El sonido de la manera rompiéndose se
escuchó como estruendo por los alrededores. Pero nadie vino a mirar que había
pasado. Si lo hubiesen hecho, podrían haber visto como un hombre de
considerable estatura le disparaba a la gran cantidad de criaderos de abejas
que había en el lugar. Cuando terminó de disparar, se retiró y nunca se supo
más de él. El dueño de la granja sabía que el atacante debía tener picaduras,
puesto que las abejas responden así a las agresiones. Pero la policía nunca
encontró nada.
Raúl, el dueño de las abejas, dependía casi
exclusivamente de la miel que producción para poder sobrevivir. Por eso sabía
bien que, quién sea que fuese el responsable del ataque, estaba claro que
quería destruirlo de la forma más cobarde posible. Sin la miel, Raúl no tenía
nada de dinero y obviamente lo necesita para poder mantener la granja y a sí
mismo. Porqué el no plantaba nada ni criaba ningún otro tipo de animal que no
fueran las abejas. Pero ellas ya no estaban.
Con algunos pedazos de panal y abejas
atrapadas en ellos, trató de comenzar de nuevo su negocio pero lo que tenía no
era suficiente, por lo que dejó de intentar pocos meses después. Su familia le
pedía que se mudaran, que intentaran vivir en la ciudad, al menos hasta que
tuviesen dinero de nuevo para poder intentarlo más adelante. Pero Raúl era
terco y no quería escuchar nada ni hacer algo diferente a contemplar el sin
número de maneras que podría intentar para retomar su vida anterior.
Pero los días y los meses pasaron. Cuando se
cumplió un año, Raúl y su familia habían bajado considerablemente de peso. Se
veían demacrados y claramente mal alimentados. Fue entonces cuando la esposa se
cansó, tomó al hijo que tenían y se lo llevó a casa de su madre. Le pidió a
Raúl que reconsiderara pero él no quería dejar su granja. Ella se fue después
sin poder argumentar más, pues sabía que jamás lo convencería. Y a él no le
importó por la misma razón.
Entonces el hombre se quedó solo en una casa
donde no había nada, solo frío y un silencio que parecía ahogar la vida. Sabía
que no era un lugar apropiado para vivir pero no podía pensar en otra cosa que
en volver a establecer sus panales y poder producir la miel que vendía a muchos
de los negocios de la zona. Había sido su sueño por muchos años y por fin lo
estaba logrando. Para él no era nada justo que en un minuto la vida de alguien
pueda cambiar de semejante manera. Le daba rabia pensar en todo lo sucedido.
Cada segundo se hacía más y más solitario.
La semana siguiente, Raúl viajó a la casa de
su suegra para recuperar a su familia. Pidió hablar en privado con su esposa y
le explicó como para él todo el plan de las abejas había sido algo clave en su
vida y en su desarrollo como persona. Se disculpaba por no haberlos tenido en
cuenta para nada, pero también quiso explicar lo difícil que era aceptar que
las cosas buenas que le habían pasado ya no parecían volver a querer pasar.
Tenía que seguir adelante, sin mirar al pasado.
La familia fue convencida y volvieron a la
granja. La esposa de Raúl le sugirió que podían empezar a plantar frutas y
verduras. No importaba que no funcionara como negocio pues podían utilizar las
plantas para ellos mismos. Era algo sencillo y requerían la misma calidad de
cuidados que le daba a las abejas, solo que esta vez su esposa había prometido
ayudarle.. Y así fue como sucedió: plantaron semillas de gran cantidad de
verduras y mientras las cuidaban, tuvieron que ahorrar como nunca.
Al cabo de un tiempo,
todo estaba listo para cosechar. La idea era guardar uno de cada producto para
la casa, con la meta de probar las verduras y ver si tenían un sabor óptimo. El
tamaño no era algo que los preocupara mucho pero tenían que saber bien para
poder ser vendidas en los alrededores e incluso más lejos. No pasó mucho tiempo
antes de que se dieran cuenta que lo habían hecho sorprendentemente bien. Las
calabazas eran deliciosas, así como las zanahorias, las cebollas y las
lechugas, entre otros alimentos.
