La boca me sabía a hierro. No podía abrir
los ojos ni mover los brazos o las piernas. Solo sentía ese sabor en mi boca y
un olor un tanto amargo en mi nariz. Algo cercano olía muy mal pero no podía
saber qué. Quería llorar, quería gritar o pararme y salir corriendo. Pero mi
cuerpo no me respondía. Escuchaba un sonido familiar en la cercanía. No sabía
lo que era pero parecía querer calmarme en ese momento, precisamente cuando menos necesitaba ayuda
para mantener mi cabeza abajo.
Mis sentidos se fueron despertando poco a
poco. El tacto se hizo cada vez más sensible y pude entender en poco tiempo que
mi cuerpo estaba boca abajo sobre madera. Mi mentón y mi mejilla me indicaban
que era madera pulida y que el sonido extraño que había escuchado estaba justo por
debajo. Lastimosamente, mi oídos parecía haber sufrido un gran trauma, pues
todo lo escuchaba como si tuviera los oídos tapados pero mis manos no estaban
haciéndolo, ya que las sentía juntas detrás de mi espalda, amarradas.
Cuando sentí la gruesa soga de fibra plástica,
me asusté. Supe que algo malo, muy malo, había pasado. Obviamente todo el resto
de cosas indicaban lo mismo pero, por alguna razón, no había querido hacer caso
de mi entorno. Más terrorífico aún fue cuando pude mover un poco las manos y
sentí algo como liquido, algo espeso, por el lado bajo de mi espalda. Como si
el cuerpo entendiera de manera consciente, sentí un dolor enorme que me
recorrió todo el cuerpo, dejándome aún más cansado que antes.
Mis ojos todavía no querían abrir. Entendí que
no era que no tuviera las fuerzas para abrirlos, sino que estaban hinchados y
dolía mucho tratar de levantar los parpados. En cambio, si me quedaba quieto,
el dolor era casi inexistente. Por eso dejé mi sentido de la vista de lado y me
dediqué a percibir mi entorno con los demás. Lo único que podía concluir era
que estaba tirado en el suelo, boca abajo, y que seguramente no había nadie más
a mi alrededor. No podía sentir pasos ni voces, ni nada por el estilo.
El tiempo pasaba, estaba seguro. Por mi
estado, estaba tan concentrado en partes de mi cuerpo que a veces olvidaba que
el mundo seguía girando a mi alrededor. En algún momento, recuerdo vívidamente
querer reír o llorar, quería sentir más de lo que estaba sintiendo y eso que
estaba percibiendo mucho más de lo que jamás había sentido en la vida. Era
extraño estar ahí, acariciado por el viento o tocado brevemente por el
sol. Era como estar acurrucado por la
naturaleza, que me dejaba a un lado a veces y otros parecía estar muy pendiente
de mi evolución, de mi cambio.
No sé cuanto tiempo pasó, pero por fin sentí
pasos. Fue muy extraño porque había estado durmiendo y, tengo que decirlo, fue
un sueño muy tranquilo en el que vi a mi familia y a mis amigos. Creo que soñé
con un cumpleaños, incluso sintiendo el sabor del pastel de frutas en mi boca.
Pude oler el humo que sueltan las velitas cuando las soplas e incluso el
perfume de mi madre, ese que siempre ha usado desde que tengo uso de razón. Me
sentí con ellos y los pasos quebraron todo y me trajeron de vuelta a la
realidad.
Al comienzo los sentí lejos pero sabía que
caminaban por la misma madera en la que yo estaba acostado. Quise alertarlos de
mi presencia pero no hubo necesidad. Uno de ellos, un hombre alto y con unos
ojos inusualmente grandes, entró al sitio donde estaba amarrado y se me acercó.
Sí, me forcé a abrir los ojos para poder ver lo que ocurría. La hinchazón había
bajado, por lo que el esfuerzo fue menor al anterior. Por eso pude ver sus
ojos, de manera calma, de verdad detallando el color y la profundidad.
Él, en cambio, parecía querer calmarme pero a
la vez estaba apurado, gritando para que sus compañeros vinieran conmigo y
ayudaran a soltarme las cuerdas. Todo esto es lo que creo que decían porque mis
oídos todavía no funcionaban. De hecho, creo que había dado por sentado que
nunca más funcionarían. Los había dejado ir de mi ser sin una sola queja,
porque no podía quedarme pensando en lo que ya no era. Los miré tranquilamente,
mientras cortaban todas las cuerdas que me amarraban.
