miércoles, 30 de mayo de 2018

Solo una ducha


   Sí, el agua muy caliente quema. Pero aún así se siente mejor que nada en el mundo, sobre todo cuando deseas sentir que las cosas resbalan por tu cuerpo y se precipitan por un drenajes para nunca más volver. Es un momento de paz que pocas veces se puede disfrutar en la vida agitada que todos tenemos hoy en día. La ducha es ese rincón en el que podemos estar solos con nuestros pensamientos por un buen rato, sin que nadie nos interrumpa. No es un lugar para compartir, muy al contrario. Es privado de verdad.

 Siempre que llego tarde a casa, o muy temprano, me gusta relajar el cuerpo con una ducha caliente. Obviamente apenas llego lo que hago es dormir lo más que se pueda pero después me levanto sin nada de ropa, entro al cuarto de baño y abro la llave del agua caliente. Mientras el agua se calienta, me miro en el espejo: casi siempre tengo las ojeras bastante marcadas pero mi cuerpo se ve como casi todos los días, lo que es bueno. No soy fanático de los grandes cambios, ni en mi cuerpo ni en mis alrededores.

 Cuando entro a la ducha, siento como si el agua de verdad limpiara todas las cosas que quiero sacar de mi ser. Puede sonar exagerado, pero creo que todos tenemos algo adentro que nos conmina a experimentar y a romper las normas de lo que está establecido en nuestro mundo. O al menos eso creo yo porque lo he hecho tantas veces. De pronto es por eso mismos que una ducha para mi es algo casi espiritual, como una limpieza profunda de mi alma y mi mente que, así no sea algo permanente, se me hace casi necesaria.

 Al comienzo, solo me quedo de pie bajo el agua, sintiendo como la gotas caen a raudales en mi cara, en mis hombros, en mi cuerpo. Siento las gotas, ya separadas del resto, resbalar por mis piernas, mi espalda y todo mi cuerpo. Se siente tan bien que, no es raro que cierre los ojos y me pierda en ese mundo que creo para mi mismo por un rato. Se siente tan bien que no puedo evitar dejarme ir, y es entonces que mi mente se pone a inventar y a recordar y a reflexionar. Se relaja tanto que trabaja mejor que nunca.

 A veces se me va la mano con el tiempo que paso debajo de la ducha y he tratado de remediarlo, sobre todo cuando tengo que despertarme temprano. Pero cuando tengo la oportunidad, como en esas mañanas casi tardes después de una noche de excesos, me quedo más tiempo del que seguramente es necesario y entro al mundo en el que más me siento cómodo. Yo creería que puedo estar, en ese extraño trance, unos cinco minutos debajo del agua, si no es que más. El tiempo pasa de una manera diferente cuando estás concentrado en algo y te sientes tan a gusto que no te cambiarías por nadie en el mundo.

 Cuando despierto de ese momento mágico, me siento mejor que nunca. Es como si en verdad el agua tuviera una propiedad especial que limpia mi conciencia, saca todo el mugre y se lo lleva lejos de mi. Claro que está solo en mi poder no contaminarme a mi mismo, pero tengo que admitir que no soy tan bueno en ese aspecto de la vida y por eso las duchas largas y confortables son para mí la solución perfecta para no morir de estrés. Me gusta sentir que tengo el poder de limpiarme a mi mismo cuando quiera y cómo quiera.

 Después es que de verdad empiezo a limpiarme a mi mismo, me refiero al físico. Por fin salgo del trance y tomo el jabón y hago lo que todos hacemos en la ducha. Ahí ya nada es diferente a lo que hacen millones de otros, tal vez incluso a la misma hora. En un mismo momento muchos nos unimos para entrar en ese ritual pero dudo que todos, ni siquiera que la mayoría, piensen en semejante acto tan común y corriente como algo tan espiritual e importante como me lo parece a mí. Al menos eso es lo que creo.

 Cuando termino con el jabón, casi siempre, cierro la llave de golpe. Lo hago así porque si lo pienso demasiado jamás saldría de allí. Es como interrumpir algo que sabes que no debes seguir porque tienes muchas otras cosas que hacer. Se siente feo, es verdad, pero creo que es la mejor manera. Mi cuenta del agua llegaría por las nubes y ni se diga la de la electricidad. Esa es la razón práctica. Pero la verdadera, la importante, es que he aprendido a guardar esos momentos como pequeñas joyas y he aprendido a manejarlos.

