Mostrando las entradas con la etiqueta gente. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta gente. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de febrero de 2019

Café con helado


   Cuando alcé la vista, lo tenía justo enfrente. Estaba sumergido en un libro de historietas… O tal vez era una novela gráfica, no lo recuerdo. El caso es que eran imágenes con muchos colores y personajes. Bajé la vista rápido, antes de que él se diera cuenta de que lo estaba observando. Poco tiempo después vino la chica del lugar con mi café y un pedazo de pastel que me habías apetecido. También traía uno de esos altos vasos de café frío con una gran bola de helado de vainilla flotando encima. Era una de sus deliciosas creaciones italianas que, en ese momento, yo no sabía que eran de su gusto. ¡Y sí que lo eran!

 Tengo que confesar que sonreí al verlo tan feliz en ese momento, con su café frío y su bola de helado. No puedo decir que parecía un niño, porque hace muchos años que no le pongo atención a las expresiones infantiles. Pero sí puedo decir que era el rostro de alguien que ve algo que lo hace sentir cosas que ninguna otro objeto o incluso persona puede hacerle sentir. Se le olvidó que estaba tratando de hacerse el tonto: dejó su libro la mesa y consumió su dulce con gusto, en pocos minutos. Yo apenas había dado sorbos a mi café para el momento en el que él ya tenía acabado el suyo. En ese momento nos miramos por primera vez, ese día.

 Como era él quien estaba fingiendo no verme, no tuve problema alguno en posar mis ojos directamente en los suyos, observando un color muy especial que no puedo describir con precisión: tal vez era un poco verdes o puede que tuvieran el color de la miel más dulce. Pero decir un solo tono de cualquier color sería decir una gran mentira. Ya había visto esos mismos ojos después de haber llorado y también los había visto muy enojados, no conmigo sino con otras personas. Sabía muy bien que podían cambiar de color según el momento, según lo que estuviera sintiendo en el corazón y en su cabeza.

 Puse un codo en la mesa y luego puse mi mentón en la mano y me le quedé mirando. Le sonreí y él hizo lo mismo. No puedo decir que había estado esperándolo, porque no era así. Pero me alegró mucho que estuviera allí, pues de verdad necesitaba alguien en ese momento para conversar, para no sentirme tan solo. No sé en qué momento ocurrió pero recuerdo haber llorado bastante, seguramente de la rabia. Él solo me escucho, sin decirme una sola palabra. Apenas asentía de vez en vez y solo me decía algunas palabras cuando me detenía a beber un poco del café, para hidratar la garganta.

 Fue mucho después cuando me di cuenta que nos habíamos estado sosteniendo las manos por un largo tiempo. Cuando me fijé, la verdad no le di demasiada importancia. Pensé que era lo natural en esa situaciones y darle importancia pudo haber sido un error de mi parte o de la suya. Por eso creo que me dejó seguir hablando, hasta que sentí que todo había salido y que ya no era necesario seguir ventilando todo lo que mi alma estaba escupiendo.

 Después de pagar, salimos del lugar caminando de la mano. En ese momento le pregunté qué era lo que estábamos haciendo. Al fin y al cabo, no nos conocíamos tan bien como parecía. Él decía que me conocía de alguna parte, que me había visto en alguna fiesta o tal vez en alguna reunión. De pronto teníamos amigos en común, amigos que en verdad no eran amigos sino personas meramente conocidas, de esas que pasan por la vida y dejan pocos rastros. A mi me daba pena confesar que la verdad no lo recordaba de ningún lado. Sólo sabía que lo había visto por primera vez en el lobby del edificio de oficinas en el que habíamos trabajado juntos.

 Y lo digo así, “habíamos”, porque ya no trabajamos juntos. Eso era precisamente lo que me tenía que sacar del pecho: el hecho de que me hubieran echado como a un perro, nada más porque no accedí a besarle el culo a uno de los supuestos grandes genios de la empresa. Era uno de sus sitios en los que se reúnen mentes brillantes de este siglo, es decir, jovencitos que creen saberlo todo porque les han dejado hacerlo todo. Pero todos sabemos que hacerlo todo no es hacerlo bien y que hacerlo bien no es lo mismo para todas las personas. Y ese mismo fue mi argumento y la razón para mi despido.

