sábado, 30 de enero de 2016

El cuento de Xan Xi

   El caballo galopaba casi sin toca el suelo. Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era solo una bebé.

 Xan Xi era la hija de uno de los hombres más poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino. Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado y listo para cualquier misión.

 Sin embargo, sus padre y los demás hombres todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.

 El peor momento para la joven princesa fue el anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento. Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le impedirían ser feliz.

 No planearía nunca escapar de su compromiso, pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era casi imposible.

 Su madre estaba feliz arreglando todo lo debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse obligada.

 En las noches, después de ir con su madre a comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su herencia a su favor.

 Con frecuencia le pedía a su padre que la dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser malo para ella, por ser mujer.

 Ese día solo se sentó al solo en el jardín y alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que hacían de ella en los veranos.

 Se alegró una noche que su doncella, más temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse cuenta.

 Salió de la habitación y vio que su doncella estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.

 Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar. Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era la guerra.

 La palabra hizo llorar a su madre y a su padre lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y caballos e incluso explosivos.

 La joven aprovechó el caos para escabullirse a la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una fortaleza no tendrían oportunidad.

 Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar. Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas, planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no dejaban entrar a nadie, ni mensajes.

 Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes. Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre a medio camino hacia el norte.

 Él se negó pero ella lo único que hizo fue coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.


 Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.

viernes, 29 de enero de 2016

The other son

   Lady Rosamund was seated in one of the top balconies, just in front of the stage. She was tired, as half of the show had already passed. At age seventy-five, she was too tired to watch a whole opera, even if it was her dear Anthony that did the music. Only for him she had walked out of her house, she would never do that for anyone else. The last time she had been really out was the time of her husband’s death, over ten years ago. Actually, it had been that moment in her life that made her decide to stay at home and just take care of things there.

 After all, she had many things to do still, for a woman her age and status. Her husband had left their son John the biggest company called Alesia, which imported tobacco from the Americas. Her son was living there, in a plantation in Cuba where he got to manage the business first hand. Lady Rosamund had received the management of other parts of the enterprise and smaller business around town such as a grocery store and two stalls in the market. She was in charge of asking for that rent and talking to her tenants, making sure everything was ok.

 She had been happy for a while, so she didn’t really mind staying at home and getting things done from there. Moomoo the dog would keep her company and she had a whole garden to take care of, as she had decided not to pay a gardener anymore as she felt she could do a much better job. That turned out to be not exactly true, but she didn’t care. She liked all of those mornings, when the sun wasn’t too bright, when she would sing to her roses and tulips and just be there by herself.

 Her daughter Josephine visited her every other day and read her the letters that John sent from the other side of the world. They learned that way that he had gotten married and that he was also expecting his first child. Josephine had two of her own already, which she sometimes brought to her mother but not every time because she saw how rowdy they would get and how old her mother was getting. She didn’t want her to feel ill so she decided not to do it too often.

 It was almost always a subject of them to talk about Anthony. He was always somewhere in Europe or even elsewhere, taking his music to every kind of people. They also read his letters and they both loved that because he had always had the best sense of humor. He could transform even the direst of circumstances into the funniest event he had ever witnessed. They would laugh reading the letters and, when he visited, they would ask him to tell the anecdotes himself and they certainly didn’t change at all from the written versions. Anthony was not blood but he was more than family, something that couldn’t be explained.

  In her youth, recently married, Lady Rosamund convinced her husband to adopt a kid from the streets. As a young bride, she was almost forced to do charity work, a thing many of the ladies where doing to look good in the public eye. But Rosamund had learned to like it, going to many of the hospices around town and reading to the sick or giving away old clothes to the needy. The children especially touched her because she felt they were all innocent of the lives they had been forced to live in. She cried often when she saw them dying of hunger or begging in the streets.

 One day, she started working in the darkest of allies with other women, tending to the women that not even the church recognized as part of the community. Those women sold their bodies and Rosamund never found one that had to do it because she liked it. They all needed money to survive, they needed to live day by day, paying high prices for smelly rooms in awful places and often raising children that way. It wasn’t the life a child should have.

 It was one of those days that she met Alice. Her face was very slim, her cheekbones very prominent due to the lack of food. Her skin had lost all natural silkiness and looked almost green in color. Rosamund was almost certain that women was not much older than her but from her face it was difficult to see that as she looked almost ancient in that alley. She had been beaten by her clients multiple times and hadn’t enjoyed a warm meal for many nights. So when the ladies invited her to a soup kitchen they had arranged for the people of the streets, she went gladly.