 Cuando cierro la llave, casi siempre me quedo allí un pequeño momento, pensando y mirando a mi alrededor. Me gusta pensar que todos nos sentimos igual cuando estamos sin ropa. Es un momento vulnerable pero que todos conocemos. No existe un solo ser humano que simplemente haya nacido vestido o que nunca se quite sus ropas. Incluso aquellos que viven en la calle, por una razón o por otra, se quitan alguna vez sus harapos para disfrutar algo de agua fresca, así sea para limpiarse la cara o las manos o refrescarse los pies.

 Todos somos iguales en ese momento después de ducharnos. Y eso siempre me ha parecido que es uno de esos grandes conectores de la humanidad. Claro que a la mayoría de seres humanos les parece que el estar desnudo es algo casi tan malo como moler a golpes a otra persona, pero de todas maneras es algo que disfruto pensar. Además, nunca me ha molestado en lo más mínimo estar desnudo. Es lo que soy y no va a cambiar de un momento a otro así que, ¿porqué tendría que preocuparme de lo que piensen los demás de mi físico? No tiene nada de sentido sentir vergüenza en ese momento. No le veo sentido.

 Cuando por fin salgo, me envuelvo con la toalla y miro la pantalla de mi celular, que casi siempre dejo a la mano por si acaso. Miro la hora y veo que he estado entre cuatro y diez minutos bajo el agua. Es lo normal en mi caso pero no sé si eso se repita en la vida de todos, supongo que tiene que ver con el poder adquisitivo y el nivel de culpa que tenga cada uno acerca del cambio climático. El caso es que salgo de la ducha un poco renovado, con menos toxinas en el cuerpo y en la mente. Me siento mejor entonces.

 En mi cuarto me tomo mi tiempo para ponerme la ropa. No me apuro y menos aún si se trata de unos de esos días en los que sé que no haré nada. Me paseo desnudo por la habitación eligiendo la ropa que vestiré y luego me echo en la cama y me distraigo un largo rato hasta que recuerdo que me estaba vistiendo y prosigo con la ropa interior, las medias y así hasta que solo me falte ponerme los zapatos. Siempre en el mismo orden, casi siempre de la misma manera. Esa rutina es una que nunca me ha molestado pues, ¿porqué lo haría?

 Con el agua habiendo relajado mis músculos, empiezo en varias cosas que debería hacer. Algunas veces escribo mis ideas, otras veces las guardo en compartimientos mentales que sé que podré acceder en el momento que yo quiera. Pueden ser ideas sobre un tema para escribir o para un video o para hacer en la vida en general. Pueden ser tonterías como volver a jugar un videojuego que no he volteado a mirar en años o algo tan importante como recordar pagar una cuenta especialmente importante.

 Ese es el momento en el que todo aflora, casi como después de una tormenta o de una erupción volcánica severa. Por eso creo que la ducha actúa como un calmante para la mente, que se inquieta y excita cuando desafías a la vida misma. Es una relación simbiótica que, y  creo en esto fervientemente, hay que conocer al menos una vez en la vida. Es importante saber cuales son nuestros limites y lo que estamos dispuestos a hacer con tal de conocernos a nosotros mismos como los seres humanos complejos que sabemos que somos.

 Cuando ya tengo los zapatos puestos y han pasado un par de horas desde el momento de la ducha, se empieza a sentir que los efectos se van poco a poco. Las ideas fluyen menos y las ganas de hacer algo, sea lo que sea, no son tan imponentes como antes. Es como si todo cayera en un sueño ligero.

 Sin embargo, la ducha no es la única cosa que podemos hacer en la vida para sentirnos libres. Hay muchas otras y creo que dependen de las personas, cada una con su personalidad individual particular.  Solo digo que el agua nos une sin lugar a dudas, y luego nosotros elegimos nuestro mejor camino.

lunes, 28 de mayo de 2018

Dragon Valley


   The real treasure of the mountains was hidden beyond the highest peaks, in a very difficult to reach valley. The water there was the purest in the world and those who went there had, in general, no intention of going back. The monastery of the valley of the Dragon was the crown jewel of the mountain range, covered in gold leaf and constructed for thousands of years, with the help of every single monk that had ever arrived there to dedicate his or her life to the cause of enlightenment and knowledge.