 Tomás sabía que yo iba a ese lugar a tomar café después de salir del trabajo y adivinó, correctamente, que yo iría a ese lugar después de lo que había ocurrido. Por eso vino con su tonto libro y haciéndose el que no me conocía. No habíamos hablado nunca más de algunas pocas palabras. No trabajábamos en el mismo departamento, ni interactuábamos de ninguna otra forma. Tan sólo se había enterado de lo de mi despido y había decidido seguirme hasta mi lugar secreto. No puedo decir porqué hablé con él como si lo conociera de toda la vida y mucho menos porqué le tomé la mano allí y al salir.

 Pero así fue. La verdad es que ya no me interesa estar explicando las cosas. No tengo porque explicarle a nadie nada, ya esa etapa de mi vida pasó mucho atrás. Ese día sólo seguimos conversando, caminando y tomamos algunas copas que parecíamos necesitar. Él también me contó de su trabajo y de lo frustrado que se sentía con él. No tenía tanto odio para con los jovencitos con los que trabajaba como yo, algunos eran mayores que él. Era más el contenido de lo que hacía lo que lo estaba volviendo loco. Quería hacer otra cosa, quería sentirse de verdad realizado con lo que estaba haciendo en su vida. No éramos nada parecidos.

 Tal vez sea estúpido pero creo que fue eso precisamente lo que me hizo interesarme cada vez más en él. Yo soy una persona que no intenta nada, que prefiere estar seguro en un mismo sitio en vez de atreverse a hacer algo diferente. Él no es así y me alegra que así sea, porque esa personalidad diferente causa en mí algo que todavía no entiendo porque apenas ahora estoy descubriendo que es. Y espero tener el tiempo suficiente en la vida para poder entenderlo e incluso para descubrir muchas cosas más, sobre él y sobre mí mismo.

lunes, 4 de febrero de 2019

Gente del mar


   Cuando se dieron cuenta, el faro ya no estaba ahí.  Había sido destruido  por los vientos del huracán que había barrido la zona durante al menos dos días completos. El faro  era uno de los edificios más importantes de toda la zona:  había sido allí que había empezado el comercio de pescado. Durante al menos tres siglos los pescadores habían obtenido todo lo necesario para sus vidas en el fondo del mar: ostras, peces, langostas, cangrejos y otros muchos animales. Las perlas eran vendidas en los mercados cercanos.

 Las mujeres ricas de las grandes ciudades se habían ataviado durante generaciones con las hermosas perlas pescadas en esa región. Ellas solo preguntaban el nombre del sitio, les parecía muy exótico y luego  lo olvidaban  para siempre. A nadie le importaba recordar el nombre o el aspecto de las personas que vivían allí. A la larga, no eran nada importante para ellos. Lo único que querían saber eran cuantas perlas podían pescarse el año. Todas las otras consideraciones eran irrelevantes.

 Claro que no era así para la gente de la región, para ellos las ostras y sus perlas no eran sino una de las riquezas del mar. Lo que más les gustaba a los hombres era desafiar su fuerza pescando algún gran pez como un atún o un tiburón pequeño. No eran los presas más recurrentes pero eran aquellos que garantizaban un gran reconocimiento por parte de la comunidad. Lo que más anhelaban las mujeres eran las conchas diferentes tamaños y formas. Las usaban para crear artesanías que usaban en sus propios cuerpos.

 El evento más grande en la comunidad era el festival honrando a los dioses  del mar. Armaban barcos enormes adornados con flores y conchas del mar. Quienes remaban hacia el interior del océano en los botes eran las mujeres, los hombres en cambio tenían el deber de construir las barcas.  Su tarea consistía en hacerlas resistentes a todo:  el mar,  su sal y los vientos fuertes que castigaban la región constantemente.  La idea era que los hombres garantizaran el retorno de sus mujeres a  casa, a ellos y a sus hijos.

 El festival podía durar una semana, dos e incluso se había sabido que podía durar incluso un mes. Todo dependía del mar, de lo que estuviera dispuesto a dar y recibir de la gente. A veces las tormentas impedían cualquier interacción con  el agua. En cambio, otros días el sol brillaba en lo alto y el mar era calmo, como un animal que quiere que lo acaricien. Era una relación particular entre los seres de la tierra y aquellos que vivían en el océano. Por generaciones se cultivó esa relación, se hizo más fuerte y se garantizó su existencia, a través de ritos, supersticiones y diferentes medios religiosos.

