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lunes, 1 de agosto de 2016

Fantasmas del presente

   Al parecer la gente se odia a si misma. Al parecer la gente no soporta mirarse en el espejo y darse cuenta de que todo lo que tiene en frente es propio y que nada de lo que digan los demás importa. Sin embargo, no logro entender porqué las cosas son así y no de otra manera. ¿Porqué son autodestructivos y porque tratan de destruir a los demás? ¿Que es lo busca la gente haciendo que los demás sean miserables? La lógica diría que son ellos mismo miserables y por eso lo hacen pero no creo que siempre sea el caso.

 La gente es miserable por cualquier cosa y la única condición para que lo sean es estar tristes por una razón o por otra. Pero la tristeza no es excusa, estar mal en un momento no garantiza que se esté mal toda la vida y los demás no tienen porqué pagar por ello. Si estás triste, analiza tus sentimientos y lo que tienes adentro pero no hagas que lo demás se sientan miserables solo porque tu no puedes soportar al mundo de la manera en la que está hecho.

 Yo lo entiendo. A veces hay momentos en que queremos echarlo todo por la borda y no queremos que nadie nos hable, que nos miren o que susurren cerca nuestro. No queremos que el viento sople ni que el agua moje, que la gente camine o que los animales hagan lo que hacen. No queremos nada y a la vez lo queremos todo porque creemos que tener todo es lo mismo que ser feliz, que estar completo de alguna extraña manera. Pero siempre sabemos, en el fondo, que eso no es así.

 Creo que mucho de eso odio, ese rencor contra todos, nace sin duda de alguna inseguridad profunda en cada ser humano. Creo que reside en lo más hondo de cada ser, algo que se lo come vivo desde adentro, algo tóxico y asqueroso que la gente muchas veces nunca ve ni siente pero que a veces se manifiesta de las maneras más horribles para que nadie olvide su existencia. Creo que todos tenemos ese ser, esa otra criatura adentro, nadie es una excepción.

 Todos nos odiamos, todos tenemos problemas con algo o con alguien. Todos podemos ser capaces de sentir rencor contra los demás, de sentir cualquier cosa de hecho. Y ese puede ser un problema: no sabemos manejar esos sentimientos porque no tenemos las herramientas para comprenderlos. Ya sea porque nos criaron mal, y eso sí existe, como porque no nos esforzamos nunca por saber más del mundo que lo que vemos, es un problema grave.

 Y ahí están esas personas, que solo viven para ver a los demás quemarse en un mismo lugar. Viven para disfrutar con el dolor ajeno porque es la única manera en que pueden sentir algo, lo que sea. Jamás lo dejan de lado y jamás paran o se detienen.

 Muchas veces, estoy seguro, debe ser algo relacionado con el físico. Si quisiera ofender y ser igual de superficial que esta miserable gente, diría que si son hombres debe ser que es porque tienen un pene pequeño. Por alguna razón ese detalle siempre detiene en seco a un hombre, como un encantamiento mágico. Si es una mujer, la cosa se pone más compleja y hay que saber más del individuo pero siempre hay algo sensible, siempre hay un punto de ataque estratégico.

 La gente se siente mal frente al espejo. Yo me siento mal frente al espejo seguido y lo he hecho durante una larga cantidad de años. Para mi no es algo nuevo y vivo con ello sin problemas porque ya me acostumbré. A veces me veo allí y siento que no soporto estar allí de pie por más de un segundo, me odio porque me juzgo a partir de lo que ven y dicen los demás y no de cómo me siento. Mala cosa. Otros días es diferente. Me gusto mucho sin esfuerzo.

 Pienso que la gente de la que hablamos debe odiarse a si misma cada vez que se mira al espejo. Debe haber algo que los pone nerviosos, algo que simplemente los hace cerrar los ojos siempre que ven un cuerpo distinto, como si fuese algo pecaminoso o prohibido. Todavía hay gente que cree en estupideces de esas pero incluso la gente religiosa se puede dar cuenta que el cuerpo es lo que hay y no tiene sentido odiarlo ni aborrecerlo. Y sin embargo, ellos existen.

