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lunes, 7 de enero de 2019

Proyecto


   Los fuegos artificiales estallaban a un ritmo constante, asombrando a la multitud que veía el cielo con ojos bien abiertos y bocas casi siempre igual de abiertas. Niños, mujeres y hombres, también ancianos e incluso mascotas veían el espectáculo que se desplegaba muy por encima de la ciudad. Era algo jamás visto por todos ellos y por eso casi todos habían salido a ver todo con sus propios ojos en vez de verlo por televisión o en línea. Pero no todos estaban viendo el cielo, más bien al contrario.

 Un par de personas estaban abriendo una de las bóvedas más seguras de toda la ciudad en ese mismo momento. Como no había nadie en la cercanía, no tenían porqué preocuparse. El sitio además no tenía seguridad física sino solo por cámaras de seguridad y otros dispositivos que habían sido desactivados con gran facilidad antes de entrar al lugar. Por eso la pareja estaba tecleando con tranquilidad todo el código que debían de utilizar para terminar de bajar todas las medidas de seguridad que quedaban.

 Cuando por fin pudieron entrar al corazón de la bóveda, escucharon más estallidos en la lejanía. La gente seguía mirando al cielo. Era seguro entrar y sacar las dos cajas metálicas por las que habían venido. Las abrieron con una llave maestra que habían creado en una impresora especial y luego trasladaron el contenido a una simple mochila algo raída, que no parecía ser la ideal para llevar contenido de alto valor. Todo fue hecho en unos momentos y pronto estuvieron los dos en la calle, caminando hacia el espectáculo.

Se metieron entre una multitud en el parque y se sentaron en un pequeño lugar que encontraron sobre el césped para ver lo último que quedaba de lo que ocurría. Sacaron de la misma mochila raída dos botellas de cerveza y brindaron por lo que habían hecho, aunque la mayoría de las personas creyeron que celebraban por el fin de año. Sus sonrisas pasaron desapercibidas, aplaudieron como todo el resto y se besaron y abrazaron como la gran mayoría de las personas que estuvieron allí.

 Mientras las personas se retiraban del lugar, ellos se tomaron de la mano y caminaron despacio hacia su hogar. Fueron caminando hacia su hogar, en vez de tomar el tren o el tranvía. Miraron las vitrinas apagadas de los comercios y las luces que todavía brillaban aquí y allá. Ya todos habían recibido sus regalos y pronto los mayores regresarían al trabajo y los niños volverían a la escuela. Y ellos también tendrían que hacerlo, a sus verdaderos trabajos que nada tenían que ver con lo que habían hecho con anterioridad esa noche. Cuando llegaron, quedaron dormidos rápidamente.

 Al día siguiente, revisaron lo que habían tomado de la bóveda encima de la mesa del comedor, una pequeña mesa circular al lado de la ventana de la cocina. Había algunos documentos pero lo más importante eran dos pequeños elementos de plástico, uno azul y otro rojo. Eran memorias para computadora que contenían información esencial para un proyecto que ellos tenían desde hacía mucho tiempo. Era código clave que alguien había diseñado para crear programas de computadora innovadores.

 Técnicamente habían robado pero al mismo tiempo estaban seguros que nadie nunca sabría que esos elementos ya no estaban en la bóveda del banco. Eso lo sabían porque conocían al dueño de la bóveda y estaba claro que él nunca querría abrir esas cajas. Su novia era la persona que había diseñado el código y ella le había pedido que lo guardara para siempre, pues creía que las personas no estaban listas para manejar lo que ella había creado. Pensaba que los usos que se le darían no serían los mejores.

 Sin embargo, era lo que necesitaba la pareja que había extraído la información del banco. Con cuidado, habían podido ir averiguando más y más detalles de todo el asunto. Habían tenido que ser muy pacientes hasta que por fin sintieron tener lo suficiente para hacer el siguiente paso. El robo había sido muy fácil de ejecutar y de planear, pues el último día del año era el día ideal para algo de ese estilo. La gente estaría distraída y no notaría ligeros cambios en la seguridad de un banco que no tenía mucho de especial.

