Era demasiado curioso. Demasiado curioso
para darle el libro al mesero y dejar que todo terminara justo allí. Podía
haberlo hecho pero prefirió tomarlo y empezar a leer allí mismo. El libro no
era un libro común y corriente. De hecho, era un diario. No parecía tener
historias interesantes ni relatos secretos sino más bien anotaciones aburridas
del tipo “reunión a tal hora” o “No olvidar comprar leche”. Por lo visto el
dueño del diario jamás había oído de los celulares o los computadores. Era
increíble que alguien, a estas alturas del mundo, siguiera anotando sus
compromisos y otras cosas.
La letra era probablemente de un hombre, no
era redondeada como la de la mayoría de las mujeres y muchos hombres. De pronto
era el diario de un hombre mayor, era lo más seguro ya que quien más usaría una
agenda de ese tipo? Jorge, quien había encontrado el diario, prefirió echarlo a
su mochila y seguirlo mirando en su casa. Ya era muy tarde para devolverlo sin
que fuese extraño y tenía que esperar a que hermana llegara para hablar de algo
que no sabía bien que era.
El mesero vino a tomar su orden pero Jorge
solo pidió una limonada. Su hermana entonces lo llamó y le dijo que no iba a
poder llegar y que deberían dejarlo para otro día. Aburrido de la actitud de su
hermana, que creía que el tenía todo el tiempo de la vida para desperdiciar,
decidió irse sin esperar la limonada. Tomó su mochila y solo salió, sin decir
nada. No había caminando cinco cuadras cuando alguien lo haló por el hombro con
fuerza. Al momento se sintió asustado y lo que hizo fue echarse para delante y
tratar de soltarse. Lo logró y salió corriendo, sin ver quien era su atacante.
Corrió unas dos calles hasta que sintió que no podía más. Para no parecer Entró
entonces a una tienda y fingió que buscaba algo cuando en verdad solo buscaba
recuperar su aliento.
Cuando se pudo calmar, fue a salir de la
tienda pero había un hombre parado afuera, apoyado contra un poste. Aunque no
había visto a su atacante, ese hombre bien podría ser quien lo había halado y
casi lo hace caerse de espaldas. Preocupado, se quedó paralizado allí pensando
en que hacer. Pero como pasa seguido en la vida, a veces lo necesario ocurre
sin que tenga uno que hacer nada. Alguien tratando de arrancar su automóvil,
sufrió un desperfecto y el motor explotó con fuerza. No hubo nada que no
volteara a mirar, incluido el tipo del poste.
Jorge aprovechó la masa de chismosos que
habían salido a la calle a mirar para salir con rapidez y caminar en sentido
opuesto al hombre. Caminaba rápido y no vio la hora de llegar a su casa lo más
pronto posible. Afortunadamente, le había pedido a su hermana que se vieran
cerca de su casa, entonces solo estaba a un par de calles más. Cuando estuvo a
punto de llegar, unos niños jugando con un balón se lo lanzaron al pecho y él
hábilmente se los mandó de vuelta. Pero al hacer eso, tuvo que darse la vuelta
y vio como el hombre del poste venía subiendo por su misma calle. Los niños
caminaron hacia él, riendo y jugando pero Jorge casi tropieza con sus pies al
darse la vuelta para salir corriendo hacia su edificio, que estaba en la
esquina. Llegó hasta allí sudando y respirando acaloradamente, de nuevo. Su
portero se le quedó mirando y le preguntó si le pasaba algo. Jorge le dijo que
lo habían intentado robar y que el tipo parecía haberlo seguido. El portero se
asomó por la puerta pero dijo que no veía a nadie. No importaba. Jorge le
agradeció y se dirigió al ascensor, llegando a su pequeño apartamento momentos
después.
Sin pensarlo mucho, se echó en el sofá y
exhaló, aliviado de estar en un lugar donde sí se sentía seguro. Se preguntó
porque un ladrón lo seguiría durante tanto tiempo, como si no hubiera más
personas a quienes robar. Pero entonces, entre soñoliento y despierto, cayó en
cuenta que de pronto el tipo no era un ladrón sino el dueño del diario. Pero si
lo era, porque no decirlo en voz alta? Todo hubiese sido más fácil así. No,
seguramente era un ladrón que lo había visto entrar y por la mochila había
pensado que tenía mucho dinero o algo de valor. Uno nunca sabe como actúan los
ladrones.
Solo para estar seguro, buscó el número de
teléfono del restaurante y preguntó si alguien había estado hace poco buscando
un diario. Mintió, diciendo que era de su hermana pero él lo había tomado para
guardárselo. La persona que le respondió le contó que ninguna mujer había
venido a buscarlo pero si un joven como de unos treinta años, con chaqueta
negra y rapado. Jorge agradeció y su corazón dio un salto porque el hombre del
poste era exactamente como la persona del restaurante había dicho. Entonces el
tipo sí buscaba el diario… Pero no era de él porque entonces hubiese dicho
algo. O al menos eso hubiese sido lo normal.
