Su tumba estaba cubierta de hierbas y tierra.
Las letras en la piedra se habían borrado casi por completo y si no fuera por
los surcos en el mármol, no se podría saber quien yacía allí, en ese pequeño
rincón del cementerio. Pero yo sabía quien era porque yo lo había amado más que
a nadie en este mundo y, naturalmente, había sido yo quién había elegido este
pequeño lugar para que su cuerpo descansara. Me había dicho que le tenía miedo
a la incineración y que prefería que su cuerpo se degenerara naturalmente.
Suena bastante tétrico decir que alguna vez
hablamos del tema pero lo que pasa es que hablábamos de todo lo que se pudiese
hablar. En nuestro exilio no teníamos nada más que nuestras voces y, en el
campo, era mejor hablar de aquello que aquejaba nuestra mente o que siempre nos
había interesado profundamente. La muerte lo preocupaba y creo que puedo decir
que tuve la fortuna de aliviar un poco
esa preocupación, de calmar su miedo.
Yo no le tenía miedo a la muerte sino a morir
solo, que es muy distinto. Pero ahora que lo tenía a él esa preocupación se
había disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar
con libertad. Los tiempos de correr y escapar y pensar en que todo terminaría
pronto parecían lejanos aunque en verdad no lo estuviesen tanto. Nos teníamos
el uno al otro y eso bastante en ese entonces. Nada más era necesario.
Limpié la tumba lo mejor que pude y, con un
marcador que había traído, traje a la luz todos los detalles que había escritos
en el mármol: su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de muerte. Cuando
terminé, me quedé mirando los números, dándome cuenta que era la primera vez que
veía la fecha de su muerte frente a mi. Yo no tenía conciencia de ello y, sin
embargo, allí estaba.
Recuerdo haber visto como su cuerpo caía al
suelo y como todos los sonidos que me llegaban de alrededor se mezclaban en mi
cabeza. De hecho sé que lo vi caer pero pensé que lo había soñado o imaginado.
Días después tuve que enterarme de la noticia y estoy seguro cuando digo que
estuve al borde de la locura. Las semanas siguiente estuve medicado, internado
en un hospital donde incluso me amarraron a la cama para que no lastimara a mi
mismo ni intentara nada radical.
Si hubiera podido morir en ese momento, lo
hubiese hecho. A veces cuando estoy especialmente deprimido, siento que debí
haber ido con él en ese momento, cuando el dolor era más profundo y lo sentía
todavía tan cerca. En cambio ahora el dolor era distinto porque sentía que él
se había ido muy lejos de mi y que incluso la muerte no nos reuniría porque yo
había sido egoísta en los años siguientes, no hablando del tema y esforzándome por sacar adelante una vida que
no sé si tenga algún valor.
Miré alrededor y vi que había poca gente en el
cementerio. Después de la guerra, a pesar de tantos caídos, la gente había
preferido incinerarlos y poner sus recuerdos en el viento. Los habían dejado
ir. En parte él había querido ser enterrado por su familia, quienes no creían
en el concepto de la incineración. Siempre me había resultado cómico tomara tan
en cuenta a su familia, en especial cuando ellos siempre me habían odiado. Yo
lo sabía muy bien. Siempre me habían culpado de la muerte de su hijo mayor y no
me perdonaban habérmelo llevado a la guerra, como si él hubiese sido un idiota
antes de yo conocerlo.
No, no lo era. Era el hombre más valiente que
yo haya visto. Era inteligente pero siempre pensando en el bien de los demás.
Evitaba lastimar a la gente si podía, evitándoles dolor y sufrimiento. Yo nunca
pude ser como él y, sin embargo, nos quisimos como sé que nadie más se quiso
por mucho tiempo. Ya nadie parece creer en otros como yo creí en él. Yo dependía
de él aunque no sé si se lo dije alguna vez. Su muerte arrancó de mi ser algo
que no sabía que tenía pero que ahora extraño más que nada en la vida.
Alejándome del cementerio en el coche, decidí
ir hasta el primer lugar que habíamos compartido. Mejor dicho, el lugar donde
nos conocimos. Era un domingo entonces el tráfico no era problema. En menos de
una hora estuve en la plaza principal de la ciudad, llena de gente, de niños
riendo y de palomas volando bajo por todos lados. Caminé hasta una de las esquinas
y luego por una cuadra más hasta llegar a un viejo edificio de oficinas que
había sido sede del Gobierno antes de la guerra. Allí nos habíamos conocido,
parecía que hace una vida entera de ello.