 Por suerte, no era un lugar donde la gente con dinero guardara sus cosas o dónde se escondieran muchos secretos. Era solo un banco más, como había cientos o miles por todo el país y la ciudad. Así que nadie tenía porque estar mirando justo ahí y en ese momento. Eso sin decir que ellos no eran del tipo del que nadie sospecharía para hacer algo semejante. Eran gente promedio. Ni resaltaban de la multitud ni eran extraños. Eran solo personas como muchas otras y eso era todo.

 En la cocina, aprovecharon que era un día festivo y empezaron a meter el código en un portátil que habían construido ellos mismos comprando partes a lo largo de varios meses. Los dos conocían muy bien lo que tenían que ir haciendo y estaban muy pendientes de no usar el programa de forma errónea ni de dejar rastros detrás de lo que hacían. La concentración tenía que ser óptima y por eso habían decidido que una persona debía trabajar en ello a la vez, para minimizar interrupciones y evitar equivocaciones en momentos clave que podrían cambiar el producto final de su pequeño proyecto.

 El programa había sido diseñado, en un principio, para mejorar la vida de las personas. Lo que hacía, para decirlo de manera directa, era simplificar la vida de todos haciendo que los trámites que todo el mundo debía hacer en la vida fueran más sencillos, unificándolo todo en una sola plataforma rápida, eficiente e inteligente. Sin embargo, el código requería muchos elementos clave y ahí recaía el problema con el que se había encontrado la diseñadora original. No había contemplado el problema ético.

 Ella era una de esas personas que solían pensar siempre en los mejores aspectos de una persona, siempre tenía en mente el potencial de los seres humanos y creía que todas las personas siempre tenían presente hacer lo mejor para y por todos. Sin embargo, era obvio que la realidad era otra y se había dado cuenta muy tarde. El código requería datos que parecían inofensivos pero que podían destruir la vida de una persona con sorprendente facilidad. Era algo tan inocente que a ella no le había parecido evidente.

 Pero lo era para todos los demás. Su mismo novio le había hecho caer en cuenta que su programa tenía un potencial destructivo enorme, que podría incluso acabar con la vida normal y corriente de las personas. Alguien con otras intenciones, podría destruir las vidas de muchos con facilidad y arreglarlo sería casi imposible. Por eso la diseñadora decidió echarse para atrás, guardándolo todo en una bóveda de banco para que alguien en algún momento pudiera aprender de ello, si es que alguien lo descubría.

 Y ahora la pareja lo estaba actualizando y cambiando algunos de los aspectos más arriesgados del programa. Debían trabajar en el proyecto con constancia, por varios días hasta que lo tuvieran a punto para hacer lo que necesitaban hacer. No sabían las consecuencias ni querían pensar mucho en ello. Lo único que sabían era que necesitaban hacerlo, tenían que hacerlo porque era la única vía que encontraban para lograr su proyecto que no era nada más sino algo que veían como de vida o muerte.

 Cuando terminaron, usaron el programa para usarlo contra ellos mismos. La idea era destruir por completo su propia existencia. Cada una de las informaciones que existían sobre los dos, desaparecerían con un solo clic. En pocos minutos, todo rastro de su vida desaparecería. Cada imagen, cada escrito, cada rastro de educación o trabajo, cada lazo de parentesco o de amistad, serían borrados para siempre. Ellos quería dejar de existir y probar por una vez algo que la mayoría de las personas nunca probarían en sus vidas: la verdadera libertad, la sensación de no tener limites ni restricciones.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Gato de ciudad


   La noche caía y el ruido en toda la ciudad aumentaba, sobre todo cerca de las grandes avenidas y de los centros de entretenimiento que empezaban a llenarse con más y más gente que iban y venían, riendo y hablando, gastando y comiendo. El viernes era siempre lo mismo, un caos con una resolución siempre igual. Era parte del alma de la ciudad y casi no había manera de cambiarlo. Era una de sus realidades y tal vez una de las más conocidas pero ciertamente no la única.