 Puede que sí sean los órganos sexuales los que los molestan o tal vez sea ver solo piel y nada más. Incluso, y esto es más posible aún, creo que les molesta ver que alguien esté tan seguro con su cuerpo. Puede que tenga algo que ver con la envidia, con algo que ellos mismos quisieran tener. Tal vez tienen el sueño reprimido de poder caminar desnudos por ahí sin sentirse inferiores o algo por el estilo. Me doy cuenta que entre más lo pienso, menos me interesan las razones.

 Eso será porque, entre más excusas existan, más trata uno de justificar las acciones de los demás pero no todos estamos justificados. Hay gente a la que se le debe llamar la atención y hacerle darse cuenta de que lo que hace está mal. Nadie tiene derecho a hacer que los demás se sientan como basura y nadie debería odiarse tanto como para destruir a otros por algo que tiene en la cabeza o que le falta.

 Pierdo el interés en defenderlos, en creer que son buenas personas a pesar de hacer cosas que me sacan de quicio. Son unos idiotas, superficiales e ignorantes. Eso pienso en este momento y creo que lo más probable es que sea la mejor descripción que haya hecho nunca te estos personajes tan tristes y patéticos. Ahí van más adjetivos.

 Se podrán excusar también en eso que llaman la moral, un concepto arcaico e inútil en el que la gente se sigue escudando para rechazar, selectivamente, comportamiento o hechos de la vida que no les gustan para nada. Es algo completamente ridículo porque es como juzgar a todos desde una pequeña, ínfima porción de lo que el hombre como especie conoce. Es como si eligiéramos, de todo el conocimiento humano, sólo lo que la humanidad aprendió en veinte años y usar eso para juzgar a todos los demás. Sin sentido.

 Dirán que es para proteger a los niños, niños que bien protegido no tendrían porque acercarse a lo que no deben. Se les olvida, tal vez que todos, incluidos los infantes, tienen tanto deberes como derechos. Eso de sacudirle a uno los derechos en la cara pero olímpicamente olvidarse de los deberes es simplemente asqueroso. Y se dicen conocedores de la vida y adoradores de lo que hay en ella nada más porque saben de la ley y el orden y de todo lo aparenta crear justicia.

 Tanto les gusta ese concepto, que la imparten ellos mismos. Por eso son peligrosos y unos lunáticos que deben ser detenidos antes de que pase nada. Eso es lo que se debería hacer con toda persona que cree un sistema alterno de justicia, cuando hemos convenido como sociedad humana que solo podemos atenernos a un código de reglas especifico y no a varios al mismo tiempo. Existirán otros sistemas, pero debemos atenernos al nuestro o sino todo es caos.

 Eso sí, que la gente crea lo que crea, que se vuelvan locos odiando y creyendo que su Dios, que su persona, que su familia o que quien sea tiene la razón. Que usen a sus niños como escudos, a sus mujeres como armas y a sus hombres como jueces, si es que no hacen daño, si no afectan a nadie y son como una de esas imágenes de museo que es graciosa porque ya es obsoleta.

 Así como esas piezas de colección, esa gente empezará a ser más y más escasa hasta que sean vistos como una curiosidad y luego ya no sean vistos más nunca. Eso es lo que necesita pasar, que conscientemente los hagamos a un lado si no están dispuestos a compartir el camino con nosotros. No se trata de ser amigos y darnos la mano y vivir juntos para siempre. Se trata de concesiones, incluso de respeto, más de tolerancia.


 Pero el mundo es un lugar podrido. Es un sitio vil que ha tenido el infortunio de ser nuestro hogar por tanto tiempo y lo será por más aún. Soportarnos será difícil pero al menos sabemos ahora que hay cosas por las que vale la pena vivir en paz y en calma y creo que esas son razones más que suficientes para tomar la iniciativa e ir extinguiendo a los fantasmas.

miércoles, 8 de junio de 2016

Virus de verano

   El día parecía querer llevarle la contraria a lo que yo estaba sintiendo dentro de mi cuerpo. El sabor extraño en mi boca contrastaba con el sol brillante y la alta temperatura que hacía. Solo sacar la mano por la ventana era suficiente para darse cuenta que el verano había llegado y que no había manera alguna de ignorarlo. Por fin se podía disfrutar el sol, ir a la playa y usar menos ropa, lo que para mí siempre ha significado estar más cómodo.