Es extraño. Siempre que puedo paso por allí,
recordando ese día como si corriera el riesgo de olvidarlo todo de no caminar
esas calles con frecuencia. Pero tantas cosas en mi vida habían dependido de
ese día que era imposible olvidarlo. Fui luego a tomar un café y traté de no
pensar más en el pasado. Después de todo el presente no era tan malo: la ciudad
estaba en constante construcción y eso ponía los nervios de puntas pero parecía
que todo iba mejor que antes. Mi apartamento no estaba muy lejos de la plaza y
tenía un trabajo como gerente de un pequeño cine donde se proyectaban desde
películas taquilleras a cortometrajes de chicos empezando su carrera.
El cine siempre había sido un escape para mí y
creo que por eso ese trabajo era perfecto para mi. Era fácil hacer de gerente
así que el trabajo no era pesado y me encantaba presentar las películas en su
día de estreno. A la gente parecía gustarle también entonces traté de que fuese
algo frecuente y que quienes vinieran sintieran que no era solo una sala de
cine sino también un espacio para disfrutar y compartir.
Hace un tiempo, unos chicos que venían seguido
descubrieron quien era yo. A pesar de todo lo ocurrido, yo había participado en
la batalla más grande de la guerra y había estado en el bando de los ganadores.
Me temo que todos saben mi historia, incluido mis primeros días, mi escape y el
exilio con el hombre que más extraño en el mundo. Esos chicos empezaron a
hacerme preguntas casuales que yo respondía por decencia pero luego empezaron a
proponerme cosas. La idea general de ello era que compartiera detalles íntimos
con ellos para realizar una producción al respecto.
Mi vida en el cine. Algo así era lo que
querían. Ellos, siempre emocionados, decían que era el relato ideal para su
tesis que debía ser un largometraje hecho por sus propias manos. Faltaba años
para entregarlo pero querían tenerlo todo listo y trabajarlo en las vacaciones
que tuviesen para tener la mejor película de todas. Además, todos y cada uno de
ellos tenían una curiosidad extraña por la historia de mi vida.
Después entendí que eran niños que habían
crecido bajo el régimen anterior, que no conocían muchas cosas que para mi era
comunes y corrientes. Veían mi romance con otro hombre como algo digno de hacer
visible, así como el hecho de que, según ellos, yo fuera uno de los muchos héroes
de la liberación. No había hecho mucho pero sí había participado, cegado por la
rabia que tenía en el cuerpo tras la muerte de la persona más importante en mi vida.
Después de mucha insistencia, acepté. Les dije
que les contaría todo lo que quisieran pero que yo debía tener alguna
influencia en el guión para poder decir que podían y no podían mostrar. Pero
después de un tiempo me di cuenta que no tenía nada que objetar y que todo lo
quería ver allí, porque lo que había ocurrido era tan inverosímil y tan
particular, que por primera vez quise que todo el mundo supiera.
Eran jóvenes muy hábiles y para cada locación
real encontraron un reemplazo no muy lejos de la ciudad: tenían que rodar
nuestro exilio en un páramo desolado, nuestra batalla contra el régimen en la
ciudad, nuestro escape al puerto y nuestros viajes en barco. Por supuesto,
también la batalla en la que él murió. La verdad es que no sé muy bien como lo
lograron pero cada vez que podían llegaban a mi casa con pedazos para que los
viera. Buscaban aprobación pero yo no podía decir nada. Lo habían hecho
maravillosamente.
En su tesis obtuvieron calificaciones
perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje,
que les hab ía costado dinero y esfuerzo. Sus únicas
exigencias fueron que no se cambiara nada de la película y que yo fuese
invitado especial en el estreno. Ese día es otro que jamás olvidaré,
probablemente por lo emocional que fue para mí y porque, por primera vez en
muchos años, sentí que él, el amor de mi vida, estaba allí conmigo.
Hoy en día, soy un hombre ya viejo, que solo espera por el
final perfecto a una historia que parece haberse prolongado por más tiempo del
necesario. De vez en cuando los veo a ellos, a esos locos jóvenes que me
llevaron de vuelta al lugar de mi vida donde fui más feliz que nadie. Me
hicieron darme cuenta que él me espera del otro lado. Me he ganado el boleto
para tener una cita con la mejor persona del mundo y no pretendo llegar tarde.
Sé que me está esperando.