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viernes, 5 de octubre de 2018

La ceremonia de Manuk


   El hombre tenía la piel azul, como el color del cielo. Era un poco inquietante, sobre todo porque la mitad de su cara estaba cubierta de pintura negra. Esto era simplemente un maquillaje ceremonial que debían usar todos los hombres de cierta edad. Dejaban atrás los años de la juventud y entraban a los de la adultez, con todas las responsabilidades y deberes que eso conllevaba. Y el primer paso para pasar a esa nueva etapa era ejecutar una de las ceremonias más antiguas de ese pueblo, pasada por generaciones de padres a hijos.

 Las mujeres tenían el suyo propio pero era diferente y los hombres nunca habían sabido de que se trataba. Para ser claros, los hombres no se interesaban por eso ya que en aquella comunidad nadie se metía en los asuntos de los demás, a menos que esos otros lo pidieran de manera expresa. Así que las ceremonias eran casi secretas, aún más cuando se desarrollaban casi en completa soledad. Solo asistían el involucrado y un chamán que, guiado por las estrellas y los animales, llegaba adónde fuera necesitado.

 El joven que cruzaba la selva en ese momento se hacía llamar Manuk, y desde ese momento sabía que se convertiría en el más importante y notable cazador de toda su tribu. Había practicado en secreto, cosa que estaba prohibida, y tenía claro que no había otro futuro para él. Incluso ya tenía sus armas favoritas e incluso había aprendido de las matronas algunas recetas y técnicas para cocinar los animales. No era suficiente para él dar el siguiente paso natural en su vida. Tenía que hacerlo mejor que los demás.

 Como todos los de su tipo, Manuk se había adentrado a la selva con la intención de buscar el lugar donde tendría lugar la ceremonia. Ningún hombre sabía nunca como sería todo el asunto, ni siquiera el lugar o el chamán que estaría presente. Casi todo era un misterio, excepto el hecho de que debían pasar por ese acontecimiento para en verdad ser considerado hombres con una profesión clara. Algunos decían que los dioses eran los que susurraban todos los detalles al oído, pero Manuk de eso no sabía nada.

 Las gruesas y grandes hojas amarillas y purpuras de los árboles bajos se cruzaban por el camino, pero Manuk sabía por donde iba. A diferencia de otros de su tribu, él ya había estado en aquellos parajes. Se escapa en las noches y cazabas serpientes de diez metros y gruesas como un árbol, así como los increíbles conejos, que eran capaces de usar sus orejas para volar lejos de quienes quisieran comerlos. Lo que lo diferenciaba a él de otros era que de verdad le tenía respeto a aquellas criaturas, le fauna original y salvaje de su mundo, los cuidadores originales de su tierra.

 Tuvo que caminar dos días enteros por la selva, sintiendo y escuchando con cuidado todo lo que ocurría alrededor. Recordaba los cuentos de las matronas, en los que varios de los hombres que habían partido a su ceremonia jamás regresaban. Hay que decir que era normal partir luego y empezar una familia lejos de la comunidad central, pero también era una posibilidad la de desaparecer por completo sin dejar rastro. Había algunos que simplemente no estaban hecho para la tarea.

 Manuk sintió, de un momento a otro, un vacío increíble en su interior. Era una sensación preocupante, que lo hacía pensar en mil cosas a la vez. Era como si su cerebro se volviera loco y empezara a mostrarle todos sus recuerdos al mismo tiempo, casi impidiendo el uso de sus ojos o de sus piernas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en la tierra, siendo observado por criaturas peludas desde lo más alto de los árboles.  Los hubiera cazado de la rabia, pero sabía que era necesario seguir.

 Esa extraña sensación había causado en él un efecto bastante extraño: sentía que podía detectar el movimiento de todo lo que lo rodeaba. No se trataba nada más de los animales y el viento, sino del planeta mismo. Era como si ese dolor, esa agonía inexplicable, lo hubiese conectado de manera increíblemente profunda con todo lo que existía a su alrededor. Se sentía raro pero Manuk supo que ese era el punto de todo el viaje. Debía confiar en lo que sucediera, así como en sus más básicos instintos.

