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lunes, 1 de octubre de 2018

Cruzar la frontera


   Cuando lo besé por segunda vez, sus labios tenían el gusto del hierro frío. Empecé a llorar en silencio, tratando de no crear una situación que pudiese atraer a aquellos que nos querían matar. No tenía ni idea si estaban cerca o lejos pero no podía arriesgarme por nada del mundo, incluso si eso significaba ver como el amor de mi vida moría en mis brazos sin yo poder hacer nada al respecto. Toqué y escuché su pecho y noté que todavía respiraba pero se estaba poniendo morado y sabía que no resistiría por mucho tiempo.

 Tenía que llegar a algún lugar donde lo pudiesen ayudar o al menos conseguir algo que detuviera la hemorragia interna que obviamente estaba sufriendo. Le di otro besos y golpecitos suaves en la mejilla para que permaneciera despierto. Era difícil para él, se le notaba, pero lo que pasaba iba mucho más allá de nosotros dos. Ya muchos habían intentado cruzar el denso bosque para cruzar la frontera y poder encontrarse en un lugar donde no fueran cazados por su sexualidad, religión o gustos políticos. Pero la mayoría fracasaba.

 Nosotros decidimos intentarlo porque nos habían querido separar, yendo tan lejos como a encarcelarnos por un año entero en prisiones diferentes. Nos demoramos un buen tiempo en reencontrarnos pero lo hicimos, cosa que ellos pensaron que sería evitada con el tratamiento inhumano al que habíamos sido sometidos. Incluso pudimos haber sido candidatos para la horca, que había vuelto a la plaza pública, o a la castración. Pero eso no pasó, tal vez creyeron que con separarnos había sido suficiente.

 Apenas nos reencontramos supimos que la única opción real era escapar. Al otro lado de la frontera tampoco estaba todo tan bien como algunos decían, pero al menos nadie del gobierno nos perseguiría por ser dos hombres en una relación amorosa. Tendríamos que protegernos, eso sí, de los mercenarios que cazaban personas para cobrar recompensas. Y esos estaban por todas partes, desde las grandes ciudades hasta la parte más profunda de los campos del país. Eran como un virus alimentado por solo odio.

 Uno de esos había sido el que nos había alcanzado, con un compañero. Nos habían descubierto durmiendo bajo las raíces de un árbol gigante. Nos arrastraron afuera y nos despertaron con patadas en el estomago. A mi creo que me rompieron una costilla, pero nunca lo supe a ciencia cierta. A él, a mi alma gemela, le clavaron un cuchillo de hoja gruesa por la espalda. Menos mal los asustó el sonido de una tormenta y nos dejaron allí solos, mojados y golpeados, al borde de nuestra capacidad como seres humanos. Pero estábamos juntos y eso era más que suficiente y ellos no lo entendían.

 Como pudimos, caminamos por el bosque para alejarnos lo más posible de los mercenarios. Cruzamos un río casi extinto y dormimos al lado de otros árboles, aunque dormir no es la palabra correcta pues casi no pudimos cerrar los ojos. Traté de curar durante ese tiempo su herida, con algunas cremas que llevaba en mi mochila y con hierbas y hojas silvestres. Había aprendido algo de eso en la universidad, antes de que me expulsaran por órdenes del gobierno. Si hubiera podido terminar mi carrera, seguro lo habría atendido mejor.

 Todos mis intentos parecieron frenar lo que pasaba al comienzo, pero días después empezó a ponerse peor y entonces fue cuando sus labios se enfriaron. La frontera no podía estar muy lejos y había oído de gente que decía que algunos grupos habían formado campamentos del otro lado para ayudar a quienes pasaban de manera ilegal. Se suponía que la ley les prohibía ayudarles con nada pero existían personas que no pensaban que dejar a alguien morir a su suerte fuese algo correcto, y menos por razones tan estúpidas.

