lunes, 20 de marzo de 2017

Casa de baños

   Apenas entró al recinto, sintió algo de nervios. Era la primera vez que entraba a un lugar como ese y no quería hacer algo incorrecto o atraer mucho la atención hacia si mismo. Por un momento, creyó que aquello iba a ser imposible pero, al recordar que todo el mundo se paseaba igual de desnudo en una casa de baño, dejó de sentirse tan especial y único y recordó que no todo se trataba de él. Al fin y al cabo era una tradición ancestral en el Japón, una parte de sus vidas.

 Estaba desde hacía una semana en el país y, aunque la razón de su viaje habían sido los negocios, ahora había entrado en esa parte de las negociaciones en la que una de las partes decide si siguen o si se retiran. Eran los japoneses quienes debían de analizar su propuesta y habían acordado darse mutuamente una semana entera para las decisiones. Volver a casa hubieses sido un desperdicio, sobre todo sabiendo que todo estaba a su favor. Por eso Nicolás se quedó en Japón, a esperar.

 No dudaba que sus negocios iban a salir a pedir de boca pero esperar no era uno de sus grandes atributos. Jamás había podido estarse quieto más de unos minutos y por eso había decidido explorar la ciudad y visitar los puntos de interés. Incluso se había sometido al karma de hacer compras, cosa que nunca hacía pero sabía que nadie en su familia le perdonaría volver sin ningún tipo de recuerdo de su viaje. Ahora ya tenía media maleta llena de cosas para todos ellos.

 La casa de baños, sin embargo, había sido consejo de la joven recepcionista de hotel donde él se estaba quedando. El jueves ya casi no tenía nada que hacer y la mujer le aconsejó visitar uno de esos lugares, pues le explicó la tradición que dictaba que era óptimo tener una higiene perfecta. Además, era bien sabido que los hombres de negocios japoneses eran personas que vivían muy cansadas y el baño era precisamente la mejor manera de relajarse durante la semana para poder seguir como si nada.

 Sin pensarlo mucho, Nicolás buscó el baño que tuviese mejores comentarios en sitios de internet  para turistas extranjeros. Cuando supo como llegar al lugar, subió a un tren y cuando menos se dio cuenta ya estaba en la puerta. Hubo un momento en el que quiso retirarse pero no lo hizo. Los nudos que tenía en la espalda le dolieron en el momento preciso, como gritando en agonía para recordarle al cuerpo que no solo el cerebro se cansaba sino también todo lo demás. Así que dio un paso hacia delante y penetró el bien iluminado recibidir del baño.

 No era un sauna, a la manera europea, y tampoco era una turco, como en oriente. Era un lugar algo distinto, con todas las paredes decoradas con pinturas monumentales, de vistas panorámicas y detalles tradicionales. Por estar mirándolas, casi no le pone atención al cobrador: un anciano que estaba sentado detrás de mostrador, apenas visible tras el grueso vidrio que lo ocultaba, con cientos de calcomanías que seguramente correspondían a servicios y  reglas del lugar.

 Como en todas partes en el país, Nicolás se comunicó por medio de señas y un par de palabras que había aprendido. Quiso hacer más por sí mismo antes de irse de viaje, pero su mente jamás había sido la mejor para aprender nuevos idiomas. En eso eran mejores sus hermanos, más jóvenes. Él en cambio había sufrido durante las clases de inglés en el colegio. Se le había grabado algo en la cabeza, suficiente para poder usarlo ahora de adulto, pero sabía muy bien que su acento era fatal.

 Después de pagar la tarifa, le fueron entregadas dos toallas: una grande y una pequeña. La pequeña, según entendió, podía ser usada dentro de los baños como tal. Pero la grande no, esa era solo para secarse una vez afuera. Dentro del lugar no estaba permitido estar cubierto, al parecer una regla ancestral para evitar altercados graves en recintos como ese. Tal vez era algo que tuviese que ver con los samurái o algo por el estilo. El caso es que estar desnudo era la regla.

 Se fue quitando la ropa poco a poco, hasta que se fijó que los otros hombres que entraban, que eran pocos, se quitaban todo con rapidez y seguían a los baños casi con afán de poder meterse en el agua caliente. En cambio él estaba haciéndolo todo lo más lento posible, como por miedo o vergüenza. Cuando ya solo le quedaba la ropa interior encima, se quedó sentado allí como un tonto, sin hacer y decir nada. Entonces entró un grupo de hombres y se dio cuenta que era la hora pico del lugar.