 Men and women were allowed in the temple and they were not segregated in any way. Actually, people of every single ethnicity had at one point lived there as a monk. It was a welcoming community, who had no interest in the personal lives of their people. They only lived to achieve the highest state of knowledge and compassion. They believed humanity existed to learn all that it could and to teach others about the wonders of the universe. They thought that teaching and learning were the pillars of any civilized society.

 That’s why, once in a lifetime for every single monk, they had to live the monastery and journey to the outside world in order to teach somewhere whatever they thought people had to learn. Some went to the villages in the outskirts of the mountain range. Meanwhile, others were more adventurous and traveled further, to enormous cities and remote towns where they felt they could make a real connection with people. Each one decided the destination on his or her own, no obligations attached, except for one.

 They always had to come back. The life of the monks of the Valley of the Dragon was forever tied to the monastery. After a year outside, they were obliged to come back and dedicate the rest of their lives to further learning and teaching, in the form of writing books or painting illustrative art. They could also help restoring the building, as it was getting very old or they could even attempt to take care of the few crops and animals that they had in that remote space so far into the mountain, so high up too.

 Most of the monks never had a problem with coming back to their monastery. After all, it was there where they had felt the ray of enlightenment for the first time and that was a sensation no one could really forget or dismiss so easily. That’s why they felt compelled to go back and keep helping their fellow monks and humanity in their quest to be more cultured and aware of the wisdom that was in all things. However, they had been various exceptions of monks not coming back the moment they were supposed to, which was dealt with in the most sensitive but also serious way their community could.

 They would send another monk to the place were the person that didn’t want to go back was and they attempted to talk to them in order to understand why they want to stay in the outside world. They would hear the complaints and the thought of their fellow brothers and sisters and then they would try to make them realize how all of their fears came from places of insecurity and not from any hatred or ill will against their faith. After such a profound conversation, most runaway monks would come to their senses and head back home.

 But yes, they were very few that even after the conversation had no intention of going back. Maybe they had remembered what they had missed from the outside world and they just wanted to experience all of that more permanently. Complaints of that nature were unfounded as the monastery had found a way to use technology in their own advantage, for example protecting the most ancient texts with the help of very advances machines and using the internet to further their cause and connect with others seeking the same goal.

 The monastery had actually been in contact with several universities in the world and they would often send their monks to those places in their year of teaching, in order to exchange ideas and learn from others who were also seeking the answers in nature. It was mutually beneficial and it was an experience that could make a person grow beyond his or hers wildest dreams. Maybe even love would be born from such exchanges and the monastery welcomed it with open arms. They were not celibate.

 In recent years, the monastery had allowed the construction of small huts all around the Dragon Valley in order to accommodate some families that had decided to live there permanently. Life was much simpler, filled with hard work but with a sense of being able to actually help people in a meaningful way. That’s why every monk could decide when and where to go for his teaching year. It was left open to their choices in order to let them feel their way through life, not based on what others said.

 However, the place was still remote. Technology had also been used in order to install disruptors in the vicinity of the mountains, in order for satellite imagery to be unavailable for the whole area and to render high-tech equipment obsolete if someone wanted to find the valley through “easier” means. Whoever wanted to join the order had to do it with conviction, by foot and with effort. It couldn’t be in any other way. Men, women and children were all equals in that way and it happened to be the best way to make a proper selection of who deserved to be there and who didn’t.

 Dragon Valley was therefore a small fragment of the world that most people had never seen or even heard of in their lives. Sometimes it sounded like a myth or a legend, and people would even dismiss it as fictional. That wasn’t a problem for the people that lived there, at all.

 They would live their lives trying hard to actually have something to show for after years of studying and learning from the world around them. They tried not to just be here, doing things, but actually trying to hear the world and also speaking back to it. Their lives were always filled with purpose.

viernes, 25 de mayo de 2018

El gato de mi casa


   Me serví una taza de café negro, como todas las mañanas, sin poner mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor. La luz del sol de la mañana entraba suavemente por la ventana, haciendo brillar sutilmente todos los objetos que había en el área, sobre todo aquellos hechos de vidrio o metal. Había un sonido suave, producido por el aire que soplaba afuera y hacía mover las ramas más altas de los árboles. Solo yo rompía el silencio, vertiendo el liquido negro en mi taza favorita, tomando un sorbo profundo y sabroso.

