La soledad es algo difícil de vivir y de
sentir. Hay quienes la adoran y hay otros que la aborrecen. Es un sentimiento
que pone a la gente a la defensiva o, por el contrario, los pone contra una
pared y los debilita hasta que no saben quienes son. Es difícil manejar algo de
ese estilo, algo que se transforma cuando quiere y nunca es lo que creemos que
es. La soledad ha transformado a muchos en locos y a otros en genios, a unos en
cascarones vacíos y a otros en la mejor versión de sí mismos. Es el sentimiento
como tal el que provoca semejantes transformaciones o son sus efectos en el ser
humanos los que empujan a este a ser una u otra cosa, a no permanecer en lo que
han sido por un tiempo sino más bien transformarse al extremo de sus
capacidades?
No lo sé. Y tampoco lo sabía Juan que, desde que su vida había dado un vuelco de
ciento ochenta grados, no sabía que lado era el correcto para nada. Su familia
había muerto trágicamente hacía un tiempo y no le quedaban sino algunos
familiares amigables pero lejanos. Y por amores no había que preocuparse porque
nunca había habido ninguno y era poco posible que lo hubiese en el futuro.
Estaba completamente solo, recogiendo los pedazos de la vida que había tenido
antes y tratando de hacer algo con todos ellos, pero la verdad era que nada se
podía hacer, nada que no tuviera una sombra de recuerdos infinitos de su
familia. Los podía ver todos los días y todos los días se le rompía el corazón
un poco y era la maldita soledad la que lo hacía posible.
Había heredado la casa de la familia, en la
que todos habían crecido por tanto tiempo. Juan antes vivía en un apartamento
pequeño que había conseguido cuando por fin se había podido independizar de la
familia. Pero eso duró pocos meses antes de que sucediera lo que había ocurrido
y antes de que Juan debiera ponerse en frente de todos los asuntos financieros
de su familia. Nunca había pensado que la vida podía ser tan difícil pero ahora
vivía el día a día pagando cosas que no eran de él, vendiendo otras, ignorando
facturas, hablando con gente que conocían a su padre y que siempre decían las
peores palabras de apoyo. Él no quería seguir escuchando sus estúpidas voces
pero no tenía opción.
El primer mes fue un infierno pues, cuando no
estaba atendiendo un montón de problemas que no eran suyos, estaba llorando en
algún rincón de la casa como un fantasma pero vivo. El dolor que sentía era
inmenso, era imposible de calmar y de ignorar. Se sentía como algo que crecía
por dentro, inflándose hasta adquirir dimensiones extraordinarias que empujaban
a todos los órganos al extremo del cuerpo. Por eso, creía él, que sentía que no
podía respirar con propiedad y que su corazón ya no bombeaba tanta sangre como
debía. Incluso, un par de veces, perdió el conocimiento al instante, de tanto
llorar.
Cuando eso pasaba se despertaba como si nada
en lugares en los que no recordaba haber estado. Su cara le dolía igual que su
cuerpo y como casi siempre era de madrugada se arrastraba a si mismo a su cama
y allí se quedaba dormido, con algo de dolor en su cuerpo. Era casi una rutina
que sentía que estaba acabando con su cuerpo. Tanto era el dolor que tuvo que
guardar todos los recuerdos de su familia y decidió vender el apartamento que
tantos recuerdos guardaba para él. No podía seguir allí, torturándose porque
sí. Debía encontrar una forma de parar el dolor, ese sentimiento de culpa que
salía de la soledad que lo acosaba día tras días y en todos los rincones de la
maldita ciudad.
Porque no era solo en casa que se sentía así.
Era también en la calle, afuera en el mundo donde había tantas personas y tanto
ruido. Lo que pasaba allí era
potencialmente peor porque la gente le daba rabia. La soledad no solo lo hacía
sentir mal sino que le sacaba una faceta de rabia, de resentimiento contra
todas las demás personas que se atrevían a sonreír en el mundo cuando él no
tenía ya la capacidad para hacer algo así. Trataba siempre de ir a lugares de
comida rápida para que lo atendieran con celeridad y pudiese sentarse en una
mesa pequeña para comer y luego irse. Si estaba en una tienda, iba directo a lo
que necesitaba y si decidía curiosear lo hacía por los pasillos que estuvieran
solos.
