viernes, 16 de marzo de 2018

Por más lejos que vayas...


   Antes de aterrizar, solo vi un gran parche de selva y montañas a lo lejos. Antes de eso tenía los ojos cerrados, pues el cansancio me había vencido. La nave había tomado un desvío a causa de una explosión estelar imprevista, y el viaje se había alargado un par de días más. Por mucho que se pudiera viajar, a veces parecía no ser suficiente. Cosa que no me importaba puesto que el trabajo me tenía sometido, cansado, con cada musculo gritando en agonía y mi mente pidiendo dormir al menos una hora más.

 El viaje fue lo único que me dio esas horas extra de sueño que tanto necesitaba. Siempre decían que dormir era una excelente idea en esos viajes largos pero nunca lo había probado yo mismo y me alegró confirmar que era exactamente así. La joven asistente de vuelo que me había ayudado a quedar dormido, a través de una mascarilla especial, me saludó con una sonrisa y preguntó si alguien vendría por mi al aeropuerto. Le dije que no estaba seguro pero que encontraría mi camino.

 El planeta todavía no tenía grandes ciudades ni muchos sitios adónde ir, así que el único centro poblado era mi destino. Si mi compañía no había enviado a nadie, no era un problema. Perfectamente podría tomar un transporte local y ojalá llegar a un hotel para ducharme y descansar otro poco. Creo que la gente subestima lo bueno que es no hacer nada y solo echarse en la cama. Caminando por la plataforma, bajo un sol muy brillante, tuve la sensación de haber llegado a la mismísima selva amazónica.

 Pero no, estaba a millones de kilómetros de allí. Mi pensamiento, sin embargo, era completamente válido. Detrás del edificio del aeropuerto, bastante modesto, había una selva enorme, con árboles tan altos como rascacielos. Me pregunté si la zona del aeropuerto siempre había estado sin árboles pero pronto me di cuenta de que la pregunta era un poco inocente, incluso estúpida. En la terminal recogí mi equipaje, una sola maleta, y al cruzar la entrada vi como una mujer más joven que yo saltaba y saludaba con un letrero en la mano.

 En el cartón estaba escrito mi nombre, por lo que me le acerqué lentamente. Me dijo que trabajaba para mi compañía y que había sido enviada para recogerme y llevarme a mi alojamiento. Le agradecí su entusiasmo y caminamos al vehículo, un jeep rojo al que subimos mi maleta y nuestros traseros. En poco tiempo estuvimos recorriendo la carretera que bordeaba la selva, nunca penetrándola por ninguna parte. Le pregunté si de ella no salían animales ni nada parecido y me dijo que desde la construcción del aeropuerto, no se acercaban mucho a la carretera.

 Media hora después, cuando ya el viento cálido había cambiado mi peinado por completo, se vieron las primeras casitas del único asentamiento humano del planeta. Estaba ubicado alrededor de un río, que cruzamos por un puente lleno de vehículos y gente. Me pareció una escena algo triste, pues nunca pensé que después de viajar una distancia tan larga, llegara a ver lo mismo: humanos irrespetando su entorno y haciéndolo todo casi siempre más feo de lo que era con anterioridad.

Mi hotel estaba sobre la margen del río. La arquitectura era mi particular: parecía una de esas pagodas japonesas, en escala real. La recepcionista era japonesa también, así como el chico que llevó mi maleta a la habitación. Una vez allí, me di cuenta de que el hotel era de hecho un “ryokan”, o un hotel de estilo japonés. No pregunté a la chica del jeep la razón de ese alojamiento pero sí cuando debía ir con ella a las oficinas centrales a comenzar mi parte en todo el asunto. Se le medio borró la sonrisa al instante.