 La nueva sensación le hizo ver que había estado caminado en el sentido contrario al que debía dirigirse. Sin tomar descanso, casi corrió por horas, compensando una distancia increíble que había desperdiciado durante los últimos días. No paraba. No le daban ganas de detenerse a descansar, ni tenía hambre ni sed. Solo miraba hacia delante y seguía y seguía, puesto que la meta para él estaba demasiado cercana y no tenía sentido alguno bajar la guardia faltando tan poco y con semejante nueva herramienta a la mano.

 Al siguiente amanecer, Manuk surgió de la selva y fue a dar a una inmensa playa. Él jamás había visto tanta agua junta y sobre todo tan clara y hermosa. La arena del lugar era del negro más profundo y los pies del joven se marcaban con suavidad a cada paso que daba. A lo lejos, pudo divisar unas rocas enormes, tal vez tres veces más grandes que el propio Manuk. Supo que era hacia allí que debía dirigirse, que ese era su destino final y que su vida cambiaría en cuestión de momentos. Su corazón latía muy deprisa, pero no sabía si era por la emoción o por no parar desde hacia horas.

 Cuando llegó a las rocas, se detuvo en seco. El sentimiento extraño que le había llegado en la selva, desapareció sin dejar rastro. La ausencia causó algo de mareó en el pobre Manuk, que cayó de rodillas sobre la arena, a poca distancia del agua. Tuvo ganas de vomitar, pero no tenía nada en el estomago para vomitar. Todo su cuerpo estuvo en pánico y dolor por un momento, esperando que pudiese retomar la misión que había comenzado. Alzó como pudo la cabeza y miró hacia un lado, hacia la piedra más grande.

 De pie, justo al lado de la roca, estaba un hombre muy delgado. El color azul de su piel se había vuelto más intenso, cosa normal en los adultos mayores de la especie. Tenía rayas dibujadas por todo su cuerpo con una tinta amarilla intensa: eso significaba que era el chamán para la ceremonia. No dio ni una sola palabra mientras Manuk se puso de pie como pudo, se acercó al hombre, y agachó su cabeza frente a él en señal de respeto. El hombre, como previsto, puso una mano sobre la cabeza de Manuk y rezó en voz baja.

 Según la tradición, la ceremonia debía tener lugar en el mismo sitio donde se encontraran el chamán y el joven. Así que esa playa de arena oscura y la enorme roca harían de templo por un día. Manuk se arrodilló, como intuyó que debía hacer, y el chamán entonces empezó a invocar a las fuerzas de la naturaleza, pero sobre todo al mar mismo. No siempre se elige el mismo elemento pero estando en la playa era obvio que el mar debía de ser una parte importante de la ceremonia del chico.

 El agua empezó entonces a moverse, a retorcerse casi, estirándose desde la playa hasta acercarse a los dos personajes. Lentamente y como una serpiente, el agua empezó a apretar a Manuk hasta tenerlo por completo en una burbuja a la que le rezaba el chamán. El hombre no parecía impresionado por lo sucedido. Solo seguía con sus oraciones y hacía algunos movimientos extraños, como dirigiendo al agua pero ella ya no se movía. La burbuja envolvía a Manuk y, dentro de ella, él abrió los ojos y la boca.

 Pero no se ahogó. Respiró como el más común de los peces. Irguió bien la cabeza y pareció feliz, como si algo de verdad importante hubiese cambiado en su interior. Su expresión era casi eufórica. Se levantó y la burbuja creció, ajustándose a su talla ahora que miraba de frente al chamán.