Los pocos amigos que tenía se fueron alejando.
Al parecer, su nueva actitud no les caía muy en gracia, cosa que a él poco o
nada le importaba. La verdad era que esos amigos nunca habían sido muy
importantes para él porque eran del trabajo, era gente con la que tenía ese
único enlace en común y, como ya lo había cortado, ya no había nada que los
uniera de verdad. Él descubrió que ellos eran tan aburridos como el resto de la
humanidad y ellos descubrieron que el lado oscuro de Juan no les gustaba ni un
poco y tampoco su poca voluntad para reírse de chistes malos o tomar cerveza
hasta que estuviesen perdidos. Eso débiles lazos de amistad se rompieron con
facilidad.
Así que Juan de verdad estaba solo y no
deseaba cambiarlo por nada del mundo. La razón era simple: el dolor, la
angustia, la soledad… Todos esos sentimientos lo llenaban y lo empujaban hacia
delante. Los recuerdos también y la rabia hacía su parte. Todos ellos lo hacían
moverse, como si se tratase de una marioneta. Y él estaba dispuesto a seguir
siendo esa marioneta de la vida, al menos hasta que no pudiese aguantarlo más.
Siguió así por mucho tiempo después de la tragedia y consiguió incluso un
trabajo solitario, entregando licor en tiendas de barrio en las noches. Era
peligroso o eso decían pero a él le daba lo mismo. El peligro ahora era
relativo para él y la verdad era que no le importaba.
Así siguió Juan con su
descenso al infierno, sus lentos pasos hacia un destino que él conocía muy bien
pero al que no tenía ni una pizca de ganas de evitar. La vida, en general, le
daba ya un poco lo mismo y no le interesaba como o que fuese a ocurrir en el
futuro. Para él, ya nada tenía verdadera importancia y su vida se había
convertido en una de esas cosas que solo funcionan porque no tienen más remedio
que seguir trabajando hasta que se dañen y colapsen solas. Esa era su idea,
seguir adelante hasta que todo, por arte de la vida, se detuviera de una manera
o de otra. No pensaba en los detalles de todo eso pero la verdad era que habían
momentos, muchos momentos, en los que deseaba que lo que fuese a suceder pasara
pronto.
La soledad no solo se había tragado su tiempo
y personalidad sino también su espíritu casi al completo. Las únicas veces que
demostraba sentimientos diferentes a los de siempre era cuando veía fotos de su
familia, que era una vez cada semana por lo menos. Entonces lloraba de nuevo,
las pocas lágrimas que le quedaban, pero también sonreía por momentos y parecía
entonces un ser humano completo, real y común y corriente. Pero esa ilusión no
duraba mucho y rápidamente volvía a ser la sombra que había empezado a ser
desde hacía mucho tiempo. Comía cada vez menos y casi no salía de la casa para
nada.
Para nadie fue sorpresa saber, no mucho tiempo
después, que Juan había sido encontrado muerto en su casa. El olor fue lo que
alertó a los vecinos quienes llamaron a la policía. Estos rompieron la puerta y
encontraron el cuerpo sin vida de Juan en el baño. Se había metido a la bañera
y allí se había cortado las venas y lo había hecho como solo quienes en verdad
quieren morir lo hacen. Al parecer los sentimientos adentro de su cuerpo no
estaba actuando con la suficiente velocidad y él había decidido darles un
pequeño empujón. No hubo velación ni entierro, solo una cremación rápida y sus
cenizas fueron dadas a familiares lejanos que las esparcieron por la tumba de
los padres de Juan.
Y como él lo había previsto, su vida no quedó
impresa en el mundo. Su mayor miedo, incluso antes de lo que había ocurrido,
siempre había sido morir sin dejar una huella, sin que nadie supiese que había
existido. Pero en sus últimas horas se dio cuenta de que la visa humana en
realidad no es tan valiosa como todos dicen, o sino se trataría por más medios
de mejorarla y de hacerla más fuerte contra todo lo que atenta contra ella.
Juan había perdido todas las fuerzas y, aunque no había pedido ayuda, nadie
tampoco le dio una mano ni una mera palabra de aliento para que pudiese
soportar el trago amargo de la muerte de sus padres.
La soledad se lo llevó y nadie nunca supo nada
más ni nada menos de él.
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