Lo primero que hice al llegar a casa fue
quitarme la ropa y echarla toda a la lavadora. Luego, en mi habitación, me puse
unos pantalones cortos de una tela muy cómoda y una camiseta tipo esqueleto
blanca que tenía para cuando tuviese que hacer manualidades en la casa. No me
puse zapatos ni medias, estuve descalzo todo el rato mientras hacía la comida y
veía un poco de televisión al mismo tiempo. Las imágenes que pasaban en la
pantallas eran desoladoras pero no del todo increíbles.
Incendios voraces arrasaban árboles y casas,
por todas partes. Al comienzo era solo en países con mucho bosque, donde las
temperaturas estivales se habían disparado de golpe. Pero ahora en todas
partes, incluso en los países donde se suponía que debía estar haciendo frío. Y
no solo habían incendios sino muertos por todas partes a causa del calor tan
insoportable que hacía durante el día. Durante la noche las cosas se calmaban
un poco pero todo el asunto había causado una epidemia importante de insomnio.
Además ya se estaban reportando más casos de
virus peligrosos en zonas en las que antes jamás se había oído mencionar nada
por el estilo. Fue un poco chocante ver todas esas imágenes mientras cocinaba.
Tanto así que, cuando serví mi comida en la mesa, tomé el control remoto y cambié
a un canal en el que estuviesen hablando de otra cosa. No le puse más atención
al televisor, solo me gustaba tener una voz en la casa, alguien que hablase en
voz alta para yo no tener que hacerlo. Sería un poco raro hablar solo.
Comí mi pasta con albóndigas en silencio, a
vez mirando el celular y otras veces mirando al televisor como quien mira una
ventana. Cuando acabé de comer, me limpié el sudor de la frente y pensé
seriamente en ducharme antes de salir. Pero algo me indico que sería un desperdicio
de agua, puesto que estaría sudando en pocos minutos. Tenía una cita a la cual
asistir pero tanto lío con el clima me había bajado un poco el ánimo en cuanto
a lo que se refiere a relaciones interpersonales. No parecían prioritarias.
Sin embargo, mientras lavaba los platos, él me
llamó. Me sentí un poco raro, como si estuviese de vuelta en la escuela. Usaba
el celular solo para enviar mensajes y cosas por el estilo, pero casi nunca
para hacer llamadas. El solo sonido del timbre me fastidiaba. Contesté porque
vi su nombre en el centro de la pantalla brillante. No sé que tipo de voz
utilicé o si me escuchaba tan abatido como me sentía. El caso es que
reafirmamos la hora y el lugar de la cita, así que ya no tenía opción de
echarme para atrás. No era que no quisiera verlo, pero la verdad no moría por
salir a la calle.
Lo bueno, y esto es relativo, es que la cita
era para media hora después del anochecer. En teoría, la calle estaría menos
cálida que en el día. Sin embargo, era viernes y eso significaba que todos los
lugares estarían a reventar. Era gracioso que la gente se quejara del calor
todos los días pero no pareciera tener ningún problema con meterse en una
discoteca empacada con cientos de personas, todas moviéndose al mismo tiempo.
Era casi masoquista pero nadie parecía reconocerlo. La gente puede ser muy
extraña.
Decidí no ducharme y dejar que me conociera
como estaba. Se supone que hay que esforzarse cuando se tiene una cita o algo
por el estilo pero la verdad es que no me daban muchas ganas de lucirme. Había
que ser realista y nosotros lo que queríamos era algo más estable que una
simple relación sexual. De hecho, ya habíamos intimado y sabíamos que nos
entendíamos bien en ese aspecto pero queríamos intentar algo nuevo, algo
diferente que pudiese tal vez ofrecernos algo que no teníamos ya y que nos
urgía.
Yo hacía mucho no tenía una relación estable
con nadie e intentarlo parecía ser una aventura divertida. Sabía que no tenía
porqué ser así pero parecía la persona apropiada para intentarlo. Sin embargo,
con el calor que hacía, no venía mal que me conociera sudando y quejándome,
como era yo en realidad mejor dicho. Me puse ropa igual de cómoda pero un poco
más agradable a la vista, así como zapatos y medias que fueran con el calor que
igual se sentía en las noches. Algo de perfume fue mi último toque antes de
salir.