 Desperté por fin, puesto que había caminado desde mi cuarto sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y eso que dormía en el piso de arriba. La casa de mis padres, en la que había vivido mi infancia, era ahora mía. Obviamente no había pasado nada bueno para que así fueran las cosas, pero pensar en eso me hacía sentir demasiado triste, así que empecé a caminar, esperando que la mañana trajera algo nuevo a mi vida, algo diferente e inesperado que cambiara por completo mi visión de las cosas en ese momento.

 Me acerqué a la puerta que daba al pequeño patio. Se podía ver por entre el vidrio que el sol estaba calentando el pasto. Iba a ser un día hermoso, sin duda. Tomé un sorbo grande y traté de sentir con cada receptor nervioso el sabor del café y lo que causaba en mi cuerpo. Lo sentí llenar cada rincón de mi ser, casi como si fuera una poción capaz de curar hasta los cuerpos más trajinados. Se sentía como si de mi interior naciera un poder extraordinario que provenía de lo más profundo de mi mente, de un rincón desconocido.

 De repente, algo saltó en el pasto afuera. Era un gato, que se me había estado camuflando perfectamente en el pasto algo quemado del exterior. Además, no había sido cortado en un tiempo y eso le daba un sitio de escondite a muchas criaturas. Cuando saltó, no solo me eché para atrás regando algo de café en el suelo de madera, sino que vi como otro animal saltaba asustado y se encaramaba en el árbol más cercano, escapando del depredador a toda velocidad. La ardilla se había salvado por un pelo.

 Tuve que devolverme a la cocina a buscar un trapo para limpiar el desastre que había hecho. Limpié con cuidado para que el liquido no se filtrara por entre las tablas del suelo. Sabía que en algún momento la casa iba a tener problemas pues ya estaba vieja y seguramente necesitaría arreglos y reparaciones. Pero yo no tenía ni un solo centavo, eso sin contar el dinero que me habían dejado mis padres. Ese dinero estaba destinado a algo diferente, así que no podía disponer de él para la casa, así ella hubiese sido el tesoro más apreciado por mis padres, que tanto la habían cuidado a lo largo de sus vidas.

 Me quedé allí en el suelo, con el trapo húmedo en la mano, pensando en ellos. Recordé sus rostros y sus cuerpos yendo de un lado a otro de la casa, en tiempos en los que no había tenido nada porqué preocuparme. Los veía hacer sus cosas, mientras mis hermanos y yo jugábamos o hacíamos la tarea. Eran seres extraños para mí en ese tiempo y creo que lo siguen siendo ahora, pues me doy cuenta que jamás traté de conocerlos como gente, sino que siempre los traté como algo más allá de cualquier comprensión racional.

 Supongo que así es como todos los niños ven a sus padres, como seres que están en un lugar muy distinto, que hablan y piensan cosas que muchas veces no tienen nada de sentido. Salen con cosas de la nada, como vacaciones y citas al odontólogo, y después sorprenden con fiestas de cumpleaños y mascotas. Todo eso lo había tenido pero sentía que nunca podría saber quienes eran en realidad, que pensaban y que querían de la vida. Nunca serían seres humanos completos para mí, por mucho que intentara saberlo todo de ellos.

 Cuando me di cuenta, había estado en el suelo unos quince minutos. Tan distraído había estado, que no había notado que el gato que me había asustado estaba allí, adentro de la casa, mirándome de frente como si quisiera entender lo que estaba pensando. Le dije que estaba bien y me puse de pie. Luego me di cuenta que le había hablado a un gato y esperé que todo estuviese bien con mi mente. A ratos me parecía que podía estar a punto de perder la razón o al menos todo sentido de la realidad.

 Lavé el trapo con el que había limpiado el suelo, terminé mi café sobre el lavaplatos y me encaminé al baño. Necesitaba darme una ducha y hacer algo, lo que fuera. Afortunadamente era sábado y no tendría ninguna responsabilidad verdadera. No quería ir al trabajo para que la gente tuviese lástima de mi, ni quería tener que buscar papeles y ponerles sellos, cosas que me recordaban de la manera más brusca y horrible los últimos sucesos de mi vida. Abrí la llave de la ducha y esperé a que el agua se calentara.

 Estuve bajo el agua por unos cinco o seis minutos, hasta que escuché el sonido del gato. Pensé que estaría en mi cuarto rasguñando la cama o en la de mis padres… Asustado, corrí la cortina de un golpe y casi resbalo al ver que el gato estaba allí mismo. Como yo no había cerrado la puerta del baño, el animal me había seguido hasta allí sin problema. Estaba sentado al lado del montoncito que había hecho con mi ropa y me miraba de nuevo con esos ojos enormes, como preguntándose algo. Era francamente inquietante, así que cerré el agua, me envolví con una toalla y tomé al gato sin dudarlo.