 Hubo más rezos y Manuk respondía, en un idioma que ya nadie usaba. Poco después, el agua empezó a retirarse y pronto el joven descubrió que ya no era un niño sino un hombre. El chamán lo bendijo una última vez y se despidió con una sonrisa. Manuk hizo lo mismo, todo el tiempo, de regreso a casa.

viernes, 16 de marzo de 2018

Por más lejos que vayas...


   Antes de aterrizar, solo vi un gran parche de selva y montañas a lo lejos. Antes de eso tenía los ojos cerrados, pues el cansancio me había vencido. La nave había tomado un desvío a causa de una explosión estelar imprevista, y el viaje se había alargado un par de días más. Por mucho que se pudiera viajar, a veces parecía no ser suficiente. Cosa que no me importaba puesto que el trabajo me tenía sometido, cansado, con cada musculo gritando en agonía y mi mente pidiendo dormir al menos una hora más.

 El viaje fue lo único que me dio esas horas extra de sueño que tanto necesitaba. Siempre decían que dormir era una excelente idea en esos viajes largos pero nunca lo había probado yo mismo y me alegró confirmar que era exactamente así. La joven asistente de vuelo que me había ayudado a quedar dormido, a través de una mascarilla especial, me saludó con una sonrisa y preguntó si alguien vendría por mi al aeropuerto. Le dije que no estaba seguro pero que encontraría mi camino.

 El planeta todavía no tenía grandes ciudades ni muchos sitios adónde ir, así que el único centro poblado era mi destino. Si mi compañía no había enviado a nadie, no era un problema. Perfectamente podría tomar un transporte local y ojalá llegar a un hotel para ducharme y descansar otro poco. Creo que la gente subestima lo bueno que es no hacer nada y solo echarse en la cama. Caminando por la plataforma, bajo un sol muy brillante, tuve la sensación de haber llegado a la mismísima selva amazónica.

 Pero no, estaba a millones de kilómetros de allí. Mi pensamiento, sin embargo, era completamente válido. Detrás del edificio del aeropuerto, bastante modesto, había una selva enorme, con árboles tan altos como rascacielos. Me pregunté si la zona del aeropuerto siempre había estado sin árboles pero pronto me di cuenta de que la pregunta era un poco inocente, incluso estúpida. En la terminal recogí mi equipaje, una sola maleta, y al cruzar la entrada vi como una mujer más joven que yo saltaba y saludaba con un letrero en la mano.

 En el cartón estaba escrito mi nombre, por lo que me le acerqué lentamente. Me dijo que trabajaba para mi compañía y que había sido enviada para recogerme y llevarme a mi alojamiento. Le agradecí su entusiasmo y caminamos al vehículo, un jeep rojo al que subimos mi maleta y nuestros traseros. En poco tiempo estuvimos recorriendo la carretera que bordeaba la selva, nunca penetrándola por ninguna parte. Le pregunté si de ella no salían animales ni nada parecido y me dijo que desde la construcción del aeropuerto, no se acercaban mucho a la carretera.

 Media hora después, cuando ya el viento cálido había cambiado mi peinado por completo, se vieron las primeras casitas del único asentamiento humano del planeta. Estaba ubicado alrededor de un río, que cruzamos por un puente lleno de vehículos y gente. Me pareció una escena algo triste, pues nunca pensé que después de viajar una distancia tan larga, llegara a ver lo mismo: humanos irrespetando su entorno y haciéndolo todo casi siempre más feo de lo que era con anterioridad.

Mi hotel estaba sobre la margen del río. La arquitectura era mi particular: parecía una de esas pagodas japonesas, en escala real. La recepcionista era japonesa también, así como el chico que llevó mi maleta a la habitación. Una vez allí, me di cuenta de que el hotel era de hecho un “ryokan”, o un hotel de estilo japonés. No pregunté a la chica del jeep la razón de ese alojamiento pero sí cuando debía ir con ella a las oficinas centrales a comenzar mi parte en todo el asunto. Se le medio borró la sonrisa al instante.