 Alice ate very fast; almost as if she was afraid the bread and the soup would run out in any second. When she finished, a man guarding the door detained her as she was trying to smuggle out two pieces of bread. The man shamed her in front of everyone and stepped on the bread, Alice crying in horror. Her noise was heard by the ladies who came at once and saw what had happened. They expelled the man from the premises and asked Alice why she was taking food outside the dining hall. And she explained she had a son, a baby that was very ill because she had nothing to give him to eat.

 Rosamund was shocked when she saw the baby, as green as his mother, not doing one sound. She felt sick and sad and decided to help Alice. She would try to get them both food every night and she did do that, even when she couldn’t be there in person. Alice thanked her for her support and then she had an idea that she had to confess when it was obvious she looked too much at the rich and beautiful woman. She asked Rosamund to take her baby as her son and give her the opportunities she could never give him. She knew the lady loved the baby, the way she played with him and looked at his little face.

 Although her first thought was to say “No”, Rosamund knew that Alice was right. That baby was going to die soon if he didn’t get the help he needed. So she decided to ask her husband and the answer was a resounding “No”. He opposed the idea because he wanted their first son to be theirs and not and adopted kid from somewhere. She thought he was cruel and vile for not thinking about others, about the possible life that they could be saving if they took that baby in. Rosamund had to convince him for several days, even going to the length of seducing him and having intercourse with him.

 She thought it was a message from God when she learned from her doctor that she was pregnant. She told her husband and begged, once again, to take in the baby. They could hide him until after their own son was born and then reveal him as a twin or a cousin or whatever. She just wanted that kid to have a chance. Her husband, already in love with their first child, finally accepted the proposal.

 The separation of Anthony and her mother was fast but tragic: only a kiss in the forehead and some hushed words as he slept. Then Alice gave him to Rosamund and she left, not before giving her some money to try to make her life better, even if she wouldn’t have her son with her. She didn’t wanted the money at first, but the young woman, whose belly was beginning to grow, convinced her to do the best for herself and just invest that money in getting out of the streets. Sadly, that never happened. Rosamund would learn years later that Alice was victim of a crime in one of those dark allies and had died alone.

 The babies grew at the same pace, Anthony always a bit bigger but weaker. As he didn’t move much when he was a kid, she decided to relate him to music, even hiring a piano teacher for both of her children. But John would rather play in the garden or in the park, with other kids. By the time Josephine was born, Anthony was already admired by the men in the Academy of Music. In a matter of a few years he became a sensation, even writing his own material. Rosamund would always go and see him play and kiss him dearly in the forehead, as Alice had done.


 In time, she told him the truth and he just loved her more because of that. Inspired by the rough streets where he had been born and by the tragic story of his birth mother, he wrote of the best and most passionate operas that have ever been written. It was that piece that Rosamund hear from the balcony, very tired but still proud of the son who wasn’t her son and of his strength of character. It was the best way to honor both his mothers and the proof that all life is precious.

jueves, 28 de enero de 2016

Acuático

   Cuando podía iba a la piscina de su club y nadaba un poco. No podía hacer tantas veces como quisiera, por el trabajo, pero trataba de hacer lo más seguido posible por dos razones: la primera era que no hacía ejercicio nunca y la segunda que la natación era algo increíblemente relajante. Cada vez que entraba al agua, se sentía más libre que en cualquier otro momento de su vida. En el agua no tenía que justificarse, ni que seguir reglas definidas. Podía nada y nada más, yendo de un lado al otro y probando ese vehículo que era su cuerpo.

 Su cuerpo no era, sin embargo, el mejor vehículo que hubiese podido obtener de la vida pues no estaba en las mejores condiciones. Había nacido con un problema físico que era notable a simple vista y eso, al comienzo, le había impedido disfrutar de la natación como lo hacía ahora. En esos días, incluso pensó que ponerse una camiseta para nadar, como hacían otros, no era tan mala idea. Pero luego se dio cuenta que esa costumbre estaba casi reservada para quienes tenían más que unos kilos de más o tenían también cosas que creían tener que esconder.

 Pero no lo hizo, no se puso nada más sino el traje de baño y las chancletas de rigor. Ese día se cubrió como pudo con la toalla pero pronto se dio cuenta que a los asistentes a la piscina no les importaba nada el resto de las personas a menos que hubiera un accidente o algo por el estilo. Había reservado uno de los carriles de la piscina más grande y simplemente empezó a nadar.

