viernes, 30 de marzo de 2018

Santa semana


   Nunca hacemos nada en vacaciones. La respuesta simple es que no tenemos dinero para gastar aquí y allá. Escasamente compramos ropa, obviamente no vamos a tener muchos ahorros para viajar, así sea una distancia corta. De todas maneras, no tenemos coche y eso ayudaría bastante para un viaje de fin de semana o de al menos un día. Pero tampoco tenemos el dinero para estar yendo a una gasolinera una vez por semana. Somos una pareja que gana poco por cada lado y lo que juntamos apenas alcanza.

 Por fortuna, estamos juntos. En un país frío de clima y corazón como este, es bueno que al menos podamos sentarnos juntos en un parque y tomarnos de la mano sin que nadie se atreva a decir nada. Claro que lo piensan y nos lanzan miradas que dicen mucho más de lo que sus bocas jamás podrían decir, pero creo que la mayoría de las veces ignoramos todo eso. Lo llamamos ruido de fondo, así no sea en realidad ruido. Son solo partículas que habitan el mundo con nosotros o eso tratamos de pensar.

 En una semana como esta, en la que media ciudad sale de ella para ir a inundar otros lugares con gritos y alcohol, nosotros nos quedamos aquí y disfrutamos de los pocos ahorros que tenemos. Hace unos días fuimos al supermercado y compramos pescado para comer al menos tres días. Esto puede no sonar muy especial, pero la cosa es que nunca comemos nada que provenga del mar. Y no es por convicciones ambientales ni nada de eso sino porque no lo podemos pagar. Los precios a veces son exorbitantes.

 Pero esta es la semana perfecta para comprar frutos del mar y aprovechamos tanto como podemos. Martín, mi esposo, trabaja como ayudante de cocina en un restaurante peruano, así que ha hecho bastante cosas con comida de mar. Siempre le pone mucha atención al chef para imitar sus técnicas en casa. Claro que no siempre puede comprar los ingredientes que sí tienen en el restaurante, como azafrán o ají rocoto, pero los reemplaza por otros no tan caros y por eso sé que esta semana tendrá comida perfecta.

 Es gracioso, pero yo conocí a Martín un día que fui al restaurante. No, no iba a comer. En ese entonces era apenas un mensajero en una compañía de renombre que me pagaba cualquier porquería por hacer vueltas por toda la ciudad. Iba y venía en buses y taxis, gastando la plata que no tenía para conservar un trabajo que quería mandar a la mierda. Pero no lo hacía porque sabía que necesitaba al menos ese miserable pago para ayudar en casa y para poder comprar un par de pantalones en diciembre. Yendo a entregar un sobre urgente para un pez gordo, fue como llegué a ese restaurante.

 Me sentí como pez fuera del agua y creo que el tipo que estaba en la entrada lo notó enseguida porque me hizo seguir por la puerta trasera, que en ese momento estaba casi bloqueada por cajas y cajas de pescado congelado que estaban metiendo lentamente en un refrigerador del tamaño de mi casa. Fue allí cuando vi sus ojos claros, de un color miel muy hermoso, por primera vez. Me sonrió y creo que en ese momento perdí el sentido de donde estaba y porqué estaba allí. Alguien me codeó sin querer y volví en mí.

 Entre en el restaurante y le pedí al jefe de meseros que entregara el sobre, que era de vida o muerto o al menos eso me habían dicho. Pero el tipo no me hacía caso. Fue Martín el que tomó el sobre de mis manos, se quitó el delantal y el sombrero, y fue directo a la mesa correcta y entregó el sobre en segundos. Cuando volvió a la cocina, el jefe de meseros amenazó con echarlo por su insolencia pero esta vez fui yo el que hice algo: le dije para que empresa trabajaba y quién era el tipo de la mesa.