 Sentía mucho decirme que solo tenía unos veinte minutos para descansar, puesto que le había encomendado llevarme lo más pronto posible a las oficinas. Ella les había dicho, según ella misma, que eso sería cruel puesto que nadie llega mi descansado de semejante viaje tan largo. Así que los convenció de darme algo más de tiempo, que ella aprovecharía para ir a la oficina de correos por algunos paquetes que tenía que recoger. Cuando volviera, yo iría con ella. Se disculpó pero le dije que no había problema.

 Apenas salió de la habitación, entré al baño y me desnudé. Me miré en el espejo como si jamás me hubiese visto a mi mismo en uno. Estaba sudando, varias gotitas adornaban mi frente. Mi cuerpo se veía diferente, más delgado tal vez. ¿Sería una consecuencia del viaje? Pues no me molestaba si así era. Entré a la ducha y estuve allí diez de los minutos más relajantes que había tenido en memoria reciente. El agua fría calmaba mi cuerpo y mi mente. Podía pensar mejor ahora, con las ideas frescas.

 Tuve el tiempo justo para ponerme otra ropa y mirarme una vez más en el espejo. Apenas bajé a la recepción, vi a la chica del jeep preguntando por mí en la recepción. La mujer japonesa le hizo un reverencia y ella le dijo algo en japonés que yo sabía significaba “gracias”. Nos subimos al vehículo y en muy poco tiempo estuvimos frente a un edificio blando, de unos veinte pisos, que se ubicaba en la margen de la selva. En el aire había un olor muy particular que no había olido en años. No lo veía, pero sabía bien que el mar no podía estar muy lejos de aquél edificio.

 Como siempre, saludé y sonreí más de la cuenta en un lapso de tiempo bastante corto. Agradecí tener a la chica del jeep conmigo todo el tiempo, puesto que ella era la única que me decía quién era quién y qué era lo que hacía. Por alguna razón, todo el mundo parecía demasiado ocupado para hablar más de dos palabras. Eventualmente subimos al último piso y ella me dirigió a una gran oficina toda adornada con objetos blancos y cromados. Me dijo que el gran jefe no demoraría y que lo esperara allí. Ella salió.

 Mientras esperaba, me acerqué a la gran ventana que había a un lado del escritorio del jefe. Se podía ver a la perfección la selva en todo su esplendor. Era fascinante como, a lo lejos, se veían árboles tan altos como el edificio en el que estaba en ese momento. Era una vista hermosa y, irremediablemente, pensé de nuevo en la gran cantidad de árboles que habría que talar para hacer semejante edificio. Y muchos más para construir el pequeño pueblo que, tarde o temprano, crecería para ser una gran ciudad.

 Salí de mis pensamientos cuando vi algo salir de entre la selva. Era parecido a un ave, o eso pensé al comienzo solo porque vi sus alas. Parecía no poder moverse bien y apenas mantenerse a flote. Estaba lejos pero acercándome más al vidrio pudo ver que le gruñía a algo debajo, algo que estaba en la selva. Viéndolo de más cerca me di cuenta de que parecía más un murciélago que un ave común y corriente. Las alas eran delgadas, sin plumas. Su cara era horrible, algo inexplicable. No podría.

 Entonces algo saltó de la selva, algo enorme, y mordió al murciélago gigante. Un momento después, ya no había nada en el cielo, ni en ningún lado. Me di la vuelta, pues sentí justo entonces que alguien me miraba y tenía razón: era el gran jefe de las oficinas locales. Era mi subordinado, un hombre que yo mismo había elegido para este emprendimiento tan complicado. Sin embargo, lo que acababa de ver, cambiaba por completo mi perspectiva de lo que estábamos haciendo allí y la manera en la que lo hacíamos.

“¿Porqué nunca se me informó?”, le pregunté. Él dijo que sabían mantener a las bestias alejadas. Además, ellas no parecían tener interés alguno en los seres humanos o en sus actividades en el planeta. Pero yo no estaba tan seguro, había algo que no me gustaba respecto al “murciélago” y no era su aspecto.

