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viernes, 3 de junio de 2016

Una noche sin techo

  Apenas salió a la calle, sabía que tenía que planear su tiempo de la mejor manera posible. Tenía por delante más de doce horas sin tener adónde ir a dormir o descansar medianamente bien. El equipaje que tenía, dos maletas grandes, ya estaba en el guarda equipajes de la estación de tren. Aunque no iba a viajar a ningún lado, era la única solución que se le había ocurrido para no tener que pasearse con las maletas por todos lados. Era algo más de dinero que gastar pero el precio por veinticuatro horas era bastante bueno así que no lo dudó ni por un momento.

 Su contrato había terminado el último día del mes y el siguiente no comenzaba sino hasta el primero. Por ese tecnicismo se había quedado sin donde dormir durante la noche del último día del mes. Por eso había tenido que guardar su equipaje en algún lado seguro y ahora se aventuraba a pasar la noche dando vueltas, viendo a ver qué ocurría. Eran las seis de la tarde de un día de verano y el sol seguía tan brillante como siempre. Lo primero que se le ocurrió fue ir a comer algo y así gastar algo de tiempo

 No había comido nada más temprano excepto un pequeño sándwich en la mañana por lo que tenía mucha hambre. Se alejó de la zona del apartamento en el que había vivido durante casi un año y se acercó al centro de la ciudad. Allí conocía un restaurante de comida china que servía unos platillos bastante bueno por un precio muy económico. Caminó sin apuro y, cuando llegó, se dio cuenta que el lugar estaba mucho más lleno de lo que ella pensaba.

 Para su sorpresa, cerraban temprano y por eso mucha gente hacía fila para pedir su comida para llevar. Cuando pidió lo suyo tuvo que pedirlo también para llevar pues, para cuando le entregaran su pedido, ya sería hora de cerrar. La idea le cayó un poco mal pero ya había perdido mucho tiempo y no le hacía gracia tener que ir a otra parte para hacer otra fila y esperar de nuevo.

 Sin embargo, eso fue precisamente lo que tuvo que hacer por culpa de un cliente que no sabía lo que quería. Se tomó casi veinte minutos preguntándole al cajero como era cada menú y con que venía y si la salsa tenía algo de maní y quien sabe que otras cosas. Desesperado, salió de la fila para ir a alguna otra parte. Ya le estaban rugiendo las tripas y no iba a ponerse a perder más tiempo.

 Caminó solo un poco para llegar a sitio de comida rápida, de esos que venden hamburguesas y papas fritas. No era lo que quería en ese momento pero daba igual. Tenía mucha hambre y quería calmar esa urgencia. La atención allí fue mucho más rápida y, pasados diez minutos, ya tenía su comida en la mesa. El sitio abría hasta tarde.

 Apenas iban a ser las ocho de la noche. Se dio cuenta que era mejor comer lentamente y aprovechar el lugar para descansar de caminar, usar el Wifi gratis y disfrutar la comida. Había pedido la hamburguesa más grande que vendían y la cantidad de papas fritas era increíble. También se había servido bastante gaseosa en un vaso alto y gordo que le habían dado, que se correspondía al tipo de menú que había pedido. Todo era grande y le dio un poco de asco después de un rato. Pero era mejor tener donde y qué comer que estar deambulando por la calle. Menos mal, había planeado todo y tenía dinero suficiente para toda la noche.

 En el celular tenía varios mensajes de su familia. Ellos sabían que no podría hablarles esa noche pero de todas maneras habían escritos varios mensajes, deseándole que estuviera bien y que no descuidara nada de lo que llevaba. Todo estaba en el equipaje excepto su mochila en la que llevaba el portátil y algunas otras cosas por si acaso. Tenía un candado por seguridad y pesaba un poco pero no había tenido opción pues no todo cabía en las maletas grandes que había dejado en la estación de tren.

