Todo el mundo corría de un lado para otro,
pero nadie más que Don Luis. Después de todo era su proyecto y debía estar
pendiente de cada pequeño aspecto de todo el proceso. Verificaba que las
verduras estuvieran en buen estado y que la cantidad fuera suficiente, lo mismo
con los cortes de carne y las hamburguesas. No podía permitirse carne echada a
perder en su primer día. El pollo venía de una granja especializada en pollo
orgánico y eso era más por el precio que le habían ofrecido que por nada más.
La pasta venía en cajas enormes y la cava se fue llenando poco a poco.
El proyecto no había sido algo de la noche a
la mañana, más bien lo contrario. Don Luis se había tomado por lo menos veinte
años para pensarlo todo hasta el último detalle. Esto había sido desde mucho
antes de jubilarse de su trabajo en la oficina postal central en la que había
trabajado toda su vida. Sin embargo, el correo y todo lo que tenía que ver con
ello, nunca le había fascinado de una manera especial. Era algo que había
decidido hacer porque pagaba bien y cuando era joven le urgía el dinero pues ya
tenía esposa y una hija.
Pero durante mucho tiempo su primer amor fue,
sin duda, la comida. Le encantaba ahorrar un poco y así poder pagarse una cena
elegante con su esposa en los mejores restaurantes de la ciudad, así fuese una
vez al mes o cada dos meses. Había veces que pasaba más tiempo entre una cena y
otra pero valía la pena pues Luis estaba fascinado con todo. En casa se
encargaba muchas veces de hacer de comer y con el tiempo fue mejorando
bastante, recibiendo halagos de sus hijos y su esposa.
Ella no siempre pensó que su esposo tuviese
talento para la cocina pero vio su entusiasmo por aprender y lo apoyó cuando
quiso tomar clases nocturnas. Era difícil porque casi no se le vio en casa por
esa época y su humor no era el mejor. Al fin y al cabo no estaba durmiendo,
pero al cabo de un año o poco más, se terminó el estudio y volvió a ser el
hombre que todos adoraban. Y ahí empezaron sus planes: quería tener su propio
restaurante donde serviría varios platos clásicos pero también creaciones
originales que podría intentar con los comensales.
No se había jubilado aún y Luis ya tenía hojas
y hojas de anotaciones sobre recetas e ingredientes bien particulares que iba a
necesitar. Creía que, como le habían enseñado, debía siempre utilizar los
mejores ingredientes. Tanta era su pasión por el tema que varios fines de
semana llevaba a su familia al campo, a visitar cultivos de diferentes
productos para aprender más sobre ellos y así saber decidir, en un futuro, cual
era el mejor producto para sus recetas. Lo mismo con las salsas, que intentaba
con su familia, y demás aspectos de lo que sería su restaurante.
Su familia siempre lo apoyó. Su esposa no
encontraba su pasión molesta, incluso cuando una vez los despertó a todos a las
cuatro de la mañana de un domingo para ir a visitar un cultivo de champiñones.
Eso lo único que le probaba era que el hombre con el que se había casado tenía
pasión y eso era algo apasionante de ver, sobre todo después de tantos años de
pasividad y de verlo triste en el trabajo con el correo. Cuando esa pasión
surgió, lo mejor era alimentarla y admirarlo por ello, jamás castigarlo ni
reprimir eso tan bonito que nacía dentro de él.
Para sus hijos fue algo más difícil pues los
niños y los jóvenes son siempre más susceptibles a los cambios y no entienden
siempre las motivaciones que hay detrás de muchas cosas. El día de los
champiñones solo la más pequeña estaba feliz de poder recoger algunos por la
plantación. Su hermana mayor y su hermano miraban el celular y tenían cara de
pocos amigos, sintiéndose humillados sin razón aparente por las ganas de su
padre de querer progresar. Él nunca los reprendió por ello. Después
entenderían, cuando sintieran ellos mismos pasión por algo.
Lo que sí gustaba a todos, incluida la madre
de Luis, era sus recetas. A veces los intentos no salían tan bien pero otras
veces era una delicia lo que salía y todos lo disfrutaban igual. Él se esmeraba
por leer y aprender más de varios tipos de productos y no solo usar lo que
tenía a la mano sino también aquello que podía ser más exótico o raro. Tener
que conseguir esas salsas o frutos no siempre era fácil pero lo intentaba
cuanto podía porque si no intentaba hacer lo que tenía en mente, nunca sabría si
valía la pena su creación.
