El rocío cubría gran parte del terreno,
haciendo que cada pequeña planta, cada flor y casa montoncito de musgo
brillaran de una manera casi mágica. La mañana en las tierras altas y alejadas
del mundo era diferente a las del resto del planeta. Aquí parecía que todo se
demoraba en despertar, tal vez porque el sol se veía a través de una cortina de
niebla o tal vez porque no existía civilización en miles de kilómetros. Eso sí,
muchas migraciones habían pasado por este lugar pero ninguna se había quedado, ninguna
gente había decidido de hacer de ese páramo su hogar. Y era extraño pues había
agua en abundancia y ríos donde pescar y animales que cazar. Eso sí el balance
natural era frágil. En todo caso allí no vivía nadie.
Los pasos de Bruno no fueron entonces
escuchados por nadie, ni por mujer ni por hombre ni por niño, solo por algunas
aves que parecían estar buscando insectos entre las plantas bajas y el
ocasional venado que no huía, sino que pasaba alejado del ser humano. Se veían
mutuamente pero se dejaban en paz. El venado lo hacía porque no conocía al ser
humano pero podría ser peligroso. El humano lo hacía porque ya había comido y
no le era necesario comer más. Esa era la realidad del asunto. Siempre la
crueldad de una de las bestias es más poderosa que la de la otra y por eso es
que hay depredadores y depredados. Bruno además tenía respeto por el lugar y
por eso no cazaba a lo loco ni pisaba el musgo si podía evitarlo. Incluso en
ese lugar perdido había piedras.
Sus botas resbalaban un poco, sobre todo sobre
rocas húmedas o sobre los terrenos mojados a las orillas de los ríos. Eran
sitios de una belleza increíble y cada cierto tiempo recordaba su cámara y la
sacaba para tomar una foto pero recordaba lo mucho que odiaba como el sonido al
accionar el obturador rompía con la magia del sitio por unos preciosos
segundos. Era como si se violara a la naturaleza tomándole fotografías, así que
no lo hacía demasiado, solo cuando había algo que estaba seguro que no podría
recordar después y que solo guardándolo en una imagen podría perdurar. Tenía
fotos de varios ríos, de los picos rocosos entre la neblina, de un cañón
profundo y negro y de los venados comiendo en la pradera.
Fue cuando llegó a la cima de una de esas
montañas de pura roca, queriendo ver si ninguna tenía nieve, que descubrió algo
de lo más extraño. La punta de la montaña era algo plana al final y allí se
sentó un rato, teniendo cuidando de no caer por la parte más peligrosa. Y fue
sentándose que vio lo que creyó eran más rocas. Pero más las miraba y más se
daba cuenta que las rocas parecían pulidas y casi podía verles una forma, como
de ser vivo. Estaban a tan solo unos metros más abajo pero como todo allí era
más lento, su cerebro estaba contagiado y se demoró un buen rato decidiendo si
debía bajar a mirar o no.
Cuando por fin lo hizo, descubrió que las
rocas no eran rocas sino huesos. Había lo que era posiblemente un fémur, largo
y casi pulido por el viento, unos pequeños huesitos regados por alrededor, que
bien podían ser de la mano o de un pie, y un poco más allá un cráneo con un
hueco en la parte superior. El cráneo pesaba bastante y se notaba que el hueco
era producto de una caída o algún accidente, es decir, el animal que fuera no
tenía ese hueco por naturaleza. Era un cráneo alargado, de cuencas oculares
grandes y trompa como la de un perro pero más ancha, más grande. Y en la boca
todavía tenía algunos dientes, todos afilados. Bruno se cortó tocándolos y fue
cuando la magia se terminó.
Nunca había visto un animal que pudiese tener
ese cráneo, fuese en un libro o en fotos de los páramos. Ya mucha gente había
venido por estas tierras y habían documentado todo o casi todo pero seguramente
se les habría escapado uno que otro espécimen. Lo raro es que este animal debía
ser grande y difícil de ignorar, así que se trataba de un misterio con todas
sus características. Además, para reforzar lo extraño del caso, porqué estarían
solo esos huesos y porqué casi en la cima de una montaña? No era un lugar común
para que los animales viniesen a pasear. De hecho los venados siempre pastaban
por zonas planas y las aves tampoco merodeaban por allí. Tal vez algunas cabras
salvajes o algo parecido pero ese no era el cráneo de una cabra.
