Elisa bebió una botella entera de agua en
pocos segundos. Después tomó otra, pero solo consumió la mitad de su contenido.
Después solo se sentó y trató de recuperar su respiración, pero le era difícil.
Desde donde estaba, podía ver como pasaban los demás concursantes de la
carrera, cada uno con su número en el pecho y con cara de no poder moverse
nunca más a tal velocidad. Todos se agolpaban alrededor de la gente que daba
las botellas de agua y ver eso hizo que Elisa se tomará lo que quedaba en la
suya.
Tocó sus piernas con una mano y se dio cuenta
que estaban algo entumecidas, casi no podía ni sentirlas. Empezó a moverlas
arriba y abajo, haciendo girar los tobillos ligeramente. Uno de los
organizadores la vio haciendo esto y se le acercó para preguntar si estaba
bien. Elisa trató de sonreír lo mejor que pudo y le dijo que todo estaba bien.
El chico respondió también con una sonrisa y le dijo que en pocos minutos
habrían llegado todos los concursantes y entonces podrían entregar las medallas
y los premios a los tres primeros corredores.
A Elisa se le había olvidado por un momento
ese detalle. Como había gastado sus últimas energías en el último segundo, no
se había fijado cuantas mujeres más había en su cercanía. Cuando corría de esa
manera no tenía tiempo ni la intención de estar mirando a un lado o al otro.
Tenía que poner toda su concentración en poder llegar a la meta, sin importar
cuanto lo que costara o que le doliera. El caso es que podría haber ganado su
categoría pero no tenía ni idea si eso de verdad fuese posible.
Cuando los últimos concursantes llegaron, la
gente explotó en aplausos y vítores. Elisa se puso de pie y se dio cuenta que
sus piernas estaban casi dormidas, por lo que tenia que caminar para no
quedarse allí sentada más rato del necesario. Además, ya todos se estaban
acercando a la tarima central para escuchar lo que los organizadores tenían
para decir. Algunos sabían que no iban a ganar nada pero otros estaban
expectantes pues creían tener la posibilidad de al menos ganar una de las
brillantes medallas.
Elisa se sostuvo como pudo, apoyándose
ligeramente contra un poste de luz que en ese momento no estaba sirviendo
aunque pronto lo haría. Al mirar al cielo, notó que gruesas nubes oscuras se
acercaban y el viento parecía decidido a traerlas encima del parque donde
estaban reunidos. En ese momento, Elisa solo quiso estar en casa, con su
pequeño hijo y su perro labrador. Eran los tipos de tardes que le gustaba
tener, sin importar si afuera estaba lloviendo o haciendo sol. Esos eran sus
dos tesoros más grandes, y aquellos seres a los que debía proteger a toda
costa.
Uno de los organizadores empezó a hablar por
un micrófono, visiblemente preocupado por el clima. Su voz sonaba apuraba y
parecía decidido a terminar con todo el proceso en minutos, incluso cuando
tenía que entregar unas cuarenta medallas, además de cheques a los tres
primeros lugares de cada categoría. Mientras hablaba, Elisa miró a un lado y al
otro, esperando ver a Nicolás y a Bruno por algún lado. Su hermana los estaba cuidando
mientras ella concursaba pero no sabía si ya estaban allí o venían de camino.
Fue entonces cuando se escuchó el estruendo y
todo se hizo silencio en un segundo. Una luz potente aclaró el cielo sobre los
concursantes de la carrera. Por un momento, todos lo vieron fascinados, algo
asustados también. Pero segundos después empezaron a correr y a gritar. El rayo
cayó justo encima de la tarima, electrocutando al presentador de la ceremonia
de medallas. Elisa pudo oírlo gritar y, al salir corriendo, el olor a carne
quemada inundaba ya todo el lugar. El caos subsecuente era apenas de esperar.
Otros rayos cayeron pero un poco más lejos, a
pesar de que todavía lo hiciesen en el parque. Elisa cayó entonces en cuenta
que su hermana, su hijo y su perro podían estar esperándola en el
estacionamiento, cosa que la asustó y la hizo correr como pudo. Su cuerpo
entero le dolía pero un afán sin medida se apoderó de ella. Los rayos podían
haber caído en cualquier lado y su familia podía estar herida o aún peor. Corrió
como pudo hacia la salida más cercana, cerca de donde debía estar su familia.