 Ya estaba allí, había pagado y si no se apuraba no habría lugar para él. Se quitó el calzoncillo, lo guardó en un casillero con todo lo demás y siguió a la siguiente habitación, donde había duchas y asientos de plástico. Había que lavarse antes de entrar a los baños como tal. Había jabones y el agua estaba perfecta. Aprovechó mientras no los hombres venían para bañarse rápidamente pero el jabón se le cayó varias veces y, para cuando terminó, ellos ya habían entrado y hablaban unos con otros como si estuvieran en la mitad de un bar o algo por el estilo.

 Al salir de las duchas, por fin llegó a la zona de los baños. Era un sector con techo, como todo el resto, pero parecía estar a la merced de los elementos. Era un efecto genial pues se podía ver el cielo exterior pero era claro que se trataba de un techo de cristal perfectamente hecho. Quedó tan fascinado con esto y con el aspecto general de la zona de baño, que dejó de taparse sus partes intimas y se dedicó a buscar un lugar ideal para sumergirse por un buen rato. Lo encontró con facilidad.

Entró al agua y se recostó contra lo que parecía una gran piedra, pero era sin duda algo hecho por el hombre. Cerca había una pequeña cascada de agua hirviendo, lo que hacía del lugar elegido un punto ideal para cerrar los ojos, estirar brazos y piernas y relajar el cuerpo como en ningún otro lado era posible. Nadie se quedaba dormido, o no parecía ser el caso, pero el nivel de relajación era increíble. Además, los vapores y el olor del lugar ayudaban a crear una atmosfera muy especial.

 Cuando cerró los ojos, Nicolás por fin dejó de pensar en su pudor y en la razón de su viaje. Empezó a analizar todo lo que había visto pero en la calle, en los sitios turísticos a los que había ido. Había quedado fascinado con muchas cosas pero con ninguna de manera consciente. Ahora sonreía como tonto pensando en los niños que jugaban en el tempo y como la luces de la ciudad parecían contar una historia vistas desde arriba, desde la parte más alta de una gigantesca antena de televisión.

 Los nudos se fueron deshaciendo y, con la toallita húmeda en la cara, todo lo que le preocupaba en la vida parecía haberse ido flotando a otra parte, lejos de él. De esa manera pudo darse cuenta de que lo que necesitaba en la vida era un poco más de tiempo para sí mismo. Había tenido la gran fortuna de ser exitoso, primero como parte de un equipo y ahora como parte de su propia empresa. Y jamás había tomado un descanso tan largo como esa semana en Japón, ni si quiera fines de semana.

 Todos los días trabajaba y en los momentos en los que no lo hacía pensaba acerca del trabajo y tenía ideas a propósito de ello y todo lo que existía en su vida giraba entorno a su negocio y en como hacer que cada día fuese mejor. Por eso era un hombre exitoso.


 Pero también era triste, apagado y aburrido. No sabía mucho del mundo y ni se diga de cómo divertirse. Tal vez lo peor del caso es que no sabía bien quien era él mismo. En ese baño, fue la primera vez en mucho tiempo que se sentaba a conversar con una parte de si mismo que no veía hacía muchos años.

viernes, 17 de marzo de 2017

Joanna's zoo

   Joanna was the person in charge while the zoo was closed. She wasn’t the girl who fed fish to the dolphins while they were doing their show, or the one that joined the visitors in each stop in order to tell them everything about the animal they were watching. She was just the girl that fed the animal after hours, when everything was quiet and most creatures were sleeping or, on the contrary, just waking up from their slumber. She preferred like that as she had never been a person of the spotlight.

 What she loved more than anything was joining the scientists, the men and women that worked hard in laboratories trying to discover a cure for the many animal diseases that most humans knew nothing about. Just like them, she felt that by learning about those diseases and destroying them, they could all be able to make the human race more resistant and the whole world would see a surge in numbers for many species that had been threatened for years without a reason.

 However, Joanna had only been in school for two years. She hadn’t even completed the first half of her education. She couldn’t be allowed yet to a laboratory or anything like that. If she had a job there being so young, it was because she had almost begged for it. She needed that job to help out at home, where her mother was too fragile to work in anything and her sister Julie was still in school, so she couldn’t be able to help. It was her obligation to bring money to home.