 Sentía mucho decirme que solo tenía unos veinte minutos para descansar, puesto que le había encomendado llevarme lo más pronto posible a las oficinas. Ella les había dicho, según ella misma, que eso sería cruel puesto que nadie llega mi descansado de semejante viaje tan largo. Así que los convenció de darme algo más de tiempo, que ella aprovecharía para ir a la oficina de correos por algunos paquetes que tenía que recoger. Cuando volviera, yo iría con ella. Se disculpó pero le dije que no había problema.

 Apenas salió de la habitación, entré al baño y me desnudé. Me miré en el espejo como si jamás me hubiese visto a mi mismo en uno. Estaba sudando, varias gotitas adornaban mi frente. Mi cuerpo se veía diferente, más delgado tal vez. ¿Sería una consecuencia del viaje? Pues no me molestaba si así era. Entré a la ducha y estuve allí diez de los minutos más relajantes que había tenido en memoria reciente. El agua fría calmaba mi cuerpo y mi mente. Podía pensar mejor ahora, con las ideas frescas.

 Tuve el tiempo justo para ponerme otra ropa y mirarme una vez más en el espejo. Apenas bajé a la recepción, vi a la chica del jeep preguntando por mí en la recepción. La mujer japonesa le hizo un reverencia y ella le dijo algo en japonés que yo sabía significaba “gracias”. Nos subimos al vehículo y en muy poco tiempo estuvimos frente a un edificio blando, de unos veinte pisos, que se ubicaba en la margen de la selva. En el aire había un olor muy particular que no había olido en años. No lo veía, pero sabía bien que el mar no podía estar muy lejos de aquél edificio.

 Como siempre, saludé y sonreí más de la cuenta en un lapso de tiempo bastante corto. Agradecí tener a la chica del jeep conmigo todo el tiempo, puesto que ella era la única que me decía quién era quién y qué era lo que hacía. Por alguna razón, todo el mundo parecía demasiado ocupado para hablar más de dos palabras. Eventualmente subimos al último piso y ella me dirigió a una gran oficina toda adornada con objetos blancos y cromados. Me dijo que el gran jefe no demoraría y que lo esperara allí. Ella salió.

 Mientras esperaba, me acerqué a la gran ventana que había a un lado del escritorio del jefe. Se podía ver a la perfección la selva en todo su esplendor. Era fascinante como, a lo lejos, se veían árboles tan altos como el edificio en el que estaba en ese momento. Era una vista hermosa y, irremediablemente, pensé de nuevo en la gran cantidad de árboles que habría que talar para hacer semejante edificio. Y muchos más para construir el pequeño pueblo que, tarde o temprano, crecería para ser una gran ciudad.

 Salí de mis pensamientos cuando vi algo salir de entre la selva. Era parecido a un ave, o eso pensé al comienzo solo porque vi sus alas. Parecía no poder moverse bien y apenas mantenerse a flote. Estaba lejos pero acercándome más al vidrio pudo ver que le gruñía a algo debajo, algo que estaba en la selva. Viéndolo de más cerca me di cuenta de que parecía más un murciélago que un ave común y corriente. Las alas eran delgadas, sin plumas. Su cara era horrible, algo inexplicable. No podría.

 Entonces algo saltó de la selva, algo enorme, y mordió al murciélago gigante. Un momento después, ya no había nada en el cielo, ni en ningún lado. Me di la vuelta, pues sentí justo entonces que alguien me miraba y tenía razón: era el gran jefe de las oficinas locales. Era mi subordinado, un hombre que yo mismo había elegido para este emprendimiento tan complicado. Sin embargo, lo que acababa de ver, cambiaba por completo mi perspectiva de lo que estábamos haciendo allí y la manera en la que lo hacíamos.

“¿Porqué nunca se me informó?”, le pregunté. Él dijo que sabían mantener a las bestias alejadas. Además, ellas no parecían tener interés alguno en los seres humanos o en sus actividades en el planeta. Pero yo no estaba tan seguro, había algo que no me gustaba respecto al “murciélago” y no era su aspecto.