 Le pedí que me entregara los informes más recientes y que convocara una reunión urgente. Él ya había pensado en eso, dijo que ya me esperaban en una sala cercana. Antes de salir de allí miré a la selva y no vi nada. Pero tuve mucho miedo, muchas dudas.

viernes, 13 de octubre de 2017

Varados en MR-03

   Quedar atrapados en la misma nave salvavidas era lo último que cualquiera de los dos hubiese querido. Era cierto que trabajaban junto en el puente, junto al capitán, pero eso no quería decir que se llevaran remotamente bien. Solo trabajaban juntos y nada más, no había una relación más allá de obedecer las ordenes y vivir una vida moderadamente tranquila en la nave Descubrimiento, que había sido lanzada hacía tan solo dos años. Ese era el tiempo que llevaban evitando hablar más de lo necesario.

 Pero no hacía sino algunas horas desde que una nave no identificada había lanzado un ataque sin respiro contra la nave de exploración. Ellos tenían algunas armas para defenderse pero nada que pudiese aguantar semejante brutalidad. El capitán ordenó la evacuación inmediata, aprovechando la cercanía del planeta MR-03. El lugar había sido objeto de estudio por parte del personal hasta el momento del ataque. Todo el mundo corrió, evitando explosiones y gritones provenientes de todos los pasillos.

 Por alguna razón, los pasos del teniente y los del primer oficial los llevaron exactamente al mismo pasillo y, por consiguiente, a la misma nave de escape. Eran naves que podían servir hasta para diez personas. Pero nadie más venían y la nave no iba a resistir más. Fue el primer oficial el que desató el modulo de la nave, eyectándolo así hacia el planeta. El control sobre el aparato era mínimo pero tuvieron asiento de primera fila para ver la destrucción del que había sido su hogar por tanto tiempo.

 El disco principal voló por todos lados y después fueron los motores los que estallaron creando una onda tan fuerte que desestabilizó a la mayoría de las naves de escape. En el que estaban los dos hombres comenzó a flotar hacia un lugar muy distinto que el resto de la flotilla de sobrevivientes. Mientras la mayoría iba hacia el ecuador del planeta, donde habían detectado un continente amplio, el modulo de los dos hombres se dirigía sobre lo que parecía ser un mar eterno de un liquido parecido al agua.

 Sin decir una palabra, cada uno hizo lo que pudo para estabilizar el modulo. Lo único que consiguieron fue no convertirse en tostadas humanas al entrar a la atmosfera. Cayeron miles de kilómetros, convertidos en un bólido de fuego yendo a una velocidad extraordinaria. El aparato voló sobre el agua e impactó fuerte cerca de lo que en la tierra se llamaría un atolón. La nave pasó por encima de una arena muy fina, de color purpura, que pareció contener la mayoría de la fuerza del accidente. Cuando el modulo estuvo quieto por completo, los dos oficiales salieron del mismo.

 Sabían que podían hacerlo, pues así lo había confirmado su investigación del planeta. Pero aparte de eso, no había mucho que les sirviera para poder sobrevivir. Con aparatos que llevaban encima y dentro del modulo, pudieron deducir que estaban a unos tres mil kilómetros del continente, el único en todo ese mundo. Lo siguiente era saber si el agua era potable. Un simple experimento les aclaró la duda: tenía que filtrar el liquido antes de consumirlo. Fue así que armaron un pequeño campamento.

 El primer día, casi no cruzaron palabra. Lo que se decían era lo mínimo para no chocar el uno contra el otro tratando de sobrevivir. Si uno limpiaba agua, el otro trataría de averiguar como llegar al continente. Si uno estaba en el modulo tratando de que funcionaran los aparatos de comunicación, el otro estaría afuera clasificando las raciones que había en el compartimiento de emergencias. Estaban bien entrenados y eso los hacía un buen equipo, incluso sin tener que hablar.