 Pero el sabor en mi boca se transformó en dolor y entonces me di cuenta que era el ser más miserable que había. Tenía algún virus, alguna de esas estúpidas enfermedades pasajeros que siempre tienen que aterrizar en mi cuerpo, tal vez porque es débil y no tiene como defenderse.

 Como bien y hago ejercicio pero al parecer eso no es suficiente. Al parecer algo estoy haciendo mal porque esto ya ha pasado antes. Este dolor de cuerpo tan horrible, esta sensación de que si me muevo demasiado se me van a romper los huesos. Por eso ese día, apenas abrí los ojos, no me moví casi. Era como si me hubiera pateado varias veces en el suelo, como si hubiera perdido una pelea de esas que, menos mal, ya casi no hoy.

 Ese extraño sabor en la boca y yo nos quedamos en la cama. Ese sabor a enfermedad, a virus, a gérmenes, a todo lo que no sirve para nada en este mundo. Porque a mi, un hombre ya adulto, ¿de qué le sirve tener una gripa a cada rato o un virus de estos cada mes? Si mi cuerpo no aprendió a defenderse cuando era más joven, ahora mucho menos lo va a hacer. No tiene sentido tener que pasar por esto una y otra vez, como si fuera una lección que no he podido aprender.

 Y ahora el calor. ¡Que asco! Solo duermo con un cobertor y tengo que hacerlo a un lado y quitarme la poca ropa con la que duermo. Desnudo me da algo de escalofrío pero me siento mejor, más fresco. Ese pequeño movimiento me ha costado toda una vida y ahora me siento exhausto. Debí estirarme un poco más y así hubiera abierto la ventana. Pero de pronto fue bueno no hacerlo, porque los insectos ya se están alborotando por todas partes.

 Me quedé allí, mirando el techo. Me doy cuenta de algunas manchas y después me acuerdo que no me importa, que de todas maneras estaré fuera de aquí en menos de tres semanas y que alguien más tendrá que preocuparse por eso. Doy la vuelta, para quedar acostado boca abajo. Así es como me gusta dormir y creo que no tiene caso forzarme a levantarme. Es domingo y eso es lo bueno. Puedo quedarme desnudo en la cama todo el día si eso es lo que quiero porque el domingo se hizo para eso, para no hacer nada, para tomarlo con calma y darse un respiro al final de la semana.

 No entiendo como hay gente que hace cosas el domingo. Sean lo que sean esas cosas, no debería pasar. Entiendo querer ir a dar una vuelta o a comprar algo pero no hacer diligencias como tal o estar de un lado para otro como un trompo sin poder disfrutar ni un poco del único día en el que en verdad no hay porqué hacer absolutamente nada. No lo soporto. Aquí boca abajo, me doy cuenta que es lo mejor que puedo hacer para no tener que enfrentarme al hecho de que esto, sea virus o lo que sea, no se va a ir de la noche a la mañana.

 Otra vez paso saliva y otra vez duele, como si estuviera pasando fuego por mi garganta. La siento cerrada, como un embudo que encima se ha apretado más. ¡Y ese maldito sabor a enfermedad! Lo odio y condeno a lo que sea que me dio este virus. ¿Qué o quién sería? Porque puede haber sido cualquiera de las dos opciones. Al fin y al cabo la noche anterior estuve lejos de ser un santo, de ser el modelo perfecto de joven occidental.

 Aunque dudo que eso exista. Cada uno de nosotros tiene sus líos, sus cosas raras en la cabeza, y pues si yo estoy jodido hay otra gente que está peor. Eso creo yo al menos. No se puede uno poner a pensar que algunos están menos desequilibrados o más sanos en lo relativo al cerebro. Todos estamos un poco locos y el que no tenga algún rastro de locura es que hay que tenerle mucho cuidado. Es mejor tener de donde enloquecer.

 Tomo fuerzas para ponerme de pie y voy rápido a abrir la ventana. Estoy de vuelta en la cama en apenas unos segundos pero el viajecito ha sido suficiente para marearme. Siento que todo el mundo me da vueltas y trato de calmarme, de respirar con calma y de sentir ahora la brisa, la poca brisa, que entra por la ventana. ¡Daría yo el dinero que no tengo por una habitación con una ventana y una vista decente! No sé quién les dijo a esta gente que era algo humano hacer ventanas para adentro.