 Le pedí que me entregara los informes más recientes y que convocara una reunión urgente. Él ya había pensado en eso, dijo que ya me esperaban en una sala cercana. Antes de salir de allí miré a la selva y no vi nada. Pero tuve mucho miedo, muchas dudas.

miércoles, 14 de marzo de 2018

La Vérriere


  The sound of a piano being played could be heard on the staircase that led to the each one of the seven floors that made up the building. In each floor, there were two doors: one for each apartment. Nevertheless, not all of the apartments in the Vérriere building were used as homes. Some of them were offices and others, like 7B in the upper most floor, had been in use for thirty years as a teaching hall of music. Some days you could hear a piano, some others a violin or even a flute.

 Below 7B lived an elderly couple, Ava and Michael. They had been living in Paris for almost seventy years, from the day they had visited as a recently married couple and had fallen in love almost instantly with the city. They loved the architecture and the vibrant artistic movements that you could see and feel all around. And the food, of course, was one of the big reasons for them to stay, as Michael had always wanted to become a professional pastry chef, and Paris was the perfect city to achieve that.

 They decided to move into the Vérriere less than a month after their marriage and announced their decision to family members and friends back home in England with a postcard of the city seen from the Eiffel Tower. Of course, everyone was surprised by their sudden decision. Yes, maybe Michael had always wanted to be a chef and he loved everything that had to do with pastries and bread, but they no one really thought he would follow the dream. And Ava… she was much too young.

 When they moved, Ava was seventeen years old and Michael was nineteen. They started working right away, Michael in a bakery and Ava in a bank. They didn’t ask for experience back then, just the language, which they had to learn bit by bit at nights. It was a hard life for a long time but they eventually moved up in their respective fields. Michael got enough money to enter school and become the chef he always wanted to be and Ava was able to be the accountant of a very prestigious chain of stores.

 Now, Ava and Michael are in their early eighties. They are still in love with each other and they rarely leave their apartment, for which they paid rent for many years but they were eventually able to buy it, as the owner had became a great friend of the both of them. They had two children; now living in the country they had both came from. Somehow, the love the couple had for the city had not being transmitted to their children. They rarely visited, the only foreign sound in the apartment coming from the music lessons above, which were an entertainment for them, more than a nuisance.

 In the middle of the building, in 4A, lived a young man that had recently moved from an eastern European country. It was almost a year ago that he had entered the building, only to check it out with a friend. But they hadn’t been looking for an apartment to live in. His friend ran a production company that produced pornographic content on the Internet and he was looking for a place that looked old and could be used to set various types of productions, somewhere versatile they could use.

 Both of them loved it but Karl, the boy with a thick accent, was truly enthralled with everything about the location. He liked every single little details like the door handles and the sink appliances, but he also loved the views from the windows and the fact that there were very well lit rooms and other one that seemed flooded with darkness. The high ceiling and beautiful wallpaper sold the deal for him. His friend, however, thought the place was a little pricey and that’s when Karl proposed a deal to him.

 Karl would give money to his friend, in order to cover the price of rent, but with the condition he would be able to live there, use it as his home. His friend was doubtful because he knew it could get annoying if someone lived there and a filming crew would suddenly need one of the rooms for a movie. But Karl assured him he was very used to the whole filming scene, being an actor himself, so he assured nothing would go wrong and no problems would show their ugly heads.

 Actually, he said that not being sure of anything, only knowing he just wanted to live there. But he eventually realized he had been correct: the place was not only perfect to live as it was huge and conveniently located, but it proved to be a great setting for lots of movies. Karl even participated in some of them. The incredible surprise was that the building was so sturdy, that people were not able to hear anything on the other floors. And the fact that there were offices around was even better for them.

 Eventually, Karl met a nice young man like himself during another location scouting. They talked and dated for several months until he asked him to move in with him. Karl’s friend eventually found other locations and he eventually stopped using the apartment in the Vérriere building for his films. The place turned into the home of Karl and his boyfriend, who would eventually become his husband. They made great friends in the building, including the elderly couple made by Ava and Michael but also the dozens of cats that Mrs. Laffite had taken in.

