Tatiana tenía apenas veinte años y acababa de ser elegida Miss Planeta.
Había saludado a cientos de personas en el auditorio y había recibido
felicitaciones de sus compañeras y de todas las personas que tenían algo que
ver con el concurso. Esa noche durmió en un cuarto diferente, lleno de arreglos
florales por todos lados, cortesía de varias marcas que deseaban, obviamente,
que ella fuese su imagen. A Tatiana no le molestaba para nada toda la atención,
al fin y al cabo que eso era lo que había buscado desde hacía tanto tiempo y por
fin lo había logrado.
Había crecido en una familia de clase media,
una familia común y corriente. Pero en ella y en su cultura las que tenían el
mando, el poder sobre todo, eran las mujeres. No había espacio para el machismo
o las peleas de gallos, como las llamaba su madre. Eran mujeres protegiendo y
enseñándole a otras mujeres lo que significa ser una señorita y luego una dama.
Pero lo malo del asunto es que tenían una visión machista a pesar de solo ser
mujeres. Para la madre de Tatiana, era indispensable que ella se casara lo más
pronto posible. Claro que habiendo ganado la corona eso no iba a ser posible
por un año más, seguramente no faltarían los candidatos después.
El punto era que para su familia, una mujer
sola era algo deshonroso, en todo sentido. Pero una mujer que cuidaba de si
misma y que buscaba ser bonita y poco más, era algo de respetar. Por eso desde
pequeña su madre la impulsó a participar en cuanto concurso de belleza hubiera,
así fuera para niñas de su edad o más grandes o más pequeñas. Su madre nunca
tenía escrúpulos en ese sentido y Tatiana se daba cuenta de que nadie nunca
decía nada al respecto así que nunca se preguntó que pasaba más allá de su
camerino, donde ensayaba a bailar, cantar y, en general, a ser la mujercita más
encantadora.
Pero ahora había ganado el concurso más
renombrado de todo el mundo y también había sido gracias a su madre, quién no
demoró en llegar a su nueva habitación a abrazarla y a felicitarla. Vino con
una de las tías de Tatiana y una de sus primas, las que siempre estaban con
ellas, ayudando con los vestidos, el maquillaje y todo lo demás. Celebraron con
una copita de champán pero la madre de Tatiana le recordó que al otro día debía
estar bella y fresca para las miles de entrevistas que iba a tener que realizar.
Le aconsejó dormir temprano y no dejar que nada molestara su sueño.
Eso probó ser un problema pues Tatiana no iba
a poder conciliar el sueño tan fácil. En parte por la emoción de lo sucedido
pero también por una reunión a la que se madre la había llevado hacía un par de
meses, de vuelta en su país. Doña Leticia, la madre de Tatiana, no le había
contado con quien se iba a reunir ni porque. Solo le dijo que era algo que le
iba a ayudar a su vida de muchas maneras y que era mejor que no hiciera preguntas.
Al fin y al cabo las buenas mujeres y buenas esposas sabían cuando preguntar y
cuando no, así que no volvió a dudar de la sabiduría de su madre.
Fueron a un apartamento ostentoso, en la parte
más bonita de la ciudad. Allí había guardias o más bien guardaespaldas. No
ocultaban sus enormes armas, lo que hizo que Tatiana recordara uno de esas
películas de guerra que había visto con su hermana en casa. El sitio, además,
estaba adornado de manera sobrecargada: había cuadros en pequeño espacio en la
pared y entre los muebles había esculturas de todos los tamaños, casi todas del
cuerpo femenino. Habiendo estudiado la mitad de la carrera de arte, Tatiana
sabía muy bien que el valor de la mayoría de los objetos en el sitio era nulo y
la verdad era que no había que tener un título para saberlo.
Se sentaron las dos mujeres en un sillón
grande de piel de cebra y esperaron a que uno de los guardaespaldas volviera. Y
lo hizo, con un hombre vestido igual de rimbombante que su apartamento: camisa
amarilla con un bordado brillante raro, pantalones rojos brillantes y zapatos
negros de cuero de cocodrilo. Además llevaba lentes de sol y afuera estaba
prácticamente por llover. Se sentó frente a ellas y les dijo que estaba
contento que hubiesen aceptado su invitación a venir a discutir sobre el futuro
de Tatiana. Viendo la cara de su madre, se dio cuenta que era mejor fingir su
sorpresa. En toda la conversación solo hablaron Doña Leticia y el hombre de
ropa brillante.