La esposa de Raúl fue quien contactó a los
comerciantes y los invitó a la casa a degustar las legumbres y las frutas para
ver que opinaban. La invitación terminó en una batalla por saber quien se iba a
quedar con los productos. Al final, se decidieron por la única persona que no
solo parecía interesada en ganar dinero, sino que también se notaba que sabía
de lo que estaba hablando, que no estaba allí solo por probar. Era la mejor
decisión que podían tomar, para estar mejor.
Meses después, el negocio crecía a un ritmo
acelerado. Tanto así que tuvieron que plantar en tierras que nunca antes habían
sido utilizadas. Los pocos restos que habían quedado de los panales tuvieron
que ser removidos para poder plantar tomates y a Raúl eso le entristeció un
poco pero sabía que era para lo mejor. Al fin y al cabo todo lo que producía se
estaba vendiendo como pan caliente. Tan bien de hecho, que pudieron remodelar
la vieja casa de la granja y convertirla en la casa de los sueños de toda la
vida. Era su pequeño paraíso sobre el mundo.
Sin embargo, una noche el ladrido del perro
los despertó. El perro era nuevo, no había estado con ello sino algunos meses y
el hijo de Raúl estaba prácticamente enamorado de él. Se la pasaba siguiéndolo
cuando era de día, tratando de tomarle la cola y abrazándolo con fuerza. Cabe
decir que el perro no es precisamente de una de las razas más calmadas del
mundo. De hecho es exactamente lo contrario, y es por eso que ladra como loco
cuando alguien se acerca.
Esta vez, Raúl estaba preparado con un arma de
balines que había adquirido. Parecía no hacer mucho daño pero el dolor de los
perdigones en la piel no era nada que ignorar. Así que salió con su arma y
corrió hacia los ladridos. Por alguna razón, el invasor estaba de nuevo en el
sitio donde habían estado los panales. La diferencia es que está vez estaba
prendiendo fuego a las plantas. Quería crear un incendio de grandes proporciones
para arruinar, de nuevo, a Raúl.
Este último actuó de inmediato. Disparó el
arma tres veces contra la sombre que había en la mitad de sus tomates y pudo oír
como el cuerpo caía como un bulto de papas al suelo. Se quejaba pero no hizo
más ruido. Mientras más se acercaba, podía oler el humo que salía de las
plantas que iban a ser quemadas. Estampó el suelo con sus botas de plástico y
luego se acercó al cuerpo silencioso del invasor. Fue en un segundo que la
sombra se puso de pie y retuvo a Raúl en una llave.
El invasor era alto y muy fuerte y apretaba
tanto a Raúl que este tuvo que tirar su arma al suelo para poder usar las manos
para intentar liberarse de la poderosa llave. Hizo mucha fuerza, una y otra vez
pero no pasaba nada. Entonces el tipo empezó a apretar y el aire fue haciéndose
cada vez más escaso. Pero no solo sentía que se le iba el aire sino que también
parecía que su cuello iba a romperse en cualquier momento. Trató de patearlo,
de hacer algo, pero no podía.
Fue entonces que se escuchó un disparo y la
llave se relajó. Raúl cayó al suelo, empujado por el gran peso del cuerpo del
atacante. Se dio cuenta al mirar hacia abajo, que de su cara goteaba sangre.
Por un momento pensó que era él pero cuando vio a su esposa lo entendió todo.
Ella se abrió paso hasta él con rapidez. En
una de sus manos tenía un arma pero esa no disparaba perdigones sino balas de
verdad. Era la primera vez que Raúl la veía. El hombre yacía muerto en el suelo
y la mujer lo volteó para poder verle la cara. Pero el disparo había sido tan
certero que ya no había manera de saber quién había sido ese desgraciado.
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