 Pero es lo que hay y me sirve para tratar de calmar lo mal que me siento. Siempre que me enfermo me siento muy mal, mi ánimo baja al piso y soy susceptible a cualquier cosa. Todo me da más duro: suele ponerme más nervioso, las cosas que normalmente me dan rabia me dan aún más rabia y quisiera matar y comer del muerto. También empiezo a mirarme más en el espejo y condeno a mi cuerpo por ser inservible. Se ha dejado meter otro gol.

 Vitaminas. Eso es lo que debería tomar. ¡Pero son tan caras! Para un estudiante no es algo sencillo tener que comprar cosas que se salen de lo normal, cosas que no son lo que uno compra todos los días en el supermercado. Hay que sobrevivir con los nutrientes que tiene la comida que uno compra y yo al menos cocino y trato de variar.

 Nunca compro preparado porque siento que no tiene el mismo sabor. Además, creo que cualquier ser humano que se respete debe saber cocinar medianamente bien. No se trata de si a uno le gusta o no. Se trata de poder sobrevivir una vez se haya salido del nido, una vez no haya nadie que le haga las cosas a uno. Puedo decir entonces que, al menos en ese sentido, no tengo porqué preocuparme. Cocino recetas varias y, a pesar de que puedo mejorar la presentación, siempre son platillos ricos y tan balanceados como me lo permite mi presupuesto.

 ¡Mierda! No quería toser pero lo hice y ahora siento como si un gato se hubiese resbalado por mi garganta, con las uñas bien extendidas. El dolor es horrible y me hace dar ganas de quedarme allí para siempre. Giro la cabeza un poco y caigo en cuenta que tengo una botella de agua no muy lejos. El agua en estos casos sirve de poco de nada pero al menos refresca un poco. Me estiró como puedo, todo el cuerpo en agonía, y tomo la botella. La abro tan hábilmente como puedo y tomo un sorbo.

 Está tibia. Es asqueroso tomarla así pero no hay de otra. Otro sorbo y le pongo la tapa. En la cocina, en la nevera mejor dicho, tengo jugo de naranja. Pero lo que me vendría mejor sería una limonada. No es que tenga una herida abierta en la garganta o algo parecido pero es lo que siempre me ha funcionado mejor para estos malditos casos de virus indeseables. Pero para tener limonada abría que hacer una de dos cosas: o ir a comprar limones a la tienda y hacer el jugo yo mismo o ir al súper, más lejos, y ver si tienen las limonada ya preparada.

 Francamente, no tengo ganas de hacer ninguna de las dos cosas. Prefiero quedarme aquí y ver si puedo sudar el virus. He decidido que hoy voy a estar todo el día desnudo y que además no me voy a bañar. No quiero moverme de mi cama para nada. Creo que hay galletas y otras cosas en el armario. Voy a comer eso y si acaso, si tengo el empuje, iré por agua fría o jugo de naranja a la nevera. Me parece una larga caminata con este dolor de pies, piernas y cintura, pero la opción existe.

 El estomago gruñe pero no sé si es hambre o es que el virus es estomacal. No he comida nada raro. Sí he comido algo que no como normalmente pero no era nada extraño y fue en un restaurante. No tiene cara de ser un lugar donde repartan virus a diestra y siniestra. En fin.


 Aquí me quedaré entonces, en esta cama que no es mía, sintiendo el viento en mi trasero y mi espalda, tratando de controlar la cantidad de saliva que trago y de movimientos del cuerpo. ¡Maldito sabor en la boca! ¡Maldito verano que no viene solo sino mal acompañado!

domingo, 8 de noviembre de 2015

La mente

   Al comienzo creyó que estaba enloqueciendo, que había imaginado cosas que después afectaban su vida de forma directa. Pero entonces parecía que no había imaginado nada y que todo era verdad. El problema era que esa verdad tampoco era completamente probable y parecía algo salido de la imaginación de alguien. Cuando empezó todo, eran cosas pequeñas que daban indicaciones, así que nunca se fijó mucho en ellas. Afectaciones ligeras a los objetos a su alrededor o incluso algunos que desaparecían del todo para volver a aparecer meses después como si nada. Como no se daba cuenta de los cambios en el momento, no había manera de que se enterara lo mucho que estaban cambiando las cosas a su alrededor y de lo mucho que seguirían cambiando.