 El jefe de meseros no dijo una palabra más, solo desapareció y nos dejó casi solos. Otra vez Martín me sonrió y esta vez yo hice lo mismo. Hablamos un par de segundos, no recuerdo de qué. Supongo que fui mucho más atrevido de lo normal porque esa noche llamé al restaurante y pregunté por él. Sabía su nombre porque lo tenía cosido en el delantal. No pudimos hablar mucho pero me dio su número de celular y allí fue que todo esto empezó. Dos años después, vivimos juntos, pobres pero felices.

 De estos días en los que no hay trabajo me encanta despertar todos los días tarde y acostado junto a él. A veces yo me despierto sobre su pecho, otras veces es al revés. Algunas veces estoy yo abrazándolo por detrás y otras veces cambiamos de posición. Obviamente también pasa que amanecemos separados, porque nuestra vida no es una película cursi en la que nos necesitemos cada segundo. Pero tengo que decir que todo es más fácil cuando él está cerca, hace mi vida un poco más soportable.

 Algo que jamás nos ha gustado es que nuestras familias nos inviten a algún tipo de comida o evento familiar por estas fechas. No somos precisamente religiosos pero a ellos eso poco les importa. Ambas familias son de esas en las que la cantidad es algo primordial. Para ellos, entre más personas estén en su casa y más comida puedan proporcionar, querrá decir que han tenido éxito como anfitriones y como familia. Por eso jamás podemos decir que no. Un día toca con unos y el otro día con otros y siempre hay cosas buenas y siempre hay cosas malas, como con todas las familias.

 Con la mía, el principal problema es el rechazo. No lo hacen ya pero ha quedado el rastro de esa actitud y es algo difícil de borrar. Por mucho tiempo quisieron negar que yo era homosexual, e incluso cuando tuve el valor de presentarles a mi primer novio, ellos lo negaron por completo y me prohibieron traer a nadie más a la casa. Tampoco tenía permitido hablar del tema y todo se cerró bajo un velo de censura que permaneció por mucho tiempo, casi hasta que decidí salir de allí para vivir con Martín.

 Fue mucho después que nos invitaron, para una cena similar a la de esta semana santa. Y la verdad fue que todos se comportaron bastante bien. Lo único que molestaba eran los comentarios “sueltos” que a veces hacían, como chistes malos sobre dos hombres viviendo juntos o el hecho de que aunque me querían a mi, seguían rechazando a los demás como yo. Ese tono se acentuaba con personas de mayor edad y creo que por eso evitamos casi siempre quedarnos demasiado. No queremos darles cuerda.

 Con su familia, el problema es diferente. Su madre dice, y lo repite varias veces si uno le pone atención, que desde que era pequeñito supo que Martín era homosexual. Y como su padre, ella lo aceptó desde el comienzo. Debo decir que sentí envidia cuando me contaban del primer novio de Martín, que era casi como un hijo para ellos. En los viejos álbumes de fotos había varias tomas de él y, debo decir, que era un chico bastante guapo. Me hacía dudar un poco de mí y por eso siempre tenía excusas para no volver a ver las dichosas fotos.

 El caso es que la madre de Martín siempre que vamos insiste en que formemos una familia. Nos cuenta como ha averiguado por internet acerca de las adopciones y de las formas en las que se le puede hablar de los niños acerca de tener dos papás. Desde que la conozco ha sido su tema de conversación principal. De pronto es porque Martín es el mayor y quiere tener nietos pronto, pero la verdad es que puede llegar a cansar ese tipo de presión. Pero tengo que aceptar que prefiero eso a mi familia.

 Supongo que así somos todos en estas épocas y en la vida en general. Como dicen por ahí, el pasto siempre se ve más verde del otro lado de la cerca y por eso no me niego nunca a ir casa de su familia, si él quiere, pero ir a mi casa de infancia siempre es un viaje a muchos niveles.

