Salir a trotar tan temprano era para Víctor
un privilegio. A él no le disgustaba para nada tener que levantarse antes de
las cinco de la madrugada para salir. Se ponía los zapatos deportivos
especiales que había comprado con tanta emoción, los pantalones térmicos que
había pedido por internet y una como camiseta de manga larga que parecía más
hecha para bucear que para trotar. A veces lo acompañaba su perro Bruno, si es
que este no se resistía a salir por el frío que con frecuencia hacía por las
mañanas.
Ese lunes, Bruno tenía ganas de hacer sus
necesidades así que tuvo que salir con Víctor a dar la vuelta de la mañana.
Normalmente era un recorrido amplio que duraba una hora y media, tras la cual
regresaba a casa bastante sudado y cansado, listo para ayudar a preparar a
Luisa para la escuela y luego darse un largo baño caliente para descansar los
huesos. Era su rutina y le había tomado un cariño extraño, tal vez porque hacer
lo mismo seguido crea cierto sentido de seguridad.
Bruno a veces corría por delante de Víctor,
otras veces se quedaba oliendo cosas y se demoraba en alcanzarlo. Esa mañana el
perro iba detrás pero recortaba la distancia de forma rápida y eficiente.
Cuando llegaron al parque, Víctor aminoró un poco la marcha porque sabía que
era el punto favorito para Bruno. Solo tendría que esperar un momento a que
hiciera lo suyo. Tenía una bolsita plástica lista y sabía bien del cesto de la
basura que había saliendo del parque, ideal para tirar la bolsita.
Sin embargo, Bruno no se puso a lo suyo de
inmediato. Corrió hacia un montículo y cruzó al otro lado, atraído por algo. No
era inusual que hiciera cosas así. Víctor esperó a que volviera o diera alguna
señal de que había hecho lo suyo. Pero Bruno no hizo ningún ruido. Estaba el
parque en silencio y el frío parecía apretar más y más. Víctor llamó a Bruno
pero este no respondió. De nuevo y nada. El dueño empezó a preocuparse por su
perro, pues ahora sí pasaba algo muy extraño.
Bruno por fin aulló. Víctor se hubiese sentido
aliviado si no fuese por el hecho de que el ladrido parecía melancólico, como
si algo malo le hubiese pasado al pobre perro. Víctor corrió a su búsqueda y lo
encontró pasando una fila de árboles que daban una bonita sombra. En efecto el
perro había hecho lo suyo y Víctor se disponía a recoger lo hecho. Pero cuando
sacó la bolsita de su bolsillo, se dio cuenta de que no solo estaban allí Bruno
y él, sino que había alguien más en el lugar. Se quedó de piedra mirando lo que
tenía enfrente y no era la mierda de perro.
Era un hombre. Un hombre tirado en el suelo,
cabeza abajo, algo ladeada hacia el lado opuesto a Víctor. Por alguna razón,
agradeció que así fuese. El perro caminó con suavidad detrás de Víctor: era
evidente que estaba temblando y que no había respondido a los llamados de su
amo por puro miedo. El cadáver, había que decirlo, estaba completamente
desnudo. No había rastro alrededor de sus pantalones, su ropa interior o su
camisa, ni siquiera una billetera o un cinturón. Solo él, ya gris.
Víctor no llevaba su celular a trotar. Le
estorbaba en el pantalón al moverse. Trató de no mirar más el cadáver y pensó
en donde estaría el lugar más cercano para llamar a la policía. El parque
estaba rodeado de edificios de apartamentos así que podría ir al más cercano,
pedirle el teléfono al vigilante de turno y llamar. Caminó más allá del muerto
y Bruno lo siguió, caminando sobre pasto seco y ramitas que se quebraban con
caminar sobre ellas. Trataba de no pensar en esa piel y su aspecto.
Llegó pronto al borde del parque. Cruzó una calle
y llegó a un edificio de seis pisos. Subió unas cortas escaleras y sin dudarlo
tocó el timbre. Sonó adentro como si se cayera algo y luego una voz diciendo
alguna cosa. Después no hubo más ruido hasta que oyó una voz algo ronca por el
intercomunicador. Era el vigilante. Víctor le pidió el teléfono para llamar a
la policía. El tipo pareció dudar pues no respondió y de pronto colgó. No se
escuchó más adentro del edificio.
