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viernes, 26 de junio de 2015

Que ruede la pelota

   Cada vez que Héctor salía a la calle, por lo menos diez personas le pedían el autógrafo, otras más le pedían una foto y algunas incluso le proponían mucho más que eso. Eso era porque el joven de 25 años era ahora una estrella mundial del fútbol. Hasta hace poco vivía en una pequeña casa llena de humedad en un barro humilde en un país que a nadie le importa. Pero desde que tenía cinco años su padre lo llevaba al parque a jugar fútbol y lo fue metiendo en equipos de ligas menores. Así fue escalando, yendo de un equipo a otro, hasta que logró entrar en uno de los más importantes equipos de su país. Solo estuvo allí una temporada antes de que lo descubriera un europeo y lo comprara para su equipo. Ahora era uno de los jugadores más reconocidos y queridos en todo el planeta y él, obviamente, amaba la atención.

 Las chicas más guapas se le acercaban en todas partes, tenía miles o tal vez millones de admiradores y empezaba a ganar millones de dólares nada más por poner su cara en algún producto. Desde bebidas gaseosas hasta vasos plásticos, la cara de Héctor ahora se asomaba por todas partes y eso lo hacía una de las personalidades más reconocidas del momento. Lo invitaban a premios deportivos a diestra y siniestra, le llovían contratos para promocionar más productos y estaba a la puerta de ganar más dinero de sus negocios que del fútbol. En solo un par de años se había convertido en millonario. Pasó de vivir en una casa apretada a un apartamento con tanto espacio que muchas veces descubría lugares nuevos en los cuales relajarse.

 Eso sí, no había hecho lo mismo que los demás futbolistas. La mayoría se habían casado jóvenes y ya tenían hijos pero él no quería nada de eso. No solo porque no había conocido a ninguna mujer que le llamase la atención sino porque no quería sentirse amarrado a nada. Hasta hace poco había empezado a ayudar a sus padres y a su hermanos como para tener dos personas más que cuidar. No, su prioridad era establecerse y que su imagen perdurara el mayor tiempo posible. Para eso entrenaba incansablemente y cuando no, estaba en algún evento social y en una sesión de fotos para alguna marca importante. El tiempo era dinero y el dinero algo que antes no había tenido.

 Sería mentira no decir que, con frecuencia, se daba sus gustos. Y por qué no? Al fin y al cabo se gana el dinero de manera decente y tenía el derecho de gastarlo como mejor le pareciera. Así que cuando podía se compraba uno de esos trajes caros o zapatillas de fútbol de las mejores o algún articulo electrónico que estuviera de moda. Él no tenía ni idea de lo que estaba de moda y de lo que no. Tampoco tenía el mínimo gusto en cuanto a la ropa pero siempre había confiado en el criterio de su hermana que había decidido irse a vivir con él a Europa para colaborarle en las cosas del hogar y demás. Él no se lo había pedido pero se alegraba de que estuviese con él.

 En su tercera temporada con el equipo tuvieron un día un partido amistoso en uno de eso países fríos, por lo que tuvo que abrigarse bien porque no era un clima al que estuviese acostumbrado. La verdad era que el invierno le daba muy duro y no entendía como alguna gente lo disfruta. Para Héctor puso su mejor cara y, en efecto, lo eligieron para jugar todo el partido. Esto era en parte por su agilidad y rapidez, pero también porque era una imagen que había que utilizar para generarle más dinero al equipo. Él sabía eso y le gustaba hacer su parte para que todos estuvieran mejor. Pero no contaba con que, durante el partido, uno de los miembros del equipo contrario calculara mal un tiro y le pateara la pierna con fuerza. Todos sabían que no había habido mala intención pero el daño estaba hecho.

 A toda velocidad, Héctor fue llevado al mejor hospital de la fría ciudad. Lo estabilizaron y le hicieron la mayor cantidad posible de exámenes. Mientras tanto, en el exterior del hospital, se fueron acumulando reporteros y periodistas de todas partes, ávidos de noticias de uno de los futbolistas más reconocidos en el mundo. Al día siguiente del incidente, el doctor les anunció a los periodistas que el jugador debía quedarse más tiempo en el hospital para poder curarse por completo. No era prudente trasladarlo ni hacerlo mover de ninguna manera, ya que eso podría comprometer gravemente su pierna. Los periodistas se fueron pero regresarían en la mañana.

