lunes, 31 de diciembre de 2018

Happy new year


   The last place has always been paired with all the bad connotations. Being last is seen as having virtually no good qualities. Sometimes, not even bad qualities. You just don’t have anything going on for yourself if you come up in the last place. You might as well not run or participate, many think. But the truth is that there will always be a last one, as nothing in this world lasts forever and everything and everyone is doomed to disappear. And someone or something will be last, because things are finite.

 Can you imagine being the last human in the world? Yes, it would be extremely lonely and sad but you would be the last one, the last creature walking in two legs with a brain good enough to create things that are almost impossible. And you would be the last one in that lineage. You would be the last one to understand what feelings are and the last one to know how to attempt and explain them. You will be the last one to love and the last one to properly cry of real sadness.

 That’s all very beautiful, poetic even. You will be the last recipient of a vast history, encompassing bloody wars and beautiful romances. In you, the last remaining body, memories of all that has been and had been before you were born would be deposited. A brain acting as the last vessel for all human thought and advancement. Every single thing that humankind has done will be imbued in your blood and your flesh. When you die, being the last one of us all, an entire part of the history of the universe will die too.

 Tragic but there’s beauty in all the most awful things. We can deny it all that we want but that’s the way it is. Awful things can be fatal, can mark the last part of something, and maybe that’s why they can be beautiful, even in the darkness and among the most despised of human occurrences. Not everyone can actually see that light in the dark, but when you do, it’s the most beautiful thing you can ever see. That’s the world we live in and the world we have made around us, as members of the human race.

 So when you die, being the last of us, you will encompass everything beautiful and everything awful in your own essence, in your body and your soul.  All the concepts, the ideas, the feelings and thought, they will all somehow live inside of you, still breathing even if barely, trying to survive one more day. But, as we said before, being last is something that happens forever, something that does not change, no matter how much we would like it. “Last” is forever and that’s the way it is. So we will have to calm down in the last moments and just appreciate what was and never will be again.

 A year is the same. The end of this year marks the end of a series of events that marked our life that made us into the people that we are. Of course, many of those things will spill put into the next year and the following years, but as our live are so short, we can really define each year with ease. It isn’t difficult to put a name to it, to define it as something. Some years are bad and some are good, for example, depending on whom you ask. That’s the base of it all, the one that’s stored inside our heads for the future.

 It always happens that people begin to think an awful lot during the last few days of the year. They regret not doing some things and are happy that they did some others, but they know very well that whatever has happened cannot be undone and that they will have to deal with it. Nothing is clearer than when a loved one has passed and we remember that year because of it. Of course, its painful, but it’s also the reminder of our own mortality and that we should appreciate every single day on this Earth.

 The thing is we start thinking about what we have done only when the year is coming to an end, but rarely before that. Maybe in birthdays or days when we feel especially sad or down about something, but in many countries the last month of the year is the one with more suicides, homicides and, in general, more violent deaths than any other part o the year. Maybe it’s precisely because we start thinking about things and we decide we didn’t do enough or others didn’t do enough either. It can be a mess.

 The best thing is to think about every single thing we did and not only fixating our look on the bad stuff, which is what we tend to do often. Bad things always seem to be more serious, like their matter more, which is ridiculous. Feeling good and happy should always be as important as feeling like shit, so we should never take it for granted. Taking everything into account is very important and never forgetting that we are creatures made to feel everything, no matter what is and that nothing is forever.

 At the end of this year, we shouldn’t thing too much about the next one, we should just feel content with what we have done and just be on the lookout for the next year. If we want to achieve something special, then we should work towards it, doing whatever is needed to properly reach our goal. And that’s it, do things if you want or don’t do them if you don’t want to. It’s that simple and you should never complicate yourself with silly thought in a moment when you should be celebrating instead of feeling like shit. Jus enjoy the time you have because it is limited and there are no do-overs.

Happy new year.

viernes, 28 de diciembre de 2018

El llamado


  La selva ardía y no podíamos hacer nada para detenerlo. El fuego subía por los árboles como si estuviera vivo, carcomiendo la madera y haciendo que el ruido llenara los oídos de todos los que estábamos observando. Uno de los indígenas llamaba por la radio a los bomberos del pueblo más cercano, pero no era muy posible que llegaran pronto. El humo había vuelto el aire un infierno igual que el que se pasaba de árbol en árbol. La mayoría de los que estábamos allí solo podíamos observar lo que ocurría, sin hacer nada más.