Jorge se puso de pie, ya incapaz de pensar en
nada más. Sacó el diario de la mochila y lo miró esta vez con detenimiento.
Pasó cada página y leyó cada apartado pero no había nada que pareciera
importante. Eran notas aburridas y, por como escribía su dueño, la personas
debía no ser muy distinta a las notas que dejaba. Lo único extraño era que las
tapas del diario eran de un cuerpo extraño y resultaban algo gordas, como muy
rellenas para algo tan simple. Había visto cuadernos que podían ser diario en
una papelería pero normalmente eran pequeños y de tapa delgada, con algún
caucho para evitar que se deformara.
Dejó el diario en la mesa de la sala y se
dirigió a la cocina. De la nevera cogió una lata de cerveza y la abrió, tomando
casi la mitad de un solo sorbo. Al fin de cuentas estaba bastante cansado.
Había corrido más de lo que había corrido en el último mes y las calles de su
barrio eran de subida, lo que lo hacía aún más incomodo. No era alguien que fuese al gimnasio y su
trabajo como asistente en una firma de arquitectos no le dejaba mucho tiempo
para ponerse a hacer ejercicio. Lo que más le gustaba era nadar pero casi no
tenía oportunidad de hacerlo.
De pronto, sonó el timbre de la portería y
Jorge contestó. El portero dijo que había un hombre con un paquete para él pero
que no podía dejarlo porque el destinatario, o sea Jorge, debía firmar para
dejar en claro que había recibido la caja. Jorge le dijo al portero que ya
bajaba pero este entonces dijo que había dejado al hombre del correo seguir.
Jorge le dijo que nadie podía seguir así no más pero entonces se oyó un sonido
raro, como un soplido o un silbido y el portero no hablo más. Alguien colgó el
auricular y Jorge no oyó más.
Preocupado, le puso seguro a la puerta y
guardó el diario de nuevo en la mochila. Y a la mochila la metió a la nevera,
el único lugar en el que pudo pensar, antes de que sonara el timbre del
apartamento. Jorge cerró la nevera con cuidado y entonces se acercó a la
puerta. De pronto no era lo más inteligente, pero quería oír a ver si la persona del otro lado
decía algo. Pensó que si se quedaba en silencio, el hombre se iría pensando que
no estaba. Obviamente, era un pensamiento inocente e incluso estúpido. Después
de timbrar varias veces, el tipo empezó a golpear la puerta con fuerza.
Del otro lado, Jorge oyó que uno de sus vecinos
salía y le pedía silencio a quien estaba justo frente a la puerta del joven
pero entonces se escuchó el silbido de nuevo y una mujer gritó. Otro silbido y
más golpes fuertes en la puerta, como si la quisieran tumbar. Jorge pensó en esconderse
en su cuarto pero entonces el hombre partió la puerta a patadas. Obviamente no
era ningún cartero, ni tenía una caja para él. Lo único que tenía en una mano
era una pistola con silenciador, que apuntaba firmemente a la cabeza de Jorge.
- - Donde está el diario?
Jorge estaba aterrado.
No podía moverse pero tampoco podía emitir ningún tipo de sonido. El hombre tomó
la pistola con ambas manos y, cuando se movió acercándose a él, Jorge pudo ver
que en el pasillo había dos personas muertas y un charco de sangre.
- - El diario!
- - No sé de que me habla.
- - No se haga el idiota.
Usted lo cogió.
Obviamente en el restaurante le habían dicho
quien se había sentado en esa mesa después de que dejaran el diario tirado.
Pero Jorge seguía pensando que era muy raro que alguien matara al menos dos
personas para que le devolvieran su diario. Simplemente no tenía sentido.
El hombre se le acercó
de nuevo y le puso la punta de la pistola en la frente. Estaba tibia. Le exigió
que le diera el diario pero Jorge no podía hablar ni hacer nada bajo presión.
Cuando vio el brazo del hombre flexionar, abrió la boca, a punto de decir donde
estaba la mochila.
Entonces se
escuchó otro silbido y el hombre del poste cayó al piso, con un tiro en la
cabeza. En el pasillo, afuera del apartamento, había una mujer. Le apuntó al
ahora al hombre hasta estar segura de que estaba muerto y cuando lo estuvo,
miró a Jorge.
- - Tiene el diario?
Esta vez Jorge asintió
sin dudar. La mujer bajó el arma y le dijo que lo esperaría abajo. Le dijo que
tomara lo necesario y el diario y que no se demorara porque la policía iba a
llegar en un momento. Antes de que la mujer saliera de la habitación, Jorge le
preguntó, casi sin aliento, si el diario era de ella. La mujer sonrió.
- - No. Pero conozco al
dueño.
Jorge pasó saliva.