El agua moviéndose por el movimiento del
barco era lo único que tenía enfocado pero no estaba pensando ni en el agua, ni
en el barco, ni en esta travesía sin sentido. El ferri viajaba de Atenas a
Santorini y podría haber unido la Tierra con Urano y me hubiera dado lo mismo.
Lo que había atrás, en Atenas y más allá, era lo que ocupaba mi pensamiento y
no me dejaba seguir adelante como hubiese querido.
No era, y sigo siendo, nada más que un
escritor frustrado, apenas publicado y con un trabajo tedioso como medio para
seguir viviendo. El arte no da dinero para vivir, solamente la felicidad para
hacerlo. Pero yo no tenía ni lo uno ni lo otro. Eso sí, siempre había ahorrado
y por eso había decidido tomar este viaje, lejos de todo y de todos. Necesitaba
respirar otros aires y que mejor que hacer en un sitio donde ni siquiera
entendería lo que se decía en la calle, lo que se dijera de mi en mi propia
cara.
El sonido de un niño vomitando me sacó de mis
pensamientos y me trajo de nuevo al ferry, un montón de metal que de alguna
manera flotaba sobre el Egeo y se acercaba con prisa a una isla volcánica
famosa en la que yo tenía prometida una cama y un lugar en donde pensar para
poder conectarme de nuevo con quien había sido antes. Ya no podía escribir. La
pantalla o el papel en blanco me agobiaban y me daban breves ataques de
ansiedad, de rabia y terror. No quería tener que sentir eso así que simplemente
ya no lo intentaba. Pero en este viaje eso tenía que cambiar.
Siempre había necesita una manera de sacar lo
que sea que tuviese dentro. Y mi trabajo como asistente en una editorial no
sacaba nada de mi imaginación, que parecía haber muerto hacía tanto tiempo. No
digo que fuese bueno pero tampoco era irremediablemente malo. Yo diría que era
lo que tenía que ser y lo que, ojalá, muchos necesitaran leer. Algo fácil pero
con contenido. La literatura puede ser tan pretenciosa y llena de sí misma. Lo
que yo quería era liberarme un poco de las ataduras. Y lo logré, al menos por
un tiempo.
Pero las cosas nunca se quedan quietas en la
vida. Nada permanece quieto y eso lo odio. Porque tienen que cambiar las cosas?
Para que la evolución, cuando va muchas veces en contra del crecimiento de los
seres vivos? Yo no quiero cambiar ni quiero que nada cambie. Aunque para eso ya
es tarde porque las cosas ya cambiaron y es tarde para llorar sobre esa podrida
leche derramada. Ya no tengo lo que solía tener y, en mis intentos de recuperar
lo perdido, solo me he ido hundiendo m ás en el barro. Es como las
arenas movedizas de las películas, y supongo yo en la vida real; si te mueves
demasiado, más rápido te tragan y te llevan al olvido.
Por fin el barco atraco en el puerto de
Santorini y caminar es otra de esas cosas que ayuda a que el cerebro no se
atrofie, a que no se vuelva loco pensando en lo que puede y no puede ser. Para
que perder tiempo con lo que no existe. Si no existe, por algo será. Yo solo
quiero paz en mi mente y recuperar lo que antes tuve. Tal vez lo tenga todavía,
lo siento a veces en mi interior pero es como si un grave accidente me
impidiese volver a subirme en la proverbial bicicleta. No puedo, me duele y me
agobia.
Las callecitas y vistas en la isla son
fantásticas. Muchos de los turistas que venían conmigo en el barco se quedan
por solo unos días pero yo pienso quedarme dos semanas enteras en esta roca.
Sí, supongo que por el ambiente pero también al ser una isla da mucho espacio
para sentirse alejado, tal vez único. De pronto eso y la vista, la naturaleza,
me ayuden a recuperar lo perdido.
Me niego a perder algo que siempre me ha
sacado del agua negra de la vida. Porque así se siente cuando te desconoces, te
pierdes a ti mismo en un mar de mentiras, de falsas esperanzas y de sueños
frustrados que simplemente murieron antes de tener una oportunidad. Son
abortos, intentos fallidos que agobian la mente. Aún sin vida son capaces de
atormentar. Se podría decir que son pura culpa pero nunca se sabe de que te
sientes culpable. Creo que allí yace la verdadera agonía. Es horrible.