 Al otro día, exploramos los restos carbonizados de los árboles, que ya habían sido empujados por el viento hacia un lado y el otro. Era increíble el silencio que había, sin animales ni ningún tipo de planta viviente. Los insectos habían huido quien sabe adónde y la mayoría de los indígenas ni siquiera querían acercarse. Para ellos, el sitio era sagrado y su destrucción era algo que debían primero procesar para luego hacer una ceremonia que ayudara a los espíritus pasar a una mejor vida con el resto de sus ancestros.

 Solo un pequeño grupo se acercó a los restos, con uno solo de los indígenas que dijo tener que mirar solamente hacia abajo para no tener que ver toda la destrucción causada la noche anterior. Por los sonidos que hubo a primera hora del día, era obvio que los bomberos habían venido muy temprano pero su llegada había sido demasiado tarde. Al menos habían detenido el fuego antes de que pasara a una zona más cercana al centro de la comunidad. Pero ahora ya no había nadie, todo estaba en absoluto silencio.

 Tocamos el suelo y nos quedaron las manos negras. Ver ese color en las manos de cada uno de nosotros nos impactó, en especial porque en esa misma parte de la selva había ocurrido nuestra ceremonia de introducción a la cultura de los indígenas. En esa ocasión nuestras manos habían sido pintadas de muchos otros colores a partir de los tintes naturales de la selva. Había amarillo, verde, blanco y rojo, colores que mezclados representaban todo lo que existía en el mundo de las personas que vivían en ese mundo.

 Habíamos luego lavado esos colores en el río, creando surcos en el agua que parecían cobrar vida con el movimiento del fuego de las antorchas y del agua misma. Nuestros cuerpos parecían mezclarse con el agua misma, con los aceites que habían sido extraídos con cuidado de las plantas, con la brisa misma que surcaba con suavidad sobre todo y con el cielo estrellado que teníamos sobre las cabezas. Fue un momento hermoso, lleno de una paz extraña que invadió nuestros cuerpos y nos ayudó a dormir esa noche. Fue un sueño tranquilo, sin sueños, totalmente perfecto.

  Pero de eso ya no había nada. Nuestros pies quedaron completamente negros de caminar tanto entre las maderas retorcidas. Cuando regresamos al pueblo, no había nadie adentro de las estructuras. Todos estaban afuera, trabajando o haciendo lo que hacían normalmente. Se habían pintado en sus brazos la marca del duelo y habían seguido con sus vidas, como lo dictaban sus costumbres. No podían detenerlo todo por una tragedia que no era nueva, que ahora se había convertido en algo casi cotidiano.

 Los fuegos arrasaban con frecuencia la selva, tragándose partes pequeñas cada cierto tiempo, carcomiendo un poco a la vez hasta que un día ya no habría nada. Los indígenas sabían que era algo posible, que el futuro se les venía encima pero no podían cambiar su estilo de vida de un momento a otro. E incluso si lo hicieran, eso no garantizaría que vivirían mucho más de lo que la selva sobreviviría, si es que lo hacía. Planeaban lo de siempre y luego ya pensarían en grupo que acciones tomar.

 Pero no eran todos iguales. Algunos hablaban con los granjeros de las fincas vecinas, para ayudarlos a atrapar a los leñadores y a los pescadores ilegales que entraban a destruir la selva a cada rato. También los ayudaban a no matar a los animales que invadían las granjas para comerse las vacas. Los dormían con químicos especiales de la selva, que eran muy apropiados para tratar los animales y no matarlos de un sobredosis. Buscaban tener una relación en la que ambos se beneficiaran, para construir algo mejor.

 Pero muchos de los incendios no eran precisamente causados por el calor o por productos de turistas dejados en la mitad de los árboles. Eran mucho de los granjeros que quemaban árboles pues necesitaban cada vez más espacio para plantar soya y maíz o para pasear de un lado al otro sus reses. Incluso había veces en las que se dejaban comprar por empresas madereras para que ellos quemaran los árboles y luego los leñadores les pagaran por sus acciones. Eran crímenes que a nadie le importaban.