 En un barrio cerca de uno de los distritos de entretenimiento, un gato de color gris con rayas negras cruzaba las calles de un andén al otro, mirando con detenimiento cualquier ser humano o automóvil que pudiese cruzársele. Para poder pasar de un lado a otro de una calle más transitada, tuvo que esperar un buen rato hasta que por fin no hubo vehículos y pudo pasar moviendo su cola de un lado al otro. Llegó a su destino muy pronto: un puente que unía dos colinas por encima de un pequeño valle de casas.

Normalmente, la zona se llenaba de seres humanos que tomaban fotos del puente y desde él, pero a esas horas del viernes, cuando la noche empezaba, por esos lados no había ni un alma. Solo estaba el gato que se subió a la baranda del puente y se sentó allí, a mirar hacia lo lejos. Para él, tanto como para los seres humanos, la vista desde el lugar era simplemente hermosa. No solo por el impacto visual de ver casa justo debajo, sino porque más allá había un hermoso parque verde y luego un río de aguas potentes.

 El gato había recorrido la ciudad de cabo a rabo, a través de su vida como gato de la calle. A veces se quedaba en las casas de algunos humanos, pero no soportaba el hecho de estar encerrado por cuatro paredes. Le parecía una limitación ridícula y el hecho de que algunos de sus compañeros felinos les gustara esa idea, le parecía casi un insulto. En su mente, los gatos tenían que ser libres, para poder hacer lo que más les gustara sin tener que justificarse ante nadie, sin importar cuanta comida recibieran por el cautiverio.

 Mientras movía la cola con suavidad, sintió la presencia de algunos humanos. Estuvo listo para salir corriendo pero no hubo necesidad. Solo rieron, tomaron algunas fotos, rieron más y se fueron hablando de cosas de humanos. Normalmente siempre había uno que decía algo más o que se acercaba a intentar acariciarlo y, dependiendo del momento, el gato podía aceptar la interacción o simplemente irse. Pero fue una fortuna que no pasara nada esa vez porque ese día tenía que quedarse allí, mirando y mirando hasta que lo que iba a pasar tuviese lugar, no importaba el momento.

 Casi se lo pierde por culpa de los humanos y sus cámaras. Cuando volteó a mirar el parque y el río, vio con placer un destello algo débil que indicaba precisamente lo que estaba buscando. El destello fue permanente y luego se apagó para encenderse una vez más. Parecía que algo andaba mal pero no demasiado como para el destello se detuviera del todo. Observó la luz por un buen rato, hasta que por fin se apagó y no volvió a encenderse. La duración era la adecuada y el momento justo, debía proseguir.

 Bajó de la baranda del puente y caminó presuroso hasta una de la calles más cercanas. Esa calle bajaba de manera brusca haciendo un ligero giro, hacia la parte baja, un poco más allá del puente y muy cerca del parque. El gato aceleró el paso, aprovechando la completa ausencia de ruidos provenientes de la humanidad. Era un poco extraño que ninguno de ellos se hiciese notar, pero había ocasiones en que los seres humanos hacían cosas que a los gatos podían parecerles como magia o algo por el estilo.

 Cuando llegó al final de la calle, no se detuvo sino que enfiló directamente hacia la espesura del parque. No era el lugar más alegre del mundo para meterse de noche, pero había que cortar por allí para poder llegar hasta el río. Lo malo del parque de noche no era solo la presencia de seres humanos más insoportables que otros, sino que con frecuencia existía la posibilidad de encontrarse con criaturas que no tenían nada que ver con la vida en la ciudad. Era un poco insultante que invadieran todo, sin más.