 Of course, taking care of the animals didn’t pay as much as one would think, but it didn’t pay as badly as other jobs such as waitress ones and so on. The thing was she was in charge of feeding them and cleaning their habitats, which could be really disgusting sometimes. The animals didn’t mind doing their business anywhere they wanted, so her work was sometimes a little bit of a challenge because of many factors. And she also had to do some security work, for a couple of hours.

 Joanna actually liked her job. It wasn’t prestigious or different every day, but she did learn a lot of stuff about the animals by just watching them. Besides, the zoo was normally very quiet at night, so she could wander around just thinking about her stuff, her life. It wasn’t that she loved to do that, but everyone needs a place where they can stop for a while and just think about how life is going for them and if they want something more out of it. Of course, the conclusion was, every time, that she would like to have an easier life than the one she had.

 Her shift began when the doors of the zoo closed, at five in the afternoon. She had to stay there for five hours, until the security team hired by the zoo’s administration would come in to do their rounds. They stayed until opening time, at nine o’clock the following morning. So she didn’t have to stay that long but it was a lot of work packed in just a few hours. She had to clean everything and make it look as if it was new in that time, which was hard but she always made it.

 The only times she was afraid of anything was when she had to clean and then feed the creatures in the Komodo dragon habitat. There were five dragons, all adults with a very bad mood. She had to put the food in a special space for them to run towards it and then she could trap them in that place for a while, as she cleaned the habitat as fast as she could. This could only last for a while, as Komodo dragons eat extremely fast and they don’t care about small spaces at all.

 It was scary but entertaining to see all those majestic creatures during the night. Joanna felt she had a private glimpse into the lives of the animals that people rarely saw. She felt annoyed when she thought about all the people that visited the zoo and never learned anything about any of the animals. It was supposed to be a place for education but most people just used it as a park that you pay to go in. Some couldn’t care less about the animals, they just wanted a place to chill with their kids.

 She would often think about how the world could be changed by just ending the whole zoo system. Of course, she was one of its employees but the truth was that, as a student on the subject, she thought that zoos were not really the best way to get to know an animal’s ay of doing things, his way of life. That’s what science needed to know but by standing in front of a cage watching a bird, you don’t really learn a lot about it except that it needs a bigger space to fly and be comfortable.

 One of her ideas for the future was to create some sort of tour agency that would be specialized in getting people in and around ecosystems that have a lot to teach to humans. She would only take adults in those trips and only the ones that proof that they want to be there to learn and not only to take a nice little stroll around the jungle. They don’t have to be scientists or anything related, just interested in animals, like she was. She even had a three at home and her parents had never being against it because she actually did a great job taking care of them.

 Her cat was called Tigress, as she looked like a small tiger. Her dog’s name was Sherlock, as he was very good at finding stuff, although he had been much better when younger. He was now a little bit slow when looking for anything, yet he still was able to find things all around the house. The last member of her animal group was Ranger, a big hamster she had received as a gift from her ex-boyfriend. She had wanted to get rid of it after they had broken up, but the creature was so adorable she decided to keep it.

 When she wasn’t taking care of the animals in the zoo, she took care of the animals at home. And she also had to help her mother and sister, so her work was never really done, only on Sundays when she was given the chance of sleeping late and just enjoy herself by doing things that most girls her age enjoyed like going out to the mall or watching movies and television shows. She rarely did any of that though, as she preferred resting at home with all of her pets.

 Joanna’s story is not one that’s fun and interesting, as many others. She’s just an average person, struggling to come out alive of a situation in her life that seems to go on forever. But she knows, she trusts, that one change it will all change. She will finish college and her mother will get better. Her sister will grow older and will be able to help her around the house more and she may realize all of her dream, the ones she thinks about when she walks around the zoo at night.

 She’s not dreaming too much, she doesn’t think so. Joanna is just an average person, a normal person hoping for something to progress in her life. And she knows it happened because of the animal, because even them are not always the same every single day. They might not be people but they do have temperaments and attitudes. They do change their minds and customs. So, if they change, why not her? Besides, she had way to many plans not to make them a reality.


 Meanwhile, she cleans their shit and gives them meat or corn or whatever it is that she has to give them as food. And she has learned to enjoy it because she’s at peace with them, more than when she shares the room with another person,  fellow human.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Primeras veces

   Toda vez que fuese la primera, me ponía nervioso. Era algo que me pasaba desde que era pequeño y tenía que ir a la escuela, de nuevo, cada año. El primer día de clases era una tortura pues muchas veces era en un lugar nuevo, con personas nuevas. Y cuando no lo era, no estaba seguro de si quedaría con mis amigos o con otros con lo que no simpatizaba mucho que digamos. Era una tortura tener que vivir esa incertidumbre una y otra vez. Esto no era nada diferente.