 Sin embargo, no podían comunicarse con nadie. El modulo había sobrevivido casi completo al choque pero los sistemas internos estaban dañados y era imposible repararlos sin herramientas que solo quienes trabajan en la sección de ingeniería podrían tener a la mano. Ellos eran oficiales, por lo tanto no tenían acceso a nada que se pareciera a lo que necesitaban. Además, la comida era escasa. Y como tantas veces en el curso de la humanidad, fue la razón para establecer un enlace.

 Pero no entre ellos y el resto de los sobrevivientes sino solo entre ellos dos, entre dos hombres que desde su experiencia académica se habían considerado no compatibles. No eran solo sus percepciones humanas sino también exámenes hechos por profesionales los que decían que ponerlos a los dos en el mismo espacio sería un peligro potencial. Pero ambos habían jurado mantenerse al margen de problemas personales y enfocarse únicamente en el trabajo.

Así lo habían hecho y sus superiores habían quedado tan satisfechos, que todos los exámenes fueron olvidados y a los oficiales se les dejó seguir en sus puestos como si nada. Pero en esa época iban a la cafetería de la academia, donde servían lo que uno quisiera, cuando uno lo quisiera. En el atolón solo tenían raciones de comida deshidratada, que debían tratar de comer con algo del agua descontaminada, que sabía a rayos después de procesar casi a mano. La primera conversación entre los dos fue una discusión por el tamaño de las raciones. El primer oficial pensaba tener la porción más pequeña.

 Era una discusión absurda, de eso no había dudas, pero cualquier detalle habría bastado para volverlos locos y ese era el que los estaba haciendo pasar por encima de sus limites, de las barreras que se habían puesto entre los dos. Cada una iba cayendo, a medida que se insultaban y empezaban a reclamarse por errores pasados, comenzando por las acciones cometidas en el modulo y terminando por hechos acaecidos en la academia, que a veces el otro ni siquiera recordaba con claridad.

 Pasados unos minutos, la cosa pasó al plano físico. El teniente se aburrió del aire de superioridad que se daba el primer oficial y le lanzó un puño directo a la nariz, que se quebró al instante. El atacado respondió con un gancho igual o más fuerte en el estomago del otro, haciéndolo revolver lo poco que había comido. Los puñetazos fueron y vinieron, incluyendo también patadas y más insultos y recuerdos que nadie más sino ellos tenían en la cabeza. La sangre caía por todas partes, ignorada por ambos.

 Parecía como si no quisieran parar nunca. Toda la rabia que tenían dentro, así no tuviese nada que ver con su relación laboral, había empezado a salir como espuma de un botella. Cada golpe, no importa donde o como, venía de lugares mucho más oscuros que simples envidias o una simple falta de empatía del uno por el otro y viceversa. Había algo más atrapado tras esa furia salvaje que estaban exhibiéndose en esa pequeña franja de tierra, en un planeta inhóspito y virgen.

 Eventualmente, sus cuerpos dejaron de tener energía. Sin embargo, arrodillados sobre el suelo purpura, se miraron el uno al otro con odio, con rabia, con asco y con resentimiento. Todo eso y más salía de sus ojos, como si fuera un arma mortal cargando hasta tener la energía completa para atacar a discreción. Pero ellos no eran armas. No podían luchar para siempre, no tenían la energía para hacerlo. Sin embargo, se levantaron como pudieron y se embistieron una vez más, con la poca fuerza que les quedaba.

 El único daño entonces fue mucho más profundo de los propuesto. Cayeron juntos al suelo, fundidos en una suerte de abrazo incomodo. Sin fuerzas para luchar, lo único que sus cuerpos pudieron hacer fue exhalar y tratar de seguir viviendo.