 She lived in the only apartment located on the ground floor. She was the person in charge of getting the building clean, on the outside and the inside. Mrs. Laffite was also the only person to have an actual garden in the building, complete with a small bench to sit down and several plants that made her home look like something of an anomaly for such a huge city. Nevertheless, she wasn’t the most sociable person ever, so most people didn’t even know about her beautiful apartment.

 Sometimes called Lala by other people living there, she had surrounded herself with dozens of cats. It was common to see her entering the building holding one or two cats on her hands, just as if she had came into the building with two bags of groceries or something. She always brought in new kitties, mostly strays that she found around the marketplace and other corners of the city she liked to walk around. Granted, she never went to far from the building and never spent more than two hours outside.

 The rest of the day was spent inside her house and sometimes standing in the frame of her door telling the cleaning lady how to do her job. There was always a different woman or man cleaning the place, as she grew impatient with them very fast. She never liked how they clean, how not thorough they were. She trembled when thinking about their homes, and how dust and dirt would be slowly accumulating in corners and under the furniture. Lala was a big germophobe, odd for such a cat lover.

 When someone talked to her, saying “Hi” or something, she always responded by nodding. If people started talking more, she continued answering with head movements and other gestures. It wasn’t that she couldn’t talk but she simply didn’t like to interact with people. And those who had been living there for a few months already knew how to handle her situation. And they didn’t mind and she didn’t really mind any of them, she didn’t really care too much to be very honest.

 Her happiest moment was being in her garden, tending to her plants. She would sing to them and that was the only time some of her tenants were able to hear actual words coming out of her mouth. Her voice was beautiful, soothing and simply magnificent.

 La Vérriere was a building filled with so many people from different backgrounds, doing different things and having different thoughts. It was pretty much as any other building in the world. A place where everything and nothing meets at the same time.

lunes, 12 de marzo de 2018

Adiós a la República


   Las explosiones se sucedieron la una a la otra. Desde la terraza del apartamento se veían con claridad los focos que se estaban encendiendo poco a poco a lo largo y ancho de la ciudad. Era casi un milagro que tuvieran semejante vista del caos que estaba desatándose por todas partes, pero ciertamente no había sido nada planeado. La fiesta había sido programada hacía mucho tiempo y todos los asistentes sabían que iban a estar allí, en una ladera de la montaña, observando la ciudad de noche.

 También estaba claro que todos sabían muy bien del estado de las cosas en el país: después de un periodo breve de estabilidad, las cosas se habían puesto feas de nuevo. Pero, como siempre en el pasado, empezaron por ponerse mal en lugares donde no vivía mucha gente. A las personas de las grandes ciudades poco o nada le importaban las cosas que pasaban allá lejos, donde no vivían ni compraban, donde no tenían propiedades ni había actividades que les interesaran.

  Las explosiones les recordaron el país en el que vivían y el momento por el que muchos estaban pasando. Mientras ellos bebían champaña y hablaban de su última compra, fuera un automóvil ultimo modelo o un viaje al Caribe, allá abajo la gente sufría. No inmediatamente abajo, donde estaban los barrios de los ricos y poderosos, barrios con cercas y patrullas de seguridad por todas partes. No, mucho más allá, donde la tierra empieza a aplanarse y la gente se mezcla con más facilidad.

 Algunos podían jurar que oían los gritos de las personas cerca de las explosiones. Pero eso era imposible puesto que los focos que se encendían, enormes hogares hechas de un fuego incontrolable, estaban muy lejos y debía ser imposible escuchar a nadie desde el lugar en el que estaban. Alguien entró de repente, un mesero, escuchando una radio que puso sobre una de las mesas cubiertas con una tela que podría pagar la comida de su familia por días. Él escuchaba las noticias.

