Durante mucho tiempo había aprendido a
mantener la calma. No era nada fácil para él pero había tenido que esforzarse
al máximo en ello. Años de experiencia le habían enseñado a que lo mejor que
podía hacer era no caer en la tentación de usar lo que tenía dentro de sí. El
mundo no podía saber lo que él era, fuese lo que fuese. No tenía una palabra
para describirse a si mismo pero sabía muy bien que los demás encontrarían
varios adjetivos para calificarlo en poco tiempo.
Lo llamarían “monstruo” o “bestia”. De pronto
algo menos radical pero seguramente una palabra que marcara con letras rojas lo
poco natural de su verdadero ser. Y la realidad del caso era que él no podría
contradecirlos pues estarían en lo correcto. Hasta donde él tenía conocimiento,
era él único ser vivo que pudiese hacer lo que él hacía. Aunque podría haber
otros, escondidos como él, viviendo vidas en las que también se estarían
esforzando por mantener una fachada.
Nadie nunca comprendería lo difícil que era.
Nadie nunca sabría lo cerca que había estado, una y otra vez, de hacer cosas
que luego habría lamentado. Aprender a respirar había sido una de las mejores
lecciones en su vida. Sus pulmones no operaban por cuenta de su biología sino
de su mente, al igual que su nariz y su boca y todos los demás órganos y
apéndices que tuvieran algo que ver con respirar. Porque eso era lo que tenía
que hacer y nunca podría hacer menos.
Algunas veces, a lo largo de su vida, sintió
que la gente podía ver a través de su disfraz. Una mirada acusadora o aterrorizada,
alguna palabra que encendía las alarmas. Varias cosas habían encendido la
alarma que tenía en su mente y que le alertaba que estaba en peligro inminente.
No había sido por menos que había cambiado de escuela varias veces en su
juventud. Sus padres no sabían sus razones pero siempre lo habían entendido y
escuchado, a pensar de no entender sus razones.
Ellos ahora estaban lejos y eso había sido a
propósito. Apenas pudo, se fue de casa y los alejó con palabras y hechos. Y
ellos jamás insistieron porque de alguna manera sabían lo que él era sin que
una palabra hubiese sido jamás pronunciada. Eran buenas personas e hicieron lo
mejor que pudieron o al menos eso pensaban. Él nunca se detuvo mucho en pensar
en ello, porque después de adquirir su independencia todo sería por cuenta
propia. Eso era precisamente lo que quería pues así sería más fácil dominar lo
verdadera de su ser.
Fue pasando de un trabajo al otro, sin
estudiar. Solo cuando tuvo suficiente dinero ahorrado pudo concentrarse en
adquirir cosas, algo que la mayoría de seres humanos desean toda su vida. Él no
deseaba mucho pero tenía que tener un hogar y cosas propias para no perder las
riendas de su vida. Por eso trabajó desde joven y, con esfuerzo y dedicación,
pudo comprar un pequeño lugar del mundo para él solo. No era mucho para nadie
pero para alguien como él tendría que ser suficiente.
Era un apartamento en una zona desprotegida de
la ciudad. En los alrededores había drogadictos y prostitutas pero si se
caminaba un poco se llegaba a uno de los lugares más agradables de toda la
urbe. Era una de esas ironías de la vida moderna en las que nadie nunca piensa
demasiado, pues hacerlo puede ser perjudicial para la salud mental. Pronto, él
se hizo amigo de aquellos moradores de la noche y pronto lo consideraron otro
más de ellos, a pesar de que era algo más.
Sus días giraban alrededor del trabajo. Lo
hacía desde que el sol salía, y a veces un poco antes, hasta el anochecer o
poco después. Las horas extra no les molestaban en el trabajo, con o sin paga.
Si la mente estaba ocupada era más fácil calmar los fuegos que se atormentaban
dentro de él. Cuando estaba organizando algo o ocupado en general, su mente
solo se dedicaba a esa sola tarea y a ninguna más. Sus jefes siempre admiraban
eso de él y se preguntaban como lo lograba. Era un secreto.
Cuando no estaba en el trabajo, sin embargo,
tenía que ir a su miserable hogar. Era propio pero era un hueco escondido del
mundo. Esa era la parte que le gustaba de su guarida. En ella vivía con un gato
que veía con frecuencia pero que no consideraba exclusivamente suyo. Era como
un ocupante que iba y venía, sin importar el alimento o el calor de hogar. Su
pelaje era extremadamente blanco, como un copo de nieve, y nunca lo llevaba
sucio. El animal tenía secretos propios.
En ese hogar dormía y comía y cuando no podía
hacer ninguna de esas dos cosas se dedicaba a labores que demandaran su
completa atención. Así era como había aprendido a bordar, a arreglar
instalaciones eléctricas y muchas otras cosas que requerían una precisión
impresionante. Además, todo ello lo cansaba y lo enviaba pronto a la cama.
Dormir es un premio enorme para alguien que no sabe en que momento puede surgir
la tormenta que lleva en su interior. Soñar, por otro lado, es un arma de doble
filo que debe usarse con cuidado.
Pero claro, nadie puede controlar por completo
sus sueños. Así fue como una noche, en la que llovía a cantaros, este pobre
hombre tuvo una horrible pesadilla. En ella, una criatura con cuerpo de araña
pero cara humana se le presentaba de frente, después de perseguirlo por largo
tiempo. Cuando lo hizo, él estaba envuelto en su red, apunto de ser convertido
en alimento. Pero fue entonces cuando la cosa le dijo algo, al oído. Nunca pudo
recordar las palabras pero fueron ellas las que desencadenaron el caos.
Despertó pero, cuando miró alrededor, todos
los objetos de la habitación estaban flotando, al menos medio metro sobre el
suelo. Por un momento, se sintió como si estuviese congelado en una fotografía,
como si el mundo hubiese sido detenido por alguien. Pero el mundo no se detuvo
para siempre. El mundo retomó su velocidad, haciendo que todo lo que había sido
levantado cayera de pronto al suelo, causando un alboroto de proporciones
inimaginables en toda la ciudad.
Porque lo que pasó no ocurrió solo en su
habitación o solo en su apartamento. Se sintió en todo el mundo. El dolor de
cabeza que sentía al poder moverse fue la alarma que le avisó que algo no
estaba bien. Sentía que la cabeza se le iba a partir en dos, que todo lo que
había tratado de retener por tanto tiempo estaba a punto de salir disparado por
una grieta en su cráneo, por sus ojos y por su boca. Se sentía mareado y
ahogado. Intentó calmarse pero era demasiado difícil, como si él mismo se
resistiera.
De alguna manera logró oír los gritos del
exterior. La luz de la mañana le brindó un sombrío panorama a través de la
ventana de la habitación. Afuera, algunas personas parecían fuera de sí. Había automóviles
al revés, llamas un poco por todas partes y cuerpos humanos inertes por todas
partes. Por eso gritaban las personas. Algunos de los cadáveres estaban en
lugares a los que no podrían haber llegado por su propia cuenta. Todo el mundo
supo que algo inexplicable había ocurrido.
Eso ocurrió hace cinco años. Buscaron
respuestas por todas partes pero nadie nunca supo dar una que pudiese convencer
a los millones de afectados. Familias habían sido destruidas y nadie tenía idea
de porqué o de cómo. Hubo ceremonias por doquier y un luto más que doloroso.
Con el tiempo, la gente olvidó o al menos
fingió hacerlo. El único que no pudo hacerlo fue la persona que había causado
semejante evento catastrófico. Nunca supo como lo hizo pero sabía que podría
pasar de nuevo. Por eso seguía entrenándose, día tras día.