 Pensando en esa posibilidad, lo obligué a caminar de noche y de día. El bosque parecía hacerse más espeso y no teníamos ninguna manera de saber para donde estábamos yendo. No teníamos aparatos electrónicos de ninguna clase y las brújulas no eran algo muy común en ningún hogar. Teníamos que adivinar y, aunque seguramente no era la mejor opción de todas, era mejor que sentarnos a esperar la muerte, que parecía estar caminando increíblemente cerca de nosotros. Más de una vez, pensé que el momento había llegado.

 Al tercer día de cargar con él, después de darle algo de agua y unas galletas trituradas, abrió los ojos como no lo había hecho en varios días y me dijo que me amaba. No fue el hecho de que me lo dijera lo que me impactó, sino que se notaba el trabajo que había tenido que hacer para poder abrir los ojos bien y mantener su mente concentrada para decirme esas palabras. En ese momento no pudo importarme nada más sino el hecho de estar allí con él. Por eso rompí en llanto y lo abracé.

 Muchas personas no lo entienden, pero él es mucho más que un hombre y mucho más que un amante para mí. Es la única persona del mundo en la que puedo confiar a plenitud y la única que me hace sonreír sin ningún tipo de esfuerzo. Sus besos y abrazos me reconfortan como el mejor de los tés y  el olor de su piel es casi como una bienvenida al hogar que nunca debo dejar. Es una suerte de la vida haberlo encontrado y por eso escucharlo decir esas palabras en semejante situación tan precaria, fue como un medicamento. De esos que duelen al comienzo pero te ayudan a estar mejor.

 Por suerte, nadie me escuchó llorar. O al menos eso parecía, puesto que no había pasado nada grave. Decidimos dormir allí mismo y, por primera vez en un largo rato, dormimos de verdad. Lo hicimos abrazados, bien juntos el uno del otro. La noche fue agradable, sin clima imprevisto ni insectos que se pararan encima nuestro a molestar. Parecía casi como si estuviésemos de campamento, salvo que por la mañana nos despertó un disparo que rompió toda la magia de la noche anterior.

 Después hubo más disparos, pero para entonces ya habíamos comenzado a movernos. Él estaba mejor que antes y no necesitaba de mi ayuda para caminar. Lo hacía despacio pero era mejor que estar los dos en el mismo punto, más vulnerables que cuando caminábamos distanciados el uno del otro. Mientras nos dirigíamos colina arriba, donde todos los árboles estaban torcidos de alguna manera, escuchamos gritos. Eran gritos desgarradores, como si a aquellos que gritaban les estuvieran arrancando el alma.

 Nos quedamos quietos por un instante pero nos dimos cuenta de que estábamos haciendo lo que los mercenarios seguramente querían. Así que apuramos el paso y pronto estuvimos en la parte más alta de la colina. Aunque había también muchos árboles allí, se podía ver un gran valle más adelante, una zona abierta y con llanuras despejadas. Me detuve de golpe y le sonreí. Lo habíamos logrado, pues los montes eran la frontera en esa región y lo recordaba de un mapa que había visto antes de salir de nuestra ciudad.

 Seguimos escuchando gritos por varias horas. Después del atardecer, cuando estuvimos seguros que habíamos cruzado la frontera, los dejamos de oír. Sin embargo, seguimos caminando y agradecimos en silencio a aquellos pobres que habían sido capturados y que habían hecho posible nuestro escape. Mientras nosotros lográbamos tocar la libertad, ellos veían sus vidas desaparecer en cuestión de segundos, entre el dolor y el sudor pegajoso, característico de todos aquellos que escapaban.

 Decidimos no dormir hasta llegar al gran valle. Llegamos allí en la madrugada y pronto alguien notó nuestra presencia. No nos habló, sino pidió que la siguiéramos en silencio. Nos llevó por callejones hasta una bodega enorme, propia de un aeródromo o algún espacio de ese estilo.