 Sin embargo, el mundo había cambiado de manera drástica. Después de tantos años, las cosas habían cambiado para siempre. El clima allí siempre había sido variado, pero lo conocían y sabían predecirlo, a pesar de todo. Ya no es así.  La naturaleza ya poco quería tener algo que ver con el hombre. La destrucción es clara y ya no hay manera de echar para atrás. Muchos creen que todavía había tiempo pero ese tiempo ya se acabó. O mejor dicho, se acabó hace ya mucho rato sin que nadie se diera cuenta.

 Los hombres de las ciudades quisieron ayudar a las comunidades de esa remota región pero su misión fue un fracaso. Único que podían hacer era remediar algunos pocos daños ya hechos. Se podían plantar arboles, se podía detener a los pescadores que trabajaban en zonas prohibidas e incluso se podía ayudar a algunas especies a no morir inmediatamente.  Pero para aquellos que ya no existían, ya no había ninguna salvación. Pasarían a ser una hoja más en la larga lista de especies desaparecidas para siempre.

 Muchas de esas especies habían sido compañeras por generaciones de los hombres y las mujeres de esa región. Habían estado allí con ellos cuando su modo de vida apareció por primera vez. La leyenda decía que habían venido del otro lado del mar, de un lugar lejano bañado por el sol, lleno de arena blanca y frutos del mar abundantes. Pero un cataclismo los hizo salir de sus tierras para siempre buscando un nuevo lugar donde asentarse. Esa era la región que ahora muere, lentamente.

 De alguna manera los hombres y las mujeres sabiendo que iba suceder. Sabían que en algún momento la naturaleza se cansaría de ellos o que ellos si cansarían de ella. Algo pasaría que cambiaría por completo su concepción de la vida misma y qué haría qué todo lo que habían conocido, sus ancestros y ellos mismos,  se convirtieran en puros recuerdos. Cosas bonitas en el cerebro pero inútiles a la hora de salvarse.  Era una relación hermosa pero condenada al más grande fracaso. Lo habían esperado así.

 Con el tiempo fueron dejando que hombres y mujeres de otros lugares vinieran a ayudar e Incluso que vinieran a disfrutar de lugar como si fuera un patio de recreo. Tenían que sobrevivir de alguna manera y si la naturaleza iba a cambiar, ellos tendrían que cambiar con ella.  No había manera de que las cosas quedaran como siempre habían sido pues ese mundo ya no existía.  El mundo que veían ahora era uno muy diferente, uno que ninguno de sus ancestros podía haber imaginado jamás. Pero allí estaban y tenían que sobrevivir, era su obligación con los espíritus que los protegían.

 Con el tiempo fue imposible seguir viviendo allí. Uno de los huracanes más potentes de la historia de la humanidad arrasó con fuerza la costa, arrancando árboles, levantando piedras y destruyendo todos los edificios que aún quedaban por ahí. Quienes no murieron,  le exigieron al gobierno,  por primera vez en sus vidas, que les ayudara de alguna manera.  Esto por supuesto tuvo una larga demora. Al fin y al cabo, los hombres de las ciudades no eran conocidos por su rapidez. Pero el caso es que ayudaron.

 Fue así que la gran comunidad del mar, como se había nombrado a si mismos durante generaciones, se fue dispersando por un lado y por el otro. Algunos habían ido dar a la capital,  otros a ciudades mucho más pequeñas y algunos, incluso, nunca volvieron a ver el mar salvo en la televisión y en las películas. La relación que habían tenido con este aspecto de la naturaleza desapareció para siempre al mismo tiempo que sus casas y sus creencias más profundas. A todo se lo fue comiendo la arena empujada por el viento.

 Sin embargo,  los más ancianos trataban de ir una vez más en la región que los había visto nacer antes de morir. Sentían que era su deber pedirle perdón al mar así como a la naturaleza para haber salido corriendo de allí, por haber dejado que otros hicieran con ella lo que quisieran.  Se sentían culpables pues creían que podían haber hecho algo para detenerlos, para aconsejarles que dejaran sus fábricas, que dejaran en paz a la naturaleza. Era muy tarde para lamentarse pero aún así lo hacían, al menos por un tiempo.