  Para mi sorpresa, no me rasguñó ni hizo nada más sino mirarme directamente a los ojos. Era terriblemente incomodo, sobre todo al bajar las escaleras pues no podía mirar para otra parte. Cuando llegué a la puerta trasera, casi tuve que hacer malabares para poder abrirla y así echar al gato afuera. Cayó en sus cuatro patas sin mayor problema y se volteó a mirarme una vez más. Sus ojos enormes eran como dagas en mi  corazón. Por alguna razón, sentía que ese gato me juzgaba o al menos que esperaba algo de mi y yo no sabía qué era.

 Fue entonces que oí el grito de una mujer. Miré a un lado y al otro para ver de donde había venido y no tuve que esforzarme mucho: la casa que estaba detrás de la mía tenía un segundo piso que sobrepasaba el nivel de la copa de los árboles. Una mujer de avanzada edad me miraba asustada desde una de las ventanas. La miré confundido y decidí ignorarla. Miré entonces al gato y le advertí que no entrara de nuevo a mi casa pues no era su hogar y él no podía estarse paseando por un lugar al que no pertenecía.

 Por primera vez, el gato maulló, como preguntándome por mis palabras. Decidí no responderle, solo dedicarle una mirada severa y nada más. Entré a la casa, me aseguré de cerrar la puerta trasera con el seguro que tenía y dirigí mis pasos hacia el piso superior, pensando el la insistencia del gato en entrar a casa. Tal vez mis padres habían cuidado de él y se había acostumbrado a venir a jugar e incluso a pedir comida. Ellos jamás habían sido personas amantes de los gatos pero nunca se sabe. No los conocía…

 En la escalera, pisé algo mojado y, por un momento, pensé que de nuevo había tirado algún liquido al piso, tal vez había mojado toda la casa al salir de la ducha en semejante apuro. Pero no era un charco de agua sino mi toalla, completamente húmeda, hecha un ovillo en uno de los escalones. Fue solo hasta entonces que me di cuenta que estaba completamente desnudo y que había sido esa la razón para que la vecino hubiese pegado semejante grito. Solté una carcajada, que pareció invadir la casa.

 No paré de reír sino hasta varios minutos después, cuando recogí la toalla y subí con ella en la mano. Ya estaba seco, gracias a que el sol estaba calentando todos los rincones de la zona, así que no la necesitaba. Subí a mi habitación, y me puse algo fresco y relajado para disfrutar el bonito día.

 Cuando volví a bajar para ver que necesitaba del supermercado, vi que el gato estaba de nuevo dentro de la casa, parado en el mesón de la cocina. Tal vez mi madre lo alimentaba allí y luego se iba con mi padre, a calentar su pelaje frente al televisor. Lo acaricié y le dije que era bienvenido, cuando quisiera.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Synthetics


   The small teddy bear looked out through the railing, trying to catch a glimpse of what the other were looking at: indeed, some kind of ship was descending rapidly through the thick clouds that engulfed the tower and soon disappeared beneath them. It was well known by every synthetic life form, that the Spire had been built tall enough to observe anything happening in the vicinity, for thousands of kilometers. The air was very thin up there but that wasn’t a problem for their kind. It had never been.

 Teddy pulled back from the railing and descended with other synthetics to level Ninety, where they had their quarters. Some others were still in the elevator when it closed, as they were heading for the tracking center in the lower levels. Most of those synthetics were what one would call scientists and anything that seemed odd or out of place was extremely interesting to them. For Teddy though, something falling from the sky was not that much of a new thing, as he had seen it happen so many times.

 Secretly, most synthetics were hoping one of those things falling from the sky would be a ship piloted by their former masters, the former rulers of that world. They had left thousands of years ago, leaving behind many of their creations. The synthetics had been something like their offspring and they had been abandoned from one day to the other. It hadn’t happened for no reason: the planet had become toxic for their masters and if they wanted to survive they had to leave as soon as it was possible for them.

 The consequence was leaving their planet to the synthetics, which over the years, decided to take charge of things and try to make the planet more hospitable. It took a very long time, but the air in the surface eventually became breathable and they were even able to recreate water and vegetation, as it had been in the past. Of course, synthetics had no need for all of that as they couldn’t breathe or feel like their former masters, but it was the sense of achievement and purpose that drove them to do all of that.

