Todo el mundo lo vio por televisión. El
cohete salió de un silo militar, en algún lugar que nadie nunca conocería. El
objeto era enorme, más grande que cualquiera de los misiles que los militares
usaban con más frecuencia. Estuvo un momento sobre la compuerta por la que
había salido a la superficie y luego su parte trasera se encendió y empezó a
impulsarlo con dificultad por los aires. Era obvio que el cohete era muy
pesado, pero no era de sorprender puesto que llevaba varias cabezas nucleares.
El cohete surcó los cielos por varios minutos.
Algunas personas pudieron verlo a simple vista, como un tubo gigante que
cruzaba el cielo dejando una estela blanca tras de sí. Todo el que lo veía, por
donde fuera, aguantaba la respiración. Pasados otros minutos, se confirmó que
el cohete ya salía de la Tierra y se encaminaba vertiginosamente hacia su
destino. Ya no se le podía grabar, así que los canales de televisión decidieron
repetir una y otra vez el plan que habían trazado los gobiernos ricos del
mundo.
Ellos habían dictaminado que solo una bomba
magnifica, mayor que ninguna creada antes, podría ser la salvación de la
humanidad. Tan solo cuatro meses antes, se había descubierto la existencia de
un asteroide que pasaría demasiado cerca de la Tierra. Tan cerca, que cuando
pasara por su lado se vería atraído por la gravedad y terminaría estrellándose
contra el mar de forma estrepitosa. Eso causaría un maremoto de proporciones
bíblicas y millones de muertes alrededor del globo. Pero no terminaría allí.
El choque
causaría también terremotos y una desestabilización general de todo el planeta,
lo que afectaría a todo el mundo. Quienes no sucumbieran por el maremoto, lo
harían cuando la tierra debajo de sus pies empezara a cambiar de forma y lugar.
En pocas palabras, se había descubierto que la humanidad tendría sus días
contados, así como todas las demás especies en existencia sobre el planeta
azul. Por eso se habían apurado a buscar una solución al problema y esa era el
cohete y sus cabezas nucleares.
Muchos no estuvieron de acuerdo, pues se
corría el riesgo de que la bomba fallara y terminara estrellándose contra el
suelo y matando miles o millones de un solo golpe. Pero como el asteroide ya
amenazaba con hacer lo mismo o algo peor, se ignoró por completo a quienes se
quejaban y se construyó el cohete en el mayor grado de secreto. Solo se le
informó a la gente sobre el asteroide un mes antes de su eventual colisión con
la Tierra, pocos días antes del lanzamiento del cohete que debería ser la llama
de esperanza para toda la humanidad. La gente esperaba casi sin respirar.
Entonces, en algún lugar del hemisferio sur,
la gente reportó una luz brillante que impedía mirar hacia el cielo. Era casi
como una nube, que se expandía hacia todas partes. Hubo grandes zonas de territorio
cubiertas por esa masiva luz y luego bañadas por una lluvia sucia y gruesa, con
un olor muy particular. Era lo que más temían los gobiernos ricos y el
desenlace más temido por los científicos que habían aconsejado a los gobiernos.
Era precisamente lo que nunca debía de pasar.
El cohete había estallado antes de chocar con
el asteroide. Había estado lo suficientemente cerca como para arrancarle un
buen pedazo, pero su trayectoria había hecho que el asteroide cambiara su curso
a uno aún más directo que el anterior. Esto lo supieron al instante los
ciudadanos, pues los científicos dejaron de apoyar a sus gobiernos. En esos
días, el caos reinó por completo. Hubo asesinatos, robos, protestas y suicidios
masivos. De nuevo, no sorprendía a nadie, pues la muerte venía por todos.