Con su esposa, un año antes de jubilarse,
entró a una clase de vinos. Era algo que siempre había evitado porque la verdad
no era un gran bebedor pero sabía que en los grandes restaurantes el maridaje
era algo esencial y si él quería tener uno de los mejores lugares adonde ir a
comer pues tenía que saber sobre ello. Para sus sorpresa, fue su mujer la que
aprendió todo y entendió todo con claridad y sin una duda. Probaba los vinos
como una profesional y al final de la clase fue nombrada como el profesor como
una de las mejores alumnas que había tenido en mucho tiempo.
Luis le pidió oficialmente que fuera la
encargada de los vinos y ella, sin dudarlo, aceptó. Faltando ya tan poco para
la jubilación, el momento en que sería libre de las cadenas que lo habían
tenido amarrado por tanto tiempo, Luis se había puesto a planearlo todo con
varios meses de antelación. Había buscado los mejores locales para el
restaurante en una ubicación de calidad y había negociado máquinas y proveedores.
Solo necesitaba tener el tiempo para sortearlo todo y estaría en camino a
cumplir su sueño.
Celebró una fiesta modesta en casa por su
jubilación. Invitó a todos sus amigos, gente del trabajo y familia. Fue algo
casual, pues la fiesta que hubiesen querido tener era imposible porque todo el
dinero ya había sido gastado en el restaurante. Ahora que sus hijos estaban
algo mayores, estaban preocupados por el dinero pero sus padres los calmaban
con afirmaciones que no sabían si fueran ciertas. Porque en las noches se
preguntaban lo mismo. Se preguntaban que pasaría si el restaurante no
funcionaba. Y el miedo se asentó en un rincón de sus mentes.
Pero pasaron los días y todo fue pasando
acorde a lo planeado. Primero le entregaron el local a Don Luis, después fueron
llegando las máquinas y los muebles y por último los productos. Con antelación,
había contratado a varias personas para trabajar en la cocina y como meseros.
La idea era que todos siguieran sus ordenes al pie de la letra, tanto así que
los convocó al menos dos veces antes de la apertura para ensayarlo todo. Los
meseros debían ser amables y rápido y los cocineros debían saber seguir la
receta al pie de la letra, sin ponerse muy creativos. Eso sí, Don Luis le dejó
a su chef introducir una creación personal en la carta.
La crisis llegó cuando algunos productos
parecían no poder estar para el día de la inauguración, que estaba siendo
publicitada por todos lados incluyendo diarios y alguna revista. El dineral que
eso costaba asustó en comienzo a la esposa de Luis pero él dijo que, si no lo
hacían, simplemente no vendría nadie. Su hijo que estudiaba en la universidad
diseño gráfico hizo una página web del restaurante y creó redes sociales para
mantener a la gente interesada.
El mismo Don Luis tuvo que ir con cada uno de
los proveedores y revisar contratos y demás para ver si los terminaba pues no
era posible que faltando una semana todavía faltaran tantas cosas. Lo último
que llegó al local, la noche anterior, fueron los pimientos rojos. Estaba toda
su familia allí, ayudando a acomodar todas las cajas y limpiando cada rincón
para que estuviera impecable. Se adornaron las paredes con objetos personales y
se alistaron las cartas. No había más que hacer.
Lo último que hizo Don Luis fue reunir a la
familia en la cocina y oler esos deliciosos pimentones. Cada uno se pasó el mismo
pimentón y lo olió inhalando fuerte y sintiendo el aroma en cada lugar del cuerpo.
Cuando la verdura volvió a su lugar en el refrigerador, Don Luis les agradeció
a todos por su paciencia y comprensión y les prometió que ese sería el comienzo
de una nueva época para todos ellos con familia. Les dijo que sin duda esa
sería una nueva etapa llena de nuevas experiencias y alegrías para compartir
entre todos, como familia.
Esa noche, Don Luis casi no durmió. Pensó en
cada uno de los productos que descansaban en las neveras, pensó en el vino
ordenado por su mujer, pensó en las cartas con letras color púrpura sobre el
mostrador y hasta pensó en el ventilador que sacaría todo el calor y el olor de
la carne hacia el exterior. Y luego, justo antes de por fin quedarse dormido,
recordó como su madre le solía cocinar pequeñas creaciones propias que él
adoraba cuando era pequeño y no había mucho dinero. Recordó su felicidad y
espero que ese mismo sentimiento lo acompañase por muchos años más.