 Al parecer, un grupo había surgido de la nada y reunía a miles de personas que se habían cansado del estado de las cosas. Las explosiones al parecer no eran ataques contra la población sino contra aquellos que había amasado fortunas y propiedades, haciendo que todas las riquezas del país fuesen solo de ellos, unos pocos, y no de todos. Según la mujer que hablaba por la radio, una enorme turba de estos rebeldes caminaba a esa hora, casi en silencio y a oscuras, hacia la sede central del gobierno. Al parecer, la idea era cercar al presidente y a quienes estuvieran por ahí a esa hora.

 De pronto hubo otra explosión y esa generó gritos y un escandalo apabullante. La onda explosiva rompió la vitrina del salón y tumbó a algunas de las personas al suelo. La bomba había explotado ahí abajo, ahora sí en los barrios donde muchos de ellos vivían. Y ahora sabían que estaban escuchando gritos, sabían que lo que sucedía les sucedía a sus familias, amigos y conocidos. Allí abajo, había un edificio entero en llamas y había gente vestida completamente de negro marchando por doquier.

 Aunque algunos de los asistentes a la fiesta salieron corriendo del susto, la mayoría supo pensarse mejor las cosas y se quedaron quietos donde estaban. De hecho, cerraron las puertas del lugar e hicieron silencio. Estaba claro que los rebeldes estaban buscando gente, tal vez utilizando las bombas para hacer que la gente saliera de sus casas y ahí matarlos o quien sabe qué hacerles. Estaba claro que eran unos animales y que venían por ellos para sacrificarlos por los crímenes que creían haber cometido.

 Hay que decir que nadie en ese salón de fiesta pensaba en si mismo como un criminal. Era cierto que muchos eran dueños de grandes empresas y consorcios que habían ganado millones a través de contratos con el gobierno y con empresas de gente del gobierno. Todo era un pequeño circulo en el que la misma gente siempre se rotaba los negocios y el dinero. Prácticamente nunca surgía alguien nuevo y si eso sucedía, era porque alguien lo manejaba o era el hijo desconocido de algún magnate.

 Muchos de los asistentes, ahora agazapados en el suelo e incluso debajo de las mesas, tenían tierras en otras regiones. La mayoría las tenían produciendo aún más dinero, fuera con plantaciones de alguna fruta o verdura o con ganado de gran calidad. Nada se perdía en sus manos. Excepto las mismas tierras que alguna vez habían pertenecido a otros pero que con la guerra y la sangre se habían ido pasando de mano en mano hasta llegar a ellos. Y su manera de compensar eran con unos pocos trabajos mal pagados.

 Otra explosión sacudió el recinto. Esta vez, había ocurrido en el edificio en construcción junto a la puerta principal del club. Vieron como las vigas se incendiaban en poco tiempo y como el cemento y el hierro se prendían como una antorcha en medio de la noche. Era gracioso como cuando se fue la luz no pensaron en nada malo y solo lo hicieron cuando la primera llamarada se encendió allá lejos, como una almena olvidada hace años. Ahora en cambio estaban asustados, temían por sus vidas. Su poder y riqueza era obsoleto en ese preciso instante.

 Muchos se arrepentían de estar allí. Tantas fiestas y tantos eventos a los que asistían, solo para que los demás pudiesen ver lo ricos y poderosos que seguían siendo. Porque incluso entre ellos había una pelea a muerte por saber quién estaba arriba de todos, quién era el pez más gordo. Y tenía que ser uno de ellos porque ciertamente no era el presidente ni ninguno de los profundamente corruptos senadores y representantes que hacían de todo menos su trabajo. Eran ratas en un barco que se hundía.