Esta vez no dudó en tomar foto a todo y se
sintió parte de esos programas de televisión donde investigan una muerte
violenta. Casi quiso tener la pequeña regla que ponían al lado de los objetos
para las fotos y ese exagerado flash sobre la cámara. Pero obviamente no tenía
nada tan complicado y se conformo con tomar una veintena de fotos, las
suficientes para mostrar bien el cráneo y los otros huesos que había en el
lugar. Dejó el cráneo donde lo había encontrado y bajó la montaña hasta una
zona más plana, con algunos árboles. Recordó que tenía hambre y busco por
instinto sombra para poder comer. Pero sabía que eso era solo por costumbre
pues allí todo siempre estaba envuelto en sombras, sin el sol que hiciese de
las suyas.
En su maleta guardaba algunos restos de
pescado que había comido más temprano así como frutos secos y un termo lleno de
agua fresca de uno de los muchos riachuelos de la zona. También tenía un par de
duraznos pequeños que había encontrado al inicio del viaje y nunca volvió a ver
un árbol similar. Seguramente una semilla había sido llevada hasta allí por
alguna ave o un animal migrante. Comió también uno de los duraznos y tiró la
pepa a una parte del terreno sin árbol. Le deseó buena suerte a la semilla y
siguió su camino hacia la gran pradera a la que se dirigía desde hacía un par
de días.
Se suponía que era el lugar preferido por
todas las especies de la región y eso era porque estaban protegidos del
exterior pero también porque había comida y refugio. Era todo en uno mejor
dicho. Pero algunos animales solo iban ocasionalmente, pues sabían que muchos
depredadores merodeaban esa planicie para cazar y tener más de cenar que lo
habitual. Fue todo un día de caminata extra para alcanzar la planicie. Antes
tuvo que quitarse la ropa, bañarse desnudo en un riachuelo de agua congelada y
lavar la ropa para quitarle los olores que tuviera. Estuvo tiritando por un
buen tiempo pues en ese clima la ropa no se secaba con rapidez pero rápidamente
se adaptó al clima y decidió seguir así desnudo.
Se sentía más libre que nunca, pues podía
moverse más ágilmente a pesar de tener su gran mochila a la espalda. Todavía
tenía los zapatos puestos, así que no tenía que temer a las piedras con filo o
a los insectos tóxicos. Cuando se acercó a la planicie dejó oír una expresión
de asombro que nadie nunca escuchó y ningún animal entendió. Había algunos
venados pero también veía, desde un punto alto, a un par de lobos acechando y a
un zorro comiendo lo que parecía fruta. Había también unas aves grandes como
perros peleando por los restos de algún pobre venado. Todo era entre roca y
musgo y flores de todos los colores. Era hermoso, incluso viendo la muerte que
cernía sobre el lugar. Era la naturaleza en sí misma y su magia en exposición.
Entonces un sonido extraño rompió el silencio.
El sonido venía de una zona en descenso, por lo que Bruno no podía ver que era.
Tenía algo de metálico peor también de gruñido. Incluso parecía el sonido que
la gente hacía cuando hacía gárgaras. En su mente, el explorador pensó en todos
los animales que podrían hacer ese ruido, en toda criatura que fuese depredadora
y viviese en este fin del mundo. Pero no había tantas opciones y entonces fue
cuando vio algo que lo hizo agacharse detrás de un gran pedrusco y quedarse
allí temblando ligeramente. Lo primero que pensó fue en tomarle una foto pero
lo mejor era estar pendiente del animal y no distraerse ni atraer atención
sobre si mismo.
Se tranquilizó y miró de nuevo. El animal ya
había subido la cuesta y los demás huyeron atemorizados. Solo los lobos se
quedaron gruñendo y eso, por lo visto, no fue buena idea. La criatura se lanzó
ágilmente sobre uno de ellos y lo destrozó. Bruno dejó salir un gritito y la
criatura pareció escucharlo pues se giró hacia donde estaba él. Olió el aire
pero al parecer decidió que tenía suficiente con la comida que acababa de
obtener. Empezó a comer arrancando pedazos del pobre lobo y manchándose de
sangre todo su hocico, que era más grande que el de un perro, y sin cerrar unos
grandes ojos amarillentos.
La criatura era, o parecía más bien, a lo que
mucha gente llamaría dinosaurio. Pero no tenía la piel escamosa sino más bien
con pelo corto y duro. Las patas eran garras y las delanteras eran alargadas y
fuertes. La manera de pararse era tal cual la de los monstruos jurásicos de las
películas pero no mucho más era similar. Lo extraño de todo, era que se veía
hermoso, natural en ese momento. Era una criatura más y posiblemente Bruno era
la primera persona en verla en mucho tiempo. Sacó la cámara, tomó una foto y ágilmente
salió de allí despavorido, pero a la criatura eso no lo importó pues no sabía
qué era un ser humano, ni le importaba.
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