 Me había mirado la cara varias veces antes de salir, en el espejo del baño y en el que había en el recibidor. Tenía la sensación de que no iba bien vestido pero tampoco sabía como solucionar el problema. Me había puesto ropa formal pero no nada muy exagerado tampoco. No quería que creyeran que estaba teniendo alucinaciones, creyendo que me iban a contratar como el ejecutivo del año en la empresa o algo por el estilo. Solo quería dar a entender que era responsable y ordenado.

 Decidí salir con tiempo por dos razones: eso me daba la posibilidad de tomar el bus que iba directo y era más barato que un taxi pero también me daba la oportunidad de relajarme un poco y no estar tan tenso. Esa era la idea al menos porque la verdad no me calmé en los más mínimo durante todo el recorrido y eso que fue de casi una hora. El efecto había sido el contrario: esperar y esperar aumentaban mi tensión y podía sentir dentro de mi como me circulaba la sangre, haciendo mucha presión.

 El autobús lo tuve que esperar algunos minutos, cosa que no redujo mucho aquella tensión. Iba con tiempo y se suponía que nada de eso me tenía que poner tenso y, sin embargo, estaba moviendo los pies sin descanso y daba vueltas en la parada como si fuera un tigre esperando que lo alimenten. Las personas que estaban en el lugar me miraban bastante pero no parecían interesados de verdad sino solamente curiosos. Al fin y al cabo, para ellos todo el asunto no era nada nuevo.

 Ya en el bus, tuve un momento de indecisión para  elegir la silla en la que iba a sentarme. Tanto me demoré en decidir que las sillas se ocuparon y tuve que mantenerme de pie, con la mano firmemente agarrada a uno de los tubos que pasan por encima de las cabezas de los pasajeros. Mi mano parecía querer pulverizar el tubo y varias veces tuve que recordarme a mi mismo que tenía que respirar y relajarme, no podía seguir así como estaba o simplemente moriría de un infarto. Cerrar los ojos y respirar lentamente fue la clave para no morir allí mismo.

 El viaje en el autobús se sintió mucho más largo de lo que había esperado. Eso sí, me tomó una hora ir de un punto a otro pero como estaba tan desesperado, había vivido el recorrido como si la distancia hubiese sido el triple. Lo peor fue cuando, en un momento dado, sentí que estaba sudando: una gota resbaló desde la línea de mi cabello, por todo el lado de mi cara, hasta el mentón. Allí se había quedado y luego caído al suelo del bus. Obviamente sentía que todos me miraban, pero nadie lo hacía.

 Cuando el autobús paró para recoger pasajeros, aproveché para limpiarme la cara. No estaba tan sudoroso como pensaba pero de todas maneras me limpié y traté de mantener la calma. Tratando de no ser muy evidente, me revisé debajo de las axilas muy sutilmente para saber si había manchado la camisa recién planchada que tenía puesta. Sí se sentía un poco húmedo pero no tanto como yo pensaba. Traté en serio de respirar pero no me sentía muy bien. Sentía que me ahogaba.

 Traté de no hacer escandalo. Respiré como pude por la nariz y apreté el tubo al que estaba garrado con mucha fuerza. Creo que una lágrima me resbaló por la cara pero no lo hice mucho caso. Solo traté de poder respirar un poco más. Cuando sentí que el oxigeno fluía de nuevo, tomé un gran respiro y me limpié la cara. Fue entonces que, como por arte de magia, me di cuenta que por fin había llegado adonde quería estar. Casi destruyo el botón de parada del bus con el dedo.

 Apenas bajé, sentí como si el mundo por fin estuviese lleno de aire para respirar. Estaba temblando un poco y me di cuenta de que casi había tenido una crisis nerviosa. Ya de nada servía seguirme diciendo que me relajara y que no tenía razones para preocuparme. Todo eso no servía para nada puesto que yo siempre vivía las cosas de la misma manera, nada puede cambiar el hecho de que me den nervios al estar tan cerca de algo que me pone en una tensión increíble. Así soy.