 Una vez, el gato había tenido que luchar por un pedazo de comida que había encontrado por sí mismo con una cosa que parecía gato pero era más grande y peludo. Tenía como manchas en los ojos y unas manitas que le recordaban a las manos de los seres humanos pequeños. Era una criatura increíblemente rápida y agresiva, tanto que logró rasgar el pelaje del pobre gato varias veces. Por fortuna, una de los humanos buenos lo había curado pues lo encontró en el parque al día siguiente de la pelea.

 Además estaban las palomas, de los seres más tontos que el gato hubiese jamás encontrado. Había muchos compañeros suyos que las perseguían e incluso se las comían pero él las encontraba simplemente asquerosas. Eran criaturas sucias, que no tenían ningún problema en comer cualquier cosa que se les pusiera enfrente, incluyendo a otras palomas. Eran seres tan tontos que huían siempre de los humanos a pesar de que estos casi siempre solo querían alimentarlas. Le parecía que seres tan tontos como esos no tenían lugar en un lugar tan hermoso como el parque y tampoco en su estomago.

 Sin embargo, esa noche el parque estaba bastante solo y en calma. No había bestias locas tratando de robarles a otras ni las palomas parecían tener mucho interés en hacer nada más sino buscar semillas aquí y allá. Cuando estuvo del otro lado de la zona verde, el gato se dio cuenta que primero debía cruzar una avenida enorme antes de poder llegar hasta el río. Tuvo que esperar mucho tiempo para poder hacerlo, habiendo intentado en varias ocasiones pero teniendo que devolverse cada vez por el paso de algún vehiculo.

 Cuando por fin estuvo del otro lado, vio que había otro parque cerca del agua, como hundido junto a la avenida. Pero no era un parque bonito, como el que había cruzado hacía un rato. Era uno de esos hechos por humanos, con un montón de cosas que no eran naturales. De hecho, era obvio que era entretenimiento exclusivo para ellos, porque de una parte de ese sector provenía un ruido estridente al que el gato que no quería acercarse ni por error. Por eso siguió la avenida hasta un puente.

 Era la única manera de cruzar el río, por lo que subió al borde del puente y caminó cuidadosamente. No era como el del barrio en el que vivía sino más grande y más grueso. Lo que pisaba al caminar eran grandes rocas frías y lo que iluminaba el sector eran lámparas de un color bastante extraño, apagado, casi triste. Sin embargo, el puente no era muy largo y su recorrido terminó muy pronto. Miró hacia atrás, para ver cómo se movía el agua en la oscuridad. No le gustaba mucho la idea de caer allí algún día.

 Se detuvo un momento y comprendió que la luz había venido de un lugar muy cercano al puente, por la calle lateral que bordeaba el río. Era un barrio muy silencioso, con casitas y no edificios como al otro lado del agua. Se sentía como un lugar diferente, casi como si hubiese cambiado de ciudades para llegar hasta allí. Era agradable sentir que se estaba en un lugar nuevo, algún sitio en el que pudiese intentar nuevas cosas y vivir de una nueva manera. Había mucho por hacer en el mundo y muy poco tiempo para hacerlo.

 Pasados unos minutos, vio que de ese lado no había parque, solo un viejo muelle casi desmantelado. Con cuidado, caminó por la madera vieja y se encontró, a medio camino de la punta, con una linterna de mano, muy pequeña, tirada en ese preciso lugar. La olió y la tocó: estaba caliente.

 Cuando se dio la vuelta, una gata blanca lo miraba desde la calle. No lo llamó ni hizo ningún gesto, solo corrió hacia el otro lado de la calle y de pronto se detuvo, mirándolo de nuevo. No tenía que hacerlo dos veces para que él entendiera. La aventura apenas empezaba.

viernes, 24 de agosto de 2018

No soy de los que golpean


   Hundí mi puño lo más que pude en su estúpida cara. Lo hice una y otra y otra vez, hasta que mi puño se sintió herido también y caliente de la sangre que brotaba de las heridas del otro. Su sangre era más roja que la mía, más liquida incluso. No sé porqué, pero eso me dio tanto asco que seguí sosteniéndolo con una mano y golpeándolo con la otra. Ya no era desafiante y orgulloso, como hacía pocos segundos. Ahora parecía querer protegerse de mi puño, parecía asustado. Entonces lo noté y no pude evitar reírme.

