Me tomó de la mano y casi se la suelto por
miedo. Su mano se sentía seca y muy caliente. Creo que quiso abrir los ojos,
porque su cabeza giró hacia mi pero pronto fue enderezada por uno de los
paramédicos que le puso una mascarilla para suministrarle oxigeno. Su ropa
estaba destrozada y la tuvieron que cortar con rapidez, por miedo a que el
fuego hubiera podido fusionarla con la piel. Por la cara de los paramédicos me
di cuenta de que las cosas estaban mal pero no tanto como ellos habían
esperado.
Tuve que coger con mi otra mano un cajón del
que pude agarrarme para no caer mientras la ambulancia iba a toda velocidad por
entre otros vehículos, dando giros inesperados y deteniéndose a veces de golpe,
esperando que los carros se hicieran a un lado para dejar pasar. Cuando por fin
se detuvo la ambulancia, la puerta se abrió de golpe y la camilla salió
rápidamente, dejándome atrás como si no estuviera allí. Por supuesto, tuve que
soltarle la mano, un poco aturdido por todo lo que ocurría.
Bajé de la ambulancia y caminé hasta la puerta
del hospital. Ya no estaba él allí y seguramente lo habían pasado a un lugar en
el que yo no podía estar. Me sentía mal por todo lo que había pasado y más que
nada porque él había estado entre la explosión y yo. Él me había caído encima y
me había protegido de lo peor del estallido. Solo tenía quemados algunos pelos
y partes de la ropa, lo menos que me había podido ocurrir en semejante momento.
Sin embargo, me zumbaban los oídos y me sentía temblar.
De la nada, una enfermera me tomó del brazo y
me hizo a un lado. Me puso una linterna pequeña en los ojos y los revisó con
rapidez. Me tomó el pulso y me miró por todos lados. Me dijo que era obvio que
había estado en la explosión. Se puso a hablar de otros heridos que estaban llegando,
algunos con heridas mucho más graves que las de Tomás. De repente salí de mi
ensimismamiento y le pregunté por Tomás, necesitaba verlo y saber que de verdad
iba a estar bien.
Fue en ese momento que los vi, por encima del
hombro de la enfermera que me estaba preguntando el nombre completo de Tomás. Eran
Jessica y Francisco, la prometida y el mejor amigo de Tomás. Me di cuenta en
ese mismo momento que ya no era necesario. Ya no necesitaba que le sostuviera
la mano ni que estuviera allí. Los saludé y le dije a la enfermera que ellos
eran los familiares directos del herido. Los saludé y solo les dije que
necesitaba descansar pero que volvería pronto para saber qué había ocurrido.
Solo es algo que dije, sin pensarlo demasiado.
Cuando llegué a casa me duché y luego tomé la
máquina con la que me arreglaba a veces el cabello y me lo corté por completo.
No solo era para quitarme la zona que había sido quemada sino porque tuve un
impulso de hacer algo drástico como eso. Fue algo del momento. Tuve que entrar
a la ducha de nuevo para limpiarme los pelos de encima y fue entonces cuando él
se metió de nuevo a mi cabeza. No creo que hubiese salido en ningún momento,
solo que trataba de no pensar en él.
Cuando me recosté en la cama, estaba todavía
allí conmigo y pude sentir su mano en la mía. Seguía pensando en lo que
habíamos estado hablando cuando explotó la bomba y eso me apretó el corazón,
forzando algunas lágrimas que brotaron lentamente de mis ojos. Me rehusaba a
llorar por algo así pero tal vez no podría evitarlo por mucho tiempo más. Me
había dicho algo que nadie nunca más me había dicho y simplemente no era algo
que pudiera ignorar. Sin embargo, tal vez era lo mejor.
Cuando desperté al día siguiente, vi los
mensajes que Jessica me había enviado, hablando del estado de Tomás. Estaba
bien, fuera de cualquier tipo de peligro. Noté que ella hablaba de a poco, cada
decena de minutos escribía algo. Fue mucho después de haber empezado a enviar
los mensajes cuando me llegó uno diciéndome que él pedía verme. Quedé frío
cuando lo leí. Lo había enviado ella, como si no pudiera ser ninguna otra
persona en este mundo. Me sentí mal de nuevo y odié toda la situación.
