No tengo ni idea de cómo habré dormido esa
noche. Me atrevería a decir que como todas las otras noches de mi vida pero al
parecer eso no sería muy cierto. No era todas las mañanas que me despertaba con
un brazo colgando del cuerpo como si fuera uno de esos pollos de plástico que
usan para bromas. Seguramente me acosté sobre mi brazo, algo que suena extraño
y no sé exactamente como es, pero es la única explicación que tiene el hecho de
que en vez de un brazo sano y normal tenga algo que se siente más como un
pedazo de hule colgando de mi costado.
Apenas me desperté lo sentí. O bueno, no lo
sentí porque era como si lo hubieran arrancado o mutilado, no se siente nada.
Solo ese peso extraño en el lado del cuerpo, como cuando te pones el abrigo
encima de los hombros y las mangas cuelgan tontamente a los lados. Era más o
menos así, excepto que con un solo brazo y que el peso que percibía era mucho
mayor. Al fin y al cabo era carne y huesos y musculo y piel y demás. Intenté
tocarlo para reanimarlo pero eso fue peor porque entonces sí lo sentía pero
porque una descarga eléctrica recorría el brazo, torturándome.
Lo cómico de la situación, que de hecho era
desesperante, era que ese día debía ir al médico a dar una muestra de sangre.
Jamás doy sangre voluntariamente pero esta vez me lo habían pedido a raíz de
unos exámenes médicos obligatorios que había tenido que hacerme. Al parecer
habían visto algo raro en mi sangre y querían repetir el proceso. Me dijeron
que no bebiera nada de alcohol ni que consumiera drogas de ningún tipo y eso
fue lo que hice. Pero, cosa importante, debían sacar la sangre del mismo brazo.
Yo eso no sé porqué pero resultaba ser el brazo que días después colgaba inerte
a mi lado.
Me puse de pie, saliendo de la cama al frío de
la mañana. Eso tampoco hizo mucho por mi brazo, que seguía sin responder ni
reaccionar de ninguna manera. Traté masajearlo con suavidad pero más descargas
electrificaron mi brazo y entonces ya no era hule sino una fuente de dolor
horrible. Fue como un castigo por mi impaciencia pues el dolor se fue
intensificando y me empecé a marear seriamente. Tuve que echarme en la cama de
nuevo y respirar controladamente para tomar las riendas de la situación, que
claramente no tenía.
Cuando el dolor se detuvo, hice lo posible
para no golpear el brazo contra ninguna superficie. Se me iba a hacer tarde
entonces me entré a bañar y tuve el mayor cuidado mi brazo, como si me
estuviese bañando con un bebé. No sé si fue el agua caliente o el vapor, pero
por fin empecé mi brazo a reaccionar pero de nuevo fue a través del dolor. Fue
como si se estuviera formando de nuevo ahí, en ese mismo momento. No cerré la
llave del agua por temor a que sin ella el dolor fuera más intenso.
Creo que estuve en la ducha mucho más de lo
recomendado. Normalmente era muy cuidadoso con mi gasto de agua y electricidad
pero con ese dolor tan tremendo me dio un poco igual lo que tuviera que pagar
en el futuro. Quería que el dolor se fuera pronto. Entonces empezó como a
cosquillear y decidí cerrar la llave. El dolor todavía era intenso pero por
primera vez esa mañana pude sentir que mi brazo era algo más que solo una cosa
colgando a mi lado. En verdad parecía sentir que se formaba rápidamente ahí a
mi lado: podía sentir los nervios hilándose y los músculos tensionándose. Era
simplemente horrible.
Salí chorreando agua y apenas capaz de secarme
el pecho y una pierna. No tenía tolerancia para hacer nada más. Desnudo como
estaba me senté sobre la cama y esperé a que el proceso en el que estaba mi
brazo concluyera. Miré mi reloj alarma y vi que tenía algunos minutos extra
para no llegar tarde a mi cita en el médico. Decidí que lo mejor era aguantar
el dolor e ir adelantando tareas. Fue mientras me ponía lo calzoncillos donde
debían estar que sentí de golpe el hormigueo en mi mano, que todavía pesaba.
Traté de moverla pero el mensaje al parecer no salió del cerebro o no llego a
ningún lado pues ninguno de los dedos no se movió.
En ese momento fue cuando el pánico en verdad
me atacó pues no parecía ser algo muy normal que no pudiera mover los dedos.
