Por la gripa, no podía salir de mi casa. El
frío afuera era terrible y además había comenzado a llover y parecía que no iba
a terminar pronto. Si algo detesto, es estar enfermo. Sentirme débil e
inofensivo no es algo que me parezca muy atractivo. Algunos dicen que le ven el
lado amable a la situación y aprovechan ese tiempo para descansar y hacer otras
cosas, más que todo ver televisión y comer comida chatarra. Tengo que confesar
que así comencé pero me cansé a las pocas horas. Me habían dado tres días libres
por mi enfermedad y todo porque me había desmayado en frente del jefe. Fue un
momento muy embarazoso que espero nunca repetir pues me sentía, al despertarme,
como un idiota que no aguanta ni un resfriado.
Inmediatamente me enviaron a la casa y los de
los tres días, que para mi fue una exageración, seguramente lo hicieron para
evitar que pasara otro suceso similar al desmayo. Según un amiga, si se le
quitaba la parte de mi enfermedad, había sido muy gracioso. Dijo que mis ojos
se blanquearon antes de caer al piso y que lo hice como las mujeres en esas
películas viejas, aquellas en las que esperaban a que el hombre les diera
permiso hasta de respirar. Y esa era una de las cosas que no podía hacer bien:
respirar. Tenía que hacerlo por la boca o sino me ahogaría en mi propia cama y
daría más razones a mi amiga para que muriera de la risa. Estaba en la cama,
calientito, pero tremendamente aburrido y sin la menor posibilidad de hacer
algo que me levantara el ánimo, que estaba por los suelos.
Algo que había negado tajantemente era que me
enviaran en ambulancia a mi casa o, peor, que me llevaran a un hospital.
Detestaba la idea de ser como esas personas que por cada pequeño dolor corren
al consultorio de un doctor, como si el dinero creciera en los árboles, junto a
seguros médicos completos y las parejas perfectas. No, yo no iba a un hospital
a menos que fuese estrictamente necesario y preferiría que así permaneciera.
Todos esos procedimiento y jerga hecha expresamente para que el paciente no la
entienda, me pone incomodo y me hace sentir más rabia que cualquier otra cosa.
Con la poca fuerza pedí que me llevaran a casa y menos mal me hicieron caso.
Mi amiga había estado conmigo unas horas pero
se había ido después de comer algo. Yo había tenido la malísima idea de
desmayarme a primera de la mañana entonces uno de los tres días de descanso era
el día en el que me había sentido mal. Como dije antes, no me gusta que me
hayan dado tanto tiempo pero sí que parece mezquino que cuente el día del
suceso como uno de los de descanso… En fin. Después de reír un rato con amiga,
ella se fue y yo dormí por un par de horas pero no me fue posible dormir como
hubiese querido. Un dolor persistente de cabeza me lo impedía así que decidí
quedarme en la cama y no hacer nada de nada.
Pero me aburrí pronto así que salí de la cama,
abrigándome lo mejor posible con unas medias gruesas, un pantalón que no usaba
en años y un saco de esos gruesos, térmicos, ideales para los inviernos
fuertes. Como no sabía bien que hacer, fui a la cocina primero pero no encontré
que hacer así que decidí ver que tenía en la parte superior de mi armario. El
polvo que sacudí seguramente no fue lo mejor para mi estado de enfermo y la tos
que siguió casi no me la quito. Lo primero que pensé fue “Porqué hay tanto
polvo?” pero esa pregunta fue rápidamente reemplazada por “Que tanto es lo que
guardo debajo de tanta mugre?”. Y la verdad era que no había nada de valor o
interés. Más que todo eran documentos viejos, aunque también algunas revistas
de cuando era niño y aparatos que ya no servían para nada.
Todos funcionaban baterías y yo hacía mucho
tiempo que no compraba de esas. Fue una lástima porque sabía que esos juegos
eran una distracción excelente. Tal vez le pediría a mi amiga algunas pilas…
Dejé uno de los aparatos y un par de juegos a un lado y seguí mirando entre las
carpetas. Mucho del papel olía a mojado por lo que asumía que la humedad
tampoco me podía estar ayudando mucho. Lo mejor que podía hacer era taparme la
cara y seguir hojeando mis calificaciones del colegio, que por alguna razón
estaban allí. Sonreí al recordar lo mal estudiante que había sido durante un
tiempo. Sabía sumar de milagro y nunca entendí para que era tanto número y
tanta formula. Sin embargo, todavía recordaba con claridad quienes estaban a lado y lado en cada clase.
