Cuando alcé la vista, lo tenía justo
enfrente. Estaba sumergido en un libro de historietas… O tal vez era una novela
gráfica, no lo recuerdo. El caso es que eran imágenes con muchos colores y
personajes. Bajé la vista rápido, antes de que él se diera cuenta de que lo estaba
observando. Poco tiempo después vino la chica del lugar con mi café y un pedazo
de pastel que me habías apetecido. También traía uno de esos altos vasos de
café frío con una gran bola de helado de vainilla flotando encima. Era una de
sus deliciosas creaciones italianas que, en ese momento, yo no sabía que eran
de su gusto. ¡Y sí que lo eran!
Tengo
que confesar que sonreí al verlo tan feliz en ese momento, con su café frío y
su bola de helado. No puedo decir que parecía un niño, porque hace muchos años
que no le pongo atención a las expresiones infantiles. Pero sí puedo decir que
era el rostro de alguien que ve algo que lo hace sentir cosas que ninguna otro
objeto o incluso persona puede hacerle sentir. Se le olvidó que estaba tratando
de hacerse el tonto: dejó su libro la mesa y consumió su dulce con gusto, en
pocos minutos. Yo apenas había dado sorbos a mi café para el momento en el que él
ya tenía acabado el suyo. En ese momento nos miramos por primera vez, ese día.
Como
era él quien estaba fingiendo no verme, no tuve problema alguno en posar mis
ojos directamente en los suyos, observando un color muy especial que no puedo
describir con precisión: tal vez era un poco verdes o puede que tuvieran el
color de la miel más dulce. Pero decir un solo tono de cualquier color sería
decir una gran mentira. Ya había visto esos mismos ojos después de haber
llorado y también los había visto muy enojados, no conmigo sino con otras
personas. Sabía muy bien que podían cambiar de color según el momento, según lo
que estuviera sintiendo en el corazón y en su cabeza.
Puse
un codo en la mesa y luego puse mi mentón en la mano y me le quedé mirando. Le
sonreí y él hizo lo mismo. No puedo decir que había estado esperándolo, porque
no era así. Pero me alegró mucho que estuviera allí, pues de verdad necesitaba
alguien en ese momento para conversar, para no sentirme tan solo. No sé en qué momento
ocurrió pero recuerdo haber llorado bastante, seguramente de la rabia. Él solo
me escucho, sin decirme una sola palabra. Apenas asentía de vez en vez y solo
me decía algunas palabras cuando me detenía a beber un poco del café, para
hidratar la garganta.
Fue
mucho después cuando me di cuenta que nos habíamos estado sosteniendo las manos
por un largo tiempo. Cuando me fijé, la verdad no le di demasiada importancia.
Pensé que era lo natural en esa situaciones y darle importancia pudo haber sido
un error de mi parte o de la suya. Por eso creo que me dejó seguir hablando, hasta
que sentí que todo había salido y que ya no era necesario seguir ventilando
todo lo que mi alma estaba escupiendo.
Después
de pagar, salimos del lugar caminando de la mano. En ese momento le pregunté qué
era lo que estábamos haciendo. Al fin y al cabo, no nos conocíamos tan bien
como parecía. Él decía que me conocía de alguna parte, que me había visto en
alguna fiesta o tal vez en alguna reunión. De pronto teníamos amigos en común,
amigos que en verdad no eran amigos sino personas meramente conocidas, de esas
que pasan por la vida y dejan pocos rastros. A mi me daba pena confesar que la
verdad no lo recordaba de ningún lado. Sólo sabía que lo había visto por
primera vez en el lobby del edificio de oficinas en el que habíamos trabajado
juntos.
Y
lo digo así, “habíamos”, porque ya no trabajamos juntos. Eso era precisamente
lo que me tenía que sacar del pecho: el hecho de que me hubieran echado como a un
perro, nada más porque no accedí a besarle el culo a uno de los supuestos
grandes genios de la empresa. Era uno de sus sitios en los que se reúnen mentes
brillantes de este siglo, es decir, jovencitos que creen saberlo todo porque
les han dejado hacerlo todo. Pero todos sabemos que hacerlo todo no es hacerlo
bien y que hacerlo bien no es lo mismo para todas las personas. Y ese mismo fue
mi argumento y la razón para mi despido.
Tomás
sabía que yo iba a ese lugar a tomar café después de salir del trabajo y adivinó,
correctamente, que yo iría a ese lugar después de lo que había ocurrido. Por
eso vino con su tonto libro y haciéndose el que no me conocía. No habíamos
hablado nunca más de algunas pocas palabras. No trabajábamos en el mismo
departamento, ni interactuábamos de ninguna otra forma. Tan sólo se había
enterado de lo de mi despido y había decidido seguirme hasta mi lugar secreto. No
puedo decir porqué hablé con él como si lo conociera de toda la vida y mucho
menos porqué le tomé la mano allí y al salir.
Pero
así fue. La verdad es que ya no me interesa estar explicando las cosas. No
tengo porque explicarle a nadie nada, ya esa etapa de mi vida pasó mucho atrás.
Ese día sólo seguimos conversando, caminando y tomamos algunas copas que
parecíamos necesitar. Él también me contó de su trabajo y de lo frustrado que
se sentía con él. No tenía tanto odio para con los jovencitos con los que
trabajaba como yo, algunos eran mayores que él. Era más el contenido de lo que
hacía lo que lo estaba volviendo loco. Quería hacer otra cosa, quería sentirse
de verdad realizado con lo que estaba haciendo en su vida. No éramos nada
parecidos.
Tal
vez sea estúpido pero creo que fue eso precisamente lo que me hizo interesarme
cada vez más en él. Yo soy una persona que no intenta nada, que prefiere estar
seguro en un mismo sitio en vez de atreverse a hacer algo diferente. Él no es
así y me alegra que así sea, porque esa personalidad diferente causa en mí algo
que todavía no entiendo porque apenas ahora estoy descubriendo que es. Y espero
tener el tiempo suficiente en la vida para poder entenderlo e incluso para
descubrir muchas cosas más, sobre él y sobre mí mismo.
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