Rubí subió al escenario y el público
simplemente enloqueció. Era ya una estrella en el lugar y todos los que venían
a ver el show de “drag queens” la venían a ver a ella. No solo era porque era
simplemente la más graciosa de todas, con una fibra cómica tan sensible que
cada persona se podía sentir identificada, sino que también su maquillaje y
presencia hacía olvidar que se trataba de un hombre disfrazado de mujer. Solo
la sombra de una barba rompía el encanto o tal vez hacía de Rubí un poco más
atractiva a su público.
Cuando terminó su presentación se reunió con
el resto de chicas en los camerinos y bebieron algo a la salud de todos por
otro gran espectáculo. La discoteca hacia poco había venido en declive y había
decidido tratar de irse con un evento inolvidable y ese último evento fue un
show igual al de aquella noche. Pero de eso ya habían pasado dos años, pues el
espectáculo había sido un éxito y por eso dos días a la semana había show y
todas las chicas aparecían con sus personajes o con nuevos, haciendo rutinas
siempre distintas, siempre graciosas.
Rubí se les había unido hacía solo seis meses
y todas le tenían mucho respeto. Eso era porque de día Rubí no seguía con su
personaje, como si lo hacían otras, sino que se transformaba en otro ser humano,
un hombre llamado Miguel que no tenía nada que ver con esa persona que existía
en el escenario. Y lo más particular de Miguel, al menos en ese contexto en
el que se desarrollaba como artista, era que era heterosexual. Era algo muy
particular pues incluso les había contado una noche a algunas de sus compañeras
que tenía una hija pequeña y que antes de empezar a trabajar en la disco había
estado casado.
Eso era otro mundo para los demás. Le
preguntaron como era, como lo manejaba, pero ni él ni ella hablaban nada del
caso. De hecho, a él casi ni lo veían pues siempre salía cuando nadie lo veía,
por la puerta de atrás del lugar. En cambio a ella era difícil perderla de
vista, siempre con algún vestido en el que se veía despampanante y joyas que
brillaban por toda la pista de baile. Él siempre se quedaba un poco más a beber
algo, hablar con Toño el barman y ver a los chicos bailar y relacionarse.
Ni Rubí ni Miguel juzgaban a nadie. Sentían
que no tenían ni la autoridad ni el derecho de hacerlo. Obviamente siempre se
le cruzaban cosas en la cabeza, pensaba que de hecho puede que fuera gay o que
de pronto eso de vestirse de mujer no era algo que pudiese hacer para toda la
vida. A veces se convencía a si mismo que era la última noche que lo haría.
Pero entonces Rubí destruía ese pensamiento en el escenario, encendiéndolo con
todo su sabor y entusiasmo. Simplemente no se podría alejar de aquello que le
daba alas.
Su ex sabía bien que Miguel se disfrazaba de
Rubí. Él mismo había decidido contarle pues, cuando habían terminado, no habían
quedado odiándose ni nada parecido. De hecho los dos se sentían culpables pues
sabían que habían fallado pues nunca se habían molestado en conocerse, en
hablar y en compartir como lo debería hacer una pareja de verdad. Así que cuando
Miguel le contó lo que hacía, ella no reaccionó mal. De hecho lloró, pues se
dio cuenta que en verdad nunca lo había conocido.
A él ese momento le dio mucha lástima. No solo
porque su pequeña hija vio a su madre llorar y pensó que él había sido el causante,
sino porque la verdad Rubí era un personaje que Miguel había inventado porque
se sentía más seguro siendo ella y estando en un escenario. Simplemente fue
algo que descubrió pero no era algo que hubiese estado allí siempre. En su
matrimonio lo pensó un par de veces, pero nunca con las ganas que lo hizo
después del divorcio. Y tampoco quería hacer de ello su vida. Era un hobby que
le daba dinero y alegría, una combinación perfecta.
O casi perfecta, pues la gente siempre tiene
problemas cuando los demás se comportan como quieren y ellos solo se comportan
como la sociedad quiere que lo hagan. No era extraño que al bar se colaran
idiotas que entraban solo a lanzar huevos al espectáculo o a gritar insultos
hasta que los sacaran. Y como sabían bien que nadie haría nada pues ninguno
quería ir a la cárcel y salir del anonimato de la noche, pues tenían todas las
cartas necesarias para ganar.