 Había cientos de personas en el suelo, durmiendo. Otros hablaban en voz baja. La mujer nos llevó a un costado, donde nos dieron sopa caliente. Mientras comíamos, pude llorar libremente por fin. Y él hizo lo mismo y nos besamos una y otra vez. Nada podría separarnos jamás.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Cosas del momento

   El espejo era enorme. Cubría toda una pared del cuarto de baño, que era del tamaño de mi apartamento o tal vez más grande. No solo había un gran espacio libre de todo sino que había varios lavamanos y una bañera circular enorme, con una vista envidiable. Era de día, por lo que pude ver tan lejos como era posible. La luz del sol entraba suavemente por la ventana y acariciaba mi piel recién bañada. No me había demorado mucho pero los aceites y jabones eran perfectos para mi piel.

 El agua resbalaba el suelo, mojándolo todo. Pero no me importaba porque no era mi hogar. De hecho, estaba seguro de que no podría volver en mucho tiempo, si es que volvía alguna vez. Ese pensamiento se atravesó en mi mente y me hizo alejarme de la ventana y tomar una de las toallas mullidas que había cerca de la entrada. Revisé mi cara y mi cuerpo en el espejo enorme. Me miré por largo rato, como muchas veces hacía en casa aunque no con tanto esplendor a mi alrededor.

 Dejé caer la toalla y detallé cada centímetro de mi cuerpo. Mi pies, mis piernas, en especial mis muslos. Mi pene, mi cintura, el abdomen, los costados e incluso me di la vuelta para verme la espalda aunque eso era algo difícil. Terminé por el pecho y luego mis ojos oscuros mirándome en el espejo. Les faltaba algo pues veían algo apagados. Tal vez era porque toda la vida me había mirado en el espejo viendo mis defectos, viendo lo que creía que todo el mundo detallaba en mí.

 Sin embargo, muchos decían que jamás se habían dado cuenta de las estrías, de la grasa extra o de las cosas de más o de menos. Siempre pensé que lo decían por cortesía, tratando de seguir en lo que estábamos en vez de enfocarnos en la pésima percepción que tenía de mi mismo. Pero tal vez eran honestos conmigo, tal vez no habían visto nada de eso que me hacía sentir a veces tan pequeño e insignificante, tan tonto y a la vez más inteligente que los demás. Me alejé del espejo tras un largo rato.

 Me sequé el cuerpo lo mejor que pude y aproveché la toalla para secar un poco del piso que había mojado. No quería que él viniera después y encontrara todo hecho un desastre, aunque eso no podía ser muy probable ya que sabía que tenía empleados que limpiaban y ordenaban todo a su gusto. La casa era enorme y era apenas obvio que muchas personas ayudaban a que todo estuviese perfecto, casi como un museo. Por muy interesante e inteligente que fuese el dueño, sabía que con su trabajo no pasaría mucho tiempo allí. Por eso debía salir pronto.

 Sin ropa, pasé del baño a la habitación principal. Mi ropa ya no estaba en el suelo, como la había dejado al entrar a bañarme, sino que estaba toda en una silla, cuidadosamente doblada. Incluso las medias estaban, cada una, dentro del zapato correspondiente. Mi billetera también estaba en el montoncito Revisé mi chaqueta y me di cuenta de que mis otras pertenencias estaban allí. No quería desconfiar en semejante lugar pero igual abrí la billetera para ver que todo estuviera bien.

 Después de revisar, me vestí lo más rápido que pude. Era evidente que no estaba solo en la casa. Toda la habitación estaba impecable: la cama debidamente tendida y las persianas corridas para dejar entrar la luz. Incluso parecía como si hubiesen aspirado, aunque eso podía hacer parte de mi imaginación puesto que el ruido fácilmente hubiese llegado al baño. Lo último que me puse fueron los zapatos, con cierto apuro porque quería salir de ese lugar cuanto antes.