No había llegado a la escalera cuando la
vecina salió de su apartamento, quejándose de una cosa y de otra. Cuando me
vio, dijo casi a gritos que habían quitado el agua. Yo, por supuesto, no tenía
como haberme dado cuenta. Iba a devolverme a mirar, pero el tiempo estaba
contado y no quería llegar tarde. Le dije a la vecina que seguramente era algo
temporal, aunque no me creí ni media palabra de lo que dije. Ya habían
reportado tuberías reventadas por el calor en otros puntos de la ciudad, así
que se veía venir.
Lo malo de verme con él a la hora acordada era
que de todas maneras tenía que salir de día. Hice una nota mental para recordar
ese error en el futuro y caminé con paso lento a la parada más cercana de
buses. Esperé poco tiempo pero dejé pasar al primer bus porque iba hasta arriba
de gente y era evidente que no estaba funcionando el aire acondicionado. El
segundo bus, al que me subí, iba solo un poco menos lleno pero al menos sí tenía
una temperatura agradable. Así que aguanté mientras llegaba a mi destino. Creo
que cuando bajé, lo hice casi empujando y corriendo del desespero.
Me arreglé un poco el pelo, viendo mi reflejo
en el vidrio de una tienda, pero no tenía mucho caso intentarlo. Fue entonces
cuando escuché una explosión que me hizo agacharme y sentir algo de miedo. Sin
embargo, pronto tuve respuesta acerca de la proveniencia del ruido: se había
tratado de las llantas delanteras de un taxi, que habían estallado debido a las
altas temperaturas del pavimento. Mucha gente gritaba exageradamente, al ver
como el asfalto se había derretido casi por completo.
Yo me quedé mirando solo un rato, en el que
olvidé por completo la razón que me había sacado de mi casa. Caminé hacia el lugar
de la cita pensando en todo lo que había visto ese día y desde el comienzo de
la ola de calor. Era horrible como parecía que todo había cambiado de golpe,
sin aviso, y hacia un destino que parecía francamente horrible. No era solo
algo de calor sino un peligro serio para todos. Por estar pensando en ello,
casi cruzo un semáforo sin tener el paso. Los ruidos de las bocinas me
devolvieron al mundo real.
Cuando llegué, el ya estaba allí. Y creo que
fue en ese momento en el que me di cuenta de que había tomado la decisión
correcta. Vestía una camisa muy linda, de color azul con motivos florales.
Llevaba también un pantalón corto blanco y zapatos del mismo color con medias
azules como la camisa. Se había peinado bien pero, como yo, tenía el sudor
marcado ya por todos lados, incluso en las exilas. Se veía apenado pero yo solo
sonreí como un idiota y lo abracé cuando estuvimos bien cerca, el uno del otro.
Me propuso comer un helado y asentí como un
tonto. Empezamos a hablar e, inevitablemente, el tema fue el clima. Me contó
que en el hogar para adultos mayores donde vivía su abuela ya habían muerto
cinco ancianos y parecía que las cosas se podían poner peor. Visitaba a su
abuela con frecuencia porque le quedaba cerca y porque tenía miedo de lo que le
pudiese pasar. Se limpió en un momento el sudor y me miró entonces a los ojos.
Su expresión era de una profunda preocupación. Me hizo sentir mucho en
segundos.
De golpe, la luz en la calle pareció titilar.
Se hizo menos intensa, luego más intensa y luego se apagó y no se volvió a
encender. La gente gritaba y reía y hablaba y nosotros no dijimos nada.
Seguimos caminando, incluso sabiendo que lo hacíamos solo por hacer algo, por
movernos.
La heladería estaba rellena. Estaban casi
regalándolo todo pues sin electricidad el negocio no podía funcionar. Como él
era alto, fue capaz de pasar la multitud y tomar dos helados para nosotros.
Cuando me dio el mío, respondí a un impulso y le di un beso en la mejilla. Él
respondió, en la casi oscuridad.
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