Es difícil mantener la compostura cuando
sientes que por dentro todo está derrumbándose, cada columna de tu espacio
interno parece estar hecha del material más débil en el universo y simplemente
crees que ese será, sin duda alguna, tu final en este mundo. Pero la mayoría de
las veces, la abrumadora mayoría de las veces, eso no ocurre. No se acaba el
mundo, no te acabas tú ni se acaba nada. Si acaso, empiezan muchas cosas y el
mundo cambia de muchas maneras. Lo peor del caso, es que los sentimientos que se
desarrollan en ese momento solo tiene una duración de algunos minutos, de
pronto algunas horas. Al menos eso sucede cuando la cosa no es tan grave y
apenas es algo incipiente. Si todo eso pasa a ser algo permanente, algo con lo
que hay que vivir, tengo que ser sincero y decir que no entiendo como alguien
lo lograría.
La depresión, y todos los sentimientos que se
le unen para que sea lo que es, no es una bestia fácil de controlar. Aparece de
un momento a otro y ataca de la forma más baja, de la forma en que tu mismo
sabes que va a doler más. Al fin y al cabo, somos nosotros mismos quienes nos
atacamos pues no es una enfermedad que venga del exterior de nuestros cuerpos
como la gripa o el sarampión. La depresión nace, se incrusta en nuestro
interior, y allí vive para siempre hasta que es combatida con eficacia o hasta
que consume por completo al ser en el que esté alojada. Las dos son cosas
difíciles ya que siempre se vive un poco en el limbo con esta condición, pocas
veces es suave o extrema.
Tomemos un ejemplo. Por ejemplo, ahí está
Federico. Es un chico de unos quince años, va a la escuela como la gran mayoría
de chicos de su edad y no tiene ninguna particularidad física o intelectual. Su
única verdadera particularidad es un gusto por los videojuegos. Cuando era
pequeño, como hasta los doce años, los juegos de video eran vistos por él y sus
compañeros como lo mejor de lo mejor y se podían pasar horas y horas hablando
de ellos y compartiendo información al respecto. Era la época perfecta para él
pues los videojuegos le brindaban mundos espectaculares en los que él se
sumergía por completo y en los que encontraba cosas que en la vida real jamás
hubiera encontrado.
Sin embargo, los niños crecen. Y habiendo
pasado pocos años, las prioridades de sus compañeros cambiaron sustancialmente.
El tema principal ahora es el sexo, por muy difícil que sea aceptar esto por
parte de sus padres. Ninguno de los chicos ha hecho nada con nadie pero todos
han visto pornografía y saben las reglas generales del tema. Pero Federico
sigue con los videojuegos ya que, ahora más que nunca, le brindan un espacio de
aprendizaje en el que no se siente como un bicho raro. Esto lo convierte en
objeto de burla y comienzan entonces los nombres y las acusaciones.
Eventualmente, Federico cambia de colegio.
El cuento parece suave, no tan grave como uno
podría pensar que pudiera haber sido. Pero todos sabemos a lo que pueden llegar
los jóvenes, o cualquiera de hecho, cuando algo no es como el resto. Porque la
verdad es que los seres humanos nos la pasamos hablando de derechos humanos y
de respetar los gustos de los demás, pero en la práctica nos da terror
cualquier cosa que se salga del contexto normal de nuestras vidas. Es por esto
que viajar y vivir en otro país, con una cultura distinta, es muchas veces
difícil, al menos al principio. Esas diferencias, que nunca son verdaderamente
importantes, nos marcan e incluso cuando las ignoramos siguen estando allí. Y
son tan válidas para el que las ve como para el que las sufre.
La multiculturalidad y la diversidad son ideas
muy bonitas pero poco realistas. En niños pequeños funciona, pues estos no
están contaminados con nada todavía pero pasemos a la historia de Florencia,
una niña de siete años, venida de un país en que la inmigración es muy poca, que
de pronto se ve en la mitad del patio de un colegio en uno de los países
europeos, la verdad no importa cual. La niña ve otras niñas con velo, niñas
negras, niñas chinas, niñas altas, niñas gordas y en fin. Y, en principio, eso
no es problema. Pero entonces llega a su casa y escucha los comentarios de sus
padres, también nuevos en ese país pero con muchos más prejuicios que ella. Y
así entran a su vocabulario y a su mente nuevas palabras que describen a sus
compañeras de clase.
