El hombre estaba arrodillado, gritando. El
sonido que producía era desgarrador. Las personas que habían estado hasta hace
poco caminando y disfrutando de un día de ocio, corrieron a resguardarse a las
tiendas y los baños del centro comercial. Cuando el hombre colapsó, cayendo de
rodillas sobre el suelo duro del centro comercial, la gente pensó que se
trataba de alguien con problemas de salud. Y sí tenían razón, al menos
parcialmente pero no era un mal del corazón ni nada parecido.
El hombre gritaba con fuerza, extendiendo sus
manos hacia delante. Parecía como si las hubiese metido en agua hirviendo, pues
las tenía rojas y llenas de ampollas blancas. Era horrible ver como sufría pero
estaba claro que nadie podía hacer nada. Las personas habían llamado a la
policía, a los bomberos y a varias ambulancias pero todo los servicios estaban
esperando órdenes porque no creían poder acercarse. La razón para esto era el
cadáver carbonizado de dos personas, al lado del individuo.
Nadie supo bien cómo sucedió, pero cuando el
hombre colapsó o poco antes, dos personas que estaban cerca de él empezaron a
arder en llamas. Fueron sus gritos los primeros que se oyeron ese día en el
centro comercial y la primera alerta a todo el mundo de que estaba sucediendo
algo fuera de lo común. Las dos personas ardieron en minutos, quedando solo los
huesos negros a los lados del hombre que parecía estar sufriendo un dolor aún
mayor que el de quemarse vivo.
Su cara también se estaba llenando de ampollas
y, de un momento a otro, empezó a quitarse la ropa. Obviamente esto se veía
demasiado raro y fue entonces cuando las autoridades decidieron que al menos
una sola persona debería acercarse y ver que era lo que le pasaba al pobre
hombre. Un bombero se lanzó como voluntario. Se vistió con un traje
anti-incendios y caminó despacio, para que el hombre pudiera verlo sin
problema. Pero este estaba ocupado.
Se quitó la ropa haciéndola trizas, quedando
totalmente desnudo sobre el frío suelo de concreto. Parecía llorar pero las
lágrimas se evaporaban al instante, como si cayeran en una sartén hirviendo. El
hombre por fin vio al bombero acercarse y fue entonces cuando un temblor
generalizado recorrió las columnas de todo los que miraban: el pobre diablo
gritó la palabra “Ayúdeme”. Lo había dicho fuerte y claro. Se notaba en su voz
un esfuerzo increíble y un dolor que no parecía poderse explicar con palabras.
El bombero, asustado, le respondió al rato.
“Vengo a ayudar”, dijo el bombero. Era muy
joven, menor que el hombre que parecía estarse quemando sin fuego a su
alrededor. Las ampollas se multiplicaban y el vapor que producían sus lágrimas
parecía estar dejándolo ciego. El bombero miró a los lados, contemplando los
cadáveres carbonizados. Sabía que una de sus responsabilidades era la de
empacar eso restos para procesarlos y eventualmente entregarlos a los
familiares para proceder a enterrar o cremar a sus seres queridos.
¿Pero como llegar a los restos con el hombre
ahí, a la mitad, sufriendo como loco? El bombero se armó de valor y le preguntó
al hombre si podía primero llevarse los cuerpos quemados. El hombre no
respondió con palabras, sino con un gemido casi inaudible. El bombero lo tomó
como una señal y con la mano llamó a dos de sus compañeros, ya listos con
camillas. En poco tiempo, recogieron ambos cuerpos y se los llevaron para ser
procesados, como tenía que hacerse.
El bombero joven estaba sudando. No solo por
los nervios que había supuesto ese procedimiento, sino porque sentía que estaba
cocinándose en su traje. Según su lectura, la temperatura en el sitio era la
normal para la hora y el día en el que estaban pero por alguna razón se sentía
casi sofocado. Fue entonces cuando miró al hombre que tenía en frente: había
puestos sus antebrazos en el suelo para poder echarse al suelo sin tener que
sentir dolor por los cientos de ampollas en su manos.
Fue entonces que el bombero entendió que el
calor que sentía no venía del ambiente sino del hombre que tenía en frente.
Para probarlo, dio un paso hacia delante, con cuidado de no molestar. En efecto,
la temperatura en el traje pareció elevarse de golpe, como cuando se abre un
horno y el calor sale en forma de nube. Se sentía muy parecido, excepto que
allí no había ningún aparato domestico sino un hombre que parecía común y
corriente, a pesar de sus extrañas heridas.
El bombero volvió hacia atrás y le preguntó al
hombre su nombre. No hubo respuesta. Le pidió que le dijera que hacía en la
vida, si tenía familia y si sabía que era lo que el estaba pasando. Todavía
tenía la cabeza abajo, como si el dolor no lo dejara erguirse. Gemía. Parecía
que quería hablar, que de verdad quería responder a las preguntas. Pero no
tenía la capacidad de hacerlo, su cuerpo no se lo permitía. El bombero quiso
saber como ayudarlo pero prefirió quedarse quieto porque la verdad era que no
tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Entonces, el hombre fue elevando su cara. Su
respiración tenía un sonido muy raro, como si se hubiera vuelto ronco de un
momento a otro. Pero eso no era lo peor. Cuando el bombero vio sus ojos, dejó
salir un grito de susto y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente. Lo que
sea que le estaba pasando a ese hombre no era algo normal. Todo el que vio el
momento, y eran millones pues muchos de los clientes apuntaban a la escena con
sus cámaras, no entendió que pasaba.
Los ojos y la boca del hombre parecían haberse
ido de su rostro. Pero en cambio, tenía ahora fuego vivo en ambos lugares. De
las cuencas de los ojos y de la boca misma le salían llamas de color naranja,
amarillo y rojo. Era impresionante, algo jamás visto. Por un momento, el
público pensó que había muerto incendiado de adentro para afuera pero, cuando
se levantó del suelo, entendieron que de muerto no tenía nada. De hecho,
parecía más fuerte que antes.
El bombero quiso salir corriendo pero se quedó
firme en el lugar donde estaba porque no quería asustar al hombre o lo que
fuera que tenía enfrente. Abrió la boca pero la cerró casi de inmediato,
dándose cuenta de que no sabía que podía preguntar en semejante momento y menos
aún si el hombre frente a él le podría responder de alguna manera. En cambio,
se miraron el uno al otro, pues ese fuego seguía sintiéndose como ojos, a pesar
de que no lo eran en el sentido tradicional.
De golpe, todo el cuerpo del hombre se
encendió en llamas, como si hubiese regado gasolina por todas partes y luego se
prendiera con un fosforo. La diferencia estaba en que este hombre parecía
seguir vivo bajo las llamas, pues miró a un lado y al otro, a la gente que se
escondía de él y finalmente al bombero que tenía frente a él. Era hermoso pero
impresionante al mismo tiempo. Estaba claro que era algo nuevo, un evento sin
precedentes en la historia humana.
El hombre se acercó al bombero y le dijo, en
una voz cavernosa, que se sentía morir. Pero lo dijo tranquilo, como si las
llamas no estuvieran ya cubriendo su cuerpo. Extendió una mano y sobre ella
creó fue o usó el que tenía encima, para formar una bola perfecta.
Pero el truco fue corto. Las llamas empezaron
a apagarse, hasta que el hombre quedó como había sido antes, a excepción de
alguna ampollas sobre su cuerpo. Cayó al suelo, finalmente muerto, casi sin
rastros de que hacía un rato había estado cubierto en llamas.