 A veces había lagunas mentales y eso le molestaba. Era como si se la pasara bebiendo todas las noches cuando casi nunca lo hacía. Y esas veces, muy pocas, en las que salía a tomar algo, siempre recordaba todo. Las lagunas iban acompañadas de pesadillas, de despertarse tarde en la madrugada de un golpe por el miedo a que todo lo que había visto en su mente se convirtiese en realidad. Se sentaba en la cama cubierto de sudor y tratando de recuperar el aliento, como si hubiese luchado con una criatura enorme. Se masajeaba el cuerpo para relajarlo y solo después de varios minutos podía volver a recostarse y tratar de dormir. A veces lo lograba pero muchas otras simplemente se quedaba mirando al vacío toda la noche, sin dormir un solo segundo.

 Entonces, las cosas se pusieron más raras. En sus sueños o pesadillas (no importaba que fueran) empezó a ver objetos flotar, a verse a si mismo flotando sobre la ciudad y a sentir su cuerpo más allá de lo que nunca lo había sentido. Lo más curioso es que esto último fue algo que se pasó del sueño a la realidad. Un día después de ducharse, se dio cuenta que podía sentir la sangre por su cuerpo, sus neuronas muriendo y su piel regenerándose lentamente. Podía sentirlo todo y era inquietante, como si miles de pequeños organismos gobernaran su cuerpo y no fuese él el maestro del lugar. Acudió a médicos pero le aseguraron que no tenía nada malo, que debía descansar.

 Pero descansar no servía de nada cuando era precisamente durmiendo cuando tenía más sueños extraños, más sentimientos raros contra todo lo que lo rodeaba. Al dormir, y de esto también se dio cuenta rápidamente, estaba completamente consciente de que dormía y en que posición y como. Era horrible estar dormido y saberlo y casi poder controlar el sueño a voluntad. Con el tiempo lo podía controlar por completo pero eso le molestaba puesto que ya no era un sueño sino que era un escenario completamente construido por él sin la magia de los sueños normales que son improvisados, siempre sorpresivos.

 Desde que empezó todo había pasado un año completo cuando algo más concreto lo sobresaltó más allá de lo que nada más lo había hecho. Un día, cuando despertó, se dio cuenta que su cama de hecho flotaba unos centímetros por encima del suelo. Solo fueron unos segundos, pues sintió la cama caer esa pequeña altura y todo pasó antes de que estuviera totalmente despierto. Nunca supo como probarlo, como probárselo a si mismo, pero estaba seguro que la cama había flotado. De hecho, estaba seguro de que había muchas más cosas raras pasando a su alrededor pero no quería descontrolarse pues todo era muy ambiguo y no quería que la gente lo tomara por loco. Necesitaba pruebas de que, de hecho, no estaba enloqueciendo.

 Lo primero que se le ocurrió fue grabarse a si mismo durmiendo pero eso no resultó en nada. O la cámara no capturaba ningún hecho extraño o se apagaba en la mitad de la noche y no había manera de saber si algo había pasado o no. Dejó de lado sus responsabilidades y se obsesionó gravemente consigo mismo, con su situación mental y con esas supuestas cosas que pasaban a su alrededor que nadie más podía explicar. Por todo esto su vida empezó a cambiar y, la verdad, fue para lo peor. Estaba tan ocupado pensando en tonterías, que dejó a un lado las cosas que sí estaban allí y que sí necesitaban de su atención constante y de su ingenio e interés. Él ya no estaba.

 Eventualmente lo echaron del trabajo y los pocos amigos que tenía dejaron de hablarle. Su familia era escasa entonces no era de sorprender que no lo buscaran mucho. Y aparte de ellos no había nadie que se interesara por él así que por los siguientes meses se la pasó encerrado en su apartamento. No comía por días seguidos y después recordaba que tenía hambre y pedía a domicilio lo que era más loco aún pues el olor en su casa alarmaba bastante a los repartidores. Algunos incluso se negaba a ir por miedo. Otros en cambio iban porque el loco nunca pedía el cambio así que las comisiones eran muchos mejores que en otros sitios.