 El caso es que mi momento favorito nunca es fuera de casa, sino adentro de nuestro pequeño apartamento, en nuestra cama al lado de la ventana en la que nos acostamos juntos y nos besamos y nos abrazamos sin tener que decir nada. Esos son los mejores momentos para mí, en esta o en cualquier semana.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Life is strange


   His body felt warm and I liked that. I hugged him, tightening the grip with my arms, because I was actually afraid he might leave at any moment. But, for some reason I never asked, he stayed that night with me. We made love again and he told me he loved me as he kissed my neck and I caressed his thigh. It was so much, maybe too much, for just one night. But I decided not to ask anything, not to think about it all too much. I didn’t want to ruin the moment with a question that could be answered another time.

 Nowadays, our relationship has evolved greatly. That was three years ago. We are now married and his son lives with us. He had him with a woman he thought he loved, right out of high school but it wasn’t what he thought it was. However, from that weak union came a strong bond in the form of Nicholas, a bright kid that has made me rethink my role as a man. I’m not his father, not biologically and I haven’t adopted him yet, but he calls me Dad anyway, without thinking about it too much.

 We live in a house we were able to buy with both our salaries. The cost was high but we knew exactly what we wanted. It has a large main bedroom and two spar bedrooms for visitors. Thomas, my husband, decorated Nicholas’ room personally, putting on the walls every single thing the kid liked and making it removable in order to be adjusted as the years go by. He dedicated long hours to that project and refused my help, as he wanted to do something special for his kid after years of a difficult relationship.

 Thomas and the kid’s mother had been fighting for their rights for a long time until it was agreed she would have the kid for one month and then Thomas would get the kid for the following month and so on. I thought it was cruel to use a kid like that, as a thing to put on or off the counter. But I never said a word because that’s something for Thomas to fix and tend to. We even fought several times because he seemed too focused on his kid and his former girlfriend than in our life together.

 I have to confess I got to be a lot meaner than I ever was. For starters, I never liked the kid before he came in to live with us. I resented him in a way, seeing how Thomas loved to spend every waking moment with him and I just got some weekends and not even that. Our relationship had passed from one with a lot of romance and sex, to one where there was only a random kiss a week and some conversation that never went anywhere. Even after we got married, I felt he wasn’t mine yet and maybe he would never be. I neglected to see he was a father first, my husband later.

 The kid would come in some weekends, from time to time, but it would often be a very tense time for Thomas and for me as well. Not only because he would spend every single second with the kid but because he would spend the rest of his time talking about his former girlfriend and how he thought she should run his life. I heard so much about her for so long. The few chances I got to meet her; I avoided the opportunity at every turn. I didn’t want to feel even more threatened and unsure of myself.

 I even decided to attend a shrink once a week. I’ve never believed in those people but I thought it would be much better than just staying at home on the edge of screaming at Thomas or, God forbid, striking the kid. So I excused myself telling them I was going to meet my parents but I really spent an hour with Dr. Mendelsohn, who was as useless as I had thought before attending our appointments. The only good thing was that I wasn’t at home anymore. As I’m not made of money, I stopped going after one month.

 After that, I decided to really spend my days with my parents. After I had moved out of the house, I didn’t really got to speak with them that much, only over the cellphone or something. So I began cooking with my mom again and talking politics with dad. It was like back when I was younger and I found myself yearning for those years. It was hard because I was depressed often but at least I had them back then. They were always there for me to talk or at least just be there, to be present.

 Eventually, Thomas confronted me about going to my parents practically every single weekend. I confronted him too, telling him I had no interest in meddling into his affairs, into his life before I entered into it. He said he wanted me to be in his present fully, involving myself with his child and even with the woman that had brought him to life. But I told him the truth: I couldn’t make myself want something I didn’t. I had never wanted children or the past to come knocking on my door. I just wanted him.

 That was the moment our relationship took a deep dive. We didn’t yell or anything like that after that argument. We just fell silent and suddenly I knew exactly what I had to do. I grabbed a suitcase and started putting some of my clothes there. I told him it was temporary, because it was clear we needed space to think about what was happening. I reminded him he was my husband right before heading out. He grabbed me by the wrist and told me I was his husband too. I won’t lie: fear ran through my spine right then and there. I have no idea why but that’s what happened.