 La chaqueta la llevaba en la mano pues todavía tenía el calor del baño en el cuerpo. Al salir de la habitación, recordé que la anoche anterior había llegado a la casa con algunos tragos de más en el cuerpo, por lo que esperaba reconocer el camino de salida. Accidentalmente entrar en un baño, la cocina o la habitación de alguna otra persona no era una opción. De repente una horrible sensación de vergüenza y desespero me invadió el cuerpo y quise salir corriendo de allí.

 Bajé una hermosas escaleras que se retorcían hasta lo que parecía la entrada principal. Todo era bastante minimalista, cosa que recordaba pues había un chiste a propósito de ese detalle la anoche anterior. Sabía que a él le había gustado porque recordaba muy bien su risa y el aspecto de su rostro al sonreír. Era un hombre muy guapo y eso me hacía sentir bien y mal al mismo tiempo. Al fin y al cabo había sido algo pasajero, algo que seguramente no hubiese ocurrido en otras instancias.

 Bajé de la manera más silenciosa que pude pero cuando estaba a solo un metro de la puerta, una voz hizo que mi cuerpo quedara congelado. Era una mujer. Voltee a mirarla, sin opción de hacer nada más. Ella estaba en lo que parecía ser una de las salas, tal vez donde habíamos estado bebiendo la noche anterior pero yo no lo recordaba claramente. Más que todo porque estaba concentrado en él y por eso me había sentido mal antes, porque sabía que me gustaba mucho más de la cuenta y eso era algo que no podía permitirme. Sin embargo, tuve que caminar hacia ella y saludar.

 Su respuesta fue una pregunta. “¿Se conocían de antes?” Sus palabras me dejaron frío, con los ojos muy abiertos puestos en ella. La mujer se dio la vuelta y se sentó en uno de los sofás. Había estado bebiendo algo de color amarillo con hielos. Tomó un sorbo y me miró de nuevo, con una expresión que parecía de regaño, como si quisiera reprenderme. Pero era claro que se estaba reprimiendo. Su cuerpo parecía contraerse en si mismo, tratando de no decir nada que no pensara bien antes.

 Cuando por fin habló dijo que era su hermana. Eso me hizo sentir un poco más aliviado porque cabía la posibilidad de que fuese casado. No voy a explicar como sé que eso puede ser una posibilidad pero solo sé que lo es. Me dijo que estaba preocupada por él puesto que recientemente había perdido a alguien que había querido mucho. Se puso de pie de nuevo y, sin pensárselo demasiado, me dijo que yo no era el primero que salía así de esa casa. Habían habido otros, no hace mucho.

 Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Me hizo sentir peor de lo que ya me había sentido al cambiarme o cuando estaba viendo el hermoso paisaje por la ventana del cuarto de baño. Yo no era un acompañante ni un trabajador sexual. Había sido una casualidad tonta que nos encontráramos en ese bar porque yo casi nunca salía de mi casa, de mi rutina. Pero estaba tan mal que quería alejarme de todo a través del licor y del ruido de la gente. Así y todo, él había estado allí, invitándome a un trago.

 Lo único que fui capaz de hacer fue pedir permiso y dar la vuelta para irme. Casi corrí a la puerta, la abrí de un jalón y caminé lo más rápido que pude hacia la reja perimetral de la casa. Hasta ese momento me di cuenta de lo lejos que estaba de mi casa. No sabía ni como llegaría pero no me importó. Solo quería salir de allí lo más pronto posible. Un jardinero se me quedó mirando, justo cuando crucé una reja que ya estaba abierta. No pensé en eso y seguí caminando, por varios minutos.

 Horas más tarde, entré en mi casa y me quité la ropa y todo lo demás de encima. Me sentía asqueroso, culpable de algo que no había hecho. Me metí a la ducha de nuevo, con agua fría, y con eso me dio rabia dejar que esa mujer dijera lo que había dicho.