 Los hombres de las ciudades trataron de convertir el lugar en uno de sus centros de entretenimiento falso, de esas que están llenos de hoteles, de juego, de placeres sexuales y de todo lo que pudiera querer una persona. Pero no les funcionó por mucho tiempo: las tormentas parecieron quedarse allí para siempre, a pesar de que había algunos días soleados y todavía amables. Era muy caro mantener esas construcciones con tanto viento y tanta lluvia atacándolos a diario.  Pronto sólo hubo ruinas.

 Lo mismo pasó con el resto del mundo. Todo fue desapareciendo, cambiando o evolucionando hacia algo que el ser humano jamás había visto. Eran los resultados de sus acciones, los resultados de no haber querido ver la realidad que nuestra relación con nuestra verdadera creadora.

viernes, 11 de enero de 2019

El volcán


   Lo que caía del cielo era ceniza. El volcán cercano había empezado su proceso de erupción. Parecía ser una montaña gentil, como las personas que vivían a su alrededor, puesto que no había habido erupciones sorpresivas ni ningún tipo de explosión. Sin embargo, había despertado a todos por la noche cuando había empezado a escupir ceniza. Hacia las diez de la mañana, el cielo parecía como si fuera mucho más tarde o, mejor dicho, como si el tiempo no hubiera avanzado para ninguna parte.

 La capa en el cielo hecha de ceniza era muy gruesa y parecía estar atrayendo lo peor que podía suceder en ese momento: una tormenta de fuego y piedras que podría destruir todo lo que existía y siempre había estado ahí hacía milenios. Las personas, aunque conocían la montaña y de lo que era capaz, habían elegido quedarse. Por extraño que pareciera, estaban seguros que la montaña no los dañaría a ellos o al menos no de manera permanente. No veían lo que otros sí veían a kilómetros de allí.

 Varios medios, cadenas de televisión y emisoras de radio, habían llegado al pueblo para informar a todo el mundo de lo que allí sucedía. No era todos los días que una montaña parecía estar a punto de causar un nivel de destrucción como ese y estaba claro que a las personas les interesaba mucho saber de que aquellos eventos que causaban muerte y destrucción. Las noticias alegres u optimistas no eran las que vendían más y eso lo sabían muy bien los dueños de los varios medios que habían corrido allí en bandada.

 Se habían agolpado en el pueblo más grande de la zona y desde allí hacían todas las tomas que querían, posaban frente a la montaña y hacían entrevistas a todo el que estuviera dispuesto a responder preguntas que ya todo el mundo había respondido. Exploraban la zona reportando sobre la ceniza que seguía cayendo y las rocas incandescentes que caían de vez en cuando destruyendo algún tejado o bicicleta mal estacionada. Eran incansables repitiendo lo mismo una y otra y otra vez.

 Sin embargo, la montaña no parecía estar muy de acuerdo con las personas que habían venido. Solo echaba cenizas y rocas pero no había explosión ni erupción ni nada por el estilo. Lo más cercano era cuando volaban los drones encima de la caldera y podían observar algo de lava. Pero esta no se movía ni salía por ninguna parte. Se consultaba a los científicos de manera diaria, pero ellos no encontraban ninguna evidencia de que el volcán fuera a reaccionar de manera diferente de un día para el otro. Esto causó más problemas que si la montaña de verdad explotara de un momento a otro.

 El turismo que había crecido alrededor de la inminente destrucción de toda la zona fue amainando en los días siguientes y cuando la ceniza dejó de surgir de la montaña, todos se fueron casi sin dejar rastro. Los pueblos quedaron vacíos de nuevo y los campos tan calmados como antes. Eventualmente la lluvia lavó los campos de la ceniza y las rocas incandescentes que habían aterrizado de cuando en cuando, se habían convertido en simples piedras inertes que en la mayoría de los casos solo estorbaban.

 Los últimos en salir de la zona fueron los científicos, que quisieron quedarse más tiempo para verificar el estado de la montaña. Algunos estuvieron allí incluso dos semanas más pero no encontraron nada que indicara que la montaña se iba a comportar de forma violenta. Hicieron estudios exhaustivos y utilizaron una gran cantidad de máquinas, trabajando día y noche. Sin embargo, no encontraron nada y terminaron por irse como todos los demás, dejando al pueblo tan alejado como antes.