 Tenía que caminar un poco para llegar adonde necesitaba. Tenía aún unos cuarenta y cinco minutos para respirar el aire de la ciudad, relajarme cruzando por andenes y un parque pequeño, hasta llegar a un conjunto de torres de oficinas que parecían haber sido construidas hacía muy poco tiempo. Automáticamente, saqué mi celular para revisar la dirección, a pesar de haberla buscado un sinfín de veces antes de salir. Solo quería asegurarme de que todo estuviese bien. Me detuve un momento para tomar aire y entonces me dirigí a uno de los edificios.

  Me revisó un guarda de seguridad y luego pasé a la recepción para decir que venía por una entrevista de trabajo. Se suponía que era una formalidad, pero yo nunca me he creído eso de que las cosas estén ya tan seguras antes de hacerlas. No creo que nada sea seguro hasta que hay contratos o hechos de por medio que lo garanticen. Por eso estaba nervioso y por eso siempre lo estoy cundo se trata de cosas que pueden irse para un lado o para el otro. Nada es cien por ciento seguro, ese es mi punto.

 La joven recepcionista me dijo que tomara el ascensor al séptimo piso. Me dio también una tarjeta para poder pasar por los torniquetes de acceso al edificio. Fue un momento divertido pues era como entrar a una estación de tren pero sin viajar a ningún lado, a menos que se cuente el corto trayecto en ascensor como un viaje. Apenas entré en el aparato, dos personas más lo hicieron conmigo pero se bajaron bastante pronto. Solo estaba yo para ir al séptimo piso. El ascensor no hacía ruido.

 Cuando se abrieron las puertas, tuve que tomar otra bocanada de aire. Me sentí muy nervioso de repente y tuve que caminar despacio hasta una nueva recepción, donde otra joven mujer me miró un poco preocupada pero pareció olvidar su preocupación cuando le dije a lo que venía. Marcó un número en un teléfono, habló por unos pocos segundos y entonces me dijo que esperara sentado a que vinieran por mi. Frente a ella había algunas sillas donde se suponía que debía esperar.

 Pero elegí no sentarme, ya había estado mucho tiempo sentado en el bus. Quería estirar un poco la espalda puesto que el retorno a casa iba a ser del mismo modo. Con la mirada recorrí el lugar y detallé que no había cuadros de ningún tipo en el lugar, ni siquiera afiches o algo por el estilo. Todo era gris, casi tan lúgubre como el espacio de trabajo de un dentista. No había nadie más en la sala de espera. Solo estábamos yo y la señorita recepcionista que parecía estar leyendo una revista.

 El ascensor se abrió en un momento dado y salieron algunas personas, todas evitando mirarme a los ojos. Me pareció algo muy raro, aunque no del todo extraño. Volvían al trabajo de comer y seguro tendrían sueño en unos minutos. Era la parte más difícil del día.


 Por fin, la persona que había venido a ver vino por mi. Sentí que era mis piernas las que me hacían mover y no yo. Nos dirigimos a su oficina y fue muy amable. Tan amable de hecho que su primera pregunta fue: “¿Cuando puedes empezar?”

lunes, 13 de marzo de 2017

The space around

   Space has always been the same: cold, unwelcoming and largely boring to watch. That is because, despite how big it is and how many natural phenomenon happen all around, some parts, most parts, are just empty space surrounded by that black veil tinted with stars. People who decide to work there are either adventurers or simply the ones that never got what they wanted and now have decided its time to sacrifice body and mind for the greater good of humanity.

 Every “day” it’s the same thing: waking up to realize you are in space, alone and bored. Then you have some breakfast, normally one of those dehydrated foods that need some water drops to transform into something a little bit tastier. Then, it’s time for hygiene and cleaning of the facility. Most of the time, it’s all about mopping and sweeping all around, nothing interesting like discovering asteroids or observing one of the many wonders of the universe. That’s for others to do.

 Stevenson had been assigned to that quadrant and to that station almost one year ago. He was really looking forward the year to be completed because he would be eligible to be replaced and send to some other planet or station, hopefully one where boredom is not a cause of death. Inexperienced people, as he was at the start, normally get to monitor the boring areas of the universe. The ones that people know about and admire, those are normally assigned to more popular areas of the territories.

 As he sweeps and mops, Stevenson likes to put on some music and dance to it while he does his chores. Many days, not caring much about the security cameras and the visual diary he must keep, he takes off all his clothes and walks around naked, doing everything he normally does only that with not one fabric over his body. Is not really a statement or something funny to do, but just the fact that people get bored really fast and easy when nothing happens around them.