 Muchas veces habían venido extranjeros, como nosotros, a visitar las comunidades para conocer más de la cultura y tener una experiencia especial. La idea era que cuando vinieran se les enseñara la realidad de vivir en la selva, los riesgos y lo que tenían que afrontar en el futuro inmediato. Pero la gran mayoría de los visitantes nunca volvían y jamás corrían la voz de lo que habían visto. Para ellos había sido solo una oportunidad de pintarse la cara y hacer algo “exótico”, diferente a lo que eran sus vidas en las grandes ciudades, fuera de sus repetitivos y alienantes trabajos.

 Algunos indígenas querían prohibir el ingreso a más visitantes de afuera y fue en ese momento cuando llegamos nosotros, con nuestras cámaras y preguntas sobre todo y nada. Muchos nos dieron la espalda y luego enviaron a una persona para dejar en claro que no tenían ningún interés en conocernos o en compartir con nosotros. Respetamos su decisión y nos dedicamos a construir nuestro programa con aquellos que sí se acercaban y tenían curiosidad de lo que hacíamos e incluso de nuestras vidas.

 Fueron ellos los que nos introdujeron a su mundo, con la ceremonia en el bosque y luego en el río. Nos enseñaron al pasar de los días a pescar y a cazar, a identificar las flores que usaban para sus medicinas, así como las plantas que necesitaban en el día a día. Grabamos todo lo que pudimos, sin pedirles nada sino solo dejando que sus vidas pasaran por enfrente de nuestros lentes. Pudimos ver la vida real que esas personas llevan en un sitio tan remoto, como son de verdad y no como creemos que son.

 Cuando llegó el momento de irnos, nos hicieron una fiesta muy divertida y especial e incluso aquellos que no nos querían allí asistieron, tal vez felices de que nos fuéramos. Sin importar la razón, estuvieron allí compartiendo comida con nosotros y dándonos una nueva muestra de sus cultura. Bailaron para nosotros, cantaron y también desplegaron algunos otros de sus talentos. Fue una experiencia única, que creo que se incrusto en el pensamiento de cada uno de nosotros y nos comprometió con ellos de manera permanente.

 En el avión de vuelta la ciudad, empezamos a trabajar, editando de una vez algunos de los apartes que habíamos grabado. Todos estábamos como distraídos, como si todo lo que hubiese pasado no fuese real. Debía ser lo que sentían todos los que habían estado allí antes de nosotros y por eso sus respuestas a todo lo ocurrido habían sido similares. Por eso nadie había hecho nada, no que fuera algo muy fácil de hacer. Era extraño como se sentía, por eso ya no hicimos nada más hasta muchos días después.

 Sin embargo, cuando por fin empezamos a trabajar, los hicimos sin parar ni un solo momento. Estuvimos encerrados día y noche, apenas comiendo y saliendo a la calle a ver la luz del día. Queríamos que todo fuera perfecto y cuando lo tuvimos terminado sentimos que era lo mejor que podíamos dar.

 Nunca sabremos de verdad si el programa tuvo el efecto deseado. Pero la realidad es que nos esforzamos tanto como pudimos y desde ya planeamos nuestro regreso. Se siente como algo necesario, como algo que no podemos evitar así lo quisiéramos. La selva nos llama.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Hospital


  I wanted to get out. I wanted to scream too. But I couldn’t. My mouth couldn’t open so, of course, no voice or sound could come out. I cried though, that was one of the things I was able to do. My tears tasted funny, salty but weird. I got tired of crying after a while and then I just feel asleep. When I woke up, some doctor was poking at the machine that was connected to my body. He didn’t even look at me, as if I wasn’t there. He just wrote some things on a note pad and then left, leaving me trying to ask what had happened.

Because, no matter how much I tried, there was no way I could remember what had happened. I was certain I had been sick for a couple of days at home, some kind of flu or maybe a virus inside the stomach. It was awful but not strange, nothing out of the ordinary. And suddenly, one day, I woke up in that hospital feeling as if I had been beating up by someone. From the first moment, I wasn’t able to speak and whatever the put in my veins was making me doubt every single thing that I thought when I was awake.

 My body always felt awful. I was hurting too much every day and it felt there was something strange. One would think I would feel better as the days went by but I didn’t. I was feeling just as bad on day one as on the other ones. I don’t even know how long I was there. One night though, I heard something odd. Someone was crying very loudly and then she began to scream. She screamed for a long while until the voice stopped. Somehow, hearing her had made me feel a bit better, as if I could finally step out of that bed.