 Ratas que sabían muy bien como manejarse en ese barco y como resistir allí hasta el final. Eran ellos los que hacían que el país diese dos pasos hacia delante, para que las personas en casa pensaran que las cosas no estaban tan mal como lo decían algunos. Pero luego, sin cámaras ni tantos bombos y platillos, tomaban decisiones que hacían que todo quedara exactamente igual, sin ningún cambio. Era como si al país se le aplicara cada cierto tiempo una delgada capa de maquillaje.

 Sin embargo, ahora se necesitaría mucho más que maquillaje para tapar el hecho de que todo lo que había sido el país iba rodando cuesta abajo. La corrupción ya no era sostenible puesto que, en los campos, ya no había nada más que robar. Y el dinero en las ciudades no era eterno tampoco, aunque podrían estirarlo por décadas si es era la idea. Sin embargo, los rebeldes cortaron todo ese proceso de un tajo, en un solo día. Terminaron con un proceso de siglos en segundos.

 Rebeldes no es la palabra adecuada pero tal vez no sea del todo inadecuada. Son rebeldes porque no quisieron seguir con la norma establecida pero la palabra tiene una connotación tan negativa, que es casi imposible no pensar en un rebelde como alguien sucio y sin educación que lo único que quiere es hacer que el mundo sea como él o ella lo piensan, sin importar el bienestar de todos. Pues bien, eso último no eran ellos. E incluso si lo hubiesen sido, la verdad era que ya no tenía ninguna importancia.

 De repente, un grupo de hombres y mujeres vestidos de negro entraron en el salón. Tenían armas pero también mochilas que parecían llenas. Los asistentes a la fiesta pensaban que hasta allí habían llegado sus vidas, por lo que ofrecieron la nuca en silencio, aceptando su destino.

 Pero los llamados rebeldes no los mataron. Los encadenaron con unas esposas plásticas bastante seguras. Los hicieron salir de allí y seguirlos en caravana. Todos iban a ir a la plaza fundacional de la ciudad. En ese lugar moriría la antigua república. Tal vez habría un nacimiento. Tal vez…

viernes, 9 de marzo de 2018

Julia in the desert


   The stars seemed to be very close. Somehow, the sky in such a remote area of the world was different than what you would see in other parts. Julia was lying down on a think towel she had purchased before the trip and she started counting the stars but she got lost and tired quickly. She hadn’t even removed her boots before lying down and now she was falling asleep, in the middle of the desert. She hadn’t prepared her tent or any food. She was much too tired after her first day.

 Early next morning, she was woken up by a tickling on her stomach. Julia didn’t really open her eyes immediately. But as the tickling persisted, she decided to sit down and properly wake up. She stood up in fear once she realized the tickling came from the tough little legs of a scorpion that was parading itself all along her body. She checked herself for any stings but there was nothing. It was clear that, if the creature had stung her, she would be in severe pain.

 Julia decided to spend her second day looking for a better camping spot. She walked half that day all along the desert and the small patches of life she could find, until she found a small group of thin trees. They gave some shadow from the sun, which was perfect because it had started coming out behind big clouds and it was insufferable to walk like that. She was able to put up her tent in a few minutes and get inside before the full power of the sun was displayed. Thankfully, she had bought the right tent.

 She smiled at the thought of her looking around several stores until she found the right one. It was clear that many of the employees at all the stores didn’t really believe her when she stated she was going camping in the middle of the desert. She even explained to them she was studying biology and that was the perfect way to get more comfortable with future trips she might have to endure. But apparently she looked too “girly” and too “nice” to be the type of woman that goes camping.

 Julia even imagined that they pictured her doing her nails inside of her tent or maybe bringing a man with her in order to repel bugs and others animals. But she couldn’t care about all of that, about what she thought they were thinking or about what they were actually thinking. She could only care about her priorities and her first one was to become the best biologist ever. She really loved the profession but had always had a certain fear and disgust towards going camping or working in the middle of a jungle or any wild place. So Julia forced herself to camp and live through it alone.