 Se dejó crecer el pelo y la barba y no tocaba agua ni por equivocación. Vivía solo para hacer cálculos e imaginarse las posibilidades, para plantear que podría haber pasado y que era lo que tenía en su mente. Se preguntaba si más personas vivían con eso adentro, con ese miedo de que todo cambiase lentamente y de golpe estuviesen en un mundo donde su capacidad de controlar era casi nula. Su obsesión con lo que pasaba le impedía muchas veces dormir, lo que era contraproducente pues muchas de las cosas que le pasaban ocurrían durante el sueño. Pero es que ya no podía dormir, ya no estaba tranquilo cerrando los ojos y dejándose ir, o al menos no era como antes. Ahora le daba miedo.

 Un día, en el que por fin había podido quedarse dormido, los despertaron de golpe. Por un momento pensó que era un sueño particularmente violente pero se dio cuenta pronto que todo era real. Unos cuatro hombres vestidos de blanco entraron en su casa, tumbando la puerta principal, y se dirigieron directamente hacia él. Por supuesto, él peleó. Los rasguñó con sus largas uñas y les dio patadas y puños a la vez que gritaba y les rogaba que dejaran de tocarlo, pues de nuevo sentía todo al triple y el tacto de otros lo volvía loco. Le inyectaron algo y eso lo aflojó lo suficiente para que lo sacaran. Antes de desmayarse por completo logró ver algunos vecinos que lo miraban con lástima y a los policías que habían acompañado la operación. Luego, todo se puso negro.

 Cuando despertó, ya no había razón alguna para seguir luchando. Tenía puesta la clásica camisa de fuerza y estaba tumbado en un espacio blanco con poca luz. La única luz que entraba era la de la luna y de la ciudad por una ventana pequeña. La habitación no tenía cama sino que estaba toda acolchonada, incluso alrededor de la taza del baño. Había una mesa también y nada más. Algunas lagrimas salieron de sus ojos  y se dio cuenta de que hasta allí había llegado su vida. Ya no había vuelta atrás, ya no habría manera de recuperar nada de lo que hubiese tenido en el pasado. Todo eso había muerto ahora y lo único que le quedaba era si mismo. E incluso él sabía que eso no era mucho.

 Al otro día, le quitaron la camisa y pudo deambular a sus anchas por el lugar. No tenía entonces ganas de pelear con nadie ni de gritar. Le hacían pruebas pero él las ignoraba, tratando de concentrar su atención en cosas menos importante que le hicieran pasar el tiempo para no enloquecerse de verdad. Jugaba cartas con otros pacientes, veía televisión y trataba de disfrutar la asquerosa comida del lugar. Cuando tenía su cita asignada con el psiquiatra o con el médico, procuraba nunca decir ni una palabra pues no quería que le dieran más tiempo en semejante lugar por una respuesta mal hecha. Así que por meses, no dijo una sola palabra a nadie, prefiriendo su propia tranquilidad.

 Aparte de ese aislamiento impuesto por sí mismo, los doctores no veían que hubiese algo verdaderamente mal con él. Era un hombre joven y sano que simplemente había tenido una crisis existencial, cosa que existía y que era muy común. Así que le dieron un mes más en el sitio y al cabo de ese tiempo retornaría a casa y tratarían de ayudarlo para conseguir un trabajo y alejarse del estrés que seguramente lo habían hecho caer tan bajo. Cuando estuvieron todos de acuerdo, se dirigieron a la habitación del joven para informarle la decisión. Cuando abrieron, sin embargo, solo hubo gritos de horror.


 Él estaba sentado con las piernas cruzadas, casi como un practicante muy dedicado de la meditación. Pero era seguro que ellos no podían hacer que una carta, el control remoto de la televisión y una pelota pequeña flotaran sobre sus cabezas. Era él quien lo controlaba todo. Pero entonces los dejo caer y fue entonces que la puerta se desencajó de golpe y salió volando a un lado. Él caminó con paciencia, retirando una a una las puertas y demás obstáculos, hasta que estuvo afuera. Y allí, después de inhalar el aire puro de la noche, se elevó sobre los sorprendidos loqueros, y nunca más lo volvieron a ver. Muchos dicen que eso nunca pasó y otros que él hizo que todos olvidaran. Nunca se sabrá a ciencia cierta y la verdad es que no es necesario saberlo.  nico que le quedaba era si mismo. ue hubiese tenido en el pasado. Todo eso hab La habitacinthacia o donde su capacidad de contro