Eso sí, tampoco era normal que uno amaneciera con el brazo inerte pero al menos
eso no molestaba como tal, en cambio el dolor en el brazo pero sin capacidad de
mover los dedos era simplemente tétrico. Intenté varias veces mover cada dedo
pero era inútil, seguramente tendría que esperar a que la sangre recorriera
todo lo que tenía que recorrer para recuperar mi brazo. Y eso lo único que me
decía era que algo definitivamente no estaba bien conmigo.
Como pude me puse las medias, algo torcidas, y
me decidí por el pantalón más suave y holgado que tenía. Hubiese sido imposible
ponerme cualquier cosa apretada con mi limitación temporal y la verdad era que
todo mi cuerpo estaba empezando a sentirse cansado por el esfuerzo. Ponerme la camiseta
supuso otra corriente de dolor que me impidió tomar todo el contenido de una
taza de café.
Desayuno prácticamente no hubo, en parte
porque no podía comer y en parte porque no tenía hambre. La verdad era que el
estomago me daba más vueltas que nada y casi podía jurar que ese desayuno tan
pobre podría resultar fuera de mi cuerpo en cualquier minuto, y eso era mucho
decir. Ya listo para salir me revisé que tuviera todo y lo tenía excepto el
control de mi brazo y el movimiento de mis dedos. Pero iba a una clínica así
que seguramente podrían ayudar.
Menos mal no era hora pico ni tampoco se
demoró el bus en pasar. En poco tiempo estuve de camino, mirando por la ventana
un poco desesperado por llegar. Me faltaban solo algunas calles cuando solté un
gritito y varias, si no es que todas las personas en el bus se voltearon para
mirarme. Había sido inevitable pues un corrientazo había recargado el brazo y
ahora podía sentir como la electricidad recorría cada uno de mis dedos. Dolía
demasiado y tuve que limpiar la humedad de mis ojos pues si no lo hacía
seguramente lloraría del dolor y eso sería más para el público del bus. Así que
una vez más, me contuve.
Cuando me bajé del bus y empecé a caminar las
cinco calles que me separaban de la clínica, tuve que dejar salir una lágrima y
tratar de respirar lentamente para controlar el dolor. Era tan intenso que en
un momento tuve que sentarme en el bordecito del jardín frontal de un edificio
para descansar y tratar, una vez más, de ver si podía mover los dedos. Me llevé
una sorpresa cuando mi índice se movió torpemente. Otra vez intenté y el índice
y pulgar se movieron como marionetas.
A riesgo de perder la cita, me quedé allí ante
la mirada de los transeúntes chismosos, recuperando la movilidad de mis dedos.
Pasados unos diez minutos, mi brazo ya se sentía normal aunque adolorido y mi
mano empezaba a moverse lentamente, como un animal drogado. Era mejor así que
de ninguna manera entonces me puse de pie y caminé lo que me quedaba hacia la
clínica.
Allí me anuncié y nadie dijo nada sobre la
hora. Me senté a esperar un rato y cuando me llamaron me recibió la misma
doctora de la vez anterior. Como un desesperado, empecé a contarle todo lo que
había pasado desde que me había despertado. Incluso le dije que esa noche, a
diferencia de muchas otras, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo
entonces que no entendía lo que estaba pasando. Dije tantas estupideces que en
este momento ya no las recuerdo todas.
La doctora estaba sorprendida y me tomó el
brazo con cuidado y verificó con su tacto. El brazo estaba ya normal, los dedos
algo torpes pero nada grave. Me miró a los ojos, todavía algo extrañada y me
preguntó: “No tenías miedo de la cita de hoy?” Yo creo que al comienzo no
entendí la pregunta porque en verdad no la entendí. Pero luego no la entendí
porque no quise entenderla. Ella solo me miró y no dijo más. Tenía listos todos
los instrumentos que necesitaba y sin demorar más, empezó a sacar sangre. Sacó
dos tubitos completos, lo que me hizo sentir algo vacío, y los dejó a un lado.
Encima de cada uno escribió “Test ELISA” y mi nombre.
Me aconsejaron comer algo al llegar a casa
pero simplemente no lo hice. No quería nada de nada y ya no me importaba mi
brazo que estaba más normal que nunca. Ahora sí me había golpeado la realidad
en la cara, cuando vi los tubos al lado de mi brazo antes inerte y cuando la
doctora me habló en términos matemáticos. Todo retumbaba en mi cabeza y
entonces cerré los ojos, rogando que cuando me despertara lo único que tuviera
para preocuparme fuera un brazo dormido.
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