El problema era que había demasiada gente en
el parque, tanto concursantes como público. Eso sin contar a aquellos que
simplemente habían ido al parque a disfrutar el día, antes de que se
convirtiera en algo tan horrible. Elisa tuvo que detenerse cerca del cerco del
parque para mirar a su alrededor. No podía estar corriendo como loca, sin
fijarse para donde iba o como lo hacía. Debía tener sangre fría para pensar
bien e ir al lugar donde fuese más probable encontrar a sus seres queridos.
Esperó entonces allí, por un rato más.
Cuando vio el fuego a lo lejos, tuvo que
moverse. En la salida del parque se agolpaba la gente, mucha que estaba cerca
de casa y otra que había corrido sin pensar y ahora se daba cuenta de que su
automóvil estaba lejos de allí. Elisa miró hacia un lado, donde había algunos
vehículos, pero no vio a nadie conocido. Ella no llevaba encima su celular,
pues precisamente se lo había dado a su hermana para que se lo guardara. Esos
aparatos eran un estorbo completo mientras se corría y no habría tenido sentido
quedárselo durante la competencia. Otros dos rayos cayeron en el parque.
Y la lluvia por fin comenzó, con fuerza. Todas
las personas allí se lavaron por completo, asustadas y sin saber que hacer.
Elisa decidió moverse en vez de quedarse allí. Recordó donde quedaba el
estacionamiento más grande y se apresuró hacia esa dirección. Sus piernas, de
nuevo, no parecían responder muy bien al hecho de que las estuviese haciendo
correr de nuevo, pero no tenía ninguna opción. Ignoró el dolor que le causaba
hacer ese esfuerzo y trató de correr más rápido, para llegar más pronto.
En el estacionamiento había enormes cantidades
de gente. Se había formado un atasco enorme por culpa de la cantidad de vehículos
que habían querido salir al mismo tiempo. Además, el sistema eléctrico estaba
fallando y los que manejaban el estacionamiento no querían dejar salir a la
gente sin pagar, así que se ponían a calcular su cuenta a mano, lo que se
demoraba el triple de lo normal y causaba problemas graves bajo la tupida
lluvia que estaba cayendo. A lo lejos se escuchó una sirena de bomberos. Muy tarde.
Elisa miró uno por uno los vehículos pero no
reconoció ninguna cara en ninguno de ellos. Golpeó ventanas y gritó, pero nadie
corría hacia ella ni ella veía a nadie, ni a su hermana, ni a su hijo, ni
siquiera al perro. Trató de recordar la marca y el aspecto del automóvil de su
hermana, que los había traído en la mañana, pero siempre había sido pésima
identificando automóviles. Estuvo un buen rato mojándose, tratando de encontrar
el vehículo hasta que lo encontró, un poco alejado del caos que había saliendo
del estacionamiento.
El coche, sin embargo, estaba casi
completamente quemado de un solo lado. Un rayo parecía haber caído encima del automóvil
de al lado, que había quedado inutilizado. Miró por la ventana y pudo ver un
par de juguetes de su hijo y la correa de Bruno. En ese momento se asustó y
varias cosas le cruzaron por la mente en cuestión de segundos. La puerta del
lado de su hijo estaba calcinada, por lo que tal vez habían tenido que salir de
urgencia hacia algún hospital. Podrían haberse quemado todos y ella no tenía
idea.
Trató de buscar quién la ayudara, pero nadie
parecía interesado en otra cosa que no fuese irse de ese lugar lo más pronto
posible. El fuego había desaparecido y no había más rayos, pero la gente estaba
asustada y ese es el estado más peligroso en el que puede estar una persona.
Elisa se salió de allí y se acercó a la tienda
más cercana a pedir un teléfono, para llamar a su madre. Ella podría saber
algo. Entonces fue cuando le volvió el alma al cuerpo pues su familia estaba
allí, sentados alrededor de una mesa, comiendo. Al parecer, su hijo no había
aguantado las ganas de comer algo.