 Era como si alguien más se hubiese reído pero había sido yo. Había bajado un poco la mirada y había notado como sus pantalones se iban mojando desde adentro. Mi risa me lastimó incluso a mi y lo puso a él a llorar. Fue cuando lo solté, dejándolo caer al suelo. Pensé que saldría corriendo o algo por el estilo, tal vez una sarta de insultos. Pero no, se quedó allí tirando, como un trapo viejo y sucio. Creo que lo herí mucho más de lo que pensaba y tal vez incluso lo había dejado algo traumatizado, como hombre adulto que era.

El primero en irse resulté ser yo. Era ahora obvio que todo el peso de la ley me iba a caer encima, como una ducha con aceite. No iba a ser fácil dar conmigo, después de que él le dijera a todo el mundo lo que le había hecho. Sí, era un prepotente, un tipo conocido por reducir a todos los demás a algo mucho menor que nada. Él había sido el golpeador tantas veces que seguramente jamás se había imaginado que alguien lo golpearía de la misma manera, que alguien se atreviera a desafiar su poderío sobre los demás.

 Pero yo lo hice. Y mientras lo hice, sentí mucho placer. No había sido nunca del tipo de personas que golpean a otras, pero esta vez todo había confabulado para que las cosas pasaran como lo hicieron. Sus estúpidas palabras llegaron a mis odios en un día en el que todo estaba al revés, en el que nada parecía ir bien para mí. Sus palabras fueron la gota que derramó el vaso y por eso recurrí a una medida que jamás había utilizado. Creo que jamás había golpeado a nadie en mi vida. Tal vez por eso fui tan salvaje.

 Al comienzo, me le acerqué y lo empujé. Él, como buen gallo de pelea, lanzó el primer golpe y acertó. Sin embargo, eso fue lo suficiente para volverme loco. Fue entonces que yo lancé un golpe y luego otro y luego otro. Y él fallaba porque mi velocidad era ahora más alta que la suya y mi precisión mucho más certera. Le di puños en el estomago e incluso usé mis piernas para herirlo en su masculinidad. Eso también me dio risa pero no reí, solo disfruté del momento. Fue entonces que tomé su cabello entre una de mis manos y lo sostuve fuerte para poder golpearlo a mi placer, sin ningún tipo de límite.

  Caminando, alejándome del lugar de los hechos, me di cuenta de que tenía su sangre por todo el antebrazo derecho. Y mis nudillos, pobrecitos ellos, se habían abierto un poco de la cantidad de golpes que había propinado y de la cantidad de hueso que había golpeado. Porque el tipo ese era un flaco alto, uno de esos en los que la fuerza yace en el peso mismo de sus huesos de caballo. El idiota jamás había peleado en su vida ni entrenado para hacerlo, solo tenía el cuerpo apropiado y por eso se aprovechaba de otros.

 Yo, en cambio, era de carne blanda. Era torpe para muchas cosas, sobre todo con las que tenían que ver con las manos. Y sin embargo, las cosas habían pasado como habían pasado. Me limpié la sangre con el suéter que llevaba puesto, recordando que debía echarlo a la lavadora sin que mi madre se diera cuenta. Tenía entendido que la sangre era fácil de lavar, así que no deberían quedar rastros en la prenda después de pasar un buen rato en la lavadora. Hice la nota mental mientras caminaba frente a varios comercios.

