Hay muchas cosas que no entiendo como la
falsa modestia (nadie la necesita), la falta de posibilidades para minoría
(pertenezco a una) y los sentimientos que tenemos hacia nosotros mismos. En
esta oportunidad voy a hablar de este último punto y cuando digo nosotros
mismos me refiero a la parte física y no a la más compleja y difícil de
discernir parte intelectual y sentimental en la que podríamos quedarnos
hablando toda una vida y no llegaríamos a ningún lado.
El caso es que hoy en día somos una sociedad
más abierta por el hecho de estar mejor conectados. El hecho de que, cuando
queramos, podamos estar hablando con alguien en Asia o en Europa y también, y
de pronto más importante, el hecho de que podamos aprender lo que queramos y
ver lo que queramos cuando queramos y como queramos. Internet revolucionó
nuestras vidas al hacer del conocimiento rápido una norma. Pero, como todos
sabemos ya, internet no es una fuente inagotable de verdades sino de todo tipo
de opiniones, muchas veces diametralmente opuestas.
Esta facilidad de información, el hecho de que
podamos ver más y conocer más rápido, nos ha hecho replantearnos como vemos al
mundo en general y como nos vemos nosotros en él. Ha hecho que los modelos, las
ideas preconcebidas de lo que algo es, se expandan más rápidamente que hace
cientos de años. En ese aspecto entra la belleza y lo que hoy es visto como
bello. En el caso del siglo XVI, los estándares de belleza no están basados en
el arte o en las ciencias, como alguna vez lo fue, sino en lo que piensa un
grupo reducido de personas en los países más ricos, por lo tanto los que
controlan la mayoría de los medios de comunicación.
Ya los conocemos: se trata de mujeres
imposiblemente delgadas y hombres que parecen salidos del taller de un escultor
y no del vientre de una mujer. Estos estándares son los que existen hoy en día
y no hay nadie que pueda decir que no existen. Se puede estar de acuerdo en que
no son ideales pero son la realidad y eso no es discutible.
Lo difícil de entender es que somos herederos
de generaciones que trataron de liberarse de las ataduras tratando de modificar
esos modelos e incluso nuestros roles en la sociedad. Las mujeres no tenían que
ser siempre madres y los hombres no tenían que tener siempre el rol de cazador
y proveedor. Pero esas generaciones pasadas fracasaron en ese aspecto pero
triunfaron en otros como en la liberación sexual. Hoy en día compartimos
detalles de nuestras vidas íntimas y eso no quiere decir nada más que compartir
detalles personales con gente que estimamos.
Hablar de sexo es lo más común entre la gente,
sea cual sea su edad, genero, nacionalidad o posición social. Todos en todo el
mundo hablamos de sexo y jamás hemos sido más libres para hacerlo. Hablamos de
los detalles, de las parejas sexuales, de lo que pensamos de ellos y de lo que
nos gustaría, fantasías en otras palabras. La existencia de las salas de chat y
los mensajes instantáneos por el celular, han hecho e este comportamiento
social algo inevitable y natural.
El problema está en que nos damos cuenta de
que hablar de sexo no garantiza que las personas tengan una buena imagen de su
cuerpo al desnudo. Está comprobado que la gran mayoría de la gente, sino es que
todos, sentimos que tenemos algo que falta o algo que sobra o algo que
quisiéramos corregir de nuestro cuerpo. No queremos a nuestro cuerpo tal y como
es sino que nos “quedamos con él” porque sabemos que simplemente no va a
cambiar y que las únicas formas que hay para que eso ocurra son demasiado
dolorosas o demasiado caras.
La ironía del cuento es que somos más
sexualmente liberados que nunca pero seguimos teniendo pudor y temiendo lo que
otros pueden pensar de nosotros. No hay nada como ver el comportamiento de una
persona antes de ir a nadar o en plena playa o piscina y se ve con facilidad lo
mucho que se esfuerza la gente por verse bien y no parecer descuidado. Porque
el cuerpo ahora es solo una herramienta y nada más. Por eso tantos programas y
técnicas para mejorarlo, la mayoría de las cuales no funcionan o simplemente
son demasiado para alguien común y corriente que lo único que quiere es
sentirse bien consigo mismo.
Pero eso no va a pasar a menos que cambiemos
un detalle del ser humano moderno y eso es que debemos empezar a enseñar, desde
que se es pequeño, a querer nuestros propios cuerpos. La idea no es justificar
comportamientos lascivos, que probablemente ni lo sean, sino darle herramientas
a las personas para que exploren su cuerpo y lo conozcan y sepan como funciona.