 A veces era frustrante porque a la mitad de la extensión de agua se sentía ya ahogado y tenía que detenerse. Entonces hacía dos vueltas pero divididas en cuatro partes de extensión casi igual. Sería después de muchos meses que sus pulmones se acostumbrarían mejor al agua y a respirar correctamente. Fue un hombre gordito que se hizo una vez en el carril aledaño que le explicó como tenía que hacerlo. Esa sugerencia le aclaró mucho y agradeció la ayuda del hombre.

 Solo con ese consejo la piscina se volvió su escape de lo que pasaba a su alrededor. Allí no tenía que pensar en su trabajo que odiaba, no tenía que pensar en la mirada reprobatoria de sus padres cada vez que hablaban de él y tampoco tenía que pensar en su fallida vida social y sentimental. En el agua nada de eso importaba, solo había que estar concentrado en respiración bien y hacer un buen movimiento de piernas y brazos para no tragar agua y tener que llamar un salvavidas, como pasaba tan a menudo. La excusa del ejercicio era solo eso pues a él le interesaba tener un sitio adonde ir algunas horas al día y dejar salir todo lo que tenía en la cabeza. De resto, todo venía por añadidura.

 Fue en la ducha en donde pasó algo que nunca pensó que pasaría: conoció a alguien. Las duchas eran parte del ciclo diario en la piscina y no era su parte favorita ni de cerca. Sus problemas de autoestima llegaban todos de una sola vez apenas salía del agua y sabía que debía entrar a un lugar con multitud de hombres, muchos sin ropa, y bañarse con ellos. Algunos podrían creer que tenía opción de secarse e irse pero eso lo había hecho al comienzo y se dio cuenta que el cloro había dañado una de las camisetas que más le gustaba ponerse. Además, era una regla del lugar y si no se cumplían las reglas se podía ser expulsado.

 El caso es que tuvo que acostumbrarse y lo que hacía era ducharse con el bañador puesto siempre en una de las duchas que quedaban en las esquinas. Así hubiese otras libres, esperaba por las de las esquinas pues así había menos interacción. Un día en especial le pasó algo que hubiera sido perfecto para un sketch de comedia: se estaba enjabonando pero el jabón voló ridículamente de sus manos, dio contra la pared pero no cayó al piso nada más sino que cayó en el pie de alguien que iba a tomar la ducha de al lado, la única que había.

 Agachándose para recuperar su jabón, él se disculpó sin mirar al otro, quién se había tomado el pie y lo mojaba bajo la ducha que acaba de abrir. Se quejaba un poco pero el otro ni lo determinaba, prefiriendo guardar el jabón en una cajita donde siempre lo traía y acabando de limpiarse para irse a cambiar. Fue entonces que el tipo le habló, diciéndole que había dolido un poco pero seguramente menos de lo que hubiera dolido el típico chiste del jabón en la ducha. El joven ni sonrió pero el otro sí rio de su propio chiste y estiró la mano diciendo que su nombre era Pedro.

 Tuvo que estrechar la mano para no crear un momento incomodo y ahí mismo cerró la llave y se fue a secarse cerca de su casillero. Lo hizo lo más rápido que pudo pero antes de salir se cruzó de nuevo con el tal Pedro, que hasta ahora veía que era más alto que él y un poco intimidante físicamente. No se había fijado bien antes, pero ahora que lo veía mejor creía estar seguro de que él sí había estado desnudo en la ducha. Esto hizo sonrojar al joven, que trató de decir que se tenía que ir pero Pedro solo lo seguía, preguntando su nombre.

 Le mintió, diciéndole que se llamaba Miguel y que tenía que irse porque lo necesitaban en su casa. Cuando llegó a su hogar, el joven se quitó de encima la molestia de ese extraño momento y puso su mente al servicio de otras cosas, como la lectura pero cuando llegó la hora de dormir recordó al tipo de las duchas y se preguntó porqué sería que le quería hablar con tanta insistencia.

 Algunos días después volvió a la piscina. El trabajo había estado muy pesado y simplemente no había podido pasarse ni un solo día. Reservó su carril antes de llegar y cuando estuvo allí se lanzó casi sin pensarlo. Nadó varias veces de ida y de vuelta, sintiendo la sangre correr por sus venas y algo de agua entrar en sus pulmones. La agresividad de su salto lo había causado pero no le importaba, solo seguía adelante, incluso ignorando el dolor que sentía en los músculos de las piernas y de los brazos. Seguía y seguía, seguramente pensando que el dolor alejaría a todos los fantasmas que lo acosaban.