 I moved in with my parents and I asked them not to say a word about the whole thing. I would just continue to go to work and fulfill my responsibilities without any delay or doubt. I would just go on with my life because stop it altogether would be fatal. Of course, I cried every night thinking about him and how the man I used to know was no longer there. I trusted him to think about it all and come back to me with a proper response. He never did, at least not in the way I had always thought.

 He came to my place almost a year later. I had decided to rent a small apartment downtown, as I realized my parents already had a life between the two and me being there was not the life they had envisioned in their golden years. So I decided to move on, never minding anything else in my life. I even got a promotion, which was celebrated with a big party where I almost kissed another man but didn’t. I felt like shit after that but at least I stopped myself, despite the large amounts of alcohol in my blood.

 The day Thomas came, I was cleaning my place up. I stopped everything and we sat down in the living room, which consisted on a sofa against he wall, facing a flat screen TV. There was a moment of silence and then I told him I hated when silence feel between us. It seemed unnatural. He finally spoke, saying he had come to me to tell me the years of litigation were done and that he had finally gained a good amount of time with his son. I was happy for him, because he was finally ecstatic with the news.

 I thought that was it. He didn’t seem to have anything else to say, so I stood up and told him I needed to finish cleaning soon, as I had to leave later. It was a lie; I just wanted him out of my sight. But then he came close to me and hugged me as I had hugged me so many years ago. He told me he loved me and that he missed me every single day. He even kneeled and asked me to marry him, which was nice because I had been to one to do that the first time. I said yes, because I do love him.

 We then had the best sex I have ever had. It’s strange how you take some things for granted, like how much better it is when your partner is someone that knows your body thoroughly and has a very good idea about what you like, what it is that makes you feel in heaven.

 I have no idea how, but he transferred that knowledge to the other parts of our lives. That’s how I got to understand him better and to love his son, maybe as much as he did. Now I found myself packing lunches and preparing camping weekends. Life is so strange… But it’s life.

lunes, 26 de marzo de 2018

Abre los ojos


   Una, dos y tres veces. Y luego seguí sin que me importara nada. Seguí y seguí hasta que dejé de sentir los dedos, las manos enteras. Mis brazos se entumecieron del cansancio y el dolor y fue entonces cuando por fin me detuve. En mi mente, para mí, habían pasado horas. Pero en realidad, todo había sido cuestión de minutos. Me di cuenta de que temblaba. Un frío helado me recorrió la espalda. Ese golpe contundente fue el que me despertó de mi enojo, de mi rabia y del dolor que me había cegado.

 Los nudillos los tenía destruidos. Me chorreaba sangre de ellos pero no demasiada. Los dedos temblaban con violencia y no podía estirarlos ni cerrar el puño por completo, no de nuevo. La sangre que cubría mis manos no solo era mía sino del tipo que tenía adelante, tirado en el suelo. Lo escuchaba llorar, moquear un poco e incluso decir algunas palabras de suplica. Pero, como hacía unos minutos, yo no escuchaba nada de lo que decía. No solo porque no me importaba sino porque había perdido ese sentido momentáneamente.

 Lo que oí primero, sin embargo, fue la sirena de una patrulla que se acercaba a toda velocidad. Tuve el instinto de correr, de alejarme de allí lo más rápido posible, pero recordé pronto que ese no era el plan, eso no era lo que había cuidadosamente preparado. No, debía quedarme allí y asumir lo que había hecho. De la nada, un chorro de rabia surgió de mis entrañas, probablemente lo último que tenía adentro. Usé ese impulso para patearlo un par de veces en el estomago, para evitar que él fuera quien se escapara.

 La policía por fin llegó y, como lo esperaba, me arrestaron. Uno de los uniformados quiso ponerme esposas pero prefirió no hacerlo por el estado de mis manos. Me miró fijamente y me dijo que me metiera en la parte trasera de la patrulla. Debió detectar que mis intenciones no eran diferentes, porque lo dijo de una manera calma, sin presiones. Yo hice lo que me pidió, pero no cerré la puerta porque no podía. Ellos revisaron al herido y llamaron una ambulancia. Esperamos hasta que llegó y se lo llevó al hospital.

