Manuel esperó para ser el último en la fila
para entrar al avión. La verdad era que nunca antes se había subido a uno de
esos aparatos y ahora tenía que hacerlo para tener acceso a una herencia que
nadie más iba a reclamar. Un tío abuelo lejano había muerto y solo había puesto
en su testamento que la mitad de su dinero debía ir a su familiar vivo más
cercano. Como Manuel ya no tenía padres y había sido hijo único, lo ponía de
una vez en el primer lugar. Un abogado tuvo que revisar que en efecto fuese la única
persona de la familia del hombre muerte que estuviese vivo y eso demoró un par
de meses. Pero al final todo salió a favor de Manuel y le anunciaron que una
cantidad generosa seria suya. El único inconveniente era que tenía que viajar a
Europa para conseguirlo.
Eso lo desanimó bastante porque no tenía ni
idea que a su tío abuelo se le hubiese ocurrido irse a vivir tan lejos. Aunque,
al fin y al cabo, ni siquiera sabía muy bien quién era él. Sabía que estaba
relacionado con su padre, que había muerte hace ya diez años de un ataque
cardiaco. Pero su padre jamás lo había mencionado, ni nadie más de la familia
para ser sincero. No era de extrañar que al comienzo Manuel no estuviera muy
convencido de esa herencia pues todo parecía una broma de mal gusto. Es que, si
se ponía a pensar, a quién le sale todo ese dinero de la noche a la mañana, y
todo por un pariente muerte del que no sabe nada? Pero menos mal decidió creer
porque de lo contrario tal vez no estaría a punto de hacer lo que iba a hacer.
El tío había dejado el país para sentarse en
España y por eso Manuel ahora debía tomar un vuelo de casi diez horas, por
encima del océano, para luego allí firmar unos papeles para hacer efectiva la
herencia. El problema estaba en que Manuel jamás en la vida había volado. Había
visto aviones de niño y había tenido varios aviones de juguete pero todo sus
viajes, fuesen familiares o del colegio, habían sido por tierra. Nunca había
tenido la necesidad de subirse a un avión y la verdad era que le preocupaba un
poco aquello de subirse en un aparato para cruzar por encima de solo agua y así
llegar tan lejos. Y encima tenía que hacerlo de nuevo para volver a casa. Para
él, fue una tortura pensarlo.
Pero si quería el dinero, no había más opción.
Compró el boleto y esperó las semanas que lo separaban de la fecha con gran
nerviosismo y anticipación. La semana del viaje sus amigos intentaron calmarlo
porque parecía al borde de un ataque de nervios. Estaba preocupado por todo,
desde a que altitud volaría el aparato hasta si se presentaban huracanes ese
preciso día. Los conocidos que tenía que sí habían volado en avión le
explicaron el proceso pero él seguía muy estresado. Es que además de todo
Manuel era un poco claustrofóbico y la idea de estar encerrado doce horas no le
era muy atractiva.
Había estado mucho tiempo en automóviles pero
con la ventana abierta y haciendo paradas para comer u orinar. Un avión no
hacía esas paradas y mucho menos se podía abrir la ventana, entonces su
preocupación fue creciendo exponencialmente hasta que llegó el día del viaje.
Estaba temblando de arriba abajo mientras cruzaba los controles, algo que sabía
no era bueno pues podían sospechar de él la policía. Pero por suerte no le
dijeron nada. Abordó de último y lo hizo respirando profundo varias veces, como
si estuviese a punto de lanzarse a un tanque lleno de tiburones. Su silla
estaba hacia la mitad del avión y le agradeció a una de las auxiliares de vuelo
que lo acompañara a su silla. Le explicó donde guardar sus cosas y él aprovechó
para preguntarle si tenían medicina para dormir. La joven dijo que no.
Manuel se sentó en su silla y miró por la
ventanilla. No habían comenzado a volar y la gente ya se veía pequeña, como le
habían contado. Revisaban una y otra cosa y entonces Manuel se dio cuenta que
ese hubiese sido el mejor momento para ser un hombre creyente. Él no creía en
nada en particular pero sí suponía que una persona muy religiosa sabría no sé
cuantos rezos para pedir que el avión llegara seguro a su destino. Por culpa de
ese pensamiento surgieron otros, que él trató de eliminar de su mente lo más
rápidamente posible. Pero fue el anuncio de salida del capitán del vuelo el que
lo dejó frío y sacó todo de su mente.