El abrazo se mantuvo un buen tiempo, hasta que no fue forzado sino natural. Algunas lágrimas surgieron y se evaporaron sin ninguna referencia a ellas. Al otro día, ya más descansados, comenzaron a hablarse. No solo lograron volver con los demás sino que descubrieron mucho más de si mismos, más de lo que creían saber.

lunes, 17 de julio de 2017

Tan cerca, tan lejos

  La herida estaba abierta, casi escupía sangre. Era un corte profundo pero había sido ejecutado con tal agilidad que al comienzo no se había dado cuenta de que lo habían atacado de esa manera. Corriendo, solo se había sostenido el costado y había notado como se le humedecía la mano a medida que corría y como se cansaba más rápido. Su respiración era pausada y las piernas dejaron de funcionar al cabo de unos veinte minutos. Su compañero llamado B, lo ayudó a seguir adelante.

 El bosque en el que habían estado durante meses parecía haber adquirido alguna extraña enfermedad. Los árboles habían languidecido en tan solo unos días De ser unos gigantes verdes, pasaron a ser unas ramas marrones casi negras que se sostenían en pie porque el viento ya no soplaba con tanta furia como antes. Notaron que, lo que sea que estaba acabando con la vegetación avanzaba poco a poco. Tras una colina, encontraron un pedazo de bosque que apenas comenzaba a podrirse.

 Cuando se detuvieron, lo hicieron en la zona más espesa para evitar ser atacados. Pero si ya no los seguían quería decir que su enemigo se había cansado y había decidido dejar sus muertes para más tarde. Estaba más que claro que eran ellos los que llevaban las de perder. Estaban heridos y no habían comido como se debía en varios días. Se había alimentado de los pocos animales que quedaban y de plantas y frutas pero todo se moría. Pronto sería la falta de agua lo que los llevaría a la tumba.

 Al dejarse caer en el suelo, la sangre empezó a salir de A a borbotones.  Era demasiada sangre de un cuerpo que no era alto y ya había adelgazado demasiado por la falta de comida. Cuando se dieron cuenta de la extensión del daño, supieron de inmediato que su enemigo los había dejado ir para que murieran por su cuenta. Podía esperar a encontrar los cadáveres. No era un planeta grande, no podían correr para siempre. Ellos sabían que estaban perdidos.

 B trató de limpiar la herida lo mejor que pudo. Luego, rompió la camiseta sucia que llevaba puesta y, con la cara limpia, cubrió toda la cintura de su compañero. Tuvo que romper la tela en varios sitios, morder y gemir porque no habían descansado aún. A no paraba de llorar pero no emitía sonido mientras lo hacía. Era el dolor el que lo obliga a derramar lágrimas pero no quería dejarse terminar por algo que venía de sus adentros. Quería seguir corriendo, seguir luchando, pero al mismo tiempo sabía que no había más oportunidades en el horizonte.

 Había llegado la hora de darse cuenta, de abrir los ojos y ver la muerte a la cara. Por un lado, estaban tristes, devastados. Habían venido de muy lejos y todo había sido un paraíso terrenal. Pero las cosas habían empeorado de una manera vertiginosa y ahora estaban a solo pasos de su muerte. El tiempo podría ser corto o largo, si es que la vida quería torturarlos un poco más. Pero al fin de todo, sabían que muertos serían más felices. Era la única manera de estar juntos para siempre.

Ya no era un secreto a voces. Nunca se lo dijeron en palabras pero sabían bien lo que sentían y simplemente lo habían expresado y desde ese momento su tenacidad como compañeros había sido imparable. De cierta manera, el hecho de solo tener una herida de muerte entre los dos, era un hecho de admirar. Solo ellos habían enfrentado una legión de criaturas sedientas de sangre, locas por la carne humana y obsesionadas con la muerte. Se podía decir que habían salido bien librados.