 En el reflejo de uno de los vidrios de los aparadores, me di cuenta de que mi cara también tenía rastros de la pelea. Eran solo un par de moretones, pero lo suficiente para que mis padres pensaran que había estado en una pelea. Seguramente armarían un lío tremendo, llamando al director de la escuela y hasta a cada uno de mis profesores. Eran del tipo de gente que no podían dejar de pasar nada, tenían que meterse en todo y dar su opinión de cada cosa que pasara en sus vidas y en las vidas de otros.

 Los amo, como todos a sus padres, pero a veces me sacan de quicio y por eso salgo tanto a la calle. Me paseo por ahí, voy a sitios lejanos de mi hogar, compro libros y golosinas con el dinero que gano haciendo mandados y de vez en cuando fumo algo en algún parque solitario. De hecho, mi mano adolorida sintió el bultito que hacían el porro de marihuana y el encendedor en el bolsillo. Fue entonces que caí en cuenta que debía tirar el porro antes de que algún policía me detuviera por mi aspecto.

 Caminé más deprisa y entonces tuve una idea. La idea equivocada pero la tuve antes que la idea correcta, y por eso la elegí. En vez de tirar el porro en el bote de la basura más cercano, decidí ir a un pequeño parque que conocía muy bien. Era cerca y la gente nunca iba cuando había un clima tan feo como el de ese día. Estaba ya goteando y para llegar había que subir una pequeña loma. Así que no habría nadie y podría fumarme el porro en paz, ayudando así a mi recuperación de forma más pronta y agradable. Me encantaba convencerme de cosas que sabía que no tenían sentido, pues no había nadie para contradecirme.

 Cuando llegué al parque, vi que tenía toda la razón: no había absolutamente nadie en el lugar. Di la vuelta buscando algún mendigo o algún niño perdido de su madre, pero el lugar estaba solo. Me senté en la única banca que había y, mientras prendía el porro, observé la vista desde allí. Era muy hermoso, con árboles en primera línea y edificios en segunda. Pero más allá, a lo lejos, se veía el resto de la ciudad. Allá lejos, donde mucha gente trabajaba y vivía y se divertía. Donde parecían haber mejores posibilidades.

 Claro que eso era una ilusión porque en ningún lugar cercano había verdaderas posibilidades de nada. Era un terreno intelectualmente muerto y por eso estaba yo cada vez más desesperado. El colegio ya se terminaba y tenía que tomar el siguiente paso. Le di una calada al porro y aguanté el humo lo más que pude, mientras que pensaba en que no sabía quién era ni lo que en verdad quería. Pensaba que era un tipo tranquilo, sereno, que no se metía en líos. Y sin embargo, casi había matado a golpes a un infeliz.

 Sonreí de nuevo. No supe si era la marihuana o si de verdad todavía me hacía gracia el hecho de que el idiota ese se meara encima. Creo que era un poco de ambos. No puedo negar que lo que hice lo disfruté y mucho. No solo porque se lo merecía sino porque pude sentir poder sobre alguien y, debo decir, que no hay nada como eso. Ese miedo es muy interesante, causa una reacción química en mi interior que me hace ver todo de una manera muy extraña. Me fascina al mismo tiempo que me asusta.

 Por eso sé que no sé quién soy. ¿No es eso gracioso? Solo sé que debo seguir hacia delante, sin importarme nada más sino que existo en este mundo y por lo tanto debo seguir moviendo porque, si me detengo por completo, el mismo sistema existente se encargará de devorarme por completo. Lo que hice antes, golpear al tipo ese, fue una anomalía que seguramente no se repita. De hecho, puede que ya me esté buscando para romperme a cabeza de una manera aún peor de lo que yo podría imaginarme. No me sorprendería.

 Fue entonces cuando, a medio porro, sentí que alguien se acercaba. Mis reflejos ya más lentos, no escondí la marihuana a tiempo. Así que quién entró la vio. Se detuvo un momento y luego solo tomó el porro de mis dedos y se sentó a mi lado, contemplando la vista mientras daba una profunda calada.