 But I didn’t do that. I glanced at the machine that was connected to me and realized it was probably telling the people in that place how I was feeling and maybe even what I was doing. If I disconnected it, maybe they would notice it in a few minutes and I would be caught before I could imagine a plan to get out of that place. I had to be smarter than them; I had to really think of a good plan to run away, to escape what was most likely some kind of prison or mental hospital. An awful place in any case.

 They kept injecting me with the same drugs but, luckily, I realized they really didn’t work anymore. My sore legs and arms where fighting the poison they were pumping in my veins. I felt better by the hour and they had no idea. I was tempted to smile but I still couldn’t do that. For some strange reason, I wasn’t able to speak yet. I couldn’t make any sounds but I had grown accustomed to that. In my head, there was only the idea of escaping that place and talking had nothing to do with that. I had already come up with a plan and didn’t even care if it could be successful.

  That very night, I stood up for the first time in a long time and I grabbed the machine to avoid getting disconnected from it. I then peaked through the nearest window, which was almost impossible as it was a bit higher than me. I had to stand on the tip of my toes in order to look down at a large yard made of stone. It had been raining. There was no one outside and the place looked as if it wasn’t precisely populated by many people. By the look of the place, it seemed to be far away from any city or town.

I then walked to the down and realized it wasn’t locked. They didn’t have a reason to lock the doors as they kept me, and probably all other patients, too drugged up to even walk around the room. I have to confess that I wasn’t feeling perfect right then, but I had to do something soon because I didn’t know why they were keeping us there. Maybe the final step in their “care” for us was to kill us. So waiting forever was not really the best choice. I just had to do something, no matter the result.

 I opened the door a bit, enough to look outside. It was very dark and even colder than inside the room. I couldn’t hear any sound, not a voice or anything else. I closed the door and faced the biggest problem I had: the chord in the machine was not long enough for me to parade around the hallway outside without the nurses and doctors noticing I wasn’t in my bed anymore. So I had to make a choice. It didn’t took me very long to decide to rip off the thing that was loading drugs into my system.

 The moment I did it, my body felt a little bit weaker but I had to go out soon and run down the hallway, hoping the nurses and doctors were kept away from the rooms outside of their working hours. It seemed I was right, because I didn’t see any of them as I descended to the ground floor. It was only when I got to the yard I had seen from above, that I actually saw a group of them running up the stairs, probably going to my room. I hid in the shadows for a bit and then stepped outside, in order to find an exit.

 It seemed nature wanted me to be successful because a storm begin brewing in a few moments and then rain came down hard. The water and the mist caused by the cold was enough to hide my body from my captors. I stepped out into the garden and tried finding a way out. But there was a tall brick wall all around the compound. So I had to make an effort, I had to make myself feel like shit once again, swallow all the pain in order to finally escape. I jumped many times until I finally got a grip and then my muscles ached as I hoisted my body to the other side of the wall.

 Everything hurt, but I knew I couldn’t just stay there complaining. I ran through some fields of wild flowers and then deeper into a forest. I had no idea where I was; I wasn’t able to recognize anything about my surroundings. But I was certain that no hospital of that kind could be too far away from some town or city. They probably needed a supermarket for groceries and pharmacies to get some of the drugs. At least I hoped that’s the way it all worked, because I had no other thing to do.

 The forest was rough and I had to stay there overnight. It was too dense and there was nothing I could grab to eat, but somehow I felt much better there than in the hospital. I felt all the drugs coming out of my body as I peed and sweated, feeling much better by the next morning. I walked even more that day and was lucky enough to find a small village. I got there walking by the road. I hoped not to look too scary, but there wasn’t a lot I could do related to that. I just needed to do something, to take the final risk.

 The first person that saw me was a little boy and that wasn’t probably the best thing ever. He got scared and called her mother, who came by very fast. I tried to talk again, but I couldn’t. She screamed and said things and I felt very dumb for not realizing that it would be very hard to communicate with others without being able to talk. So I just knelt in front of them and tried to show them how defenseless I was and how much in need of their help I was. I stayed like that for a while, until they left.

 I thought they had been scared and had just run away, but they did come back in a few minutes with a policeman. I was glad to see someone that could actually help me. I knelt again and put my hands together, trying to make him understand that I couldn’t talk. He apparently understood. He asked me to come with him and I nodded. He put me inside his car and we then rode for a while, until we got to the police station. There, some doctor checked on me, which made me feel awful but I knew it was necessary.