 Por nuestro lado, fuimos a la comisaría. Lo primero que hicieron allí fue tomarme las fotos de rigor e identificarme. Fue un proceso rápido, sin ninguna sorpresa. Lo siguiente que hicieron fue enviarme a la enfermería para una rápida curación de mis manos, que vendaron, no sin antes usar una crema especial que al parecer ayudaría a que las heridas cerraran pronto. No me quejé en ningún momento ni me rehusé a nada. Miré a la cámara directo al lente para las fotos y pensé en todo menos en mi dolor mientras curaban mis manos. Cuando me metieron a la celda, inhalé profundamente.

 Allí estaba yo solo. Para ser una ciudad tan violenta y problemática, era un poco extraño que me metieran solo en una celda. Debía haber otras, supuse. Era el tipo de cosas que me ponía a pensar para no reflexionar demasiado. Porque si me ponía a pensar mucho en lo que había hecho, en mi plan, me arrepentiría en algún momento y dañaría todo de manera irremediable. Me senté en un banco metálico y allí contemplé por mucho tiempo el suelo y las manchas de sangre seca que allí había.

 Seguramente habían peleado allí una banda de vendedores de drogas o tal vez de habitantes de la calle. Es posible que algunos cuchillos se hubiesen visto envueltos en todo el altercado o incluso algo más sutil como una cuchilla para afeitar o algo por el estilo. Quien sabe cuanta gente había pasado por allí, de paso a la cárcel. Tal vez no eran tantos o tal vez muchos más de los que la mayoría de gente pensaba. No tenía ni idea pero todo el asunto me hizo pensar en la posibilidad de terminar encerrado para siempre.

 Me tranquilicé rápidamente diciéndome que sería un injusticia enviarme a la cárcel por golpear a un hombre. Al fin y al cabo, no lo había matado. Eso sí, no me habían faltado las ganas y debo admitir que mi primer plan había contemplado esa posibilidad. Pero mi abogada, con la que había hablado antes de planearlo todo, me había aconsejado no hacer algo tan extremo. Ella era de esos abogados que se mueve muy bien en el agua turbia pero sabía el tipo de persona que era yo y no quería verme envuelto en algo demasiado oscuro.

 Eso sí, no puedo decir que ella me diera ideas para nada. Ella solo escuchaba lo que yo tenía para decir y después de un momento me decía su opinión al respecto y las consecuencias legales que existirían en cada caso. Nunca me aconsejó nada en especifico, seguramente porque no era nada tonta y tenía claro que no podía arriesgarse a que yo la culpara, en el futuro, de ser la artífice de todo el plan. Pero la verdad era que yo no tenía ninguna intención de echarle la culpa a nadie más por mis acciones.

 Más allá de ser abogada, Raquel era una de mis pocas amigas. Me conocía bien y sabía de primera mano todo lo que había ocurrido en los últimos meses, comprendía bien mis motivaciones para hacer lo que quería hacer y jamás me quiso detener. De pronto ese era el único problema que tenía respecto a todo el asunto, y sí detecté ese nerviosismo en ciertas ocasiones, pero la última vez que nos vimos me dio un abrazo que fue más explicito que escribirme una carta de cuatro páginas. Ella sabía muy bien lo que yo quería y porqué. Creo que la aprecio más ahora que nunca antes.

 Un policía por fin vino y tomó mi declaración, junto con un enviado de la fiscalía. Conté todo lo que había ocurrido ese día, cómo había planeado desde el primer segundo de la mañana seguir a ese hombre, y esperar con paciencia hasta que estuviese completamente solo para hacer lo que quería hacer. Confesé haberlo secuestrado y llevado al lugar al que habíamos llegado, una fábrica abandonada en la mitad de la ciudad adónde nadie llegaría a menos que yo dijera donde estábamos.