domingo, 4 de octubre de 2015

Soledad

   La soledad es algo difícil de vivir y de sentir. Hay quienes la adoran y hay otros que la aborrecen. Es un sentimiento que pone a la gente a la defensiva o, por el contrario, los pone contra una pared y los debilita hasta que no saben quienes son. Es difícil manejar algo de ese estilo, algo que se transforma cuando quiere y nunca es lo que creemos que es. La soledad ha transformado a muchos en locos y a otros en genios, a unos en cascarones vacíos y a otros en la mejor versión de sí mismos. Es el sentimiento como tal el que provoca semejantes transformaciones o son sus efectos en el ser humanos los que empujan a este a ser una u otra cosa, a no permanecer en lo que han sido por un tiempo sino más bien transformarse al extremo de sus capacidades?

 No lo sé. Y tampoco lo sabía Juan que,  desde que su vida había dado un vuelco de ciento ochenta grados, no sabía que lado era el correcto para nada. Su familia había muerto trágicamente hacía un tiempo y no le quedaban sino algunos familiares amigables pero lejanos. Y por amores no había que preocuparse porque nunca había habido ninguno y era poco posible que lo hubiese en el futuro. Estaba completamente solo, recogiendo los pedazos de la vida que había tenido antes y tratando de hacer algo con todos ellos, pero la verdad era que nada se podía hacer, nada que no tuviera una sombra de recuerdos infinitos de su familia. Los podía ver todos los días y todos los días se le rompía el corazón un poco y era la maldita soledad la que lo hacía posible.

 Había heredado la casa de la familia, en la que todos habían crecido por tanto tiempo. Juan antes vivía en un apartamento pequeño que había conseguido cuando por fin se había podido independizar de la familia. Pero eso duró pocos meses antes de que sucediera lo que había ocurrido y antes de que Juan debiera ponerse en frente de todos los asuntos financieros de su familia. Nunca había pensado que la vida podía ser tan difícil pero ahora vivía el día a día pagando cosas que no eran de él, vendiendo otras, ignorando facturas, hablando con gente que conocían a su padre y que siempre decían las peores palabras de apoyo. Él no quería seguir escuchando sus estúpidas voces pero no tenía opción.

 El primer mes fue un infierno pues, cuando no estaba atendiendo un montón de problemas que no eran suyos, estaba llorando en algún rincón de la casa como un fantasma pero vivo. El dolor que sentía era inmenso, era imposible de calmar y de ignorar. Se sentía como algo que crecía por dentro, inflándose hasta adquirir dimensiones extraordinarias que empujaban a todos los órganos al extremo del cuerpo. Por eso, creía él, que sentía que no podía respirar con propiedad y que su corazón ya no bombeaba tanta sangre como debía. Incluso, un par de veces, perdió el conocimiento al instante, de tanto llorar.

 Cuando eso pasaba se despertaba como si nada en lugares en los que no recordaba haber estado. Su cara le dolía igual que su cuerpo y como casi siempre era de madrugada se arrastraba a si mismo a su cama y allí se quedaba dormido, con algo de dolor en su cuerpo. Era casi una rutina que sentía que estaba acabando con su cuerpo. Tanto era el dolor que tuvo que guardar todos los recuerdos de su familia y decidió vender el apartamento que tantos recuerdos guardaba para él. No podía seguir allí, torturándose porque sí. Debía encontrar una forma de parar el dolor, ese sentimiento de culpa que salía de la soledad que lo acosaba día tras días y en todos los rincones de la maldita ciudad.

 Porque no era solo en casa que se sentía así. Era también en la calle, afuera en el mundo donde había tantas personas y tanto ruido. Lo  que pasaba allí era potencialmente peor porque la gente le daba rabia. La soledad no solo lo hacía sentir mal sino que le sacaba una faceta de rabia, de resentimiento contra todas las demás personas que se atrevían a sonreír en el mundo cuando él no tenía ya la capacidad para hacer algo así. Trataba siempre de ir a lugares de comida rápida para que lo atendieran con celeridad y pudiese sentarse en una mesa pequeña para comer y luego irse. Si estaba en una tienda, iba directo a lo que necesitaba y si decidía curiosear lo hacía por los pasillos que estuvieran solos.