El mundo ahora sabía que vivía sus últimas
horas. Las personas se volvían locas, al mismo tiempo que se daban cuenta de
que ya nada importaba. Muchos se dedicaron a rendirse a sus placeres más
oscuros y otros hicieron cosas que nunca hubiesen hecho en la vida sin aquella
nueva libertad. Los gobiernos no cayeron pero se silenciaron, inútiles ya ante
semejante tragedia. Ya nadie los
escuchaba y ellos habían aprendido que nadie nunca los volvería a oír o creería
jamás en ellos. Por fin les había llegado la hora.
La mayoría de personas se entregó a esa nueva
libertad y, hay que decirlo, fueron las semanas de mayor paz en el mundo.
Después de la histeria de los primeros días, la gente dejó la violencia de lado
y simplemente se dedicaron a lo que siempre debieron haber hecho: vivir y dejar
vivir. Hubo escenas de pasión y de amor por todas partes, así como de heroísmo
y respeto. El mundo parecía estar convirtiéndose en lo que todos siempre
quisieron que fuese, pero ya era demasiado tarde. El asteroide se veía a simple
vista.
Los científicos decidieron hacer su parte y
aconsejaron a la gente varios sitios alrededor del mundo en los que tal vez
podrían estar a salvo. Ellos filtraron todos los detalles del asteroide, que
los gobiernos ricos querían mantener secreto, e incluso ayudaron a filtrar
otros secretos que escandalizaron a más de uno, pues se daban cuenta de que la
democracia sí que era una forma débil de gobierno. Era la menos peor pero
ciertamente con tantos puntos oscuros como todas las demás. A una semana del
choque, los gobiernos dejaron de existir por completo, instaurando por fin la
libertad.
En esos últimos
días, la gente quiso organizar el último día de la Tierra. Algunos planearon
fiestas en donde se celebraría todo y a todos. Otros preferían pasarlo en
familia y otros en solitario. Algunos quisieron acercarse más a sus dioses y
otros simplemente querían llegar al último día habiendo cumplido varios de sus
más profundos deseos. La idea era que en ese último segundo de sus vidas, de la
vida como tal, pudiesen sentirse sin remordimientos ni angustias. Querían
sentirse en verdadera paz.
Correr ya no era algo que la gente hiciese.
Robar era completamente obsoleto y el dinero se había convertido en lo que de
verdad era: papel con tinta de colores encima. Para los artistas, ese tiempo se
vivió como uno de esplendor incomparable, pues surgieron de la nada los
verdaderos artistas, aquellos que no copiaban ni repetían sino que de verdad
creaban de su mente y maravillaban a sus amigos y familiares con sus
creaciones. Los velos se habían removido y todos ellos mismos y no nadie más.
El día antes
del último, se empezaron a sentir cosas extrañas por todo el planeta. El clima
cambiaba de forma abrupta y los animales exhibían conductas completamente
erráticas. Para muchos fue una lástima verlos sufrir así, sin saber qué era lo
que en realidad iba a pasar. Aunque otros pensaban que los animales de hecho sí
sabían lo que pasaba y que tan solo sabían expresar mejor que los seres humanos
sus sentimientos al respecto. Fue un día muy confuso, lleno de idas y venidas.
El último día, la gente hizo lo que quiso y
esperó en los lugares que habían escogido varios días antes. Aquellos cerca del
océano, pudieron ver con claridad como la roca gigante caía como un hielo en un
vaso y empujaba el aire y el agua para todos lados. No fue como en las
películas, donde todo es más suave y estilizado. Fue un golpe sordo y
contundente. Tras él, aquellos en las costas solo vivieron por unos cinco a
diez minutos más. Luego, fueron consumidos por el agua embravecida.
Los terremotos más violentos ocurrieron casi
en el mismo instante del impacto. Varias zonas fueron afectadas de golpe,
destruidas por completo. Los muertos en un primer instante fueron contados por
millones y los desastres que se sucedían tomarían la vida de todo el resto.
Una semana después, seguía habiendo vida en la
Tierra. Pero con la obstrucción del cielo por una nube de tierra permanente,
nada viviría demasiado. Aquellos valientes que habían sobrevivido, ahora
morirían ahogados y de hambre. No había salida alguna al desastre total.
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