 Y de hecho, eso fue exactamente lo que hice. Con anticipación, programé un correo electrónico que sería enviado a la policía y a otras entidades para que llegaran al lugar en el momento preciso en el que yo quería que llegaran. Debo confesar que mi calculo falló por algunos minutos, que fueron los que utilicé para patear al infeliz en el estomago. No me siento orgulloso de ese ataque de rabia pero tampoco me avergüenzo pues creo que tenía todo el derecho de hacer lo que hice.

 Fue entonces cuando les pedí que revisaran su cuenta de correo electrónico de nuevo. Había programado un segundo correo, esta vez conteniendo un video con toda la información que tanto la policía y la fiscalía, como miles de otros pudieran querer y necesitar para absolverme al instante. Además, el video se subió automáticamente a varias redes sociales y mi intención de hacerlo viral fue un éxito total. A esa hora, ya muchos sabían de mis razones e incluso me aplaudían por mi proceder.

 A la hora, Raquel vino a recogerme. Había quedado libre, a pesar de que todavía había algunos cargos contra mí, cargos de los cuales podría deshacerme con una increíble facilidad. Todos me miraban de camino al coche y cuando me bajé en mi edificio y subí a mi apartamento. Al parecer todos se habían quedado sin voz y yo no entendía que parte de todo el asunto los hacía quedarse así: sería lo que había sucedido, lo que yo había hecho o toda la situación? En todo caso, los entendía a todos, sin importar la razón.

 Nadie esperaba ver a un hombre rico, con familia y nombre, en un video casi pornográfico. Y no lo era porque el video no mostraba sexo consensuado entre dos adultos sino una violación. Poder obtener ese video me costó mucho más que sangre pero valió la pena.

 Destruí a un hombre por completo y lo único que tuve que hacer fue centrar la atención sobre mí, convertirme en un villano para entregarle al mundo el villano real. Lo que pensara la gente sobre mí no me importaba ya. Solo quería que la gente, por una vez, abriera los ojos.

viernes, 23 de marzo de 2018

Through the Alps


   The train’s movement woke me up as it pierced through the longest tunnel in the route. The trip from Italy to Germany can be quite annoying because of that, although you get to check out some beautiful sights in between the tunnels, so it’s not that bad. The very dim lights of the tunnel gave me an eerie glimpse of the people that were in the same cabin, all of them fast asleep, not disturbed by the movement as I was. It was right then when I heard someone rushing by the aisle, stumbling and then running off.

 I was about to yell and pull the door of the cabin making a lot of noise, but I remembered my friends were sleeping so I stood up and carefully pulled the door open. Once I was standing on the hallway, I close the door again and enjoyed the show the little lights on the floor of the train were doing. They turned on and off and on and off. It made the hallway look like some kind of disco. I looked down the hall but there was no one there, at least not where I could see. I decided to walk in the same direction as the person I had seen.

 I had to move from one car to the other. Apparently most people were asleep because there was not one noise breaking the silence, only the one of the train travelling on steel. The tunnel, I recalled, was so long it could take up to half an hour to traverse it completely. And if I was not mistaken, we had entered it less than ten minutes ago. So walked on knowing that natural light would take its time to comeback. The third car I entered was completely dark; the lights on the floor were not working.

 Then, I saw him. The lights on the tunnel were too weak to actually see anything but his form was noticeable. I stood there, on the entrance to the car and waited for the shadow to make its move. But it didn’t. It just stood there, most likely watching me, until it dropped something on the floor and my curiosity pushed me forward, in order to check the object closer. I walked half way and then the shadow bent its knees and fell to the floor, apparently unconscious. Something was wrong.

 Not only wrong but very wrong. The object on the floor shimmered with the dim yellow lights of the tunnel. It was obviously a knife, the kind you use to cut a steak. I remembered watching those on the restaurant car, a place I had only sat once earlier that day. It was a bit too expensive for me but I did remember watching someone eating a piece of juicy red meat with a knife just like that one. However, the handle on the one on the floor was glistening with dark red blood. Some of the silver edge had stains of it too. It was so strange to see that there, doing nothing but dripping blood.

