente
de su región como mejor le pareciese, incluso ayudando a que el reino
fuera como decía que eran los demás. Pero casarse significaba renunciar a una
mujer que había dejado en la selva. Habían sido amigos desde jóvenes pero ambos
sabían que había más entre ellos.
El hombre se quedó en el palacio varios meses,
durante los cuales la reina lo agasajó con fiestas, regalos y toda su atención.
Ella le decía que, aunque no hubiese amor, este podía surgir si ellos se
dedicaban un tiempo a ello y si compartían más cosas. Por momentos, Mer estuvo
tentado a decirle que sí quería casarse pero seguía pensando en la chica de la
selva. Sus familiares, que lo visitaban seguido, le traían mensajes de ella. En
su última carta, le decía que había decidido dejarlo ir porque no podía
resistir hacerlo sufrir y elegir. A ella eso le parecía cruel y prefería
dejarlo todo como estaba.
Pasados seis meses, Mer se reunió con Sabé y
le explicó sus razones para no ser su rey. Se disculpó, arrodillándose frente a
ella y pidiéndole su perdón. La reina solo le acarició la cabeza y le dio un
beso en la frente. Se dio la vuelta y se alejó, sin decir nada más. Mer salió
del palacio esa misma tarde y, días después, se casó con la mujer que amaba.
La reina del desierto seguía sola pero sabía
que en algún momento encontraría a su pareja ideal. Y estaba segura de ello
porque si eso no ocurría, la existencia de Xaji estaría en grave peligro.