Florencia, ignorante de cómo funciona el
mundo, simplemente decide no juntarse con las niñas que son muy diferentes y
solo con las que se parecen a ella. Cuando le piden que haga actividades con
las demás lo hace pero sin hablarles mucho y prefiriendo ser un poco descortés
para que entiendan que ella no quiere ser su amiga. Esta historia puede parecer
algo extrema pero la verdad es que sucede todos los días y es sustancialmente
peor si se le suben las edades a los involucrados. Todos estamos siendo
contaminados, a diario, con información sobre unos y otros. Es cosa nuestra
decidir si todo lo que oímos es cierto pero para ello se necesita madurez y
conocimiento y no todo el mundo está dispuesto a ambos.
Esas niñas discriminadas, al comienzo notarán
esas pequeñas diferencias y actitudes y con el tiempo también crearán un muro
contra los demás, para que esos insultos y acciones no les afecten. Pero nadie
se puede esconder para siempre y ahí es cuando la depresión, la misma que le
dio al pobre Federico por sentirse solo en su mundo, entra y puede causar mucho
más daño que un simple insulto o incluso que una pelea verbal mucho más
agresiva. Una vez más, hay que recordar que es algo que está dentro de nosotros
y eso es mucho más difícil de combatir que nada.
Preguntárselo a Carmen, una chica que cayó en
la depresión por algo que parece tan simple como perder su trabajo. Toda la
vida había soñado con trabajar en una revista y cerca del mundo de la moda y
cuando por fin estaba lográndolo, la echan. La explicación fue que su
rendimiento no era como el de antes y que además estaban prescindiendo de
personal, cosa falsa pues después buscaron a una pasante para hacer lo que ella
hacía, es decir que en verdad querían ahorrarse su paga. Esto, en principio, no
debería causar ningún tipo de reacción negativa a parte de la rabia y la
frustración por perder un trabajo y tener que encontrar otro, que jamás ha sido
fácil en ninguna parte y nunca lo será. Los trabajos no abundan en ningún lado
y eso fue lo primero que bajó de ánimo a Carmen.
Pero luego fue su mente la que empezó a
concluir cosas que no había porque concluir. Saltó a conclusiones como que en
verdad la habían despedido por la calidad de su trabajo y entonces concluyó que
no era buena en lo que hacía. Así no más, salto a la concusión de que si la
habían echado porque no rendía la verdad era que lo habían hecho porque
simplemente no era buena. Entonces comenzó un largo camino, en el que buscó
empleo y simplemente no lo conseguía. Trató de encontrar ayuda en sus antiguos
profesores y ellos la ignoraron o simplemente nunca supieron que los
necesitaba. El caso es que empezó a recorrer una escalera en espiral pero hacia
abajo y cada vez que gastaba una posible solución, se hundía más.
De pronto empezó a llorar en los momentos más
extraños y el dolor que sentía cuando se sentía sola y miserable era cada vez
peor. Cabe decir que para lograr sus sueño, Carmen había viajado, alejándose de
su familia y amigos y ahora todo parecía haber ido por la borda, cada vez más
lejos de ella. Tristemente, las cosas nunca mejoraron para Carmen. Un día, en
uno de sus peores momentos, sufrió un accidente. Aunque no fue grave, fue la
prueba que necesitaba el mundo para internarla en un hogar de reposo. Sus
padres y amigos ya estaban con ella pero ya era muy tarde para eso. Carmen
estaba pérdida y no abría nada que la devolviera como había sido alguna vez.
La depresión no es una enfermedad como tal. Es
una condición que no es de locos ni de raros, sino de gente que no tiene las
fuerzas para seguir, para creer o para permanecer. Hay muchos que no la entienden
pues para ellos la vida es sencilla en ese aspecto y solo siguen adelante y no
hay ningún problema. Pero para algunos la estructura de todo lo que los rodea
es bastante débil y puede ser derrumbada con el golpe más suave. Así que, en
vez de juzgar y jugar a que aceptamos a todos, lo mejor sería que nos interesáramos
por los demás y dejáramos de fingir para que gustarle a los demás. Los demás no
importan cuando estés encerrado en ti mismo y no haya escape de tus propios
castigos.