Era increíble la manera en que se cogía de los
brazos del asiento, casi como si quisiera arrancarlos. A su lado estaba una
pareja que lo miraba con curiosidad pero él no se dio cuenta de nada pues
estaba tratando de no consumir ni mucho aire ni mucha saliva. Veía por la
ventanilla como el avión carreteaba hasta la punta de la pista. Vio salir uno,
luego dos, luego tres aviones. No tenía idea que hubiese trancón en las pistas
de un aeropuerto. Por fin llegaron a la cabecera y entonces el avión se quedó
quieto por un momento y después todo empezó a temblar pero también era Manuel que
temblaba como loco. Todo pasó bastante rápido y en poco tiempo estuvieron en el
aire, donde la presión empezó a hacer lo suyo.
Una amiga le había aconsejado a Manuel comer
chicles para evitar la molestia en los oídos así que buscó en su mochila y se
echó muchos en la boca, formando una masa enorme dentro de ella. Era molesto
masticarla pero lo más chistoso es que funcionaba. Nervioso, miró por la
ventanilla y por primera vez en su vida vio la ciudad por arriba. Se veía todo
como en un juego o algo así. Trató de buscar su casa pero se dio cuenta que
estaba para el otro lado. Todavía estaba cogido con fuerza de los brazos de la
silla pero al menos estaba mirando para afuera así que no podía ser todo tan
malo. Pronto la nave se estabilizó y el capitán hizo otro anuncio.
Aunque podía quitarse el cinturón de
seguridad, Manuel se lo dejó puesto lo que más pudo. No se soltó de los brazos
de la silla hasta que una hora después se anunciara el comienzo del servicio de
la cena. Mucha gente le había dicho que la comida de los aviones no era muy
buena así que él venía preparado con dos sándwiches que había comprado en el
aeropuerto. Los tenía guardados en su mochila pero primero quería ver a que
sabía lo que servían en el avión. Mientras esperaba a que pasara la señorita,
se dio cuenta de que seguía temblando y de que no solo era por los nervios sino
por el frío. Abrió su mochila para sacar un saco pero entonces llegó la
señorita y se enredó bastante para ponerse el saco y recibe la bandejita que le
estaban extendiendo. La pareja de al lado lo miraba perpleja.
Cuando por fin tenía los brazos bien puestos
en las mangas del saco, otra señorita pasó ofreciendo las bebidas. Él decidió
pedir un café y jugo de naranja. El café era para el frío tan horrible que
empezaba a sentir y el jugo para acompañar su comida y tal vez los sándwiches
si se comprobaba que la comida no era suficiente. Pero, a pesar de ser una
porción pequeña, Manuel quedó encantado con la comida. Le parecía incluso que
debían vender algo así para la casa, como para cuando la gente no tiene ganas
de cocinar ni de productos demasiado grasosos como la pizza. Comió todo con
ganas y decidió dejar los sándwiches para después. Fue una sorpresa que, después
de que recogieran la bandejita y los vasos, Manuel se quedara profundamente
dormido.
No tuve ningún tipo de sueño o pesadilla, más
bien una sensación rara de vez en cuando. Se despertó de golpe y se dio cuenta
de que era porque había bastante turbulencia. Parecía como si un monstruo
enorme estuviese afuera tratando de comerse el avión. De nuevo, Manuel comenzó
a temblar como una hoja e incluso algunas lágrimas salieron de sus ojos. No
quería morir y menos así. Hubiese sido además muy trágico morir precisamente cuando
estaba a punto de tener el dinero necesario para saldar cuentas y de, una
manera u otra, empezar una nueva vida sin deudas ni preocupaciones más allá de
las prioritarias.
Pero pronto dejó de sacudirse el avión e
incluso avisaron que daban comienzo al servicio de desayuno. Manuel estaba tan
confundido que no se secó las lágrimas así que tanto la pareja vecina como la
señorita que le diño la bandeja parecían asustados de verlo así. Él se secó la
servilleta del desayuno y pidió las mismas bebidas de antes. Comió todo con
gana y le dio risa enterarse de que había dormido seis horas sin despertarse
una sola vez. Eso no le pasaba nunca en casa. Todavía con frío, miró por la
ventana y vio el océano extenderse para siempre, con el sol que empezaba a
brillar sobre él. El capitán anunció que aterrizarían en una hora. Y así fue.
Allí lo esperaba un abogado para ir a firmar de una vez todos los papeles.
Se quedó en la ciudad por dos días más,
visitando otras oficinas y sellando todo lo relacionado con el testamento pero
también conociendo porque hubiese sido terrible viajar tanto y no ver nada. Se dio
cuenta que había tenido miedo por nada y que no debía nunca adelantarse a las
cosas pues no se sabía que podía pasar. Un primer ejemplo era que había heredado
más dinero de lo que le habían dicho en un principio. Y lo segundo fue que, ya
en el aeropuerto, le anunciaron que por cuestiones del vuelo, había sido ascendido
a clase ejecutiva, por lo que disfrutaría mucho más su viaje de vuelta. Sonrió
y esta vez estuvo de primero en la fila. Y eso que a él no le gustaba viajar en
avión.