 Luckily, I still remembered how to write. My hands were not very ready to do it, but it was clear enough for the cops to understand. They sent patrol cars to the hospital and freed many people that were being submitted to experimental drugs of many kinds. None of them could talk either.

 I eventually realized I wasn’t in my own country.  I couldn’t remember everything from my past but it was clear I was completely out of my element. I had to learn to be unable to speak and it took me a while to get to the memories that would help me getting back home.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Estábamos muertos


   Eran cómo triángulos, solo que volaban en silencio muy alto en el aire, como viendo que había debajo pero sin acercarse demasiado. Ramón no pudo sacar sus binoculares a tiempo para verlos más de cerca. La espesura del bosque nos protegía, así que no había caso en preocuparse por nada. Además, parecían ser naves de búsqueda y no bombarderos ni nada por el estilo. Sin embargo, había que ser cuidadoso. Nos quedamos quietos mientras los tres aviones triangulares surcaron el cielo. Desaparecieron de un momento a otro.

 Ramón me contó que el ejercito probaba desde hace años con tecnología de otros países, algo así como lo que les daban por regalar pedacitos del país a diestra y siniestra. Ya había varios campos fracturados por las máquinas para buscar gas y petróleo en áreas dónde nadie nunca había buscado antes. Me dijo que incluso era posible que los aviones estuviesen vigilando las zonas donde estaban esos puntos de extracción, y que nada tenía que ver con nosotros. Al fin y al cabo, puede que ni supieran de nosotros.

 Lo único que habíamos hecho era fingir nuestra desaparición, planeada por completo con todas las personas que conocíamos, las más cercanas en todo caso. Nos había llegado la noticia de que íbamos a ser arrestados, llevados a la cárcel sin juicio alguno. Era lo que ocurría en esos tiempos, sobre todo cuando se trataba de defender aquellas cosas por las que la gente ya ni peleaba. La mayoría quería ignorar todo lo que pasaba a su alrededor, pero nosotros estábamos hartos y queríamos hacer algo para hacerlos reaccionar.

 Se nos ocurrió perdernos. Pero no solo eso, sino perdernos con una ruta determinada, buscando los lugares que nadie quería que viéramos. Ya habíamos tomado fotos de las maquinarias en varios lugares y de los cráteres y fisuras en el suelo, que habían ya hecho un daño irreparable a los bosques y las demás áreas vírgenes del país. La idea era seguir así, con un perfil bajo, puesto que ninguno de ellos sabía que nosotros estábamos allí. No tenían porqué encontrarnos, puesto que no nos estaban buscando.

 Mi madre fue la que tuvo la idea de fingir nuestra muerte. Al comienzo, tengo que admitirlo, me pareció que la idea era un poco exagerada y que no era para tanto. Pero después ella empezó a explicar su plan, basado en algo que había visto en la televisión. Eso no fue lo que más me impactó, sino su pasión por lo que nosotros queríamos hacer. Estaba claro que solo seríamos Ramón y yo pero ella se encargó de que todos tuviesen esa misma pasión por nuestro proyecto y por eso terminamos ejecutando su idea. Y, hay que decirlo, fue un éxito rotundo. Para el resto del mundo, estábamos muertos.

 Ramón se dejó crecer la barba y se me hacía raro verlo así todos los días, pues no estaba acostumbrado. Incluso él se quejó mucho los primeros días, puesto que le picaba mucho y no podía cortar los pelitos que le molestaban. No habíamos echado en las mochilas nada para el cuidado del vello facial. Pero con el pasar de los días se fue acostumbrando, tanto que luego no le importaba mojarse la barba o que se untara de comida. Su sonrisa ocasional era la que me recordaba que las cosas estaban bien.

 Claro que no todo estaba bien porque allí estábamos, durmiendo en suelos húmedos o ni siquiera cerrando los ojos porqué no había donde hacerlo de manera segura. Habíamos cruzado montañas, bosques y pantanos y pronto tendríamos que llegar a las zonas más calurosas, que presentaban problemas particulares. El clima era diferente, claro está, pero eso requería cambios de ropa, cosa que podía ser un problema pues teníamos un surtido limitado de cosas que ponernos y donde guardar las prendas.