La mayoría de gente ni siquiera entiende procesos tan naturales como la
menstruación o incluso la visión.
Si todos nuestros padres nos dijeran para que
sirve tal parte del cuerpo, no solo los órganos sexuales, y como funciona
exactamente, tendríamos un conocimiento profundo de nosotros mismos y
empezaríamos a querer desde más temprano al cuerpo, antes de que todo lo que es
comercial entre en nuestro cerebro y empiece a implantar lo que la sociedad
quiere que veamos.
Eso es, por ejemplo, creer que tener
abdominales marcados es lo correcto o senos firmes o traseros casi cincelados o
labios de cierto grosor o penes de cierto tamaño o ojos de uno u otro color.
Porque así no lo aceptemos, tenemos en la mente un modelo de belleza implantado
e incluso aquellos que dicen que para ellos la belleza es otra cosa, también se
sentirán atraídos a aquellas imágenes que son las que los medios nos fuerzan en
la mente. Nunca se ha visto, por ejemplo, un hombre grande, gordo, peludo, en
el comercial de un perfume, y sin embargo es probable que muchos hombres así
compren dicho perfume.
Nos venden lo que debemos ser, para ellos, y
no lo que somos como tal. Lo peor en este caso es que somos cómplices de los
medios y hacemos su trabajo por ellos. Aceptamos, sin decir nada, que los
cuerpos casi cincelados son sinónimo de perfección. Aceptamos, sin dudar, que
un hombre alto, bronceado, marcado, con un pene grande y un peinado acorde a
los estándares contemporáneos, es el ideal, es la meta que todos debemos tener
y lo peor, de nuevo, es que caemos redondos ante eso.
O porque creen que viven rellenos los
gimnasios o los parques de gente corriendo o incluso los quirófanos en varios
países? Les digo algo: el que les diga que va al gimnasio por salud es o un
gran mentiroso o físicamente la única persona que ha sido obligada a trabajar con
muchas máquinas que no reemplazan el ejercicio natural, el que se puede hacer
afuera y con diversión, en vez de adentro de un edificio mirando al exterior,
como un pez en su pecera.
No puedo decir que la gente que ha logrado
llegar al “ideal” es gente mala. No, no lo son. Tal vez tontos, inocentes e
incluso sin falta de criterio pero no son personas malas. Lo que pasa es que no
han entendido que el cuerpo no es una herramienta, ni para tener hijos ni para
trabajar. Nuestros cuerpo son vehículos que nos permiten la vida, que nos
permiten experimentar lo que hay en el mundo y sin nuestros cuerpos no
podríamos vivir miles de sensaciones que son las que hacen de vivir algo que
vale la pena.
Y para vivir con todas las de la ley no se
necesita que el cuerpo sea de una manera u de otra, solo se necesita que
funcione medianamente bien y para que lo haga debemos conocerlo. Porque será
que cuando estamos más desinhibidos es cuando nos damos cuenta de cómo son las
cosas en realidad? Porque no todos tenemos relaciones sexuales con supermodelos
y sin embargo disfrutamos de esa experiencia, sin importar aspectos ni nada tan
superficial como si es de una manera o de otra.
El sexo, que a pesar de ser más abierto ahora
que en el pasado, sigue siendo tabú para muchos y más cuando se considera las realidades
que siempre han existido como el sexo homosexual, la asexualidad y otras
variantes. El punto es que cuando estamos allí, ya no vemos nada más que las
maneras de conseguir y hacer sentir placer. A la mayoría ya no le importa si
tiene un abdomen marcado o grande senos porque cuando tenemos relaciones
sexuales lo hacemos con toda la persona y no con solo una parte. El hecho de
que disfrutemos no dependerá entonces de nada superficial sino más bien de un
conocimiento, de las partes involucradas, sobre el cuerpo y lo que se siente
bien y mal, lo que nos gusta y lo que no.
El caso es que no existe un ideal. No debemos
creer las mentiras que nos dicen, sobre ser más felices de una manera o de
otra. Si aprendemos sobre nosotros mismos y somos sinceros con nosotros mismos,
querremos a nuestro cuerpo como es y no como otros dicen que debería ser. Y, al
fin y al cabo, es algo nuestro y la única opinión que cuenta es la propia. No
olvidemos ese pequeño gran detalle.