Vi que algunos me miraban asustados, un hombre
incluso lloró y una mujer, creo que la única del grupo, tuvo que escoltarlo
afuera para que se calmara. No sé cuanto tiempo duró todo el asunto porque yo
me quedé dormido sin razón aparente. Creo que mi cuerpo se cansó por el
esfuerzo de mantener los ojos abiertos, de estar pendiente de todo lo que
estaba pasando a mi alrededor. La fuerza que me había mantenido vivo durante
esos días se estaba agotando y no podía hacer que durara más.
Caí de nuevo en un sueño profundo. Esta vez,
no vi a mi familia ni a nadie conocido. Recuerdo un perro muy lindo, de pelaje
suave y amarillo, con una cola retorcida. Parecía ser mi guía por entre un
bosque denso y húmedo. Yo llevaba puesta ropa para el frío y caminaba evadiendo
ramas y troncos. Ya no sentía las cosas como en el sueño anterior, sino que
todo parecía lo mismo, con el mismo olor incluso. El perrito me esperaba cuando
me demoraba y luego seguía, como si de verdad quisiera llevarme a alguna parte
pero yo nunca había estado en ese bosque. No sabía que ocurría.
Abrí los ojos de golpe. Era de día y la luz
del sol me hizo cerrar los ojos casi al instante. Giré la cabeza, mientras
respiraba apurado del susto. No sé porqué me había despertado así pero me
sentía extraño y confundido. Todavía me dolía el cuerpo pero no tanto como
antes. Sentí una almohada en mi espalda baja y otra en la parte superior. Algo
de dolor, de ese que parece dar punzadas, recorrió toda mi espalda. Sentí de
nuevo algo de sabor a hierro y hasta ese momento me di cuenta de que era mi
propia sangre.
Me recosté y me di cuenta que ya podía
escuchar mejor. No como una persona normal pero ya no parecía que me estuvieran
tapando los ojos con fuerza. Por ejemplo, podía percibir los pasos que daban
las personas fuera de la habitación. Creo que fue en ese momento que caí en
cuenta que era un hospital. No era una sorpresa pero al menos sabía que me
estaban cuidando. Estaba seguro de no tener el dinero para pagar nada de eso
pero ya vería después que hacer. Fue entonces cuando todo me cayó encima.
Pude recordar toda mi vida anterior, quién era
y qué hacía. Antes todo lo demás en mi vida parecía haberse ido a un segundo
plano oculto en mi cabeza pero ahora ya no era así. Ese muro que lo había
ocultado todo había desaparecido y yo podía volver a ser un ser humano más
completo, aunque todavía con pedazos ausentes. Porque, aunque lo intenté, no
pude recordar qué era lo que había ocurrido conmigo y porqué había terminado en
ese muelle, amarrado y ultrajado de varias maneras.
Momentos más tarde, vino el jefe de policía,
con el hombre de ojos grandes y el doctor que me tenía a su cuidado. Él explicó
todo lo que había encontrado en mi cuerpo y, aunque ellos estaban impactados
por lo que oyeron, yo no lo estaba. De alguna manera, mi cuerpo ya me lo había
informado y yo había decidido ponerlo todo en un segundo plano, pues lo primero
era sobrevivir. Pero ahora que era consciente de lo que había vivido, derramé
algunas lágrimas y solté una carcajada que los asustó.
Les expliqué que lo hacía porque estaba con
vida. Estaba allí, con ellos, con mi cuerpo completo a pesar de todo. No importaba lo que me habían hecho
puesto que todavía estaba en el mundo de los vivos y planeaba aprovechar cada momento
que me otorgaran de vida porque entendía lo preciosa que era.
Sin decir nada, me incorporé mejor y aproveché
que tenía al de los ojos grandes cerca. Con la fuerza que tenía, le planté un
beso en la mejilla y le dije “Gracias”, antes de caer de vuelta en la cama. Al
rato se fueron y pensé en mi vida, en mi cuerpo. No podía dormir. Tenía hambre
de comida y de mucho más.
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