 One of those naked days, Stevenson was preparing dinner. It had been another uneventful day for him and he was looking forward to his weird sleep. For dinner, he made a sandwich, which he had to create in the microwave. When he was eating, one of the emergency sirens started. It was a very loud noise and he had never heard it. Actually there were many things he didn’t really know about the station and he normally learned on the way. He went to the command center but it wasn’t clear what had happened. The siren was turned off and no reason was found for its activation.

 However, the onboard computer declared that the siren had been activated through movement in a forbidden area but it couldn’t really tell what actually moved. Stevenson thought it was a moving cable that wasn't working anymore or maybe it was something worse. He had heard of parasites bigger than fists infesting stations all over the place. Of course, they weren’t creatures that lived in space, but they attached themselves when stations were built or launched into their positions.

 He decided to check everything before going to sleep. He spent several hours on the computer, checking everything on the corresponding monitor and holding the station’s manual on one hand to verify he was doing all he standard procedures correctly.  It took hours but at the end of it all he didn’t find any actual proof something had moved anywhere around the ship. He also found out there were no parasites. The ship was in perfect shape, working like a well-tuned clock.

 As he walked to his room, he thought about the possibility of something actually exciting happening there. He had been alone for long, so bored too, that he had been excited because of the siren. It was scary at first, but it made him feel alive and useful, instead of useless, which was what he felt every single day of his life. As he covered himself with the bed sheets, he looked one last time to his window and wondered if he would ever feel like more than just some lost guy.

 Stevenson had a nightmare: it was about him running all around the station. He was running away from something but he never saw in the dream what it was. But it had to be something really scary because he could feel on his body when it came too close. It was a very tense situation. He would scream sometimes and run. He would also get into areas of the stations that didn’t actually existed. Then, whatever was after him finally caught up with him and jumped and it was then when he woke up.

 Not only the scare woke him up, but also the fact he had fallen from his bed, covered in sweat. He took all his clothes, what he used as a pajama, and threw it on the bin that was actually a washing machine. He had never experienced that kind of nightmare. It had really been scary. He even realized his face was covered in tears when he removed his t-shirt. He decided to get into the shower, as even cold water would help getting his ideas in order and all of the bad thoughts out of his mind, at least for while. He needed to feel calm once again. But that didn’t last very long.

 As he walked out of the shower, the alarm was activated again. This time the computer was able to tell him way with one word: asteroid. He ran still naked and wet to the command center, holding a towel on one hand. Stevenson put the towel on the chair and sat on it and then pushed some buttons and wrote some words in a keyboard. He was chatting with the computer. On a screen, he got an image of whatever it was that had activated the alarm. He had to enhance the quality because it was very small.

 Indeed, it was an asteroid. It had a very classical shape and was travelling slower than most asteroids did. But that wasn’t the reason the alarm had been activated. In the last few months, he had encountered other rocks like that one. The difference this time was that all the instruments onboard the ship had detected life on the rock. Some form of life was around or inside that asteroid and he had to be able to get it for himself as that would be his ticket to a much better life.

 The station couldn’t really move but he did have a vehicle for outside exploration. He ran to the hangar, put on some piloting clothes and hopped into the small vehicle, which was shaped as a tennis ball. The idea was to grab the rock and carry it back to the station with the mechanical arms the vehicle had. It shouldn’t be hard as the rock was not that big and he only needed some pieces. So he went out inside the ball and navigated bravely towards the floating rock.

 An incredible velocity pushed it though space but it was too slow for asteroid standards. So breaking it a little bit shouldn’t be hard at all. He started doing so when a powerful sound almost made him deaf. It was coming from the station, another alarm. He had to complete his work fast with the asteroid first, so he decided to use a laser to extract a good chunk of it. His operation on the rock was successful and he was able to take a very good part back to the station, where the sound seemed to get stronger.


 Apparently, it was an urgent message and that piercing noise was the way to get it through. He was surprised to see it was not only a short written message that said, “Stand by”. He didn’t really understand. Besides, his mind was with the rock he had just brought back. But then, the alarm ended and a screen that had never worked had been turned on. There was a face there, it was his boss. He was pale and looked very skinny and tired. He declared they had encountered something and that, whatever it was, it had attacked them. He failed to explain it further. But his next phrase was the one who made Stevenson feel heavier: “The Earth has been destroyed. Don’t come back”.