 Juré, con los huesos casi congelados, que no volvería a hacer una cosa de esas. Me controlaría y trataría de manejar esos momentos de ánimos bajos de alguna otra manera o bebiendo en casa. Mientras lo juraba bajo el agua, mi celular se encendió al recibir un mensaje de él.

viernes, 23 de junio de 2017

La fuga

   Lo que más asustaba a la gente no era el hecho de tener en su pueblo una de las prisiones más afamadas del país. Tampoco les asustó cuando, una mañana, las alarmas sonaron con fuerza por todo el pueblo, avisando la fuga masiva de prisionera de esa cárcel. Lo que más les asustó fue tener que permanecer en casa por días, incluso semanas, antes de poder salir de nuevo. Todo porque las autoridades no habían cumplido con su parte del trato, la parte en la que los protegían.

 Los maleantes que se habían escapado de la cárcel venían de los lugares más variados y todos habían cometido crímenes diferentes o al menos de maneras distintas. Había un grupo que había cometido crímenes relacionados con dinero, robando centavo tras centavo de lo que los contribuyentes pagaban con esfuerzo para varias obras sociales y de infraestructura. Esos de cuello blanco se lo habían robado. Lo habían hecho en el pasado y lo seguirían haciendo en el futuro.

 Eran como un cáncer pero no eran el único cáncer. Los tenían encerrados en el edificio más pequeño de la prisión, el cual tenía una sola planta y era atendido de manera especial. Estaba claro para todos que incluso los más ricos y los más desgraciados siempre recibirían un trato diferencial, incluso en la cárcel. Sus comidas eran un poco mejores que las de los demás prisioneros y tenían derecho a más tiempo en las zonas de recreación como el patio o el gimnasio. Incluso tenían piscina.

 Por supuesto, eran los que más se quejaban de malos tratos y siempre vivían pidiendo el respeto a sus derechos humanos. Según sus relatos a la televisión o a los medios escritos, la prisión era un infierno en la tierra donde todos los días debían luchar por sus vidas. Y las familias repetían este mensaje pues el familiar que tenían en la cárcel hacía que toda la gente de su entorno hiciera lo que él quisiera. Vale la pena aclarar que la cárcel era solo para hombres. La de mujeres estaba en otra parte.

 Cuando sucedió la fuga, estos ladrones de cuello blanco fueron de los primeros en correr. Lo hicieron porque tenían miedo de los demás prisioneros pero también porque querían alejarse lo más posible del lugar que les había causado tanto desprestigio. En sus mentes, no eran ellos culpables de nada más sino de ser más brillantes e inteligentes que el resto de las personas. En sus cabezas, ellos no tenían porqué estar allí con los demás criminales. Incluso había algunos que pensaban que, en un mundo manejado por ellos, se les haría alguna clase de honor.

 En el patio B, el más grande de toda la prisión, estaban la gran mayoría de los delincuentes. Buena parte de ellos habían sido capturados por crímenes relacionados con las drogas, aunque en el lugar no estaban los verdaderos jefes ni aquellos matones que habían sido especialmente sanguinarios. En ese lugar estaban aquellos que ayudaban a comercializar el producto, a moverlo y demás. Eran un grupo unido en la cárcel y se hablaban solo entre ellos, sin dejar entrar a nadie más.

 Tenían cierto poder pues eran los que le podían conseguir lo que quisieran a cualquiera de los demás. Si querían un celular o algo de comer, ellos lo podían proporcionar por una suma. Esa suma podía ser dinero de verdad, que los familiares de unos tenían que pasarle a los familiares de los otros fuera de la cárcel, o podía ser un objeto o servicio que pudiesen proporcionar dentro de la prisión. Sobra decir que los guardias y todo el personal sabía de esto y no hacía nada para evitarlo.

 Entre el grupo más grande, e incluso incluyendo a los demás delincuentes, había algo así como clases sociales. Pero no se basaban en el poder monetario sino en la capacidad de cambio que tenía cada individuo. Los que podían hacer lo que quisieran adentro o afuera, eran los jefes. Normalmente, eran los que siempre habían manejado negocios para alguien más y ahora se encontraban en una increíble posición de liderazgo, donde podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran.