 Después de todo el revuelo, las personas de la región volvieron a sus campos y a sus animales, a cuidar de todo y a aprovechar la fertilidad que la ceniza había traído después de ser absorbida por el suelo. Las flores y los frutos crecieron de forma espectacular durante la siguiente temporada y todos, incluso los más pobres de entre ellos, pudieron comer como nunca antes lo habían hecho. Esto, por supuesto, nunca llegó a las noticias. No era de interés de la gente de lejos que otros vivieran bien.

 En una ceremonia después de la cosecha se honró a los espíritus de la montaña y a aquellos que vivían dentro del volcán. Por muchos años se les había honrado con ofrendas de distintos tipos pero esta era la primera vez que de verdad podían agradecer a la naturaleza por darles tanto. Es que habían podido comerciar de verdad, vender sus productos en sitios lejanos y ganar dinero para invertirlo en la región. Como lo habían hecho ellos mismos, no habían tenido que depender de los políticos y sus mentiras de turno.

 Sin embargo, vivir a la sombra de semejante gigante era algo que no se podía predecir ni entender por completo si no se vivía en el lugar por mucho tiempo. A veces la montaña se comportaba de manera reacia con los vecinos y otras veces podía ser muy generosa. Ellos habían comprendido que era una criatura viva y era así que se lo explicaban a otros, muchos de los cuales no creían ni una sola palabra pero les parecía “bonito” que los campesinos pensaran así acerca de un volcán que para muchos en el planeta no era nada más sino un destructor en potencia.

 Así siguieron las cosas hasta que un día los campesinos empezaron a notar algunos cambios en su entorno. Todo parecía haber cambiado en pocos días y la respuesta de quienes vivían allí era simplemente dejar de trabajar de manera tan intensiva el campo. En algunos sitios encontraron rajas en el suelo y en otros fumarolas que exhalaban un olor podrido que provenía del mismísimo centro del volcán. Cuando el olor fue demasiado para la mayoría, las personas solo empezaron a irse de la región.

 Pronto, no hubo nadie o casi en esas tierras. Los últimos que se quedaron fueron los más ancianos, los que sabían lo que iba a ocurrir y simplemente no les importaba. A ellos les daba igual que pasase una cosa o la otra, puesto que ya estaban listos para la siguiente etapa de sus vidas. Nadie los visitó cuando la región se vació de gente, nadie informó acerca de los extraños sucesos que allí tenían lugar. Nadie dio aviso cuando las personas se fueron ni cuando los ancianos trabajaron solo por meses.

 Un día, el cielo se volvió negro y el volcán explotó con una violencia inusitada. Rocas, cenizas, el campo mismo y las personas volaron por todos lados. Los que habían sido los costados de la montaña ahora eran ríos de lava y la gruesa ceniza ocultó todo lo que había existido allí. Por casi un día entero, todo fue un infierno y no hubo nada que recordara la hermosa región de campos de colores y de vastos cultivos que alguna vez había existido allí. Eso se había terminado para siempre, o al menos eso parecía.

 Todo terminó para cuando los medios por fin llegaron a reportar lo sucedido. Lo único que pudieron mostrar fueron los campos calcinados y la lava ya endurecida bajo el sol de la mañana. Toda la zona había quedado destruida, tanto los pueblos como los campos. Al comienzo se reportó que la mayoría de habitantes había muerto por culpa de la explosión de la montaña, pero con el tiempo se pudo verificar que no estaban allí ni una cuarta parte de los cuerpos que deberían haber sido encontrados.

 Nunca se encontraron a las demás personas que habían vivido allí tantos años. Era como si se hubieran desvanecido de un momento de a otro, por arte de magia o de los muchos ritos que allí habían practicado por tantos años. Muchos buscaron y buscaron pero nunca encontraron nada.

 La montaña, eventualmente, se curó a si misma y a los campos alrededor. Ninguna destrucción de ese tipo se da así no más, sin razón o consecuencias. Algún día, volvería a ser un lugar del cual estar orgulloso y donde poder vivir una vida feliz. Pero había que esperar, como antes otros lo habían hecho.