 Héctor, por su parte, recibió un reporte médico algo diferente. Si bien era cierto que debía quedarse quieto para curarse totalmente, los doctores habían omitido hacer público el hecho de que sí la pierna no se curaba correctamente, Héctor podría tener problemas graves para caminar. El golpe había sido en una zona bastante sensible de la pierna y era bien sabido que las piernas de los futbolistas son por alguna razón más sensibles a ese tipo de golpes. El doctor le advirtió que no intentara hacer nada para mejorar más pronto y que perderse los dos próximos partidos no era nada con lo que podría perder si incumplía las órdenes medicas. Así que el joven no tuvo más remedio sino que hacer caso.

 Se quedó casi todo un mes en ese frío país para curarse de su pierna mala. Esto incluía un proceso de rehabilitación, que según decían era mejor allí que en cualquier otra parte. Él de eso no sabía nada pero no quería contradecir a los doctores ni a su director técnico ni a nadie. Para él lo más importante era seguir siendo quién era y para ello debía seguir en óptimas condiciones físicas. Pero algo que le preocupaba era ver cada vez menos fanáticos y periodistas en el exterior del hospital. Cada día parecían desaparecer un par hasta el día que regresó a su país de concentración, su hogar desde hace años.

  Allí se dio cuenta de que algo era diferente. No lo notó mucho al comienzo porque todavía tenía algo de terapia que cumplir, pero cuando ya estuvo mejor, se dio cuenta que en los entrenamientos el técnico ya no le ponía tanta atención a él sino a otros que antes no miraba. Lo mismo pasaba en la calle, donde cada vez menos gente lo paraba para pedirle su autógrafo. Las entrevistas también eran cada vez menos y ni que decir de los contratos. Sus cuentas bancarias estaban cada vez más vacías y su recuperación era una de las culpables. También se podría decir que su familia tenía algo de culpa, porque el mes que había estado ausente ellos habían gastado algo más de dinero para estar más cerca de él. Tenía que apretarse el cinturón y ver que se podía hacer al respecto.

 Activamente buscó contratos nuevos y entrevistas con quien fuera, fotos hasta desnudo en revistas de moda, pero casi nadie estaba interesado. Fue en esa búsqueda de trabajo en la que se dio cuenta de que en su mes de ausencia había habido dos eventos que lo habían cambiado todo en el fútbol, como era frecuente. Otro niño más, uno más para la historia, había sido descubierto en Brasil. Tenía so 18 años y ya había sido fichado para un equipo importante de Europa. Su próxima partido fue contra ese equipo y pronto se dio cuenta de que estaba acabado. El chico era como una flecha pero con capacidad de frenar y acelerar a voluntad. Héctor quedó casi en ridículo en ese partido, incapaz de volver a su antigua gracia.

 Lo otro que había ocurrido también era un descubrimiento pero uno un poco diferente. Era un nuevo jugador japonés que muchos llamaban el nuevo Beckham. Pero esto no era tanto por su don en el juego sino por su apariencia física. Era un joven muy guapo y ya era e preferido por las chicas y por todas las compañías existentes. Era por él que Héctor no había podido conseguir nada que valiera la pena. Ese jugador lo era todo por su apariencia y eso era algo que cualquier dueño de un equipo sabía que era dinero y en grandes cantidades. Como el brasileño, el japonés pronto encontró un equipo y una cantidad de fanáticos francamente impresionante.

 Héctor, de repente, ya no era una de esas luces en el firmamento sino solo uno más de los jugadores. Y solo tenía 25 años. Como pudo, tuvo que repensar su manera de hacer negocios y siguió entrenando para ser el mejor, creyendo que al serlo lo volverían a apreciar como antes. Pero eso jamás ocurriría. Su pierna, a pesar de todo, no se había recuperado tan bien como el creía y, poco a poco, su prestigio decayó hasta que fue vendido a un equipo menor del continente europeo. Pasados los 30 años, Héctor tomó dos decisiones trascendentales: la primera era renunciar al fútbol como profesión y la segunda, tal vez la más difícil de las dos, era volver a su país. No era que tuviera una opción.


 Con el tiempo se casó, tuvo hijos y se divorció. Tuvo un negocio de restaurantes que quebró y participó en programas de televisión para poder solventar una vida a la que se había acostumbrado pero que ya no podía pagar. En ese tiempo también empezó a beber más y con el tiempo se sumió en el alcohol y en la depresión de saber que había hecho todo de la mejor manera posible pero que, incluso así, las cosas no habían salido a su favor. A sus cuarenta años, la vida era una mierda para él. Pero al menos no tendría que preocuparse por qué hacer a sus cincuenta.