 Cuando ya no pudo más, salió. Fingió no escuchar a un vigilante que le decía que no podía quitarse el gorro antes de salir del agua e ignoró las miradas de varias personas que solo se le quedan mirando porque a la gente le encanta ver como se castiga a otros. Caminó a las duchas y allí se quedó un buen rato bajo el agua. No se limpiaba el cloro, no se echó champú ni jabón, ni siquiera se toca el cuerpo para limpiarse con las manos. Tan solo se quedó ahí, escuchando el ruido del agua en el suelo y las llaves cerrándose y abriéndose.

 Ese momento fue quebrado por el sonar de pasos y la voz del mismo tipo del día anterior. Él no se movió, pues sería reconocer su presencia y simplemente no tenía ganas de interactuar con nadie. El tipo no intentó hablarle más, solo se duchó rápidamente y se fue. Al rato él cerró su llave, por fin, y caminó lentamente a su casillero y su toalla. Cuando terminó de secarse abrió el casillero y sacó su mochila pero entonces de encima de ella cayó al piso un sobre. Lo recogió y tenía un sello interesante y era para él.

 Dejó la mochila en el suelo y abrió el sobre sin mucho cuidado. Adentro había dos hojas. La primera era una carta del sitio, diciendo que tenía una amonestación por el incidente del gorro. Él sonrió burlonamente: era increíble que hubiesen redactado esa carta tan rápidamente, aunque luego notó que solo debieron de poner su nombre y la fecha del día, el resto ya estaría así en alguna base de datos. Decía que no podría usar las instalaciones por una semana lo que le hizo dar una patada a la puerta del casillero, haciendo que todos los voltearan a mirar. Menos mal la puerta no se cayó.

  Casi rompe la carta y el sobre pero recordó la segunda carta y esperó ver los términos de su expulsión o algo por el estilo. Pero resultaba que era algo muy distinto. La carta llevaba el mismo símbolo que el sobre y tenía un mensaje que simplemente no se había esperado: el equipo de natación del club lo invitaba a entrar con ellos pues, en resumen, lo habían visto nadar y les parecía que estaría más que bien tenerlo en el equipo. El capitán, cuyo nombre firmaba la carta, era Pedro Arriola.

 Rió de nuevo, pero esta vez por la sorpresa. El tipo raro de la ducha no era solo eso sino alguien que había querido hablarle a propósito y él no lo había dejado. Incluso hacerse al lado en la ducha debía haber sido a propósito. Ser parte de un equipo era algo que jamás se hubiese planteado. Se miró entonces en uno de los espejos de la pared opuesta y se quedó mirando su cuerpo y su rostro. Seguía dentro de él el demonio que le decía que no iba a poder con ello, que la presión sería demasiada. Pero alguna decisión habría de tomar.


 En su mano, apretó la carta con fuerza.

miércoles, 27 de enero de 2016

Home

   The place had been abandoned for a long time, or at least that’s what could be inferred by the state of the house as a whole. Some glasses had broken, due to the wind or objects hitting them with strong force, moss and fungi had grown in the most humid places and every single object was covered by a very thick layer of dust, except the things near the terrace, through which the rain and the wind of many days had entered and sort of cleaned the space a bit. It didn’t look better as there was a lot of sand from the beach below and fragments of plants and other things. The place was a mess but there was some magic to it even like that.

 Formerly, that house had been part of condominium where only the richest people had houses by the beach, places where they could escape if they needed so. Maybe they had very busy lives in the city or maybe they just wanted to change views from time to time. There were even houses that were visited only once. But the one described was the last one of them all. The others were in ruins: they had been affected by the cliff crumbling into the beach or had just had less luck than the house that still stood there, almost defiantly.

 There were pictures of the people that used to live there or at least own the place: most of the photos showed a couple in their fifties, smiling or hugging and one where they kissed in some sort of celebration. There was only one picture of other people, most likely their children but it could be anyone as humidity had taken its toll on the picture and faces could not really be compared to the others. The point was that it seemed to be the house of people that were probably retired and had decided to have a place far from the chaos of the cities.

 The largest room was the living room, with the dining table just adjacent to it in a sort of platform that made way to the balcony, that had gone unaffected by the disaster that had claimed so many of the other houses. If a person could have been there, they would have seen a fiery ocean outside, a possible storm forming in the horizon and little to no wildlife in the vicinity. In the house, there were some small rodents and insects but no big animals, something had scared them off, or maybe the lack of people was unappealing, maybe they had learned to deal with us.