 She sat down on the tent and removed her boots after almost a day of use. Of course, her feet smelled awful but it was the price to pay for such an adventure. Besides, she was certain that a source of water would be around and she would take advantage of that the moment she found it. Meanwhile, she had to conform with removing her boots and socks and giving her aching feet some air to relax. She opened her backpack, grabbed a couple of power bars and ate them in a few minutes.

 Food was one of the big problems she had to face doing what she was doing. It  wasn’t like she was prepared from day one to hunt and eat anything she found. Besides, she was in a desert and the amount of animals there was severely reduced. It wasn’t as if she was in the middle of a beautiful European forest where she could hunt down boars and roast them slowly over a nice fire. She couldn’t do that, so she had prepared herself with lots of cereal bars and small foods that she could move around easily.

 It wasn’t the best meal ever, but at least she had fresh water, which was enough to make her feel alive once again. She lay down for a bit and realized she hadn’t really done much related to biology. The closes thing had been her encounter with the scorpion and she had run so fast after that, that she was ashamed to call herself a scientist. So after relaxing for a bit, she put on her socks and boots again and a baseball cap her dad had given her before departure.

Then, she went outside to check for animal life outside the tent. Julia found some interesting bugs near the thin trees and was able to take pictures with her cellphone. She had a better camera inside her backpack but she really didn’t want to be fixing its configuration when trying to take the picture of a small creature. She promised herself to check the camera features before going to bed. She saw some more scorpions, as well as tiny spiders that seemed to like underneath the hot desert sand.

 When going back inside her tent, a powerful noise attracted her attention upwards and she realized a very rare visitor was flying over her. Before leaving her house, Julia had checked all the information she could about that part of the country, so she was well aware of the existence of such a majestic creature. It had a very large wingspan but its body was rather small. Its feathers were light yellow, in order to reflect the sun light and being able to blind its prey with them. It was such a beautiful design nature had achieved, so of course Julia took lots of pictures.

 Later that day, and after eating a whole tuna can with beans, Julia uploaded the cellphone pictures onto her laptop. She had brought several spare batteries for it, but even so she decided to limit her computer time to only an hour a day. She erased the pictures that she didn’t like and was about to turn off the computer when she decided to look at some of the other pictures she had on her laptop. Family pictures, others with friends and some at college too. She was smiling in most, not in all of them.

 She even laughed out loud when she realized she had a couple of pictures of her old boyfriends. She hadn’t seen any of them in a long time, as they had been only high school crushes and nothing more. Yeah, she had gone with one of them to prom and with the other one on a long summer vacation. But that was it, they were both now in the past and she had to move on. Actually, it had been partly because of them she had decided to follow her dream of becoming a biologist. They didn’t think it was a realistic dream.

 After turning off the computer and putting it away, she decided to grab the camera to fix the settings before using it the next day. She had bought that second hand camera online and had never touched more than a couple of times to know it could be turned on and off. That was it. Now she had to put everything in the right setting in order to capture the perfect pictures in the scorching desert. But as she wasn’t very good with things like that, Julia soon fell asleep with the camera on her chest.

 The next day, she woke up to see the camera had rolled to the side. She grabbed it to put away but then the bird with yellow feathers screamed loudly. Because this time, it did seem like a scream and not like the beautiful chant of a majestic bird. Julia stepped outside barefoot, only to see the sky was very dark and that the bird was on top of the nearby thin trees. The bird let out another “scream” and suddenly flew over Julia and away from the tree area. It seemed to be escaping something.

 Only moments afterwards, the ground began shaking violently. Julia fell to her knees and saw how her tent moved around as if tossed by some invisible force. She tried t o crawl her way back inside the tent but the earthquake stopped right before she was able to get it.

 Inside, all of her stuff had spilled out of the backpack. Food, the camera, phone and laptop, everything was upside down. The bird had warned her right in time. She was thankful and realized she had made the right choice by spending two weeks in that desert. She was going to make the best of it.