 Teddy had belonged, so long ago, to a series of children, all from the same family. He had no recollection of when and how he had been made but he knew that he was one of very few toys that could actually interact with their owners in a more realistic way. However, he was left behind as if he had been another working droid, with no mind or soul of his own. He always wondered why he had been left behind and many answers would often come up in his head. The one he liked the most was the one where his owner had just being forced to leave him there, so no one was to blame.

 When the darkness of the night came, the synthetics took their time to recharge and fix themselves if they had to. Teddy had been repaired fairly recently, so he was working just fine. He was about to power down in order to rest for a while, not that synthetics needed it, when an alarm was heard all over the Spire. Through a series of speakers, every single inhabitant of the tallest structure on Earth was able to hear one of their top scientists say that, the ship that had fallen from the sky seemed to have brought back a human.

  Everyone went insane. Some more than others. It has to be said that most of them still missed, in one way or the other, their old masters. They didn’t think much of the fact that they had been left there alone, on a decaying planet. Most synthetics felt that humans had been obliged to do what they did, so there was no such thing as a choice. Many dreamt of the day they could encounter humans again, in order to show them how well they had evolved and how they had recuperated their planet from certain doom.

 Everyone descended to the lowest level of the Spire and did something they very rarely, if ever, did: they gathered outside, at night, by the tower, and waited until everyone was there. When realized they were complete, the scientists exposed their findings while talking from a boulder that was higher than the rest of the synthetics. That way they could speak loud and their voice would reach even the smallest synthetics like Teddy, who decided to sit down as he heard what his companions had to say.

 They showed images of the ship, taken earlier by a drone. The metallic transportation was interesting in shape, but synthetics had never really been that interested in moving beyond the planet. So travelling from somewhere very far to there, was not something that impressed them or interested them. However, the last few pictures revealed what they had all descended to see. Just before the drone had left the area, the ship had opened some kind of door and a silhouette could be seen walking out of the ship.

 Maybe it was the dirt being moved by the wind or the fact that the drone was not fully charged when it started its adventure, but the pictures were not top quality at all. The shape everyone could see in the pictures was indeed something that looked like a human, as most of them did by the way, but who says that no other creatures in the universe has been created the same way? Everyone was in doubts, discussing their points of view, their overall reaction. Then, the scientists announced an expedition to leave for the landing site in order to encounter the creature, whatever it was.

 As they were all connected via a special network, the chosen ones to go to the ship were chosen in a few seconds. Teddy had insisted to go but he was afraid he would be denied the opportunity. However, he was accepted on the grounds that his general aspect might prove to be an advantage if the visitor was indeed a human. After all, he was smaller than most synthetics and his appearance was soft and adorable. No one would dare harm such a cute little bear, or at least not it if they knew what he was and what he was created to do.

 The team left that very night, in order to get there before sundown. The landing site was not that near but they could reach it easily with transportations they had rebuilt after the humans had left. They had their versions of trains and cars, and also planes and even helicopters. They chose to hop on to something very similar to a jeep and go on their way. No one talked during the trip, as they were all very nervous of what they would encounter. What if it was something else, something dangerous?

 The moment they reached the site, they were amazed at how clean the ship looked. It sparkled in the sun, as it was setting. It had only a couple of windows and the rocket busters to help it come down were easily visible. They didn’t have much time to take a look: when one of them approached the ship, the door opened as it had happened on the images the drone had taken. And, as in the pictures too, a creature came out through the door and greeted them. None of them could really believe what they were watching.

 It wasn’t a human. It was a synthetic, just like them. It was just more refined and clean; its parts were made from things no one on Earth had ever seen. He actually looked like a human, walked like one and even talked like one. But they knew he wasn’t real, he wasn’t one of the former masters. It was another one of their creations, just like they themselves had been all those years ago. For a while, they just looked at each other, confirming that all of what they were thinking was correct.

 When it spoke though, the synthetics realized something very important about it: it had been sent by the humans to their former planet, in order to check on it and see what had become of the place they had once called home. The android even played a video for them, recorded a long time ago.

 A human male and a human woman explained their curiosity to see their former planet but also their sadness that the ship would take many years to reach it. However, they thought it was worth their time and effort. And the synthetics agreed, even if they didn’t really know what to do next.