 Su cara no estaba tan mal como yo pensaba. No quise mirarlo mucho porque no sabía qué hacer en ese momento, pero estaba seguro de no querer pronunciar más palabras de las necesarias. Sin embargo, sí noté que la mancha de orina seguía allí. Después me pasó el porro y más tarde él lo terminó, en silencio.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Errores

   No sé cuanto tiempo estuve tirado en el suelo, con agua de lluvia lentamente acumulándose a mi alrededor. Había sido lo suficientemente tonto y me había ido mal, de nuevo. Tenía miedo y había actuado bajo el control de los nervios y no de la reflexión profunda que alguien debería asumir cuando algo así ocurre. Cada centímetro de mi cuerpo había sido golpeado por los puños y pies de unos tres hombres, aunque la verdad es que nunca supe cuantos eran. Solo vi la cara de uno de ellos, muy cerca de la mía.

 Había llegado al lugar temblando pero también con la esperanza de que mis preocupaciones hubiesen llegado a un ansiado final. Hacía algunos meses había cometido la idiotez de usar el internet para desahogarme mientras no había nada en la casa. Todos estaban afuera y, no contento con la pornografía común y corriente, recordé algunos sitios con contenido algo más interesante, si es que así se le puede llamar a los fetiches extraños que pueden tener las personas. Debí parar en ese momento.

 Pero no lo hice. Cegado por el placer y el morbo no supe nada de lo que hacía hasta que me di cuenta de que lo había ido a buscar no era lo que había obtenido. En vez de eso había imágenes horribles que jamás dejarán mi mente. No puedo decir que eran de una sola clase de imagen, había muchas. Todas las fotos eran algo borrosas, tal vez viejas ya, pero igualmente terribles. Lo único que supe hacer fue cerrar todo, eliminar las imágenes y buscar algún programa que borrara todo sin dejar rastro.

 Después de hacerlo, recordé una de las imágenes, tal vez la que me daba más miedo. En ella había un policía con algo parecido a una sonrisa en la cara y una hoja de papel en las manos. En ella estaba escrito, en lo que parecía letra a mano, que mi información había sido rastreada bajando contenido ilegal. Y vaya que lo era. No por lo que tal vez se imaginen sino por otras cosas que ni siquiera quiero discutir. Me empezó a doler la cabeza un rato después y esa molestia no ha desaparecido desde ese día.

 Me enfermé de repente. Era como si la gripa hubiese entrado en mi cuerpo de golpe pero en verdad no tenía nada que ver con una enfermedad real sino con haber visto toda esa porquería y la foto del policía, que volvía a mi mente cada cierto tiempo. ¿Sería cierto? Sabía que la policía podía vigilar la actividad en línea pero parecía imposible que lo hicieran todo el rato. Además, había sido todo un error. Yo no había querido buscar nada de eso que vi pero sin embargo ahí estuvo, en mi pantalla, por un momento pero estuvo. No sabía que hacer, estaba perdido.

 Por las siguientes dos semanas, no tuve descanso alguno. No solo me era imposible dormir en las noches, sino que no podía pensar en nada más sino en todo el asunto. En todo lo demás que hacía se notaba una baja de rendimiento, que varias personas me hicieron notar. Yo me disculpaba echándole la culpa a la dichosa gripa que tenía pero sabía muy bien que lo que tenía no era una enfermedad real sino que era el miedo, la preocupación de verme envuelto en algo que no tenía nada que ver conmigo.

 Pasó casi un mes y mi cuerpo empezó a relajarse. Los nudos en mi espalda desaparecieron lentamente, con ayuda de masajes y la práctica casi diaria de yoga y otros métodos de relajación. Sobra decir que no volví a utilizar el internet sino para cosas tontas que hace la gente todos los días como revisar fotografías de personas con las que ni hablan o escribir alguna cosa. No volví a bajar nada que no fuera mío, incluso las películas y la música que siempre buscaba gratis.