 Comieron lo último que tenían en su pequeña y desgarrada mochila. Decidieron caminar más, en silencio y fue ese el momento para pensar en todo. A pensó que jamás volvería a respirar más y eso lo hizo sentir bien. Porque ahora su garganta le dolía y su cuerpo le pesaba. Ya no quería seguir así y sabía muy bien que no habría ninguna salvación milagrosa en el último minuto. Esas criaturas lo habían condenado y él no podía pelear contra la fuerza de la muerte.

 B, sin embargo, se había cuenta de un pequeño detalle: el seguiría vivo después de la muerte de A. Era estúpido pensar algo tan obvio pero cuando había visto la herida no la había sentido como exclusiva de su compañero. Para él, era un peso que cargaban en pareja y no en solitario. El solo hecho de no haber pensado en su supervivencia le había hecho pensar que de verdad era amor lo que sentía pero también le había hecho caer en cuenta que estaría solo, al menos por un tiempo.

 Al fin y al cabo, las criaturas y su maestro los seguirían cazando, con herida y sin ella. Eso quería decir para B, que vería al amor de su vida morir pero lo seguiría muy de cerca. Eso a menos que la tortura de parte del enemigo fuese dejarlo vivir y ahora que lo pensaba, sería algo muy horrible de vivir. Sin consultarlo con su pareja, recordó el cuchillo que habían robado y como colgaba de su cinto. Cuando A muriera, lo usaría en sí mismo para acabar con todo. No viviría un segundo más que la persona con la que había sobrevivido a tanto.

 La noche llegó y parecía apresurada. El cielo no se tiñó de colores al atardecer. Solo hubo un cambio repentino de luz a oscuridad. Era muy extraño pero el lugar en el que se encontraban era tan raro, que preferían no dudar de nada y no pensarlo todo demasiado. Se recostaron entre algunos árboles pequeños y se quedaron dormido uno contra la espalda del otro. Así podían sentirse cerca el uno del otro, sin descuidar el lugar donde estaban y sus provisiones, por pocas que fueran.

 Sin embargo, no durmieron todo lo que hubiese querido. En la mitad de la noche los despertó un gran estruendo. Se pusieron de pie de un salto, pensando que venían por ellos los asesinos. Por un segundo, pensaron en su muerte. Se tomaron de la mano y esperaron el ataque. Pero otro sonido les hizo caer en cuenta que lo que los había despertado venía de arriba, del cielo. Era como una mancha y luego se transformó en luces. Cuando estuvo cerca, pudieron ver que era un vehículo.

Aterrizó cerca de ellos pero los dos hombres no se movieron. No podían confiar en nada de lo que vieran. Así que B hizo que A se recostará en un tronco aún fuerte y esperaron juntos, en la sombra. El vehículo se quedó en silencio y, de repente del costado, apareció una puerta. A través de ella salió una criatura hermosa. Era similar a una mujer humana pero algo más alta, con piel rosada y escamas iridiscentes en sus piernas. Era lo más hermoso que hubiesen visto nunca.

El ser caminó de manera estilizada hasta ellos. No dudó por un segundo. Apartó ramas y los miró a los ojos. Ellos no sabían que hacer. La miraron y ella hizo lo mismo, sin emitir un solo sonido. El momento parecía durar una eternidad porque la mujer parecía analizarlos y algo por el estilo. Había una sensación de urgencia en el aire pero, al mismo tiempo, de una extraña paz que les impedía salir corriendo hacia el costado opuesto. Era todo demasiado raro, loco incluso.

 A finalmente cedió al dolor. Sus rodillas se doblaron y cayó de golpe al suelo. Sangre salía de su boca. B saltó hacia él y entonces la mujer, o lo que fuera, abrió la boca, como si fuera a gritar. Pero ellos no oyeron nada. Cuando cerró la boca, ayudó a B a cargar a su compañero a la nave.


 En la puerta, B miró hacia atrás cuando la nave se elevó. Lo último que vio fue los cadáveres de sus enemigos, destrozados. La mujer había hecho algo allí, algo que ellos no entendían. Y ahora ella y su piloto trataban de tomar a A de los brazos de la muerte.