Después de ducharme, mientras me vestía, oía
en las noticias que la explosión había sido causada por un atentado contra el
vehículo de un empresario bastante polémico. Por alguna razón, habíamos estado
no muy lejos del carro al momento exacto en el que el chofer había metido la
llave y encendido el carro. Había muerto al instante y la onda explosiva nos había
enviado lejos, igual que a otras personas que también estaban cerca. Después de
todo, era una zona muy transitada, llena de gente yendo y viniendo.
Decidí dejar mis miedos aparte y visitar a
Tomás sin pensar en nada más. Tuve que hablar con Francisco cuando llegué y
esperar a que Jessica bajara pues solo podía haber un visitante por vez. Cuando
por fin bajó, la saludé con un abrazo. Menos mal ella no tenía muchas ganas de
hablar pero no dudó en decirme que no debería demorarme demasiado porque quería
estar con él para cuidarlo todo el tiempo. No me gustó mucho su tono al decirlo
pero no quería discutir con nadie. Solo caminé al ascensor y subí al piso que
me habían dicho. Cuando entré a la habitación, un doctor hablaba con él.
Al parecer debían seguir haciéndole terapias
para curar sus quemaduras, que afortunadamente no eran tan graves como lo
habían imaginado en un principio. El doctor salió pronto y pude saludar a
Tomás, que estaba algo pálido pero me sonrió apenas estuve cerca. Lo primero
que me preguntó fue si la puerta estaba abierta. Me di la vuelta y le dije que
no. Entonces me guiñó un ojo y yo sonreí, como siempre lo había hecho antes,
cuando no teníamos tantas cosas metidas en la cabeza y en nuestros cuerpos.
Cuando cerré la puerta, volví con él
rápidamente. Me tomó de la mano de nuevo y sin dudarlo le di un beso y él
estuvo feliz de aceptarlo. Era como volver a casa después de mucho tiempo, un
sentimiento cálido que era hermoso y perfecto. Lo abracé después y el me apretó
un poco, con la poca fuerza que tenía. Fue en ese momento cuando no pude evitar
llorar y la barrera que había tenido arriba por tanto tiempo se vino abajo en
segundos. Lloré como no lo había hecho en muchos años.
No me dijo nada, solo secó las lágrimas y vi
que él tenia los ojos húmedos también. Nos dimos otro beso y estuvimos
abrazados un rato hasta que me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo.
Le dije que pensaría en lo que había dicho pero que la verdad era que él era la
única persona que podía ganar o perder con una decisión como esa. No podía
pedirme que empezáramos a salir así como así, teniendo ya una boda en el futuro
con una chica que lo quería demasiado y que lo conocía hacía mucho.
Él se puso serio cuando hablé de Jessica, pero
sabía que ella estaba allí y que seguiría allí hasta que el hospital lo dejara
salir. Solo le dije que tenía que pensarlo todo bien, porque salir del clóset
de esa manera podía ser un caos, podía causar mucho malestar con su familia y
situaciones difíciles que tal vez él no querría manejar en ese momento. Fue
entonces cuando se abrió la bata que tenía puesta y me mostró sus quemaduras.
No eran graves pero sí que eran notorias. Me miró fijamente cuando cerró la
bata y tomó mis manos.
Me dijo que era el momento perfecto para
hacerlo. Para él, la explosión había sido una suerte de bendición disfrazada.
Era horrible pensarlo así pues al menos una persona había muerto esa noche,
pero era la verdad. Para él, ese suceso le decía que debía empezar a vivir una
vida más honesta, la que de verdad quería.
Volví a casa un poco más tarde, mirando lo que
tenía allí y mi lugar en el mundo en ese momento de mi vida. Yo no me sentía
como nadie, no me sentía especial de ninguna manera. Y sin embargo, él me
quería en la suya y eso me hacía sentir extraño. Tal vez yo también ganaría
mucho de todo el asunto.