 Everything in this room was obviously expensive and that was obvious because of how it had stood against the wind and the humidity. The wood used all over the place was obviously of high quality as was the steel by the fireplace and even the fabrics in the furniture. The couple had probably spent lots of days planning what to buy and how to install it inside, how would it look best.

 But now, no one was there. Same for the bedrooms, which the house had three. The biggest one, of course, was the master bedroom that also had a balcony but smaller. The couple probably loved to look at the ocean every morning and talked about that view often. Or maybe, as many humans do, they never acknowledged their privilege, because when people already have something they’ve yearned for long, they decided to move on to some other things and the magic that used to exist is just lost. People are very hard to please.

 The bed and linen smelled awful but that was caused by the broken windows and the fact that rain had somehow created a giant puddle beneath the bed. It was almost a death trap because beneath that puddle laid all the pieces of broken glass from the windows. A human would have to be very careful walking around that room, as large as it was. There was a sofa there and a TV that had stopped working some time ago (there was no electricity) and a very large bathroom inside.

 It had a circular bathtub by the window overlooking the ocean and a lot of space for clothes and to be naked around. It should have been a really nice place to hang out as a couple or even alone. The glasses here had not been shattered yet so the room seemed less chaotic than the rest. The drawers were still filled with things the woman that lived there had bought but rarely used: many types of creams and lotions, bath salts for the bathtub, soaps in every shape, form and odor and several other things that would make a hotel manager blush out of embarrassment.

 The other two rooms were smaller. The one across the master bedroom was a bit larger and its windows were also shattered. It looked towards the entrance, were the cars would have been parked. It didn’t really have anything personal around except a teddy bear that was still sitting on the bed. It was impossible to know who had been the owner of that bear: there were no pictures in the bedroom and there were no other objects to relate it to. And the whole place was done in white, so one it was probably not a child’s toy but who knows, maybe it was.

 The last bedroom was smaller, also overlooking the parking area. That room’s particularity was the fact that it had a rather old computer on a table on the opposite side of the bed. There was a calendar besides it and a small cactus that was the only living thing in the room. It was strange to see that patch of green next to all the rather dull colors of the rooms. It was, without a doubt, a sign of life. But no one was really there to appreciate it anymore. There was even a small pink flower on top of it, but no one would ever see that. No way to know if they did before.

 Suddenly, the room shook as if another tremor had occurred but the force that was shaking the house did not come from below but from above. From the small bedroom, something could be seen in the sky, sort of a shadow slowly moving among the clouds but making the ground shake a lot. It was very high up and its shape or trajectory was very difficult to pin down. After a few moments the vibrations stop and only the sound of one of the paintings in the living room falling to the ground broke the silence. It had held on to the wall as long as it had been able to but the forces of nature had finally won.

 The last space in the house was the kitchen, which appeared to have been frozen in time. Everything there was just as if someone had come and clean it everyday since the couple had left the house. The pans and pots were very still in their places, also the glasses of wine and the entire silverware. It looked ready to be used but no one would ever use any of it again. It was nice to imagine what they had cooked in such a great place, such a clean and white space. Maybe they had thrown parties with lots of canapés and alcohol. Maybe they had been more intimate, and had just cooked meals for the two of them.

 It was weird not to see any grease of any part of the kitchen and the fact that there was no fungus in there but other parts of the house were just invaded by it. Maybe one of them was very into cleaning or had a special love for cooking. That was also interesting. Imagining who they actually were, what had made them laugh in that kitchen, what shows they liked to watch on TV, if they had eaten many times only the two of us in that dining table or if they had spent many nights feeling the night air in their faces and just looking at the ocean.

 The same ocean that now seemed a bit gray and that, strangely, was slowly pulling back. The few birds that remained it the bitch went away and there was only the house to face the destiny that had been set for the world. That house had known love, hope and laughter but also sadness and anger. It had been a house were some humans had decided to live and enjoy their time together but they had been made to leave and cut short what was going to be a long stay. They probably planned a proper life there.


 The ocean was coming back, tall and monstrous. The house, and many other houses inland and far from there, where going to disappear. And with them the memories of thousands, maybe millions of people which only dream was to have a place to go back to when things got unbearable, where they could be with the people they loved and just enjoy the simplicity of human life. But that was no more. That time in that place, came to an end in a moment.