Mi habitación es pequeña pero la única ventana
mira hacia la hermosa bahía y sobre un montón de otras casitas. Es fantástico,
casi solemne. Me quedo en la casa de un anciana mujer que solo habla griego. Su
nieta la acompaña y ella habla inglés. Atiende a los turistas y los ubica en
alguna de las ocho habitaciones. Esta mujer debió ser rica, así no fuera en
dinero. Nadie aquí tiene una casa tan grande y menos tan bien ubicada. Pero sea
como sea, aquí estoy y aquí me quedo.
Al día siguiente me voy a caminar, con una
mochila casi vacía, solo con una botella de agua, dinero para el almuerzo, un
bolígrafo y un cuaderno. No necesito más. Camino arriba y abajo, por callecitas
y por caminos desolados. Y me doy cuenta que no lo he perdido, que todavía está
allí. Es casi como el amor, creo. Se debe sentir como un globo dentro del
cuerpo que crece o se desinfla dependiendo de lo que se esté sintiendo por esos
días. No conozco al amor pero conozco la frustración y la realización. Supongo
que tiene de ambos.
Nunca me interesó saber mucho del amor. De
pronto porque no creo en algo tan mágicamente espectacular. No creo en algo tan
puro en un mundo tan corrupto y decadente. Porque estas casitas pueden ser
blancas y esta isla puede parecer inocente pero aquí, como en todos lados, hay
seres humanos. Y tenemos que entender que como eso mismo, somos una peste. Las
ratas son incluso menos invasivas y destructivas. Nosotros somos peores porque
no solo jugamos con el físico de los demás sino con sus mentes. Y eso es lo que
pasa todos los días. Gente que se lanza de algún lado porque el hedor de este
mundo pudo más que su débil voluntad.
Tal vez no sea voluntad sino un reconocimiento
de que en verdad jamás ganamos nada en la vida, más que la vida misma. Ese es
el único premio verdadero y todo el mundo lo recibe. No hay más sino eso. La
vida es solo importante porque es vida misma y ya. Lo que hacemos en ella, como
lo hacemos y con quien, es tremendamente insignificante. A quien le importa de
verdad, una cosa u otra? Si somos negros o blancos, si somos homosexuales o
heterosexuales, hombres o mujeres, altos o bajitos, ricos o pobres? Eso no
importa porque la realidad es que solo nacimos para perder, para ir en un
declive suave hacia la muerte. Todos somos iguales, todos decaemos igual.
Viendo los riscos, las rocas en el mar, la
aridez del terreno, me doy cuenta que la muerte no puede ser tan mala. Morir
es, al fin y al cabo, tan natural como morir. Incluso, si decimos que la vida
es el único momento en que ganamos, tal vez se podría decir que la muerte
también es una ganancia. Es un favor de la naturaleza a nuestros cuerpos, a
nuestras mentes exhaustas. Es justicia pura y definitiva. Entiendo entonces que
no hay nada peor que llorar en un entierro. Porque llorar cuando ahora esa
persona volvió a ganar, vuelve a estar mejor, mientras que nosotros nos
quedamos aquí, solos en tremenda multitud?
Mis comidas son deliciosas y pienso que de
pronto la vida no es tan mala pero olvido esta noción rápidamente. Una buena
acción, no hace de nadie un héroe ni un santo. Esas son ilusiones que la gente
se inventa a raíz e la necesidad de creer en algo, de creer que todo tiene un
significado mayor y que el mundo es más fantástico de lo que en realidad es.
Son mentiras que nos decimos para tratar de hacer este viaje menos tortuoso y
turbulento. La vida es un camino lleno de rocas, parecido a algunos que he
visto en mi estadía.
He tomado fotografías y eso es un alivio.
Porque es otro de esos enchufes que se habían desconectado y ahora está de
nuevo unido a mi cerebro. Le agradezco a este paisaje, a esta gente incluso,
por darme esto de vuelta. Me hace respirar con más facilidad, me hace sentir
que estoy vivo y que tengo un camino que recorrer, sin importar que haya en él.
Los colores, las imágenes, me inspiran y entonces siento esa burbuja extraña,
esa cosa que nos llena como si fuéramos un jarra de jugo. Creo que ha vuelto y
lloro solo como un niño tonto, porque sé que es verdad.
Ya de vuelta en mi vida, mi imaginación ha
vuelto y traigo conmigo los escritos de Santorini, hojas y hojas escritas a
mano inspiradas por la vida misma, por ese único regalo que frecuentemente
ignoramos pero que es la sal y el azúcar de la existencia. Nos hace sentir y
que hay mejor que sentir? Tocar el cuerpo de otro ser humano, oler una flor,
probar la comida de mamá, ver un atardecer y oír la abrumadora realidad, que es
cruel y despiadada, pero es nuestro camino real a la grandeza.