 Muchas personas notaron ese nuevo cambio también y empecé a preocuparme un poco por eso. Si la gente que no tenía nada que ver conmigo, muchos de los cuales ni me conocían bien, entonces en casa seguramente todos se habrían dado cuenta que algo me pasaba. Pero nunca dijeron nada ni dieron indicios claros de que así era. Eso sí, los miraba a diario y me daban muchas ganas de llorar. No quería que ellos sufrieran por mi culpa, que se sintieran avergonzados de mí.

 Cuando la calma pareció empezar a tomarse todo lo que me rodeaba, recibí una llamada en mi casa. Cuando contesté, la persona del otro lado de la línea habló con una voz normal. Preguntó por mí. Cuando dije que era yo el que hablaba, su actitud cambió. Era un hombre y quería que supiera que sabía lo que yo supuestamente había hecho. Me fui a un lugar seguro y le pregunté como sabía lo que había pasado y que todo era un error. El hombre no me escuchaba, solo me amenazaba, sin pedir nada.

 Las llamadas se repitieron una y otra vez a lo largo de dos semanas hasta que tuve que ponerme duro, a pesar del nuevo miedo que me habían infundido. Pregunté que era lo que quería porque no podía creer que alguien estuviese llamando a sobornar solo porque sí. Alguna razón de peso tenía que haber para su actitud, algo tenía que querer. Las primeras veces me insultó y dijo que gente como yo debería estar muerta, ojalá asesinados de las maneras más horribles que alguien se pudiera imaginar. Sin embargo, su discurso cambió al cabo de algunas llamadas.

 De pronto ya no quería verme muerto, o al menos no lo decía. Ahora quería dinero, una cantidad que era mucho más de lo que yo pudiese dar en una situación similar pero no lo tanto que me negara. Le dije que podía reunir el dinero y me citó en un parque de la ciudad muy temprano una mañana. Hice todo lo que pude para reunir el dinero, todavía con nervios pero tontamente confiando en que el dinero arreglaría todo el asunto. Intercambiaría una cosa por la otra y todo terminaría.

 Fue en ese parque donde me vi con el hombre y le di el sobre. Pero no estaba solo y me rodearon con facilidad. Mi respiración se aceleró y mi ojos iban de una figura oscura a otra, pues era difícil de verlos bien en la oscuridad de la noche. Solo vi la cara del hombre que me había citado y supe que era él porque reconocí su voz. Me dijo que era policía pero que ellos no querían hacer nada contra mí y por eso él había decidido tomar las riendas de todo el asunto. Fue entonces cuando el circulo se cerró aún más.

 No venían por el dinero, eso estaba claro. Cuando los tuve muy cerca, empujé a uno y golpee al otro pero no había nada que hacer. Yo era y soy un hombre promedio, igual de débil y de estúpido que la mayoría. En un momento dejé caer el dinero y no supe que pasó con él. Estaba en una bolsa que no estaba cuando me desperté, con un dolor físico mucho mayor al que había sentido en cualquier momento anterior. Me patearon hasta que se hartaron, en todo el cuerpo.

 Puños en el estomago y en la cara, en los costados y en la espalda. Hubo uno que me pegó un rodillazo en los testículos y fue por eso que caí al suelo y me molieron a golpes allí. Me desangré un poco pero me encontraron más tarde, gracias al perro de una señora que lo había sacado a orinar. Cuando llegué al hospital, la policía estaba allí. Ninguno de ellos era el hombre que me había citado. Pensé que estaban allí por una cosa pero estaban por la otra. De todas maneras, lo confesé todo.

 En este momento no sé cual sea mi futuro. Tomé una decisión, una mala decisión, y es casi seguro que pague por ella. No sé si sea justo que pague como los que de verdad quieren hacer daño, como los que de verdad gustan de semejantes cosas.


 Pero ya no tengo nada. No hay nadie a mi lado y el futuro no pinta de ningún color favorable. Lo único que puede pasar es lo predecible o un milagro y francamente no creo en estos últimos. Para alguien como yo, no sé si exista semejante cosa.