 Por eso no era extraño que hubiese asesinatos pagados en la cárcel. Al menos una vez por mes algún infeliz era asesinado en las duchas, en maneras tan creativas que era un poco sorprendente. Además, era casi imposible saber quien era el responsable pues muchos guardias estaban bajo la influencia del dinero sucio y se hacían los idiotas cuando pasaba algo como eso. Así que no había consecuencias y los jefes del sector lo seguían haciendo cuando les convenía a ellos y sus intereses.

 También había una clase media y una clase baja y de esta última normalmente salía la persona que obligaban a matar a alguien más. Los clase baja eran personas que se podía manipular, por secretos o porque no tenían como defenderse. De hecho, muchos de los hombres obligados a matar también se convertían en objetos sexuales de sus superiores. En la noches era común escuchar gritos, gemidos y demás sonidos relacionados con estos actos, algunas veces consensuados, muchas veces forzados. Era una de las realidades de las que nadie hablaba.

 En el último patio, en un edificio un poco más grande que el de los ladrones de cuello blanco, estaban los prisioneros más sanguinarios. Mientras que los del patio B acudieron a la anarquía al fugarse, pues ellos habían iniciado el caos y querían que los vieran como el grupo más peligroso, fueron los del patio C los que se perdieron entre la multitud de la manera más silenciosa que pudieron. Se metieron a los bosques cercanos o siguieron con sus letales actividades. El caso es que se alejaron rápido.

 La mayoría eran asesinos, eso no era de sorprender. Lo delicado eran las razones por las que estaban en la cárcel y las maneras en que habían matado a sus victimas. Algunos habían asesinado a dos o tres personas. Otros ni siquiera sabían cuantas. El número nunca había sido importante para ellos sino el hecho de hacerlo y todo el proceso, que era casi como una ceremonia religiosa. Esos hombres eran lo más peligroso que la sociedad tenía para ofrecer. Monstruos reales.

 Las celdas que tenían eran un poco más amplias que las de los demás pero eso era porque permanecían allí todo el día. Se les autorizaba la salida a un pequeño patio interior pero solo los domingos y por una hora. Esa era la única oportunidad que tenían para ver el sol, sentir el viento en la cara y tal vez escuchar el sonido de los pájaros que pasaban por el lugar. La comida pasaba por una ranura en la puerta y no recibían visitas de nadie. Estaban completamente apartados del mundo.

 Cuando todo fue caos, la red eléctrica falló y así fue como pudieron escapar sin mayor problema. Todos los guardias de seguridad de esa zona fueron asesinados. Y no fue por odio ni nada por el estilo. El hecho era que no lo habían podido hacer hacía mucho tiempo y estos personajes tenían sed de sangre que no se podía calmar con nada. No eran seres humanos sino máquinas de horro que lo único que eran capaces de hacer era destruir la vida humana en cualquier manifestación.

 Ese fue el grupo que hizo que las personas del pueblo cerraran puertas y ventanas con seguro y se quedaran encerrados por tanto tiempo. Algunos tenían armas pero no sabían si servirían de algo contra personas como esas, más si eran numerosos.


Pero el pueblo solo se vio saqueado por algunos de los prisioneros del patio B. Muchos fueron capturados, igual que casi todos los del patio A, los de más dinero que no sabían que hacer en esos casos. A la mayoría de los del patio C, no se les volvió a ver sino hasta mucho tiempo después.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Renacer

   Para él, no era difícil sacar la bala de donde estaba alojado en su abdomen. El dolor era tremendo pero a la vez que sentía dolor, también había una extraña sensación que parecía envolver su mano mientras sus dedos exploraban la cavidad hecha por la bala. Cuando por fin dio con los restos de metal que quería sacarse, tuvo mucho cuidado al ir sacando los dedos para que la bala no se resbalara y volviera a quedar alojada dentro de su cuerpo. Lo que sacó era un pedazo pequeño de metal, arrugado al meterse en su cuerpo. Lo tiró al suelo.