 Haciendo tiempo, se quedó en el sitio de hamburguesas hasta las diez de la noche pero no había más razón para quedarse incluso si abrían hasta más tarde. A esa hora, la ciudad empezaba a morir lentamente y solo quedaban vivos algunos bares. Al fin y al cabo, era jueves. Si hubiese sido un viernes, hasta hubiera pensado en meterse en al alguna discoteca que no cobrara la entrada y pasarse horas allí adentro. Lo malo sería el cansancio después.

 No tenía a nadie a quien pudiese llamar para pedirle una cama o un sofá o siquiera un rincón en el piso. Había que tener cierto nivel de confianza para pedir algo así, o eso creía él. Y eso no lo tenía con nadie en esa ciudad. Por lo que decidió caminar sin rumbos, dando vueltas por entre las calles, mirando los que ya iban borrachos caminar hacia otro bar o tal vez hacia el metro.

 Los oía hablar y a veces entendía algo y otras no entendía nada. Siendo verano la ciudad estaba llena de extranjeros y no era extraño salir a la calle y nunca oír el idioma propio, ni por un solo segundo. Todo eran sonido raros y risas que respondían a discursos en palabras desconocidas. A veces le daban ganas de reírse pero se contenía. La verdad es que se reía más de su situación que de los turistas.

 Era ridículo tener el dinero para pagar una vivienda y sin embargo estar por allí caminando hacia ningún lado. Un hotel por una noche no era una solución pues cualquier hotel tendría un costo demasiado alto por solo una noche. Prefirió ahorrarse esa cantidad y tener una pequeña aventura.

 Se le ocurrió entonces caminar a la playa y quedarse por allí. Si bien no podría meterse al agua, seguramente sí podría quedarse en la orilla. La policía solo molestaba a la gente que estaba bebiendo y él no tenía nada que beber ni drogas de ningún tipo ni nada de eso. Así que no tenía nada que temer. Caminó a buen ritmo y en menos de quince minutos estuvo en la playa. Fue por la rambla, mirando la negrura de la noche y escuchando el sonido del mar y preguntándose donde estaba el mejor lugar para sentarse a descansar un rato.

 Como no había seguridad de ningún tipo, decidió simplemente caminar por la playa y sentarse detrás de un montículo de arena que hacía como de separador entre dos zonas distintas de la playa. Se sentó ahí, usando su mochila como almohada y tan solo pasados unos cinco minutos, se dio cuenta que tenía mucho sueño. El sonido del mar era como una canción de cuna y, por mucho que peleó, terminó quedándose dormido allí, tan quieto como se había sentado.

 Cuando se despertó, lo hizo de golpe, como si algo lo hubiese asustado. Pero no había nadie por ahí. Eso sí, ya era de día. Cuando miró su celular, se dio cuenta que había dormido casi seis horas. Era increíble pues había oído historia de cómo la policía patrullaba el lugar de día y de noche, sacando borrachos e indigentes de la playa. En cambio él, sin problema, había podido descansar varias horas.

 Eran casi las seis de la mañana y su cita de entrega de llaves era, menos mal, a las diez. Decidió volver al centro de la ciudad y meterse un buen rato a una panadería. Allí pidió un café con leche y varios panes y se demoró un buen rato comiendo y estirando la espalda que le dolía bastante. El precio de dormir en la playa era una columna adolorida. Comió despacio e incluso compró más pan pues tenía mucha hambre, tal vez por la cantidad de horas que había dormido.

 Cuando terminó, ya eran las ocho de la mañana. Las dos horas que le quedaban se las pasó dando vueltas por entre las tiendas que apenas abrían y los negocios que hasta esa hora estaban subiendo sus rejas y poniendo sus tableros con anuncios en la calle. Tomó varias fotos con su celular porque se había dado cuenta que la ciudad tenía una magia especial a esa hora del día, una magia que jamás había visto.


 Un rato después, estaba en la estación de tren recogiendo su equipaje. No fue largo el viaje hasta su nuevo apartamento. Allí firmó el contrato, le dieron las llaves y a las diez y media en punto se quedó dormido profundamente, cansado de su pequeña aventura en la noche.