 Los pocos amigos que tenía se fueron alejando. Al parecer, su nueva actitud no les caía muy en gracia, cosa que a él poco o nada le importaba. La verdad era que esos amigos nunca habían sido muy importantes para él porque eran del trabajo, era gente con la que tenía ese único enlace en común y, como ya lo había cortado, ya no había nada que los uniera de verdad. Él descubrió que ellos eran tan aburridos como el resto de la humanidad y ellos descubrieron que el lado oscuro de Juan no les gustaba ni un poco y tampoco su poca voluntad para reírse de chistes malos o tomar cerveza hasta que estuviesen perdidos. Eso débiles lazos de amistad se rompieron con facilidad.

 Así que Juan de verdad estaba solo y no deseaba cambiarlo por nada del mundo. La razón era simple: el dolor, la angustia, la soledad… Todos esos sentimientos lo llenaban y lo empujaban hacia delante. Los recuerdos también y la rabia hacía su parte. Todos ellos lo hacían moverse, como si se tratase de una marioneta. Y él estaba dispuesto a seguir siendo esa marioneta de la vida, al menos hasta que no pudiese aguantarlo más. Siguió así por mucho tiempo después de la tragedia y consiguió incluso un trabajo solitario, entregando licor en tiendas de barrio en las noches. Era peligroso o eso decían pero a él le daba lo mismo. El peligro ahora era relativo para él y la verdad era que no le importaba.

Así siguió Juan con su descenso al infierno, sus lentos pasos hacia un destino que él conocía muy bien pero al que no tenía ni una pizca de ganas de evitar. La vida, en general, le daba ya un poco lo mismo y no le interesaba como o que fuese a ocurrir en el futuro. Para él, ya nada tenía verdadera importancia y su vida se había convertido en una de esas cosas que solo funcionan porque no tienen más remedio que seguir trabajando hasta que se dañen y colapsen solas. Esa era su idea, seguir adelante hasta que todo, por arte de la vida, se detuviera de una manera o de otra. No pensaba en los detalles de todo eso pero la verdad era que habían momentos, muchos momentos, en los que deseaba que lo que fuese a suceder pasara pronto.

 La soledad no solo se había tragado su tiempo y personalidad sino también su espíritu casi al completo. Las únicas veces que demostraba sentimientos diferentes a los de siempre era cuando veía fotos de su familia, que era una vez cada semana por lo menos. Entonces lloraba de nuevo, las pocas lágrimas que le quedaban, pero también sonreía por momentos y parecía entonces un ser humano completo, real y común y corriente. Pero esa ilusión no duraba mucho y rápidamente volvía a ser la sombra que había empezado a ser desde hacía mucho tiempo. Comía cada vez menos y casi no salía de la casa para nada.

 Para nadie fue sorpresa saber, no mucho tiempo después, que Juan había sido encontrado muerto en su casa. El olor fue lo que alertó a los vecinos quienes llamaron a la policía. Estos rompieron la puerta y encontraron el cuerpo sin vida de Juan en el baño. Se había metido a la bañera y allí se había cortado las venas y lo había hecho como solo quienes en verdad quieren morir lo hacen. Al parecer los sentimientos adentro de su cuerpo no estaba actuando con la suficiente velocidad y él había decidido darles un pequeño empujón. No hubo velación ni entierro, solo una cremación rápida y sus cenizas fueron dadas a familiares lejanos que las esparcieron por la tumba de los padres de Juan.

 Y como él lo había previsto, su vida no quedó impresa en el mundo. Su mayor miedo, incluso antes de lo que había ocurrido, siempre había sido morir sin dejar una huella, sin que nadie supiese que había existido. Pero en sus últimas horas se dio cuenta de que la visa humana en realidad no es tan valiosa como todos dicen, o sino se trataría por más medios de mejorarla y de hacerla más fuerte contra todo lo que atenta contra ella. Juan había perdido todas las fuerzas y, aunque no había pedido ayuda, nadie tampoco le dio una mano ni una mera palabra de aliento para que pudiese soportar el trago amargo de la muerte de sus padres.


 La soledad se lo llevó y nadie nunca supo nada más ni nada menos de él.