 La lluvia caía de manera torrencial y ayudaba, en gran medida, a que sus heridas no se sintieran como tales. Los que sabían de su resistencia al dolor, creían que él no sentía nada de nada y eso era una mentira. Cada vez que le pasaba algo, lo sentía en el alma pero el asunto era que podía resistir la cantidad de dolor que fuera. No había un límite a lo que pudiese aguantar. Una vez, explorando el límite de sus poderes, había cogido un cuchillo y se lo había clavado en la mano. Por supuesto que le había dolido, pero no tanto como para aguantar varias clavadas más.

 Respirando pesadamente, caminó bajo la lluvia siguiendo una carretera solitaria. Era un lugar alejado de todo, envuelto por bosques de árboles que crecían muy cerca los unos de los otros, con follaje espeso y una altura que era capaz de cubrir una zona extensa como si fuera un techo natural. Allí fue donde se escondió, dando cada paso con dolor pero si dudar un segundo de que lo que tenía que hacer era alejarse lo más rápido posible de toda la gente, de la civilización como tal. Sentía que ya no pertenecía con ellos. De hecho, sentía que jamás se había integrado como tal.

 Encontró de repente una zona rocosa, en la que el bosque parecía subir de nivel. En ese lugar había una pequeña cueva y fue donde se dejó caer para descansar. La idea era solo quedarse un par de horas pero estaba tan exhausto que solo se despertó hasta el otro día. Lo hizo de un sobresalto. Por esos días, casi siempre tenía pesadillas horribles relacionadas con las extrañas habilidades que, de un día para el otro, habían surgido en su cuerpo. Solo llevaba pocos meses sabiendo lo que podía hacer y era todo demasiado extraño.

 La lluvia había parado durante la noche pero el bosque seguía húmedo y frío. La ropa del hombre estaba muy mojada pero no tenía otra para ponerse. Además, no era algo que le importara mucho ahora. Salió de la cueva y caminó por el linde de la ladera de la montaña, siempre cuidado no caminar por un claro ni nada parecido. No sabía si alguien estaría buscándolo ni que métodos estarían usando para encontrarlo. Tenía que ser cuidadoso. Estaba claro que nunca volvería a sentirse de verdad seguro. Tenía que aprender a sobrevivir así, en movimiento.

 Su estómago de pronto rugió. Tenía mucha hambre pues no comía nada hacía más de un día. Se revisó los bolsillos del pantalón y encontró un papel y nada más. En el bolsillo de la chaqueta tenía un billete de baja denominación y un par de monedas. Era lo único que tenía y de todas maneras no podía usarlo como si nada, menos como estaba en ese momento pues cualquiera empezaría a preguntar de dónde había salido. Así que guardó bien el dinero y siguió caminando, esperando que se le presentara alguna manera de calmar el estómago.

 Los árboles empezaron a separarse un poco, lo que lo puso nervioso, pero solo era porque en la cercanía había un lago. Era bastante grande y parecía que no había nadie cerca. El agua era limpia pero desde la orilla tenía un color azul oscuro profundo, casi negro.  El hombre se quedó mirando, desde la línea de árboles, como el viento acariciaba la superficie del agua. Era un viento frío, que traía la temperatura de la parte más alta de la montaña. El hombre miró hacia el cielo: no habían nubes ni parecía haber nada fuera de lo común.

 Despacio, se fue quitando la chaqueta. La dobló con cuidado y la puso en el suelo. Allí tenía su dinero y no quería que cualquier criatura del bosque pudiese sacar las monedas brillantes o el único billete que tenía. Luego se quitó la camiseta, que tenía una gran mancha de sangre oscura, y la puso doblada encima de la chaqueta. Cuando se fue a agachar para quitarse las botas cubiertas de barro, se dio cuenta que ya no tenía el hueco de la bala en su abdomen. Dolía un poco todavía pero la piel estaba lisa, sin rastro de que nada le hubiese pasado.