En resumidas cuentas, el tipo decía que le
podía asegurar a Tatiana el primer lugar en el concurso de Miss Planeta pero
que solo podría hacerlo con dos condiciones: la primera era que, pasado el año
de su reinado, ella se convirtiera en su esposa. Tatiana lo miró y luego a su
madre, que respondió que sí por ella. El hombre entonces se acercó y le cogió
la mano. Tatiana vio que tenía un diente de oro y las manos peludas. Le dijo
que era la mujer más hermosa del planeta y que la iba a cubrir de regalos y de
todo lo que quisiera cuando fueran marido y mujer.
La siguiente condición fue algo que Tatiana no
entendió sobre un favor que la compañía familiar, una de textiles, le debía
hacer. Supuso que tenía que tener con algún dinero pero Tatiana ya no ponía
mucha atención. Sin saberlo, había ido a una reunión de compromiso y no sabía
como sentirse. En parte estaba feliz porque ya no tenía que buscar y porque era
lo que siempre había querido además de ser reina. Pero algo le decía que no
estaba todo bien. De pronto era que ella hubiese deseado algo más romántico, algo
menos técnico y controlado por su madre. Pero no lo pensó más y se despidió del
hombre, que le dio un beso en una de sus manos.
Esa reunión la mantuvo despierta toda la noche
y al otro día tuvo que maquillarse especialmente bien para lucir bella ante las
cámaras y los periodistas. Respondió varias preguntas en una conferencia de
prensa y luego se reunió con la gente del concurso que le entregó sus premios.
En ese momento se le olvidó todo ya que había ganado no solo la corona y dinero
sino también un apartamento en una de las ciudades más excitantes del mundo,
desde donde cumpliría su reinado. También tenía años de maquillaje y contratos
listos para firmar con tiendas de ropa y de calzado. Para una mujer como
Tatiana, era un sueño convertido en realidad.
Esa misma noche voló con su madre y sus nuevas
asistentes a visitar por primera vez su nuevo apartamento y, por unas horas, no
pensó en nada más. Todo era perfecto, tal y como ella se lo había soñado. Olía
todo delicioso y la cama era enorme y suave, con sábanas de seda. Además la
ducha tenía varias intensidades y había una chef para ella sola. Las mujeres le
dijeron que la iban a dejar sola por una noche para que disfrutara de su premio
y ella ni siquiera supo cuando se fueron. Lo primero que hizo fue comer sushi
que su chef había dejado para ella y estaba alistando un baño de espuma cuando
sonó un timbre.
Después de un rato se dio cuenta de que estaba
sola y tuvo que ir ella misma a abrir. Seguramente era su madre que había
olvidado decirle algo o alguien del concurso. Pero no era así, era el hombre de
la ropa brillante, que esta vez no había cambiado mucho su vestimenta. La
camisa medio abierta revelaba su pecho peludo y poco ejercitado y los
pantalones azules apretaban su cuerpo de forma extraña. Siendo una buena
anfitriona, le ofreció una copa de vino y sentarse en el sofá. En todo el
proceso, el hombre la miraba de arriba abajo, lo que resultaba muy molesto. A
la vez, le preguntaba como se sentía y si le gustaba lo que él había logrado
para ella.
Mientras servía la copa, Tatiana le dijo al hombre
que le agradecía mucho toda su ayuda. Era la mujer más feliz del mundo en ese
momento y todo era gracias a él. El hombre se levantó y cuando Tatiana guardó
la botella en su lugar, él ya estaba detrás. La cogió de la cintura y la
acercó. Ella tembló pero no quería hacerlo porque sabía que ese hombre era su
prometido. Pero la verdad era que le daba asco verlo, solo mirarlo. No era
alguien a quien siquiera le gustara mirar a la cara, mucho menos que la cogiera
por la cintura.
Él o no lo notó o no le importó. Siguió tocándola
y ella lo empujaba con suavidad pero él no cedía. La tenía en contra de la
pared y le decía cosas que tenían como intención ser bonitas o románticas pero
simplemente no lo eran. Tatiana intentó pidiéndole que se moviera para que
pudiese celebrar pero el hombre dijo que a eso había venido. Entonces rompió la
parte trasera del vestido de la joven y la empezó a besar. Ella ya no fingió
más su repudio y empezó a empujarlo pero él no se quitaba, al contrario,
parecía aún más reacio a quitársele de encima. El tipo consiguió quitarle el
vestido, le arrancó la ropa interior y Tatiana oyó como se bajaba lo
pantalones. Asustada y desesperada, miró hacia ambos lados. El lugar de las botellas
de vino estaba justo ahí en el piso. Así que como pudo estiró una mano, cogió
una de las botellas por el cuello y se la partió al hombre en la cabeza.
El suelo se cubrió de rojo y el tipo quedó
ahí. Pasaron minutos, horas, y no se movía, y Tatiana supo que había hecho algo
muy malo y por lo que tendría que pagar más que cárcel. Había gente que ella no
conocía que querrían conocer a la mujer que mató a uno de los capos más
buscados del país.