 The train moved violently and it was then I realized what was going on and how serious it could be. I wanted to tell someone about it but I also realized I hadn’t seen one single person from the train company around the hallways. Neither a security person nor a waiter. There was no one around to denounce such a strange thing happening. Because bloody knives are only found on the floor of trains in novels or movies, but never in real life. What to do in that case, when there’s no one to turn to?

 The shadow then groaned. I got scared, walking back a little, abstaining myself from touching the bloody knife. I was about to turn around and look for someone to help, when the shadow said something. I had no idea what it said, because it wasn’t really articulating words. At least not words I understood. I got closer and the shadow coughed and suddenly looked up. I could not tell if it was a man or a woman, even if it was young or old. But I knew it was someone disturbed, as its eyes were red and mad.

 Then, the shadow spoke once again. I finally understood what language it was speaking but I had no idea what the words meant. I had seen several movies in German and I had even studied a bit of German back in college, but not enough to understand what the shadow was saying. Maybe it was asking for help or maybe it was begging for me to go away. I had no idea, as my trip through Europe had not contemplated helping dying or crazy people in dark trains while traversing a long tunnel.

 However, my instinct told me to help that person. So I got closer and tried to make something out of the words it was saying. By getting closer, I finally realized I was interacting with a young man, maybe half my age. He had delicate features covered by a large amount of very blonde hair. He was obviously of Germanic descent as the eyes that were looking at me were made of a very deep blue, almost the color that ice gets sometimes. Those eyes gave me a shiver.

 I spoke to him in English, asking if he needed any help. He wouldn’t answer, so I decided to speak a little slower. That seemed to do the trick because the young man started nodding violently, his eyes becoming even redder and more insane. It was quite disturbing to watch but not as disturbing as when he stood up and revealed his tainted clothes to me. He was wearing what any boy would ear in the summer: shorts and a stripes shirt. However, both were soaked in the same dark blood that covered the knife. I tied one and two together and realized I had a killer in front of me.

 I started breathing heavily but had to control it because the kid was getting worked up to. I relaxed so he did too. However, he did seem to be breathing a lot heavier than he should. He was obviously scared. Maybe he had killed his mother or father, or maybe a brother or sister. He had done it with a knife he had found close by and he had taken advantage of the tunnel to run away. But they were in a train and there are not that many places were you could hide. Ask Agatha Christie.

 For a moment, I was lost. I had no idea what to do. Yeah, maybe looking for a security agent and giving them the kid would be the smartest thing to do but it also seemed like a very wrong thing to do. The kid was obviously traumatized and maybe he had done what he had done out of self-defense. Maybe he had been bullied by someone or harassed by his family or at least one member of it. There were so many things to consider and reflect on before just running out of that car. It wasn’t simple.

 Then, as if in a dream or a religious movie, natural light filled the space. They had finally come out of that dreadful tunnel and the train was now advancing through the mountains by a large beautiful lake. The view out there was amazing but inside the train things were not exactly that. I realized then, with light, that the young man had not injured anyone else. Someone had injured him. He had blood pouring out of his body from a point around his stomach. It was something of a miracle to see him standing there.

 I finally did what took me so long to do: I ran out of the car and made noise, lots of noise. Finally a security guard appeared and I took him directly to the place where the knife and the boy were. When we got there, the young man had collapsed on the floor, falling on his face next to the knife. Some people on the neighboring cabins had stepped out and were screaming like lunatics. I ran to the boy and tried to wake him up but there was no point. He had bled out to death. I had acted too slowly.

 When we finally got to a train station, the body was brought out and sent the local morgue. Every single passenger was questioned by the police, especially me. I told them every single thing that had happened and they let me go without saying anything. I saw the parents on my way out of that place.

 The train departed later the following day. As curious as I was, I went one more time to the police station to ask about what had happened. Apparently, the autopsy had revealed the wound had been self-inflicted. The young man had committed suicide. I would think of him for the rest of my life.