 Se pasó los dedos varias veces, sin creer lo que veía. No entendía que le pasaba y por qué le pasaba precisamente a él, un tipo común y corriente que nunca había querido ser especial de ninguna manera. Lo único que había querido en la vida había sido un trabajo estable y vivir en paz con los demás. eso era lo que quería. Pero la vida no le había dado nada de eso y menos aún en los últimos días. Era como si tuviera que superar alguna prueba o algo por el estilo pero él no comprendía por qué. Nunca le había hecho nada malo a nadie y ahora estaba huyendo.

 Se sentó en el húmedo suelo del bosque para quitarse las pesadas botas, cubiertas de barro que ya estaba endurecido. Sus pies olían bastante mal pues el agua de lluvia lo había mojado todo y no había secado sus pies en mucho tiempo. Las medias también estaban embarradas. Las dejó dentro de las botas y a estas las puso al lado de la demás ropa. Se quitó los pantalones, unos jeans ya viejos. Al hacerlo, sintió como si se quitara una armadura de encima del cuerpo. Se sentía vulnerable.

Después de doblar los jeans, los puso sobre la camiseta. Se quedó quieto un buen rato, pensando que de pronto no tenía mucho sentido lo que estaba haciendo. ¿Que tal si alguien llegara y lo viera así? Tal vez le quitarían la ropa y lo obligarían a morir sin nada puesto. Sería algo muy humillante. Pero ese era su subconsciente que estaba obsesionado con la idea de morir desde hacía unos días. Sentía que su muerte llegaría pronto y a cada rato se imaginaba alguna nueva manera en que eso ocurriría, casi siempre de manera trágica.

 Sacudió la cabeza, como espantando una mosca, y terminó de quitárselo todo al retirar con cuidado sus calzoncillos. Los dejó en una de las botas. Entonces se envolvió con sus brazos y empezó a caminar hacia la orilla del lago. Respiraba pesadamente como si estuviera a punto de meterse a un baño de ácido o algo por el estilo. Era el miedo de que algo que no veía venir pasara en cualquier momento. Se podría decir que ahora el pobre hombre tenía miedo hasta de su propia sombra, de cualquier ruidito, de todo lo que pudiera llevarlo a la muerte.

 Sus pies tocaron el agua. Estaba muy fría pero sintió algo más: se sentía vivo al sentir el líquido. Despacio, se fue metiendo al agua hasta que estuvo cubierto hasta la cintura. En parte se sentía congelándose pero a la vez su cuerpo parecía calentarse desde de adentro. Era una sensación muy extraña pero placentera. Sentía casi como si se estuviese recargando. Avanzó un poco más y el agua le llegó hasta el pecho. Cuando se dio vuelta para mirar a la orilla, se dio cuenta que se había alejado bastante y que no pasaba nada de peligroso.

 Tal vez ya no lo buscaban. Tal vez ya se hubiesen dado por vencidos. Al fin y al cabo habían visto como un hombre corría después de dispararle. Eso debía haberlos asustado o algo. Era como si el optimismo fuese llenando su cuerpo, gota a gota. Entonces miró a su alrededor y, sin dudar, se hundió en el agua por completo. Aunque dejó de sentir el suelo rocoso del lago por un momento, no se preocupó porque todo de repente parecía sentirse perfecto. Sentía que ahora sí lo entendía todo y que comprendía que le pasaba y porqué.


 Así estuvo una hora, emergiendo del agua y sumergiéndose de nuevo. Cuando por fin regresó a la orilla, parecía un hombre nuevo. Se veía que algo había cambiado en su interior pero era difícil saber que era. En su interior, sentía como si estuviese lleno de energía. Antes de cambiarse, hizo el intento. Tomó una piedra y la apretó con una mano lo más fuerte que pudo. Cuando abrió el puño, solo había un polvillo gris que flotó lejos con la suave brisa que soplaba. Era hora de salir del bosque.