Mis mejores materias eran inglés, historia y
geografía. Era lo que más me gustaba, tal vez porque quería salir corriendo del
colegio y estar en cualquier parte del mundo menos aprendiendo formulas
matemáticas que nunca iba a utilizar. Y de hecho, nunca las he usado entonces,
en mi concepto, le gané ese round al profesor del colegio. Estaban las
calificaciones de los últimos cuatro años y también las de la universidad, que
eran sin duda mejores y traían recuerdos mucho más gratos. Para mí esa había
sido la mejor época de todas, de descubrimientos y verdaderos amigos pero
también de definición completa de quién soy y para donde voy. Eso sí, sigue sin
saberlo muy bien pero esa época me aclaró la mente e incluso el corazón.
Porque entre tanto papel con olor ha guardado,
había también un par de cartas de amor y algunos recuerdos de mis primeras
parejas sentimentales. Eso sí que era un viaje en el tiempo increíble ya que
muchos de esos objetos no los recordaba. Había una manilla de color azul, un
silbato de juguete, la envoltura de una hamburguesa y otra de un chocolate,
algunas fotos de máquinas instantáneas e incluso un pedazo de tela que recordé
era de una camiseta que me gustaba de uno de ellos y que su dueño había
recortado, de manera un tanto excéntrica, para regalármela. Abrir la llave de
los recuerdos me hizo sentir joven pero también algo perdido.
Perdido porque ya no me parecía ni me sentía
igual que ese chico al que le habían dado esos regalos. Al leer las cartas de
amor, que eran solo tres, me di cuenta de que todo eso había pasado hacía una
vida. Esa inocencia e ingenuidad ya no existían y tampoco ese ser crédulo y
complaciente que había disfrutado de semejantes regalos, con un optimismo que
el yo actual jamás tendría ni con esfuerzo. La verdad, derramé algunas lágrimas
viendo todos esos objetos pues parecían más los de un hijo perdido que los de
un yo más joven. Lo guardé todo con cuidado en la cajita en la que los había
encontrado y esperé encontrarlos de nuevo en el futuro, momento en el cual
esperaba volver a sentir todas esas cosas de nuevo, que me hicieron sentir más
joven pero diferente.
Que más había en el armario? Pues un maletín
lleno de mapas y recibos de viajes pasados y otra caja, más grande, con videos
y fotografías de viajes con mi familia. Aunque no tenía ni idea de cómo ver
esos videos, que estaban en casete para videocámara, sí recordé cada momento
por los títulos en el costado de cada cinta. Viajes familiares, hacía varios
lustros, a diversos destinos pero siempre con los mismos personajes. En ese
momento me puse sentimental de nuevo porque ellos estaban ahora muy lejos pero
pensé que no sería mala idea aprovechar mi enfermedad para saludarlos. Lo haría
más tarde, cuando tuviese algo en el estomago porque, siendo familia, siempre
hay que enfrentarlos con el estomago lleno.
Por último vi varias cosas solo mías: los
dibujos de personajes animados que había dibujado a los doce años, los
recuerdos de un viaje a Disney World y algunas fotos en las que besaba a mi
primer novio. Había muchas más cosas y me reí solo y volví a llorar viéndolo
todo. Fue como haber ido a caminar por una vía que era exclusivamente para mí y
por la que hacía mucho tiempo no caminaba. Fue adentrarme en mi mismo y
recordar partes de mi que había olvidado por completo y que de pronto ya no
eran tan importantes ahora como lo habían sido antes. Porque la verdad es que
no creo que alguien deje de ser sino que simplemente cambia acorde a su
situación actual.
Y como mi situación era de enfermedad, tal vez
por eso estaba especialmente susceptible. Decidí guardarlo todo con cuidado, a
excepción del juego de video portátil que iba a utilizar sin importar lo que
pasara. Recordaba claramente como me había divertido con él cuando niño y
quería volver a tener eso, especialmente en un momento tan aburrido con el de
estar enfermo. Llamé a mi amiga para decirle lo de las baterías y me contacté
con mi familia por el computador. Hablamos bastante y quedé con una sonrisa de
oreja a oreja que no se me quitaría con nada en los próximos días. Cuando llegó
mi amiga la mañana siguiente le conté todo.
Ella me dio las baterías y me dijo que lo más
importante era descansar para sentirme mejor. Pero en cambio pedí algo
delicioso de comer y me puse a jugar el juego que me devolvió antiguas alegrías
olvidadas. Me hizo recordar que yo era más que solo uno de mis sentimientos, más
que uno de mis pensamientos.
Habiendo pasado el tiempo, volví al trabajo y
todos se extrañaron de mi nueva personalidad, que tal vez no duraría mucho,
pero que seguramente todos disfrutarían y nadie más que yo.