 Lo otro, era que antes de llegar a las selvas habría planicies de pastos bajos y pocos poblados. Eso quería decir que nuestra detección podía ser extremadamente sencilla, si es que alguien se molestaba en pensar un poco más de la cuenta. Por eso tuvimos que idear otra mentira que pudiésemos actuar a cabalidad, para poder llegar a nuestro destino real. Me alegré un poco cuando dejamos el frío atrás, tal vez porque sentía que no estaba muy lejos de resfriarme. Ramón en cambio, era el hombre más resistente del mundo.

 Cruzamos el primer tramo de planicie y llegamos a un pequeño poblado, poniendo así en marcha nuestro plan para llegar a la selva. Dijimos que éramos estudiantes investigando para nuestra tesis. Que viajábamos por la región investigando una muy particular especie de pájaro que pasaba por allí durante su migración. Era una historia simple e inocente, que estaba más que todo recargada en el conocimiento que tenía Ramón de la biología del país y de todo lo que tenía que ver con el mundo natural.

 Él era un artista, un actor de teatro que yo había conocido por pura casualidad. Fue en una fiesta antes de Navidad, hace muchos años. Creo que bebí un poco más de lo que debí y él hizo lo mismo. Hablamos como tres horas seguidas en un balcón, mientras bebíamos aún más y comíamos cualquier cosa que pudiésemos encontrar en la casa de una amiga en común. Al otro día, todavía no recuerdo muy bien cómo, amanecimos en la misma cama, abrazados el uno al otro. A veces todavía pasa lo mismo en las mañanas. Sonrío siempre que recuerdo lo graciosa que puede ser la vida, cuando quiere.

 Nuestra mentira pareció funcionar. Nos quedamos dos días en ese poblado, argumentando que nos documentábamos de la mejor forma posible y luego seguimos a otro poblado y luego a otro más, hasta que por fin dimos con una ciudad de tamaño medio, en la que había un aeropuerto con vuelos comerciales a la ciudad más grande de la selva. Ese era nuestro destino, puesto que entrar a la selva por cualquier otra parte sería suicidio. Lo bueno era que no necesitábamos ningún tipo de identificación, siendo un vuelo domestico.

 En un momento pensamos que nos iban a pedir algo, pero Ramón sacó el actor que tenía adentro y le dijo a la mujer que vendía los boletos que debíamos estar allí pronto porque nos esperaba nuestro grupo, después de que perdiéramos varias maletas con equipo muy importante. La mujer se creyó todo lo que dijo, sin siquiera verificar si algo así había pasado de manera reciente. Nos dio los boletos con los nombres falsos que le dimos, pagamos en efectivo y a la media hora estábamos adentro del aparato.

 Mientras volábamos sobre el verde tapete que parece ser la selva impenetrable, tomé la mano de Ramón y la apreté algo fuerte. Él no se quejó ni dijo nada, porque sabía qué era lo que yo quería decir. Estaba contento con el avance que habíamos tenido, pero a la vez estaba nervioso de que todo estuviese saliendo tan bien. En algún momento tendríamos que estrellarnos contra un muro, contra algún obstáculo que no pudiésemos franquear o que al menos pareciera imposible de superar. Tuve razón.

 Cuando llegamos al aeropuerto, el ejercito revisaba los boletos y los documentos de los pasajeros que se bajaban del avión. Éramos unas cincuenta personas y tarde o temprano llegarían a nosotros. Yo miraba de un lado al otro, esperando que apareciera alguien que nos salvara la vida. Pero mientras la fila avanzaba, me daba cuenta de que no iba a pasar nada. Ellos verían que no teníamos identificaciones, nos llevarían a la estación de policía y allí se darían cuenta que no estábamos tan muertos como se creía.

 Sin embargo, las cosas de nuevo se dieron a nuestro favor. Un trío de aviones triangulo apareció en el cielo. Nadie los hubiese visto sino fuera porque uno de ellos explotó causando un estruendo tremendo, los pedazos cayendo en llamas entre los altos árboles de la espesa selva.

 Los policías corrieron, no sé si a ayudar o solo a mirar, y nosotros aprovechamos para correr con los demás pasajeros a la terminal. Allí nos escabullimos y penetramos la selva sin mayor contemplación. Estábamos allí, gracias a algo que parecía casual, pero era todo menos eso.