Víctor miró a Bruno, que se había sentado de
nuevo tras él y gemía con suavidad, de una manera apenas audible. Temblaba
suavemente y era obvio que quería volver a casa. Víctor esperó pero nadie salió
así que decidió intentar en el siguiente edificio. Allí nadie le habló por un
aparato sino que salió a ver quien era con sus propios ojos. Era un hombre
mayor y le explicó lo que sucedía. El señor lo miró de arriba abajo y luego se
metió para salir un minuto después con un teléfono inalámbrico.
Minutos después, Víctor cruzaba la calle de
vuelta al punto donde Bruno había hecho lo suyo. La policía le había indicado
que debía quedarse junto al cuerpo y que lo interrogarían en el lugar. Él hizo
lo que le dijeron y caminó despacio hacia el sitio indicado. El problema fue
que no se dio cuenta de que caminando en ese sentido vería el rostro del muerto.
Y así fue. Vio sus ojos abiertos, su boca seca y abierta y su piel tan blanca
como la luna. Fue una visión de miedo. Entendió porqué Bruno temblaba tanto: él
también había visto esa expresión de la muerte.
La policía no demoró mucho. Vinieron con una
ambulancia y personal que revisó el cuerpo de forma rápida y acordonó la parte
del parque donde se encontraban. Uno de los policías tomó a Víctor del brazo y
lo llevó aparte para hacerle preguntas. Fueron varias preguntas obvias: “¿Como
lo encontró?” y cosas por el estilo. Le pidió al final sus datos y le dijo que
podía irse a casa pero que seguramente debía ir a la estación ese mismo día
para dar más declaraciones. Apenas asintió.
Se iba a ir pero recordó que había dejado la
mierda de su perro en el suelo. Todavía tenía la bolsita en el bolsillo y
estuvo tentado a sacarla pero las ganas de salir de allí eran más grandes.
Cuando se decidió, el equipo forense volteó el cuerpo del muerto y hubo una
visión horrible y una reacción aún peor: el hombre tenía cortado el cuello y
ese hoyo estaba ya lleno de gusanos y otras criaturas que habían comenzado el
proceso de descomposición. Víctor casi sale corriendo.
En el camino a casa no trotó, solo caminó lo
más rápido que pudo. El ejercicio podía esperarse a otro día. Bruno iba al
mismo ritmo que su amo, ni más lento ni más rápido. Parecía también querer
llegar a casa y dejar todo el asunto del parque atrás. Pero la imagen del
muerto era difícil de quitarse de la cabeza y más aún ese olor tan asqueroso
que despidió al ser girado sobre sí mismo: era algo digno de un malestar
estomacal. De hecho, Víctor sentía su panza como una lavadora.
Cuando por fin llegaron a su edificio, Víctor
apenas saludó al vigilante. Caminaron rápido al ascensor y en segundos
estuvieron por fin en casa. Nadie se había despertado aún. Por el reloj de la
cocina. Víctor se dio cuenta de que habían vuelta media hora antes. Pensó que
era lo mejor, pues así podría darse una ducha calienta más larga, cosa que
necesitaba con urgencia. Antes llevó a Bruno a su habitación, le puso comida y
agua fresca y lo dejó ahí. El perro parecía deprimido.
Víctor se dirigió a su habitación. Apenas miró
el bulto en su cama y los ruidos que hacía su respiración. En el baño se quitó
la ropa tan pronto pudo y abrió la llave mientras tomaba un cepillo de diente y
casi lo destrozaba contra sus ya muy blancos dientes. Cuando entró a la ducha, se
sintió como si el agua limpiara capas y capas de sudor y tierra. Pero lo que
limpiaba era más que eso. Víctor cerró los ojos y entonces vio todo de nuevo, sintió
escalofríos y pudo sentir ese olor otra vez. Tomó el jabón y lo pasó varias
veces por todo su cuerpo, tratando de usarlo como un borrador.
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