El peor momento fue cuando a Rubí se le
ocurrió salir a fumar al callejón trasero de la discoteca, que en otros tiempos
había sido una nave industrial. El caso es que estaba allí fumando, una mujer
bastante alta con las piernas peludas y un vestido corto rojo y la peluca algo
torcida. El calor de la discoteca y los tragos habían arruinado ya su disfraz y
la noche no se iba a poner mejor.
Ni siquiera supo de donde salieron pero el
caso es que a mitad del cigarrillo vio cuatro tipos, todos con cara de
camioneros desempleados o de payasos frustrados. O algo en medio. El caso es
que con esas caras de muy pocos o ningún amigo se acercaron a Rubí y le
quitaron el cigarrillo de la boca. Entonces uno le pegó un puño en el estomago.
Ella trató de defender pero eran cuatro tipos borrachos y quién sabe que más
contra un hombre en tacones. No había forma posible de que Rubí se pusiera de
pie después del primer golpe.
Fue gracias a Toño que sacaba una bolsa de
basura, que los hombres huyeron, dejándolo adolorido en el suelo. Rubí pidió a
Toño que no llamara a nadie, ni a una ambulancia ni a nadie de adentro. Solo
quiso ayuda para levantarse y que le trajera sus cosas. Fue la primera y única
que vez que tomó un taxi vestido de mujer y de paso fue la primera vez que
entendió con que era que se enfrentaba al seguir con su personaje de Rubí.
Podía ser que se liberase en el escenario, pero siempre habría gente como esos
tipos y más aún en esa ciudad.
Se bajó del taxi antes de su casa y se quitó
la ropa en la oscuridad de un parque cercano. Le dolía todo y sin embargo rió
pues pensó que sería muy gracioso que lo arrestaran por estar casi desnudo en
un parque público, con ropa de hombre y de mujer a su alrededor. Esa hubiese
sido la cereza del pastel. Pero no pasó nada. Llegó a su cama adolorido y se
dejó caer allí, pensando que todo pasaría con una buena noche de sueño.
Obviamente ese no fue el caso. Los golpes que
le habían propinado habían sido dados con mucho odio, con rabia. Él de eso no
entendía mucho porque era una persona demasiado tranquila, que solo lanzaría un
golpe en situaciones extremas. Se echó cremas y tomó pastillas pero el dolor
seguía y ocultarlo en su trabajo fue muy difícil. Era contador en una oficina
inmobiliaria y debía caminar por unos y otros pisos y hasta eso le hacía doler
todo el cuerpo. Más de una persona le preguntó si estaba bien y debió culpar a
un dolor de estomago que no tenía.
Al final de la semana tuvo que ir al medico y
este se impactó al ver lo mal que avanzaban las heridas de Miguel. Lo reprendió
por no haber venido antes, le inyectó algunas cosas, le puso nuevas pastillas y
le recomendó no hacer ningún tipo de ejercicio ni actividades de mucho
movimiento. Por una semana estuvo lejos del escenario y se dio cuenta de que
casi muere pero por no poder ir a hacer reír a la gente, ir a hacerlos sentirse
mejor, sobre todo a aquellos que iban allí a sentirse menos ocultos.
Para él fue una tortura permanecer quieto,
haciendo su trabajo desde casa. A veces miraba sus vestidos de Rubí y se
imaginaba algunos chistes y nuevos movimientos que podría hacer. Y entonces se dio
cuenta que ella jamás dejaría su vida, siempre estaría con él pues era siendo
Rubí que se sentía de verdad completo, un hombre completo. Era extraño pensarlo
así pero era la verdad. Rubí era como un amor que le enseñaba mucho más de lo
que él jamás hubiese pensado.
Cuando entendió esto, su manera de ser cambió
un poco. La primera en notarlo fue su hija, que le dijo que se veía más feliz y
que le gustaba verlo así de feliz. Con ella compartió todo un día y fue uno de
los mejores de su vida. Solo los dos divirtiéndose y siendo ellos mismo, tanto
que Rubí apareció en el algún momento.
Por eso la noche de su regreso nadie lo dijo,
pero la admiraban. Rubí era para todas las chicas y los chicos del espectáculo un
ejemplo. Toño les había contado lo sucedido pero supieron fingir que no sabían
nada. Pero solo ese suceso les hizo entender que estaba de verdad ante un
artista, estaban de verdad ante alguien que iluminaba la vida de los demás a
través de convertir la suya en algo, lo más cercano posible, a su ideal.